"Era un 14 de septiembre del año 73’, pasaron a buscar a mi esposo a las 11 y cuarto de la noche. Llegaron los soldados y mi viejo me dice: "hasta aquí llegamos juntos"
Jueves 14 de septiembre de 2017
Así comienza el crudo relato de Rita Paillacar, esposa de un dirigente social de izquierda en tiempos de dictadura. Ella nos logra mostrar una cara invisible, la realidad de la mujer trabajadora en dictadura que, sin ayuda del esposo y la angustia constante de no volver a verlo, debe sacar a sus 7 hijos adelante.
No lo dejaron despedirse de sus hijos "así va ser mejor" le comentó uno de los soldados y se lo llevaron esposado, con un saco cubriéndole el rostro. No me dejaron verle. ¡Sale de aquí india de mierda, sino te matamos aquí mismo! Me gritó uno de los soldados.
Desde ese día contaba las horas, no pude volver a dormir y miraba a mis hijos mientras preparaba sus mamaderas ellos buscaban con la mirada a su padre.
Fue un constante peregrinaje para encontrar a mi marido, fui al regimiento, a la PDI, a las comisarias, a la base naval y de aviación, pero nadie me daba respuestas, me sacaban a empujones, mi viejo no aparecía por ningún lado. El quinto día de su secuestro, en la policía de investigaciones me informan que lo mataron ¿Cómo les explicaba a mis hijos que su padre había muerto? No lo podía creer. Me entregan su ropa, la apreto contra mi pecho, estaba impregnada de arena y excremento. No podía creer que mi marido estuviera muerto, seguí buscándolo, iba y volvía, lo único que recibía eran vejaciones e insultos.
Después de seis meses pude saber de él, gracias a un hombre que trabajaba en la PDI, estaba moribundo, irreconocible, flaco con una barba larguísima, lo vestían de milico para burlarse, le tiraban excremento, hacían simulación de fusilamiento, el pan lo hacían migas para que lo comiera como las gallinas, todo esto ocurrió en donde antiguamente era el regimiento Sangra, donde ahora se ubica el Jumbo y en la ex PDI que se ubica aun en el centro.
Posteriormente se hizo un concejo de guerra, dejé a mis hijos con una vecina, todas las mujeres estábamos ahí, esperando en las escaleras para escuchar el nombre de nuestros maridos y saber si vivirían o morían, los milicos pasaban y nos decían "chicas este es ultimo día que sus maridos pasaran con vida".
A mi esposo le dieron 2 años y medio, pasando el tiempo enfermé de tuberculosis, me quisieron hospitalizar, pero no podía, en ese entonces tenía 4 de mis 7 hijos. Pesaba 39 kilos, siempre caminando de aquí para allá para poder conseguir pan para mis hijos, escupiendo sangre. Ese año murió un hijo recién nacido, Luciano.
Cuando pude ir a visitar a mi viejo, este me pregunta ¿Cómo podía seguir en pie? ¿Cómo lo hacía para llevarle mate y alimentar a sus hijos? La verdad no sabía cómo seguía en pie, trabajaba por horas para tener para el día. También me encontré con mucha solidaridad de otras personas, todas de izquierda. Un coronel me ayudó con alimentos para mis hijos, ya que no me alcanzaba para poder sobrevivir.
En ese tiempo no tenía plata, casa propia, agua de cañería, ni lavadora, tenía una cocinilla con una olla, ahí cocinaba, blanqueaba mis pañales de saco. El dueño de la casa nos amenazaba constantemente, nos quería desalojar, nos amenazaba con desaparecernos, porque él tenía parientes militares, cuando yo no estaba me robó lo poco que tenía.
Una mañana de octubre del 76’ tocan la puerta, pensé que me llevarían presa, me levanté temblando, pregunté ¿Quién es? Y nadie contestó. Con miedo abrí la puerta, y lo vi a él, no lo pude creer, habían soltado a mi marido. No sabía si era un sueño o era realidad. Mis hijas no reconocieron a su papá, el las acariciaba y me miraba.
Luego de que el salió no pudo conseguir trabajo estable en ningún lado, ya que aun estábamos en dictadura y a la gente de izquierda, en especial si estuvieron presos no les daban trabajo, ignoraban que había una familia detrás que necesitaba comer, a los momios nunca les importó eso, incluso ahora con los sueldos miserables que pagan. Por lo que yo me dediqué a trabajar y traer el alimento al hogar.
La dictadura marcó a toda una generación, pero de forma más violenta a las mujeres, en especial a las que sobrevivimos este proceso y tuvimos que sobrellevar todo el peso sobre nuestros hombros, peso que aún seguimos llevando con pensiones miserables y la constitución del 80.