A propósito de la antología Socialismo o Barbarie (Ediciones IPS, 2021).
Esta compilación es de lectura obligada tanto para quienes militan en organizaciones que se reivindican marxistas, como para quien desee conocer algunos de los principales debates de la tradición revolucionaria de las primeras décadas del siglo XX.
Con un obsesivo trabajo de traducción, prólogo y notas de Guillermo Iturbide y la edición de Nora Dragún, este libro concentra las principales elaboraciones de Rosa Luxemburg en el terreno político-estratégico, de modo tal que sirve para conocer los puntos fundamentales de su pensamiento al mismo tiempo que para comprender cuestiones relacionadas con la historia de la socialdemocracia alemana (SPD), la Revolución alemana de 1918-19 y el nacimiento del comunismo alemán.
En estas líneas, no pretendemos hacer una introducción al libro ni un comentario crítico detallado artículo por artículo, para lo que remitimos al prólogo de Guillermo Iturbide. Retomaremos los contenidos de algunos de los principales textos que componen el volumen, comentando varios problemas teóricos y políticos que surgen de su lectura.
Contra el reformismo
¿Reforma social o revolución? es un clásico de la polémica contra el gradualismo reformista, o sea, contra las posiciones que dicen que paso a paso, dentro del capitalismo, se puede llegar a una sociedad socialista. Si bien en la práctica el reformismo ya existía antes de Bernstein, este tuvo el “mérito” de enunciarlo como propuesta teórico-política alternativa a las posiciones sostenidas hasta ese momento por la socialdemocracia alemana. En su serie de artículos titulada Problemas del socialismo sostenía que el desarrollo capitalista, con la conformación de cárteles y trusts había logrado superar las contradicciones propias de la anarquía de la producción denunciada por Marx, avanzando en “socializar” la producción. A su vez, la estructura de la sociedad no se había polarizado entre burguesía y proletariado (como se había postulado en el Manifiesto comunista y otros textos de la tradición marxista hasta ese momento) sino que se habían mantenido y desarrollado estratos intermedios que no tenían que ver con ambos polos. En los marcos de un desarrollo armónico del capitalismo, mediante el sindicalismo, el cooperativismo y el parlamentarismo se podía llegar al socialismo a través de una mejora constante de las condiciones de vida. Todo esto iba acompañado de un rechazo de la dialéctica (especialmente la hegeliana) y una reivindicación de la filosofía kantiana (que en ese momento pasaba por un revival académico en Alemania) como base para un socialismo fundamentado desde el punto de vista ético (ya que habría perdido sus fundamentos económicos y políticos).
En ¿Reforma social o revolución?, Rosa Luxemburg polemizaba con Bernstein. Señalaba que su rechazo de la dialéctica le impedía buscar una mirada totalizadora de la situación del capitalismo, por lo que tomaba las manifestaciones superficiales de los fenómenos como su verdadero carácter. De allí que desconociera que la formación de cárteles y trusts terminaba agravando las contradicciones del capitalismo, exacerbando la lucha inter-monopólica y sus tendencias al militarismo y la guerra. A su vez, afirmaba que la oposición entre lucha cotidiana por reformas y objetivos revolucionarios era una ruptura con la teoría marxista, que había unido históricamente ambas cuestiones. El debate no tenía que ver solamente con problemas doctrinarios, sino que afectaba directamente la práctica política. Esto se puede ver más concretamente en las posteriores polémicas (incluidas en esta antología) de Rosa Luxemburg sobre la política seguida por la dirección del partido obrero belga –particularmente quienes simpatizaban con las posiciones de Bernstein– en relación con la huelga general de 1902 por la conquista del sufragio. La concepción de reformas paso a paso había llevado no solo a aceptar las imposiciones de los liberales, dejando de lado el reclamo del voto femenino, sino también a retroceder en la lucha callejera, que había sido característica del movimiento obrero belga. Dicho sea de paso, no sería la primera vez que el reformismo se mostrase incapaz de luchar consecuentemente por sus propias propuestas de reformas.
Volviendo al texto de ¿Reforma social o revolución?, como posible crítica del enfoque de Rosa Luxemburg podemos señalar que tiene un trasfondo marcadamente “derrumbista”. Este derrumbismo conlleva una confusión teórica. En su argumentación aparecen superpuestos, como si fueran iguales, dos planteos distintos que no son necesariamente solidarios entre sí. Uno es que el capitalismo no puede superar armónicamente sus propias contradicciones. El otro es que estas contradicciones conducen inevitablemente al derrumbe del capitalismo. A esto se suma que Rosa Luxemburg da por sentado el sentido del término derrumbe y no lo define en ningún momento, aunque lo considere una “piedra angular del socialismo científico”. El problema de esta falta de definición reside en que resulta muy diferente que el capitalismo genere una situación insostenible desde el punto de vista económico, social y político, y otra es que caiga como sistema por sus propias contradicciones. Esto le da a la argumentación un tono por momentos fatalista que le imprime a la polémica un carácter más doctrinario que de discusión estratégica, a diferencia de trabajos posteriores.
La Revolución rusa de 1905 y el debate de la huelga de masas
Huelga de masas, partido y sindicatos es una obra potente por su modo de argumentación y sugerente por la audacia de sus hipótesis. El texto destaca la importancia de la huelga de masas como característica de la Revolución rusa de 1905 y señala que el estallido de las huelgas económicas que se articulan en grandes acciones a escala de todo el Imperio zarista es característico del período revolucionario. Producto de estas huelgas, la clase obrera gana en nivel de vida y organización, dándose un proceso de conformación de sindicatos a nivel generalizado.
En la pluma de Luxemburg, la huelga de masas se presenta como el método de lucha por excelencia del movimiento obrero ante una nueva etapa revolucionaria. Este es un gran mérito del libro. Al señalar la importancia de la huelga de masas para poner en movimiento al proletariado como clase, conteniendo pero yendo más allá de las luchas parciales, el abordaje de Rosa Luxemburg permite pensar el problema de la acción política de clase en términos disruptivos respecto de las formas practicadas hasta ese entonces por la socialdemocracia alemana: sindicalismo (limitado a las luchas o reclamos sectoriales) y parlamentarismo. En su elaboración se destaca la distinción entre la huelga demostrativa o de protesta (la que teóricamente podía aceptar la socialdemocracia alemana y se asimilaba a lo que sería un desfile o manifestación) y la huelga de combate que apuntaba a una lucha abierta para cambiar la relación de fuerzas.
Este libro, destinado a impactar con la experiencia rusa sobre la socialdemocracia alemana, contiene una omisión sorprendente: no presta la más mínima atención a la principal institución surgida de la revolución, es decir, el soviet o consejo obrero.
Luxemburg destaca la conformación de sindicatos como parte del proceso de la revolución, pero no otorga mayor importancia a los soviets, que tienen muy escasas menciones. Investigadores como Jean-Jacques Marie han subrayado la importancia de la conformación de organizaciones sindicales durante el curso de la revolución [1]. Este proceso tuvo la virtud de dotar de un marco organizativo específico al movimiento obrero ruso, pero a la vez fue parte de algo más amplio, que iba más allá de la organización de tipo corporativo o profesional: la conformación de soviets que, partiendo de los procesos de lucha desde la base de las fábricas, se extendía al nivel territorial, tomando algunas funciones de orden público, como el manejo de las imprentas o la guardia armada. Trotsky destacó especialmente la importancia de estos organismos en su libro 1905 así como del método de la huelga general. Los soviets en el plano organizativo y la huelga en el plano de las acciones de lucha mostraban desde su perspectiva la hegemonía del proletariado en la que hasta entonces se había caracterizado como una revolución burguesa.
La consecuencia de esta ausencia de los soviets en la reconstrucción que Luxemburg hace de la revolución es que se le carga a las huelgas el rol de ser inmediatamente políticas, al mismo tiempo que se limita la cuestión de la organización al plano sindical. En este contexto, parecen acertadas las críticas a este libro realizadas por Gramsci en diversos pasajes de los Cuadernos de la cárcel, como C7 §16 y C13 §24 [2], señalando que contenía una sobrestimación del carácter revolucionario de la lucha económica y una subestimación de los elementos de organización consciente [3].
No obstante estas limitaciones, el aporte de Rosa Luxemburg resulta fundamental por poner en primer plano la importancia de un método de lucha que sería central en el siglo XX así como la necesidad de la unidad entre lucha económica y política, cuestión fundamental que ella identificaba como un grave problema de la socialdemocracia alemana. De allí que, alerta spoiler, el final del libro, aunque coherente con su argumentación anterior, resulte un tanto decepcionante en relación con el punto de partida: una llamada a la unidad de los sectores sindical y parlamentario para pensar la política de la socialdemocracia alemana en su conjunto.
El debate sobre las dos estrategias
Este debate de 1910 presenta una notable continuidad con el de la huelga de masas rusa, pero también con ciertos argumentos que Rosa Luxemburg había vertido contra Bernstein. A su vez, adelanta los contornos de los debates estratégicos del siglo XX entre posiciones reformistas y revolucionarias en el plano de la estrategia.
Mientras Rosa Luxemburg señalaba la centralidad de la huelga de masas como método de acción económica y política de la clase obrera, Kautsky aceptaba a lo sumo la “huelga demostrativa o de protesta”, estrictamente separada de las huelgas económicas, pero no una acción organizada conscientemente para modificar la relación de fuerzas. Entre las consignas que Luxemburg consideraba fundamentales se incluía la de la instauración de la república democrática que la dirección del SPD rechazaba porque consideraba que podía poner en peligro las conquistas parlamentarias. Kautsky compartía estos recelos, señalando la inoportunidad de promover métodos de lucha de clases y oponiéndole la preparación para las elecciones parlamentarias de 1912, a cuyos resultados supeditaba cualquier otra iniciativa. Señalando incluso que una gran elección del SPD podía cambiar la relación de fuerzas y abrir una etapa revolucionaria en la que efectivamente se impusiera cambiar de la “estrategia de desgaste” (acumulación sindical y parlamentaria, que dicho sea de paso no sería una estrategia sino un desarrollo de la táctica) a la “estrategia de abatimiento” (lucha directa por el poder). Rosa Luxemburg definió a esta “estrategia de desgaste” como “nada más que parlamentarismo” y no se equivocaba. Pero más allá de estos nudos conceptuales que son los más conocidos de este debate, Luxemburg aportaba un análisis fino y muy detallado de cómo había cambiado Kautsky sus posiciones de 1905-1907 (muy parecidas a las de Rosa Luxemburg) por estas nuevas posturas conservadoras [4]. Rosa Luxemburg destacó asimismo en este debate la importancia del rol del partido en relación con el movimiento de masas, señalando que no debía esperar sino promover, luchar por incidir en los cambios de situación, cuestión que luego sería ampliamente debatida en los años ‘20 por el propio Trotsky, pero también por autores marxistas como Lukács, Gramsci o Mariátegui. Al momento de escribir esta polémica, quizás quien tenía el mismo nivel de claridad sobre la importancia rol del partido en términos de factor subjetivo (aunque no sobre el oportunismo de Kautsky) era Lenin. Veremos luego que la propia Luxemburg tenía sus propias limitaciones en otros aspectos de la cuestión del partido. Pero el saldo del debate de 1910 es ampliamente positivo, mostrando en Luxemburg un marxismo que busca pensar las cuestiones estratégicas en términos teórico-políticos concretos, orientados a organizar una fuerza social y política revolucionaria que pretenda terminar con el capitalismo.
La guerra y el imperialismo
Los trabajos relacionados con el militarismo y la guerra son muy destacados dentro de esta antología, pero también en el debate marxista más en general son textos de cabecera, como el folleto Junius. Rosa Luxemburg logra conjugar en este trabajo una exposición de los fundamentos económicos del imperialismo, centrada en la relación entre el Estado y los grandes monopolios de base nacional, un análisis estratégico de los intereses y acciones de las principales potencias en la guerra, un análisis histórico de cómo se fue gestando la primera carnicería interimperialista durante décadas y una formulación de la política revolucionaria que debían seguir las organizaciones socialistas. A su vez, da cuenta de la crisis y descomposición de la socialdemocracia alemana, pasada al campo de su propio imperialismo en la Primera Guerra Mundial.
Ya en 1913, Rosa Luxemburg había realizado una contribución a la teoría del imperialismo a través de su libro La acumulación del capital, que rediscute la cuestión de la reproducción ampliada del capital, retomando los esquemas de Marx y planteando que para garantizar su reproducción el capital precisa expandirse a otros sectores que no formen parte de la economía capitalista y de allí la necesidad del colonialismo y el imperialismo. No es este el lugar de realizar un análisis detallado de este libro, muy importante y muy debatido desde posiciones diversas [5] que no se incluye en esta antología. Sí resulta importante señalar que en Rosa Luxemburg hay una reflexión teóricamente fundamentada de las razones por las cuales el capitalismo pasa de la llamada libre competencia a los monopolios y el imperialismo, por lo cual no se puede tomar a este último como una política que las grandes potencias podrían modificar a voluntad, accediendo a un desarme moderado o “democratizando” la política expansionista, colonial o neo-colonial. Como señala en el folleto Junius, el militarismo, el imperialismo y la guerra tienen características sistémicas y solamente pueden ser dejados atrás en la historia con un cambio revolucionario de sistema social. Con esta intervención, Rosa Luxemburg fortalecía el ala izquierda internacionalista contra la política de apoyo al imperialismo de la socialdemocracia, contribuyendo a sentar las bases de lo que luego sería la III Internacional, en confluencia con Lenin y Trotsky [6].
La Revolución rusa de 1917 y sus problemas
En sus análisis de la Revolución rusa de 1905, Rosa Luxemburg señalaba la aparente paradoja de que la revolución “democrático-burguesa” era encabezaba en el caso ruso por el proletariado, en un contexto de decadencia capitalista a nivel mundial. Este tema, mucho más sistematizado por Trotsky en trabajos como Resultados y perspectivas y 1905, la acerca a una lectura del proceso ruso en términos de revolución permanente, aunque Rosa Luxemburg no lo plantea abiertamente de ese modo, sino que se limita a señalar la unidad entre las demandas democráticas y el programa mínimo de las demandas de clase, como las ocho horas de trabajo y otros. Posteriormente, sus críticas de 1918 a la política de Lenin y Trotsky frente a la Asamblea Constituyente parecerían abonar la idea de que Rosa Luxemburg pensaba que la Revolución rusa debía completar las tareas de una revolución democrático-burguesa (en el plano de la democracia formal). No objeta la disolución de la Asamblea Constituyente, elegida antes de la conquista del poder por los soviets (y en ese sentido, tampoco se opone al poder soviético ni a la revolución como tal, cuestión que queda muy clara en la lectura del texto), pero afirma que se debería haber convocado una nueva Asamblea Constituyente en base al sufragio universal. Simultáneamente, critica las restricciones a las libertades democráticas de modo tal que parecería incluir la necesidad de reconocer las libertades a los partidos contrarrevolucionarios (no solo a los que defendían la revolución pero tenían diferencias con los bolcheviques) y se opone al derecho de autodeterminación de los pueblos históricamente oprimidos por el zarismo. Esto último resulta enormemente paradójico, porque justamente es en ese plano donde más se puede pensar en términos de un proceso constituyente a través de toda la política educativa, social, cultural y de autogobierno promovida por el poder soviético en esos pueblos. Lo importante, en todo caso, es que estas críticas no impedían a Rosa Luxemburg manifestar un apoyo decidido a la Revolución rusa, reivindicando el rol de Lenin, Trotsky y el partido bolchevique, quienes habían logrado tomar el poder, mientras en Alemania las cosas estaban mucho más atrás. Esto es algo que suelen olvidar quienes han intentado tomar este escrito publicado póstumamente como la base para una especie de “socialismo democrático” anti-bolchevique.
La Revolución alemana 1918-19 y la cuestión del partido
A fin de no prolongar excesivamente esta reseña, no voy a enumerar los eventos de la Revolución alemana ni los debates relacionados con ellos. Remito a este artículo de Guillermo Iturbide, así como al apartado del su prólogo de la antología dedicado al tema. Baste señalar, muy apretadamente, que con la caída de la monarquía se establece una situación de una pseudo dualidad de poderes entre los consejos obreros y de soldados donde tienen peso los Delegados Revolucionarios, tendencia del USPD (partido centrista ubicado a la izquierda del SPD) y un “Consejo de comisarios del pueblo” encabezado por la socialdemocracia oficial (SPD) que trabaja desde el primer momento por normalizar la situación, empujando luego a los sectores combativos a una lucha directa, con el intento de destitución del jefe de policía Eichhorn (del USPD) que termina en la ocupación del edificio del diario socialdemócrata y en combates sangrientos.
Las intervenciones de Rosa Luxemburg dan cuenta de los combates, los avances y retrocesos y las encerronas de la Revolución alemana y constituyen un análisis muy lúcido del proceso y sus problemas políticos. De toda la antología, estos son los textos que expresan todo el dramatismo de la situación en la que fueron escritos y a la vez muestran un tono creciente de impotencia política. La influencia de la Liga Espartaco (después el PC alemán) era ínfima. Esto tiene que ver con el peso que seguía conservando la socialdemocracia oficial en el movimiento obrero pero también con la primacía de tendencias conciliadoras en el espectro que se ubicaba a su izquierda, como la mayoría del USPD.
Aquí también jugaron las propias limitaciones de la concepción de partido de la propia Luxemburg. Desde muy joven había señalado en “Problemas de la socialdemocracia rusa” –contra Lenin que definía al militante socialista como el jacobino ligado estrechamente a la clase obrera– que la socialdemocracia era el movimiento mismo de la clase obrera. Es decir, que además de su énfasis en la acción desde abajo contra el aparatismo y la centralización excesivas en general, que le habían permitido realizar agudas críticas a la burocracia de la socialdemocracia alemana en particular, Rosa Luxemburg tenía una visión muy elemental del problema de la organización partidaria. Enfatizaba el rol subjetivo del partido pero tenía una visión opaca (o sea que no clarificaba el mecanismo) de la relación entre partido y clase, más allá de una identificación genérica entre partido y movimiento.
De allí que su ubicación política es equívoca desde el inicio del proceso en términos de la posición partidaria: los espartaquistas formaban parte del USPD liderado por Kautsky, que a su vez promovía la colaboración con la socialdemocracia tradicional, la que se ofrecía a la burguesía y el ejército alemanes como garantía contra la vía “bolchevique”. Rosa Luxemburg va criticando en sus escritos la política del ala derecha del USPD de colaborar con el gobierno socialdemócrata, así como las vacilaciones del sector de los Delegados Revolucionarios, que tenían gran peso en las fábricas y que podrían haber orientado su intervención en función de desarrollar la independencia respecto del gobierno para preparar seriamente los combates de clase. Pero al no contar con una fuerza militante suficientemente extendida, organizada y preparada, no tenía peso político real para incidir en el curso de los acontecimientos, a pesar de la gran popularidad que tanto ella como Karl Liebknecht tenían en el movimiento de masas.
Aunque una de sus principales conclusiones es que hay que reconstruir una dirección revolucionaria del proletariado alemán, el fatalismo que señalamos en ¿Reforma social o revolución? reaparece en estos textos como una afirmación del carácter imparable del proceso que en la pluma de Rosa Luxemburg sería capaz de superar todos los obstáculos, a pesar de los notables retrocesos. El heroísmo, la inteligencia y la abnegación no reemplazan la fuerza de la organización.
Pero, para no hacer una valoración unilateral centrada solamente en los problemas de su propia concepción partidaria, cabe señalar que Rosa Luxemburg se enfrentó con un problema que comenzaba a desarrollarse y luego se generalizaría y sería discutido en el Tercer Congreso de la Internacional Comunista (1921) y tratado mucho más en detalle por Trotsky y Gramsci, en sus diversas aristas, durante los años ‘30: la integración del movimiento obrero oficial (en este caso socialdemócrata) en la estructura del Estado burgués, lo cual volvía mucho más difícil el desarrollo de una revolución.
A modo de conclusión: una marxista original, cuya obra debemos leer atentamente
Aunque pueda parecer extraño reivindicar la capacidad de alguien para reflexionar por cuenta propia, la burocratización estalinista transformó esta cualidad en un bien escaso en buena parte de las organizaciones identificadas con el marxismo. Pero el problema ya existía –con otras características– en la propia socialdemocracia alemana e internacional, en cuyos marcos desarrolló Rosa Luxemburg la mayor parte de su actividad teórica y política. Sus adversarios esgrimieron a veces contra sus posiciones argumentos de supuesta oportunidad política, como en el debate sobre la huelga de masas, pero otras veces se limitaron a realizar afirmaciones dogmáticas de cuestiones mal aprendidas y peor estudiadas, como las respuestas de los socialdemócratas alemanes a su libro La acumulación del capital [7].
Rosa Luxemburg reflexionó sobre este problema en un artículo de 1903, titulado “Estancamiento y progreso del marxismo”, que no forma parte de esta antología pero que sirve para pensar el asunto en cuestión y rescatar el modo en que ella intentó tratar los problemas teóricos y políticos. En ese trabajo, Luxemburg se preguntaba si al haber dejado un sistema demasiado armado y cerrado, Marx y Engels habían limitado en exceso la posibilidad de desarrollo teórico del marxismo posterior. Respondía que no, porque Marx y Engels no habían dejado armado tal sistema. Lo más elaborado había sido la crítica de la economía política, pero en los demás aspectos Marx y Engels habían sistematizado menos. De allí que, por ejemplo, el mayor descubrimiento de aquellos en el terreno teórico, es decir, el materialismo histórico, continuaba siendo más un método para pensar la historia que una teoría bien conformada. Las limitaciones del desarrollo teórico del marxismo posterior a los fundadores estaba relacionada con cuestiones político-prácticas. Por ejemplo, la socialdemocracia alemana había otorgado una escasa importancia a los libros segundo y tercero de El capital, editados y publicados por Engels después de la muerte de Marx y sin los cuales resulta muy difícil arribar a una comprensión más o menos completa del proceso del capital (más o menos completa porque el propio plan original de El capital quedó a su vez incompleto), lo cual atribuía Luxemburg a que con saber el origen de la plusvalía, identificar las tendencias a las socialización de la producción y conocer las bases objetivas de la revolución socialista (cuestiones todas que se desprendían en líneas generales del libro primero de El capital), resultaba suficiente para hacer una política de clase. Para Rosa Luxemburg, las posibilidades de desarrollo teórico del marxismo excedían ampliamente las necesidades políticas fundamentales de la clase obrera, al mismo tiempo que no se podía pretender de esta clase la creación de una nueva cultura mientras siguiera siendo una clase explotada y subordinada. Sin embargo, la práctica política socialista iría introduciendo nuevos problemas que requerirían nuevas elaboraciones en el plano teórico. Esta conclusión caracteriza bien la práctica de la propia Rosa Luxemburg, quien hizo importantes aportes, en la forma de intervenciones teórico-políticas, sobre temas centrales del marxismo en la época que le tocó vivir: las formas de la lucha de clases, las características del capitalismo contemporáneo y el imperialismo, y los marcos estratégicos de la política marxista en ese contexto. Por eso es importante rescatar su rol teóricamente productivo y no reducirla a un ejemplo moral, que también lo fue, por la valentía con que enfrentó un sinfín de batallas políticas así como a sus cobardes verdugos.
Esta antología tiene el mérito de concentrar buena parte de sus obras principales, con nuevas traducciones directas del alemán y un abundante y detallista conjunto de notas que proporcionan invalorables referencias históricas y literarias para comprender los textos de Rosa Luxemburg. No me queda más para decir que recomendar enfáticamente su lectura.
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