El histórico nivel de hacinamiento presente en Valparaíso genera aún más estragos en la ciudad producto del COVID19, siendo que miles de familias se han visto golpeadas por la cesantía, junto con un precario sistema de salud y vivienda.
Miércoles 24 de junio de 2020
¿Qué tan hacinados vivimos?
Los últimos días Valparaiso a visto cómo desde las partes altas de los cerros, se han realizado una serie de manifestaciones por parte de pobladores ante la falta de ayuda por parte del Estado en el marco de la pandemia que afecta al país y el mundo.
Desde hace años se viene mostrando la cruda realidad que afecta a los cerros de Valparaíso y que hoy, producto de la cuarentena total que rige sobre la ciudad, comienza a mostrar los graves efectos que tiene en la mayoría de la población más pobre y que vive día a día en el total abandono.
Uno de los problemas más complejos que sufre la ciudad y el gran Valparaíso es el alto número de campamentos que existen en la zona. Según un informe del Minvu del 2019, revelaba que el número de campamentos en la región era de 181, con 11228 hogares y 26286 personas viviendo en ellos.
Además, otro gran problema que existe en la región es el alto número de hogares que sufren con el hacinamiento. Según datos del Censo 2017 la quinta región se encuentra en el tercer lugar en número de personas por dormitorio o sin dormitorio. La región presenta más de 2500 hogares donde viven más de 5 personas por dormitorio, y 20 mil entre 2 y 5 personas.
Estos datos se combinan además con el alto número de inmigrantes que ha llegado a vivir a la ciudad. ya que según a un estudio de la fundación Techo (2017) el 25,5% de los extranjeros que viven en el país lo hacen en condición de hacinamiento, y en Valparaíso ese número se eleva a más de 1920 personas.
Todo esto ha llevado a diversos especialistas a poner la alarma sobre la situación en que se encuentra la comuna. El director del Centro de Diagnóstico e Investigación de Enfermedades Infecciosas de la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso (UV), Rodrigo Cruz, advirtió el 25 de mayo que “hoy en la región estamos teniendo un fallecido cada menos de seis horas, pero me temo que así como vamos habrá más muertos y en un menor tiempo. Para qué decir si el coronavirus se disemina ampliamente en los cerros de Valparaíso, poblaciones y tomas (…) Si esto ocurre es probable que vivamos una tragedia de proporciones, porque las características que estos presentan -son decenas de miles de viviendas pegadas unas con otras, con acceso reducido a servicios básicos y con un gran número de personas mayores en su interior, muchas de las cuales tiene problemas de movilidad o están postradas- son un caldo de cultivo ideal para el virus responsable de esta pandemia”.
Efectos psicosociales de esta situación
El crecimiento de la población conlleva a una saturación de las ciudades, lo cual va de la mano con el aumento de la pobreza, aunque si bien este crecimiento es desigual, no todas las comunas del país presentan la misma saturación. Esto se visualiza por ejemplo, en aquellas zonas más desposeídas, siendo aquellas que a su vez aumentan su población, presentando mayores índices de inmigración, menor acceso a servicios básicos y mayor abandono por el Estado. Por lo tanto, el hacinamiento y los campamentos no aparecen con la presente pandemia, sino que éstos quedan aún más en evidencia.
La cruda realidad que viven muchas personas en la región de Valparaíso en campamentos o que presentan dificultades habitacionales, causa graves estragos en su calidad de vida, no solamente por los riesgos de salud, físicos que esto implica, sino que también por las consecuencias a nivel psicológico y social. El desempleo, el confinaminamiento, la incertidumbre constante, genera ya a nivel biológico un aumento de los niveles de estrés en las personas. Y si bien ésta es una respuesta normal frente a una situación amenazante, el que la amenaza sea constante, genera un desorden de nuestro sistema nervioso, provocando que las personas se encuentren constantemente en estado de alerta y de hiper-reacción, ello conlleva por ende, un aumento sus niveles de agresividad. Sumado al hacinamiento y al confinamiento, es altamente probable que la reacción de violencia se genere hacia quienes se encuentren más cerca, es decir, la familia y el vecindario.
En el caso de la violencia, frente a un sistema que se sustenta en la opresión hacia las mujeres, implica que aquella violencia ya sea física, psicológica o sexual, sea ejercida principalmente hacia las mujeres, niñes y adultos mayores. La incertidumbre antes referida, no solamente se sitúa frente al contexto de pandemia, temiendo el contagio del virus y sus implicancias, sino que también frente al desamparo generado por un Estado que permite que se sostengan las condiciones de desigualdad.
Sumado a lo anterior, las implicancias a nivel psicológico, genera que las personas experimenten altos niveles de ansiedad, depresión, cardiopatías, etc, con las consecuencias a nivel individual y social que éstas generan, por lo que no solamente nos encontramos con problemáticas interpersonales, sino que también con graves consecuencias a la salud individual, pudiendo presentar un aumento en los deseos y acciones suicidas.
Mucho se ha hablado de ello, por parte del gobierno, refiriendo a un aumento de las atenciones y prestaciones en salud mental, sin embargo, la realidad de los campamentos y sus consecuencias a la salud física y mental son una realidad que ha estado presente en todos los gobiernos y ninguno de ellos ha dado una respuesta real a la situación. La salud mental de la población más pobre siempre ha sido deficiente, no existen horas de atención psiquiátrica o psicológica acordes a las necesidades, y de gestarse, éstas son limitadas para el total de la población y distantes en el tiempo, lo cual impide llevar procesos de intervención con la regularidad que éstos requieren, por lo que su impacto también es limitado.
Y es que frente al actual contexto de pandemia, la salud mental de las personas se ve empeorada, ya aún más de lo que estaba antes, sumado a que la atención pública es deficiente, la atención particular es impensada por los recursos económicos que ésta conlleva, y frente a una necesidad de supervivencia inmediata que se convierte en la adquisición de alimentos.
Necesitamos un plan de viviendas gestionado por la clase trabajadora y pobladores de la región.
Todos estos problemas que afectan al conjunto del pueblo trabajador no serán resueltos por empresarios, ni políticos que han defendido con uñas y dientes el actual modelo neoliberal, expresión del sistema capitalista.
Además del hacinamiento, un importante número de habitantes sufre los efectos de la alta cesantía que intenta palear a través del comercio informal, y que se ha visto impedido de generar ingresos debido a la cuarentena. De hecho, Valparaíso ha disminuido un 29% el Índice de Movilidad, lo que según los expertos es insuficiente para que la cuarentena sea un método que evite la rápida propagación del virus por la ciudad.
Y es que mientras no hayan recursos para subsistir, mientras siga existiendo las enormes necesidades de la mayoría de la población porteña, será imposible que las personas se queden en sus hogares.
Para atacar la cesantía y resolver el problema de la vivienda, necesitamos levantar un plan de emergencia que inicie con la expropiación de todos los inmuebles ociosos que existen en la ciudad y que puedan ser habilitados como residencias sanitarias o poder descongestionar los hogares que se encuentren en una situación crítica.
El Estado debe garantizar el acceso a la vivienda y palear el déficit habitacional con un plan de construcción de viviendas sociales financiado con la re-estatización el puerto de Valparaíso bajo control de sus trabajadores y el pueblo porteño. Estos recursos deberán ser destinados para la compra de insumos y entregar el trabajo para terminar con la cesantía y la informalidad.
Además, un día de ganancia portuaria serviría para la construcción de 2 Cesfam que permitiría descongestionar el sistema de salud local, y diversificar la atención médica.