(FOTOGALERÍA) Mariana, Ana y Laura coparon las calles junto a sus compañerxs de sus respectivos hospitales: Posadas (El Palomar, Morón), Güemes (Haedo) y del Niño (La Matanza). No solo por las y los trabajadores, sino por sus pacientes. La precarización de la vida, la degradación social y el hartazgo de nuevas generaciones luchadoras en el país del ajuste.
Lunes 21 de noviembre de 2022 19:29
Ana recorre de noche los pasillos del cuarto y quinto piso. Tiene 31 años y 8 años los pasó en la UBA. Hace tres que trabaja en el Hospital Posadas como residente. Junto a sus compañeras visitan a cada paciente para actualizar el parte médico. Algunos hicieron fiebre, otros se descompensaron. Así se pasa la noche, esperando que lleguen las 4 a.m para poder dormir una hora y luego realizar “el pase de guardia”, un intercambio con los residentes del próximo turno sobre el diagnóstico de cada paciente y cómo continuar. Para cuando eso haya terminado, Ana estuvo 27 horas de guardia. “No te da el cuerpo, ni la vida; en algún momento tenés que dormir”, cuenta mientras responde mensajes a los familiares de los pacientes, a quienes les deja su número para casos urgentes. ¿Su salario? 600 pesos la hora.
Ana se encuentra en el quinto piso pero esta vez del ministerio de salud y desarrollo social. Como ellas, miles de trabajadores han estado en la puerta del edificio donde, desde sus cómodos sillones, los funcionarios deciden el futuro de millones de personas. Les abrieron la puerta a regañadientes producto del paro y movilización que se realizó el jueves pasado. “De acá no nos movemos hasta que nos reciban”, decían las trabajadoras. Ana sube por el ascensor junto a Laura, compañera del Hospital y miembro de la CICOP por la lista 5, autoconvocados, enfermeras y otros representantes gremiales. La cita es con el secretario del viceministro Collia. Laura cuenta que la comisión directiva de la CICOP llamó a trabajadores ferroviarios del Sarmiento y a los trabajadores del neumático (que vienen de un triunfo) para que las acompañen en su lucha. Ese día también estuvieron presentes docentes de la provincia. El secretario, quien fue residente del Hospital Posadas, tuvo que escuchar la realidad que hoy le es ajena. “Pusimos la cara durante toda la pandemia, entubamos a compañeros, vimos morir familiares y colegas, y hoy nos tratan como descartables. Yo no quiero tener una vida de lujo, quiero llegar a fin de mes y no tener que correr entre 5 trabajos, llegando quemada y sin paciencia al otro Hospital”, le dijo una médica del área de pediatría. El secretario, ahora del otro lado del mostrador, tuvo la caradurez de mencionar que su gobierno había estado “a la altura de la pandemia”, a lo que Ana y Laura le respondieron, casi sin dejar terminar la frase, que no fueron ellos, sino las y los trabajadores de la salud.
Sala de residentes
Mariana tiene 34 años y se formó en la Licenciatura en Trabajo Social en la UBA. Durante esos años de estudio trabajó como acompañante terapéutica y operadora social. Mientras espera el eterno 172 en la estación de Ramos Mejia, piensa con qué situaciones se encontrará hoy en el hospital del niño de San Justo, en un país donde la mitad de las niñas, niños y adolescentes son pobres. Cada día es verle la cara a la crudeza y hostilidad de un sistema perverso con la sociedad, pero particularmente con las infancias. Hace un mes que comenzó la jefatura en la residencia, y ya son varias las veces donde las familias le tocan la puerta para preguntarles si tiene algo de comer. “Damos respuestas paliativas a problemas estructurales”, dice quien muchas veces tiene que decirle a las familias que “no hay medicamentos”. La mayoría de las familias de niñas, niños y adolescentes que se atienden en el hospital, vienen de una pobreza que se repite generación tras generación, que “no comen, ni sanan, ni se educan” en esta democracia, pero “al menos viven”, diría la vicepresidenta de la resignación.
El 172 son de esos bondis que no te dejan tirado, pero que no sabes cuando llegas. Una pregunta recurrente en los pensamientos de Mariana es qué herramientas brindarles a esas niñas, niños y adolescentes en el país del ajuste, donde la salud se desfinanció un 30% desde el 2021 al presupuesto 2023. Las salitas están vaciadas, los programas sociales no llegan al territorio, y con una pobreza en crecimiento que hoy llega al 37%. En el conurbano bonaerense gobernado por Axel Kicillof, y grandes poblaciones como La Matanza, es enorme el deterioro social. “Pensamos la salud de una perspectiva integral, teniendo en cuenta los procesos de salud, enfermedad, atención y cuidados”, explica Mariana, quien comentá que sus compañeras presentaron una investigación sobre el aumento de internación en salud mental de adolescentes entre 13 y 17 años, que se profundizó con la pandemia. “Son cuestiones sociales y políticas. Las familias tienen necesidades económicas acuciantes, como no tener ni para un plato de comida. Las situaciones de violencia son, en primer lugar, generadas por el Estado“. A pesar de esto, el gobierno recortó hacia el presupuesto 2023 entre un 6% y un 14% para el total de Asignaciones Familiares (AAFF), entre 9% y 16% para las AAFF contributivas, y entre 3% y 10% para las Asignaciones Universales por Hijo y por Embarazo del programa “Apoyo al Plan Nacional de Primera Infancia” (UNICEF).
Son las 7 a.m y la falta de viento anticipa un calor agobiante. El sonido de un carrito interrumpe un tenso silencio de hospital. Son los tercerizados de limpieza que pelean hace años por el pase a planta en un hospital nacional donde el 80% es monotributista. Desde el quinto piso, donde se encuentra el aula de residentes, ya se puede ver, atravesando el acceso Oeste, el Hospital Güemes de Haedo. “Y desde el segundo piso, podemos ver al Hospital Posadas”, cuenta Laura, residente médica especializada en imágen, quién estaba en la guardia de tomografía el martes pasado cuando le llegó la noticia del triunfo de residentes y concurrentes de CABA. “Nos enteramos por un grupo de whatsapp que armamos de residentes de todo el hospital. Siempre hubo pero separados por los años, y esta vez decidimos estar todos unidos”, cuenta Laura, mientras ceba un mate y analiza las imágenes de la tomografía computada. A su lado se encuentra Martín, quién realiza la parte técnica de los estudios. Explica que "el paro del Martes 8 de noviembre fue “histórico”. Es que hace décadas que no había un paro efectivo en el Hospital. En los pasillos se comenta que “la joven generación de residentes viene a renovar la fuerza y energía de generaciones anteriores”. Al grupo de whatsapp llega un foto, es la bandera de cabecera que van a usar en el paro con movilización a La Plata el miércoles 23 de noviembre, “Comisión provincial de Residentes-Concurrentes” dice la consigna, con una decoración de llamas, similar a la que usan en CABA. Laura es consciente de que no es una pelea fácil, que en CABA estuvieron 9 semanas peleando con 21 días de paro ininterrumpido, pero que a pesar del esfuerzo que implica, sentencia que “Si ellos pudieron, nosotros también”.
El Hospital Güemes después de que votaran en asamblea sumarse al paro luego de cortar brevemente Rivadavia.
“Cuando hacemos paro no dejamos de atender a los pacientes, hacemos guardias mínimas”. La que habla es Ana, quién agrega que lo que más le choca, es el estado de los pacientes, quienes durante dos años no tuvieron un control de enfermedades prevenibles y hoy están avanzadas. Por ejemplo, mujeres muy jóvenes con cáncer de cuello de útero. Laura, que vio la misma situación, agrega que a veces ni siquiera pueden llegar al Hospital, y que una paciente que llegaba con un sangrado lo pudo hacer porque una vecina le había prestado la sube. Y, así como hay un cansancio generalizado, también hay una bronca organizada y una conciencia de que hay que seguirla, y que la experiencia de la “marea blanca” de CABA, como cuenta Lucho Aguilar en su crónica, es contagiosa, y remarca que “las asambleas por hospital, la autoorganización, las asambleas interhospitalarias, la unidad de todo el equipo de salud, sumado a los métodos históricos de paro y movilización que le arrancaron a las conducciones sindicales” fueron la clave para el triunfo y que en PBA hay que fortalecer la organización y tomar “medidas más radicales”. Luis Sucher, trabajador del Posadas hace más de 20 años, cuenta que esas medidas radicales, como cortar el acceso Oeste, no es la primera vez que se plantean. En el 2017, cuando fueron despedidos decenas de enfermeros del hospital, estos métodos fueron parte de la pelea.
Martín coloca el contraste endovenoso en el paciente que está boca arriba dentro del tomógrafo. La tomografía computada es uno de los estudios más solicitados para realizar un diagnóstico. Tiene que hacerlo con precisión y, apenas termine, Laura, quién lo asiste, tiene que correr hacia la consola y disparar para dar inicio al estudio. Cada segundo que se pierde, es menos capacidad de información para detectar enfermedades o daños en la salud de los pacientes. La bomba inyectora que realiza este proceso de forma automática está rota desde hace dos meses. Al no cancelarse los estudios, ellos tienen que realizar el procedimiento de forma manual. “Es categórico que vos puedas sostener el tiempo arterial, venoso y tardío, y eso sin la bomba automática no lo podemos hacer. Perdemos 20 segundos por estudio, lo que implica que en pacientes oncológicos no podemos detectar la información necesaria”, analiza Laura, quien le comenta a sus pacientes que los paros son también por una atención de calidad. Si la enfermedad avanzó, si hay algún daño que hay que atender inmediatamente o si están peor que la última vez, hoy la máquina no lo puede detectar. El Hospital Güemes, que tiene distintas especialidades, si bien hace poco adquirió una máquina nueva de procesamiento digital de imágenes, “hay máquinas que no andan, como el mamógrafo desde hace dos años, el equipo Doppler desde hace uno, o las dos salas de rayos que están vaciadas”, explica Laura, a quien más de una vez le han tocado la puerta los pacientes para preguntarle por qué tanta demora.
Laura sale corriendo a disparar la consola
Hermanadas en la lucha. El chispazo “es salarial”, piensa Ana, pero expresa un fenómeno muy profundo, agudo como el diagnóstico de la salud pública en Argentina, que solo la lucha de clases definirá su rumbo. “Somos trabajadores que atienden trabajadores pobres”, dice con lo que deja la bronca del día a día. “Atendemos a los pibes que van a las escuelas y del barrio Gardel, jubilados que tienen el cuerpo hecho mierda por haber laburado miles de años, o gente que no puede jubilarse pero están rotos”. Laura agrega que“La lucha constante es de nosotros para la sociedad, para los vulnerables, queriendo darle una atención de calidad a pacientes con todos sus derechos violentados”. Y Mariana cierra con que“Peleamos por revertir esta situación, por tratamientos que existen y hoy no podemos brindar, por un salario digno y una salud de calidad, y sobre todo, por una vida que merezca ser vivida”.
Último paro movilizando a plaza de mayo