Este y el artículo "Huelga de masas: debates en el Congreso de Colonia", de Rosa Luxemburg, que a continuación presentamos, son muy poco conocidos y difícilmente hallables en castellano. Fueron traducidos directamente del original alemán especialmente para el semanario IdZ, y junto con otros artículos de la misma autora que iremos publicando en los próximos meses complementan a los textos que se encontrarán en Rosa Luxemburg, Socialismo o barbarie (compilación), de próxima publicación por Ediciones IPS-CEIP.
DISCURSO SOBRE LA REVOLUCIÓN EN RUSIA Y EL MOVIMIENTO OBRERO ALEMÁN EL CONGRESO DE JENA DEL PARTIDO SOCIALDEMÓCRATA DE ALEMANIA
22 de septiembre de 1905
Si se escuchan los discursos que se han pronunciado hasta ahora aquí, en el debate sobre la cuestión de la huelga política de masas, habría que agarrarse la cabeza y preguntarse: ¿Estamos viviendo realmente en el año de la gloriosa Revolución rusa o todavía faltan diez años para que estalle? [“¡Muy bien!”] Ustedes leen los informes sobre la revolución en los periódicos todos los días, leen los despachos, pero parece que no tienen ojos para ver ni oídos para oír. Por eso nos piden que digamos cómo vamos a hacer la huelga general: ¿Por qué medios, a qué hora se declarará la huelga general, ya se ocuparon de acopiar alimentos? Las masas morirán de hambre. ¿Tendrán la conciencia tranquila cuando corra sangre? Sí, todos los que hacen estas preguntas no tienen el más mínimo contacto con las masas, de lo contrario no se preocuparían tanto por la sangre de las masas, porque la responsabilidad no recae en los camaradas que hacen estas preguntas. Schmidt dice, ¿por qué de repente deberíamos renunciar a nuestra vieja táctica probada por el bien de la huelga general, por qué deberíamos cometer de repente este suicidio político? Entonces, ¿no ve Robert Schmidt que ha llegado el momento, previsto por nuestros grandes maestros Marx y Engels, de que la evolución se convierta en revolución? Tenemos la Revolución rusa, y seríamos tercos como una mula si no aprendiéramos nada de ella. Entonces Heine se pone de pie y le pregunta a Bebel si ha pensado en el hecho de que, en el caso de que se diera una huelga general, no solo tenemos que incluir en el plan a nuestras fuerzas bien organizadas sino también a las masas no organizadas; ¿tenemos a estas masas bajo nuestro control? De esta palabra emerge toda la visión burguesa de Heine, lo cual es una vergüenza para un socialdemócrata. Las revoluciones de 1848 han demostrado que, en situaciones revolucionarias, no es a las masas a quienes hay que controlar, sino a los abogados parlamentarios para que no traicionen a las masas y a la revolución. Schmidt se refirió al experimento belga [1] y a la declaración de Vandervelde [2]. Creo que si hay algo que ha demostrado que se puede arruinar un gran movimiento revolucionario espontáneo de masas por mezquindad es esta huelga, y, frente a mi crítica, Vandervelde no pudo alegar un solo hecho, sino que trató de disculparse con generalidades cuando le demostré que todo este gran movimiento de huelga de masas fracasó debido a todo el jugueteo parlamentario con los liberales. [Bernstein: “¡No es cierto!”] ¡Ay!, ¿y usted qué sabe de eso? [Gran revuelo] Heine evocó el sangriento fantasma rojo y dijo que le era más cara la sangre del pueblo alemán que -ese fue el sentido de sus palabras- el adolescente irreflexivo Bebel [3]. Quiero dejar de lado la cuestión personal de quién es más capaz y está llamado a asumir responsabilidades, si Bebel o el cauteloso estadista Heine, pero podemos ver en la historia que todas las revoluciones se pagan con la sangre del pueblo. La diferencia es que hasta ahora se derramó la sangre del pueblo para la causa de las clases dominantes, mientras que ahora se habla de la posibilidad de dejar su sangre por la propia clase, y entonces viene esta gente prudente, que se considera a sí misma socialdemócrata y dice, no, esta sangre es demasiado cara para nosotros. Por el momento no se trata de proclamar la revolución, ni siquiera se trata de proclamar la huelga de masas. Y cuando Heine, Schmidt y Frohme nos llamen para que organicemos y esclarezcamos a las masas les responderemos que sí, lo haremos, ¡pero no en el sentido que ustedes quieren! [Gritos: “¡Ay, ay, ay!”]. No en el sentido de disimular y encubrir las contradicciones, como todos estos camaradas han estado haciendo durante años. No, no hay que poner la organización por delante de todo, sino ante todo el espíritu revolucionario de adquirir conciencia de sus intereses. Eso es mucho más importante. ¡Recuerden los tiempos de la Ley Anti-socialista [4]! Nuestros sindicatos habían quedado destrozados y se levantaron de las cenizas como el ave fénix. Lo mismo ocurrirá en próximos períodos de lucha encarnizada. Sobre todo es importante esclarecer a las masas, y para eso no necesitamos ser tan cautelosos como lo fueron los dirigentes sindicales en Colonia [5]. El sindicato no puede convertirse en un fin en sí mismo y, por lo tanto, en un obstáculo a la libertad de movimiento de los trabajadores. ¡Aprendan de la Revolución rusa! Las masas fueron empujadas a la revolución casi sin rastros de organización sindical, y ahora están consolidando gradualmente sus organizaciones a través de la lucha. Es una visión muy mecánica y antidialéctica la que postula que toda lucha siempre debe estar precedida por la existencia de organizaciones fuertes. La organización también nace a través de la lucha misma, junto con el esclarecimiento de la clase. Contra esa estrechez de miras, debemos decirnos a nosotros mismos que las palabras finales del Manifiesto Comunista no son solo una hermosa frase para los actos populares, sino que debemos tomárnoslas muy en serio cuando apelamos a las masas: Los trabajadores no tienen nada que perder más que sus cadenas; tienen, al contrario un mundo que ganar. [Aplausos y rechazos]
Fuente: Este texto es la parte 3 de „Reden auf dem Jenaer Parteitag der Sozialdemokratischen Partei Deutschlands“, en Rosa Luxemburg, Gesammelte Werke, Tomo 1, Vol. 2, pp. 595-603.
Traducción: Guillermo Iturbide
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