La Escuela N.° 11 de San Antonio de Areco padece el flagelo de la contaminación por agrotóxicos en una de las zonas núcleo de la actividad sojera bonaerense.
Ramiro Thomás @heliotropos_
Jueves 14 de julio de 2016 10:53
En Argentina se rocían más de 350 millones de litros de agrotóxicos al año, pero no todo cae sobre superficie cultivada. La deriva de estos productos es una de las formas en que los pueblos de los alrededores a las producciones agrícolas son contaminados. La Escuela N° 11 de la localidad bonaerense de San Antonio de Areco, José Manuel Estrada, es una de las tantas escuelas fumigadas del país.
Hace tiempo que Ana Zabaloy maestra rural y exdirectora del establecimiento viene denunciando las fumigaciones que llevan a cabo los productores, a tan solo veinte metros de donde sus alumnos juegan a diario. A partir de un estudio realizado en la escuela por el Espacio Multidisciplinario de Interacción Socio-Ambiental (EMISA) perteneciente al Programa Ambiental de Extensión Universitaria de la Universidad Nacional de La Plata, encontraron presencia de más de siete químicos, todos relacionados a la actividad agrícola.
Lejos de tener las comodidades de cualquier otra institución educativa de la ciudad, esta escuela sufre a diario los embates de los grandes productores agropecuarios, ya que el edificio está rodeado de cultivos agrícolas.
Recientemente, en el marco del FINCA (Festival Internacional de Cine Ambiental) Zanaloy señaló que “[la de] las escuelas fumigadas es una realidad que se extiende no solo en la escuela 11, sino en el resto de las escuelas de San Antonio de Areco, en toda la provincia de Buenos Aires, y en tantas escuelas rurales de nuestro país”.
Las imágenes que expone la maestra hablan por sí solas. El pasto quemado se puede observar claramente, producto de las fumigaciones realizadas a pocos metros del edificio. “La primera fumigación y muy traumática, se hizo en pleno horario escolar a las 9 de la mañana, un día de mucho frío y niebla. El productor que trabaja el campo vecino, fumigaba con 2,4-D, como todos sabemos uno de los componentes del agente naranja de Vietnam. Estábamos adentro muy encerrados por el frío. Empezamos a sentir un olor terrible, fuertísimo. La primer señal de alarma es que los nenes inmediatamente lo identificaron, y ellos me dijeron ‘seño, es el olor del veneno de los mosquitos’”.
“Salgo un par de minutos a la puerta de la escuela a atender un llamado y ahí inhalo accidentalmente la neblina. Esa inhalación me produjo un adormecimiento facial que me duró 15 días, tos de 2 meses y una toma de conciencia terrible de lo que estaba pasando en la escuela”.
Esto muestra un Estado totalmente ausente que no asegura siquiera los derechos mínimos, un Estado que defiende a las corporaciones del agro y a empresas como Monsanto (creadora entre otras del 2,4-D) en detrimento de los más desposeídos, quienes día a día sufren los coletazos de un sistema que excluye, discrimina y mata.
“De repente yo perdí mi inocencia, porque cuando fui a denunciar esta situación pensaba ¿quién podía no estar a favor de la salud de los chicos? ¿Quién podía no condenar esta conducta? Y bueno, me encontré con una realidad que desconocía. Ahí se generó todo un debate. Se escucharon muchas cosas. Dudaban de mi afección. Salieron los productores a decir que las fumigaciones eran totalmente inocuas, que las derivas no existían”
El estudio que la UNLP realizó en la escuela arrojó como resultado la presencia de siete agrotóxicos distintos en muestras tomadas en el suelo de las hamacas donde los alumnos pasan sus recreos, en las pruebas de agua de lluvia, en el sector de la huerta, entre otros. “Ese análisis sirvió mucho, porque la escuela es un caso testigo de lo que pasa cuando las escuelas, los territorios, son fumigados sin piedad. Cuando los intereses económicos arrasan con todos los demás intereses, el de la salud, el de la vida, el de los derechos de los niños”, sostuvo Zabaloy.
Más tarde enfatizó que “los grandes ausentes en la provincia de Buenos Aires son los gremios docentes. Es vergonzoso. No se pronuncian en este sentido por más que se elevan notas. Tampoco existe el compromiso de la Dirección General de Escuelas. Las inspectoras reciben las notas y las elevan. Siempre las elevan. Deben estar por el cielo las notas”. Efectivamente, la burocracia sindical de sindicatos como Feb y Suteba nunca se pronunciaron sobre este tema tan delicado, ni muestran intenciones de hacerlo.
La docente expone como prueba de sus denuncias, los dibujos de los estudiantes de la escuela. Más que dibujos, son documentos irrefutables de la realidad que se vive en los pueblos fumigados.