En la madrugada del miércoles, Bella Vista fue sitiada por la Policía de Investigaciones de Santa Fe. Compartimos el relato de una vecina del barrio.
Jueves 16 de agosto de 2018
(Foto: La Capital)
Levantarse con dolor de cabeza después de una noche en Bella Vista, ya casi es cotidiano. Me voy a trabajar con sueño. Pasa que por aquí donde vivimos los olvidados por los gobiernos, siempre tenemos el sueño liviano “por las dudas”. Me voy a trabajar con sueño.
Es difícil dormir escuchando tiros, corridas y gritos que a veces solo los pasillos oscuros de la villa son testigos. No es solo aquí que ocurre, lo sé. Pero es moneda corriente ver a nuestros pibes ser reprimidos por la fuerza policial, requisados, golpeados y detenidos a veces por supuestas peleas entre bandas o simplemente porque usan gorrita o porque tienen un faso en el bolsillo. Por acá convivimos con el narcotráfico, ese negocio que causa violencia y muchas de las muertes de nuestros niños y jóvenes. ¡Cómo no me va a doler la cabeza! ¡Y el cuerpo! ¡El alma! Cuando sabes que viene otro fin de semana y seguro una madre va llorar a su hijo muerto.
Pero lo de anoche fue diferente. En casa festejamos el cumple de mi nuera pero tuvimos visitas inesperadas. Cuando salí a comprar para comer, en una de las curvas del pasillo me tope con el escuadrón de la Policía de Investigaciones de Santa Fe (PDI) armados hasta los dientes y con la cara tapada, como en las películas. Me dijeron que no podía salir a la calle, que había un operativo, que vuelva a mi casa, que en un rato nos íbamos a ver.
Al instante nos empezamos a avisar entre vecinos y pronto supimos lo que estaba sucediendo: la cana una vez más había sitiado la villa. Otra vez, como cuando nos sitio la gendarmería. Con la escusa de buscar los responsables del tiroteo producido en la Fiscalía de Rosario horas atrás, pretendían allanar casi 30 hogares. Mi hijo que volvía de la escuela, mi marido y mis sobrinos que venían de trabajar, tuvieron que esperar por más de dos horas para entrar a casa. El resto de la familia no nos quedó otra que esperar el turno de la requisa.
Comíamos arroz amarillo con pollo y agua para beber. Era lo que habíamos alcanzado a comprar antes del operativo. Estábamos sitiados. No podíamos salir ni entrar, así que en la mesa éramos la mitad de la familia. Golpearon las manos y pasaron. Como si fueran invitados uno de los policías dijo: "llegamos para los sanwichitos". Se rieron. A nosotros no nos hizo gracia. Yo lo mire a la cara y le dije:"acá no hay sanwichitos, acá hay comida de pobres. Se pone un poco cada uno y se hace un guiso". Me contesto:"me parece bien". Juro que me quede con las ganas de escupirle la cara.
Ellos mejor que nadie saben a dónde ir a buscar, pero aun así nos violentaron e intimidaron a nosotros. Solo porque la ley los ampara violaron mi intimidad, la de mis hijos y la de mis vecinos. Solo por el hecho de ser trabajadores y pobres. Estoy hastiada de la realidad. De nuestra realidad. Cada vez me queda más claro que ellos no están para cuidarnos como dicen. Esta situación me hizo acordar a épocas nefastas que vivió nuestro país, cuando desaparecían personas. Me acuerdo haber mirado en ese momento las caritas de mi hija y mi nieto y les juro que se me llenaron los ojos de lágrimas, de bronca. Yo no quiero más esto. Yo no quiero la policía dentro de mi casa, hurgando mis cosas y la de mi familia, ni en mí en mi barrio. ¡Quieren acostumbrarnos a que esto sea natural! Yo quiero mañana ir a laburar sin que me duela la cabeza, demasiado me duele el cuerpo de tanto trabajar. Estoy luchando por no acostumbrarme. Levantando las banderas con los nombres de tantos pibes que nos arrebataron, como Jonatan Herrera, Franco Casco, Pichón, Jere, Mono y Paton, y tantos otros, no podrán conmigo.