Apuntes para una investigación.
Introducción
En 1964, Isaac Deutscher escribió que, muy posiblemente, el siglo XX sería visto por la posteridad como el siglo de la revolución permanente. Hoy podríamos señalar que fue también un siglo de burocratización, revolución pasiva y restauraciones. El siglo XXI, que trae sus propios y nuevos problemas, tiene como punto de partida el escenario, las condiciones y las relaciones de fuerzas que quedaron de esas confrontaciones. Una de las cuestiones centrales de esa herencia fue la pérdida del horizonte de la revolución en el movimiento de masas, como producto de la restauración capitalista en la URSS y en los ex Estados obreros que habían expropiado al capitalismo. De allí, la forma de revueltas de múltiples procesos que se vienen dando en las últimas décadas, con la excepción parcial de las revoluciones que tuvieron lugar en el proceso de la “primavera árabe” (que igualmente tuvieron desenlaces desfavorables por cuestiones ideológicas y de dirección política). El vaciamiento de la democracia burguesa llevado adelante por el capitalismo bajo la ofensiva neoliberal y el actual período de “caos sistémico” sugieren que no se puede dar por superada “la era de la revolución permanente”. Sin embargo, las dificultades para el desarrollo de procesos como los pensados por esa teoría nos plantean la necesidad de delimitar su forma actual, lo cual requiere a su vez pensar en primer lugar sus formas elementales. Eso intentaremos en estas líneas. Pero para hacer ese trabajo señalaremos también la posibilidad y necesidad de una formulación ampliada de la teoría de la revolución permanente.
La teoría de la revolución permanente y sus posteriores ampliaciones por Trotsky
La teoría de la revolución permanente, cuya formulación más sistemática figura en el libro de Trotsky titulado La revolución permanente (1930) abarca tres dimensiones: la transformación de la revolución “democrático-burguesa” en socialista, el carácter internacional de la revolución que impide detenerla en las fronteras de un país y el carácter constante de los cambios políticos, sociales, económicos y culturales en la sociedad posterior a la revolución. Después de su formulación, Trotsky realizó al menos tres elaboraciones teóricas y políticas que conllevaron una cierta ampliación de sus alcances, aunque todas pueden incluirse como especificaciones dentro de estos tres aspectos ya señalados y no fueron sistematizadas por Trotsky en una nueva formulación de las tesis de la revolución permanente que las mencionara explícitamente. Las enumeramos por orden cronológico.
La primera ampliación es la que realiza en su Historia de la revolución rusa (1931-32) a propósito de la dualidad de poderes. Al generalizar la dualidad de poderes a todas las revoluciones, Trotsky destacó dos problemas fundamentales que implican también la relación entre revolución democrático-burguesa y socialista: 1) antes de la revolución, la clase trabajadora necesita construir hegemonía respecto de todas las capas sociales oprimidas; 2) en esos momentos se da una “situación contradictoria de Estado” en la que coexisten dos poderes de signo opuesto, cuestión fundamental para poder vincular las luchas sociales y políticas previas a la revolución con la revolución misma (que de lo contrario quedaría como un acontecimiento mesiánico).
La segunda tiene que ver con la cuestión de las demandas democráticas, que en la tesis de 1930 son democrático-estructurales, es decir la revolución agraria y la independencia nacional. Trotsky realizó una ampliación en dos sentidos: 1) ante el crecimiento del fascismo y la consiguiente ideología de defensa de la democracia por parte del reformismo, incorporó con fuerza las demandas democrático-radicales, cuando planteó, sobre todo para el caso de Francia en 1934, que quienes quisieran defender la democracia tenían que hacerlo con los métodos de la Convención jacobina y no con los de la IIIª República, incorporando las clásicas medidas de aquella, retomadas por la Comuna de París; 2) señaló que estas demandas eran una forma de avanzar en una relación de fuerzas más favorable para la lucha por el poder obrero. Se puede discutir si es correcto incluir esta elaboración como parte de la teoría, porque hace referencia a momentos de la lucha de clases anteriores a la revolución y no a la concatenación de luchas democráticas y socialistas dentro de la revolución misma. Sin embargo, la centralidad que indicaba Trotsky para las transiciones desaconseja establecer una distinción rígida y sugiere que podemos realizar esta incorporación, destacando además el planteo de Lenin sobre que esas formas políticas (que Trotsky consideraba parte de una “democracia más generosa”) eran ya en sí mismas formas de transición a una democracia proletaria [1].
La tercera incorporación, de mayor portada teórica que las anteriores por su importancia en la propia evolución del pensamiento de Trotsky y por su significación para la comprensión del siglo XX, involucra tanto la cuestión de la relación entre los aspectos nacional e internacional de la revolución, así como el proceso de la transición posrevolucionaria. Me refiero a su teoría sobre la burocratización de la URSS, compuesta por diversas conceptualizaciones fundamentales: la definición de su economía como una economía de transición entre el capitalismo “atrasado” ruso y el socialismo futuro (o sea una fase previa a las dos famosas fases socialista y comunista indicadas por Marx en su Crítica del Programa de Gotha), el señalamiento del carácter dual del Estado soviético (“socialista” en la medida en que “defiende la propiedad colectiva de los medios de producción” y “burgués” en la medida en que “el reparto de los bienes se lleva a cabo por medio de medidas capitalistas de valor”), las periodizaciones sobre el Termidor y el bonapartismo soviéticos (sobre la base de la distinción entre régimen social y régimen político) y la formulación de un programa de revolución política para desplazar a la burocracia y establecer una democracia obrera multipartidista, junto con la recuperación de la perspectiva internacionalista.
Considerar estas elaboraciones como fragmentos a incorporar dentro de la formulación general de la teoría de la revolución permanente nos permite pensar en las características de su forma actual en general y de sus formas elementales actuales en particular.
El problema de la “forma actual”
Para discutir la relación entre hegemonía y revolución permanente, Gramsci utiliza la expresión “forma actual”, señalando que “la doctrina de la hegemonía” es la “forma actual” de la “doctrina cuarentiochesca de la ‘revolución permanente’” (C10 I §12). Creo que se puede pensar que la expresión “forma actual” va más allá de la típica distinción entre forma y contenido e implica más precisamente la cuestión de la “actualidad de la revolución” (no necesariamente como inminencia en una coyuntura inmediata, sino como forma específica que asume en un período histórico). En el caso de Gramsci, la “forma actual” es la forma que el proceso de revolución permanente asume en la contemporaneidad (la del “Estado integral” y la “guerra de posiciones”). Entonces, la hegemonía aparece como superación y “forma actual” de la “fórmula” de revolución permanente característica del jacobinismo y las revoluciones de 1848. Hemos dedicado otros trabajos a este tema, especialmente a lo que implican estas formulaciones para pensar la relaciones entre revolución permanente y hegemonía, tanto para sendos conceptos como para sendas teorías. Por lo tanto, no nos repetiremos en este punto. Sí señalaremos que la compatibilidad entre hegemonía y revolución permanente también implica que ambas teorías experimentan en la actualidad dificultades para establecer sus respectivas dinámicas clásicas y lo que digamos sobre la cuestión de la “forma actual” de la revolución permanente vale también para la “forma actual” de la hegemonía. Decíamos antes que la “forma actual” de la revolución permanente que intentaba pensar Gramsci era la que se correspondía con un contexto histórico caracterizado por los cambios en las formas del poder estatal (“Estado integral”) y la “guerra de posiciones” (luchas de largo aliento con amplia acumulación de fuerzas, que implican un mayor peso de la lucha ideológica y por la hegemonía como dirección intelectual y moral sobre la base de una nueva relación de fuerzas, que tiene su continuidad en una movilización total que implica cierto desdibujamiento de la unicidad del momento insurreccional y su subsunción en una dinámica de guerra civil). Hoy estamos en un período de post restauración burguesa y la ofensiva neoliberal implicó en muchos aspectos un debilitamiento de las formas típicas del “Estado integral”, así como la centralidad del proletariado como sujeto político ha sido cuestionada desde múltiples ángulos, especialmente por su fragmentación, no obstante su sobreextensión como sujeto social. Por último, la primacía de las revueltas por sobre las revoluciones parecería cerrar el círculo para la despedida de la revolución permanente. Sin embargo, la incapacidad del capitalismo de resolver de manera íntegra y efectiva un sinnúmero de demandas sociales, económicas, culturales y políticas de amplias franjas populares que ven degradarse cada vez más sus condiciones de vida, a las que ofrece guerras, democracias vaciadas (en el mejor de los casos) y restricción de derechos en todos los órdenes, plantea que la lucha por articular esas demandas en una dinámica que vaya más allá del capitalismo sigue siendo posible y necesaria.
Ahora bien, la dificultad para pensar la “forma actual” de la revolución permanente reside, sencilla y burdamente, en la ausencia de revoluciones. Si hubiera revoluciones democrático-burguesas transformándose en socialistas en la periferia o revoluciones socialistas en los países metropolitanos, extendiéndose del plano nacional al internacional, o realizando cambios constantes en la transición, estaría resuelto el problema de la “forma actual”. Bastaría señalar esas experiencias, con las particularidades que pudieran tener.
Esto no nos impide señalar algunas cuestiones fundamentales que se pueden desprender de las formas de lucha y organización que han surgido en los procesos recientes y que estarán planteadas con mayor agudeza en situaciones más avanzadas:
• Centralidad del espacio urbano como escenario de lucha de masas, con la consiguiente necesidad de control territorial y posiciones estratégicas en transporte y servicios, así como una mayor potencialidad de la unidad obrero-popular.
• Multiplicidad de movimientos con objetivos limitados y con orientaciones políticas contrarias a su mutua articulación, es decir a la transformación de una política democrática general en una política socialista.
• Fragmentación de la clase trabajadora desde el punto de vista de su unidad interna y ubicación subjetiva del movimiento obrero como agente de lucha sindical y no como sujeto político.
• Necesidad de generar instancias de organización y lucha dentro y fuera de los sindicatos, que tiendan a romper la estatización del movimiento obrero y los movimientos sociales. Esto incluye la posibilidad y necesidad de nuevas formas de organización.
• Necesidad de resignificar tanto la cuestión de clase como la política hegemónica, hoy mucho más entrecruzadas por los puntos anteriores: para conseguir la unidad de la clase hace falta tomar demandas que implican reivindicaciones que abarcan otras problemáticas, con lo cual la política hegemónica se vuelve interna y externa a la clase al mismo tiempo. Esto implica un modelo de hegemonía más “híbrido” o “abierto” que el clásico.
Tomando todas estas cuestiones, y su importancia en términos de ciertas precondiciones que no se pueden eludir para el establecimiento de una dinámica revolucionaria como la pensada en la revolución permanente, una posible conclusión provisoria es que la “forma actual” de la revolución permanente (al menos durante las últimas décadas y hasta el presente) consiste en la dificultad para la articulación de sus elementos componentes para dar lugar a su mecánica típica, prevista en la formulación teórica de 1930 o mecánicas similares aunque no típicas. De allí que se pueda pensar también que la “forma actual” de la revolución permanente consiste en su reducción a sus formas elementales. A ellas nos referiremos a continuación.
Las formas elementales
El concepto de “formas elementales” alude a la existencia de estructuras comunes entre procesos iniciales o menos desarrollados y otros más desarrollados derivados de los primeros. En el caso que nos ocupa, resulta necesario introducirla porque, por las propias características de la teoría de la revolución permanente, no resulta posible complementarla con concepciones de desarrollo gradual en los marcos del sistema y eso plantea el problema de cómo sirve esta teoría para pensar las cuestiones preparatorias de la revolución. Con esta afirmación no estamos rechazando políticas de acumulación de fuerzas sino la suposición de que estas acumulaciones pueden llevarse a cabo con una política reformista. Al mismo tiempo, encarar esta indagación nos permitiría pensar la actualidad de la teoría de la revolución permanente en un contexto de ausencia de revoluciones (al menos hasta ahora). Reflexionar sobre las formas elementales de la revolución permanente tiene que ver con la posibilidad de proyectar las dinámicas pensadas en la formulación original para situaciones de la lucha de clases como la actual. Para ello, nos vamos a valer también de los aspectos de la “fórmula ampliada” a los que hicimos referencia al comienzo. Podemos identificar, en suma, las siguientes formas elementales:
• Independencia de clase, antiimperialismo y política hegemónica. Una primera cuestión hace a la dinámica más general de las luchas sociales. Pensarlas desde el punto de vista de ir construyendo las formas elementales de la revolución permanente pasa por la tentativa de articular las luchas (en todas las dimensiones indicadas antes) con una perspectiva anticapitalista, socialista y comunista. Esto incide también en los programas a proponer para cada una de ellas (buscando articular demandas del conjunto y no solo por sector, así como la afectación de los intereses capitalistas cuya defensa tiene relación directa con la no satisfacción de esas demandas, en suma, una política hegemónica y anticapitalista concreta, además de socialista genérica). Esto incluye, por supuesto, las demandas clásicas de independencia nacional (plano en el que hay proliferación de independencias formales y crecimiento de la sujeción material al imperialismo) y revolución agraria (uno de los terrenos donde el capital avanzó en la desposesión campesina e integración de las áreas rurales a la valorización, cambiando lo términos de la cuestión agraria), allí donde tengan centralidad.
• Autoorganización y programa democrático-radical. La segunda tiene que ver con el punto que señalamos sobre la dualidad de poderes. De paso, aprovechemos para corregir cierta ambigüedad en los modos en que se ha leído el tema en diversas posiciones afines. La estrategia revolucionaria no persigue el “doble poder” sino el poder obrero y popular. La dualidad de poderes es una situación que surge de la existencia de organismos de poder obrero que empiezan a disputar la soberanía con los del poder burgués, pero esa dualidad no es la estrategia del marxismo sino su sustitución por un nuevo poder que prevalezca sobre el poder contrario, derrotándolo y estableciendo una nueva relación de fuerzas. Para nuestra búsqueda de las formas elementales de la revolución permanente, lo central es la lucha por la constitución de esos organismos de poder, es decir de la práctica de la autoorganización, que unifique a la clase trabajadora y sectores populares afines en instancias de decisión sobre todos los problema vitales, sociales, económicos, culturales y políticos, en el lugar de trabajo y en el plano territorial. La referencia de la dualidad de poderes debe, sin embargo, ser mantenida, para señalar la imposibilidad de que estos organismos existan por sí mismos por largos períodos en el tiempo, sin confrontación con el poder existente. En relación con esta cuestión aparece también como fundamental la de las consignas democrático-radicales frente a las formas de representación política tradicional. La lucha por demandas como que todos los representantes sean revocables y cobren lo mismo que un obrero o una maestra, la unificación de los poderes Ejecutivo y Legislativo, así como la elección de los jueces y la abolición de la figura presidencial, son demandas que plantean la centralidad de un igualitarismo democrático-radical que debe ser mantenido en una democracia obrera y popular y cuya implementación indicaría un paso hacia ella, al menos en el plano de las relaciones políticas. Ambas dinámicas, la de la autoorganización y la de las demandas democrático-radicales, están estrechamente vinculadas con el punto anterior, que Trotsky sintetizó alguna vez, en Resultados y perspectivas como el pasaje de una “política democrática general” a una “política de clase”. Por razones de espacio y para circunscribirnos a la cuestión de la teoría de la revolución permanente, no analizaremos la relación de estas cuestiones con la táctica de Frente Único, pero en la práctica está planteado relacionarlas.
• Lucha ideológica y conformación de un entramado político cultural. La cuestión de autoorganización y la “democracia más generosa” implica una preparación hacia la vida política de la sociedad posrevolucionaria (que Trotsky reelaboró en término del multipartidismo soviético en base a sus elaboraciones sobre el significado de la burocratización). Y aquí cabe señalar un último aspecto a incorporar dentro de las formas elementales de la revolución permanente, que es la conformación de un entramado ideológico y cultural en lucha por la hegemonía, que no se puede dejar para después de la revolución, por la sencilla razón de que forma parte del trabajo de preparación ideológica tendiente a constituir una subjetividad revolucionaria, así como para difundir y desarrollar las ideas socialistas y comunistas.
En el marco que planteamos anteriormente, la identificación de las formas elementales de la revolución permanente permitiría pensar cómo encarar las luchas sociales, económicas, democráticas, feministas y ambientales como parte de una dinámica que apuntale una acumulación de fuerzas en sentido socialista y revolucionario. Esto implica constatar y a su vez pelear por generar ciertas “estructuras comunes” (como decíamos antes) entre los procesos preparatorios y los de las futuras revoluciones.
A modo de conclusión provisoria: hacia una formulación ampliada de la revolución permanente
Al comienzo de este artículo, señalamos las elaboraciones de Trotsky que pueden considerarse como elementos que amplían y/o especifican aspectos fundamentales de la teoría de la revolución permanente. Al mismo tiempo, sugerimos, aunque no abordamos por haberlo hecho en otro lugar, sus afinidades con la teoría de la hegemonía de Gramsci, de la que tomamos la cuestión de la “forma actual” de la revolución permanente (cuestión que se aplica también a la propia teoría de la hegemonía), de la que derivamos finalmente la definición de sus “formas elementales”. Considero que las tres cuestiones deben ser tomadas en cuenta como parte de una “formulación ampliada” de la teoría de la revolución permanente, porque permiten no diferir su actualidad hasta el momento en que estallen revoluciones o afirmarla de manera prescriptiva, políticamente irreprochable desde una óptica clasista, pero abstractamente inadecuada desde el punto de vista descriptivo (por la ausencia de revoluciones que ya señalamos). La combinación entre formulación típica, posteriores especificaciones/ampliaciones, forma actual y formas elementales, podría acercarnos a una mirada más flexible que nos permita hacer operativa la teoría en la actualidad, aunque hasta el momento estemos lejos de su dinámica típica o virtuosa.
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