La ciudad-Estado pasó de los aplausos a la decepción. La población migrante es la más olvidada de la sociedad y por lo tanto la más expuesta a la pandemia. Invisibles para el gobierno pero no para el virus.
Santiago Montag @salvadorsoler10
Viernes 17 de abril de 2020 15:26
Singapur logró ser uno de los grandes ejemplos en la lucha contra el virus COVID-19, junto al caso de Corea de Sur, siendo de los más estudiados por el resto de los países para aplicar modelos similares por identificar a los pacientes infectados con la realización de test masivos y el aislamiento social efectivo mientras generaba un impacto mínimo a su economía.
La ciudad-Estado, uno de los países más ricos del mundo, está enfrentando un nuevo brote originado en el sector de la sociedad olvidado por el Gobierno: los trabajadores migrantes. Paradógicamente, es sobre las espaldas de aquellos trabajadores que la aldea de pescadores se convirtió en Singapur, la ciudad león. La ciudad-Estado es admirada por su crecimiento meteórico desde su independencia en 1965. Con tasas de crecimiento superiores al 5% durante años, ha logrado ser de los países más ricos del mundo por su ubicación estratégica en el Estrecho de Malaca, controlando todo el flujo comercio entre Occidente y Asia Oriental.
El nuevo brote refleja los problemas que tienen los países más desarrollados del mundo para frenar la pandemia, pero sobre todo las desigualdades sociales generadas por el capitalismo. El trato que reciben los trabajadores migrantes es inhumano, empujados por los gobiernos a vivir en las regiones más densamente pobladas, pobres y marginados del mundo. En Singapur trabajan alrededor de un millón de migrantes de India, Bangladesh, Nepal o Malasia en la construcción, fábricas de ensamblaje y astilleros entre otros, la mayoría gana alrededor de 500 dólares por mes, en comparación con más de U$ 3,200 para el singapurense promedio. Son considerados por el Gobierno como una “subclase invisible” dentro de la ciudad-Estado de 5,6 millones de habitantes, ya que no les otorga ni ciudadanía ni residencia permanente en el país.
Al menos 300,000 trabajadores migrantes viven en un complejo de edificios diseñado para albergarlos en dormitorios sin aire, en los rincones alejados de la ciudad, mientras el centro es un paraíso lujoso de última tecnología que los mismos migrantes construyeron. Por lo tanto, el distanciamiento social para los migrantes en este caso es una utopía, mientras que vuelve las condiciones de higiene inhumanas, la permanencia en cuarentena está tapando los inodoros y desbordando los tachos de basura.
Los dormitorios son habitaciones con literas, en las que comparten cocinas y baños, y apenas disfrutan de espacio personal. Son las condiciones perfectas para la transmisión del coronavirus, lo que explica el nuevo brote. El Gobierno dijo el martes que había puesto en cuarentena ocho dormitorios y bloquearía a docenas de otros, confinando efectivamente a 300,000 trabajadores en sus habitaciones mientras las autoridades aumentan las pruebas y aíslan a los infectados. Mientras, los singapurenses que regresaron del extranjero fueron colocados en aislamiento de 14 días en hoteles de lujo, donde las habitaciones comienzan en 300 dólares por noche.
Luego de ser ejemplo mundial sobre el manejo de la crisis sanitaria evitando el encierro durante meses, esta vez el Gobierno de Singapur tuvo que optar la semana pasada por cerrar escuelas y negocios no esenciales y ordenó a habitantes a que se quedaran en sus casas. Las infecciones ascendían a 3260 personas, 1625 eran trabajadores migrantes de los dormitorios. Mientras este el lunes Singapur registró un máximo histórico de 386 nuevos casos de COVID-19. El gobierno se había comprometido a hacer pruebas y tomar la temperatura en los albergues, pero hasta el momento nadie se acercó. También dijeron el martes que habían trasladado a 7,000 trabajadores sanos a otras viviendas temporales, bloques de viviendas públicas vacías, campamentos militares y literas en estructuras de estacionamiento.
Deborah Fordyce, presidenta de Transient Workers Count Too, una ONG que se dedica a cuestiones laborales migrantes, advirtió el 23 de marzo en un editorial en el Straits Times, el principal periódico del país, que el riesgo de un brote dentro de la comunidad migrante era "innegable".
Organizaciones de derechos humanos, como Amnistía Internacional, denunciaron que el gobierno de Singapur restringió a los médicos y hospitales, redujo drásticamente los servicios de salud voluntarios de los que dependían muchos de los trabajadores migrantes para evitar que propaguen el virus. En comparación estos servicios cuestan 5 dólares contra 35 que ofrece el Gobierno en sus clínicas. También la distribución de máscaras a nivel nacional al comienzo del brote excluyó a los trabajadores migrantes.
La exposición de los trabajadores migrantes de Singapur a enfermedades infecciosas es conocida por el Gobierno desde mucho antes del brote de coronavirus. Los brotes de enfermedades anteriores en Singapur, como la malaria, el dengue, el zika y la tuberculosis, ya demostró que los trabajadores migrantes fueron afectados de manera desproporcionada, debido a las condiciones de vida y de trabajo, según un estudio realizado por académicos de Singapur publicado en el Journal of Travel Medicine en 2017.
Con lo cuál, no sólo es una decisión política no proteger de la mejor manera posible a los más vulnerables para enfrentar al coronavirus. Sino que son las propias condiciones del sistema capitalista de desigualdad social y explotación que arrastra a millones a la miseria en todo el mundo las que propagan la pandemia.
Santiago Montag
Escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.