Sebastiano Timpanaro (1923-2000) fue investigador de filología clásica, un amplio conocedor de la cultura italiana y un destacado intelectual marxista de los años de la segunda posguerra. En estas líneas retomaremos algunas de sus reflexiones que, creemos, poseen gran actualidad.
Su intervención en los debates teóricos marxistas se desarrolló en un contexto como el de la izquierda italiana de los años ‘60 y ‘70, en el que tenía un peso preponderante el PCI pero surgían también grupos y colectivos que se diferenciaban en distintas escalas de su política, como el operaismo (del que surgirían luego por distintas vías Potere Operaio en 1967 y Lotta Continua en 1969), el grupo Il Manifesto y otros agrupamientos. El Partido Socialista Italiano de Unidad Proletaria (PSIUP) fue parte de estos intentos de reagrupamientos desde la izquierda por fuera del PSI y PCI. Surgió como ruptura del PSI, cuestionando la política de alianza con la Democracia Cristiana. Estaba compuesto por distintas alas, desde una más “luxemburguista” (donde destaca Lelio Basso) a otra más afín a la alianza con el PCI, pasando por otra más radical que era muy crítica del PCI. Podríamos decir que el PSIUP era una fuerza más radical que el PCI y el PSI, pero no “extraparlamentaria”. El partido se disolvió en 1972, volviendo un sector al PSI, ingresando otro al PCI y quedando una minoría de izquierda independiente de ambos partidos que fundó el Nuevo PSIUP y, luego, el Partido de Unidad Proletaria. Timpanaro integró el PSI hasta 1964 y luego el PSIUP y el PDUP.
La preponderancia política del PCI en la Italia de los años sesenta tenía su correlato teórico e ideológico en un gran peso de la lectura gradualista y reformista de Gramsci, puesta en práctica por ese partido a la salida de la guerra, como parte de una impostación “historicista” y “humanista” más general, que a su vez era políticamente funcional a la idea de mostrar al comunismo italiano como continuidad de la tradición nacional. Otras vertientes, que se diferenciaban de esas lecturas (como las de Della Volpe o Colletti), cuestionaban el marxismo de encuadre hegeliano, pero reproducían ciertos argumentos idealistas por otras vías. Había también un modesto desarrollo del estructuralismo, por el auge de esta tendencia en Europa.
Timpanaro debatía con estas posiciones, pero iba más allá del panorama de Italia. Buscaba debatir los principales problemas señalados por el marxismo de Europa Occidental, dentro del cual le asignaba un importante peso tanto al impacto del estructuralismo como a la escuela de Frankfurt. Su posición se caracterizaba por la defensa del materialismo (denostado en ese entonces, y aún ahora, como el colmo del reduccionismo) así como una reivindicación del vínculo entre el marxismo y el pensamiento del poeta Giacomo Leopardi.
Destacaremos especialmente en este artículo los planteos desarrollados en su libro Sobre el materialismo publicado originalmente en italiano por la editorial pisana Nistri/Lischi en 1970. Fue publicado con el nombre Praxis, Materialismo y Estructuralismo en 1973 por la editorial Fontanella de Barcelona. No nos referiremos aquí a su valoración del psicoanálisis, que implica una discusión mucho más prolongada y específica [1].
Praxis y materialismo
Timpanaro consideraba que el marxismo de Europa occidental oscilaba entre diversas formas de idealismo, lo cual a su vez era una marca de toda la cultura de Occidente, impactada por la "reacción antipositivista" de principios de siglo XX. Sostenía que aquella había sido también una "reacción antimaterialista", lo cual se podía ver en el resurgimiento de teorías finalistas, espiritualistas y antievolucionistas.
Particularmente, observaba que la mayoría de las tendencias marxistas de Occidente buscaban de una forma u otra desmarcarse de la acusación de “materialismo vulgar”, ya fuera por la vía de la reivindicación de la importancia de las cuestiones superestructurales o de la cultura, ya fuera resaltando la centralidad de la categoría de la praxis. Si bien no todas las posiciones “praxiológicas” (por poner un ejemplo, la de Manuel Sacristán es una excepción clara) son exactamente iguales en este aspecto, sí era un rasgo común entre la mayoría de ellas el minimizar la cuestión de la “primacía de la materia” o de “lo material” en relación con la actividad subjetiva teórica y práctica. Frente a los manuales estalinistas que presentaban al sujeto como resultado del desarrollo de leyes universales iguales para todos los procesos, los marxismos de la praxis se centraban en destacar que precisamente esa categoría de praxis era la que permitía salir tanto del materialismo vulgar, como del idealismo. Buscaban superar una posición dualista de un sujeto que conoce y un objeto que es conocido, a través de la unidad entre sujeto y objeto que se realizaba en la praxis. Timpanaro no rechazaba en su totalidad esta interpretación, pero destacaba que en la propia praxis había elementos de “pasividad” y que la vida social estaba también condicionada por la naturaleza, así como la vida del individuo social estaba condicionada por su situación de clase, pero también por su sustrato biológico (por ejemplo porque tenemos un cuerpo que goza, sufre, se enferma, etc.).
En este debate es importante destacar que la posición de Timpanaro no consiste en contraponer el materialismo con la praxis. Su punto de apoyo es cuestionar que se pueda dar por superada la cuestión de los condicionamientos naturales de la vida social –así como los “elementos de pasividad”– que existen en la actividad práctica subjetiva. La praxis es fundamental, pero no opera en el vacío, ni social, ni físico ni biológico.
Para calibrar la importancia de las determinaciones biológicas y naturales, así como en su crítica de las concepciones del progresismo burgués, Timpanaro apelaba al poeta Giacomo Leopardi (1798-1837), una de las figuras más importantes de la literatura italiana de todas las épocas. Retomaba el "hedonismo" (la idea de que la felicidad humana se asocia al placer) así como el “pesimismo” de Leopardi, que consideraba que la infelicidad humana era una ley natural de la que nadie podía sustraerse. Timpanaro consideraba estas ideas de Leopardi como un punto de apoyo para una lectura que destacaba los “elementos de pasividad” en la relación entre la naturaleza y la sociedad. Con "elementos de pasividad" se refería a aquellas determinaciones biológicas y naturales de las que los seres humanos no pueden sustraerse a voluntad. Reconocer estos elementos, era necesario, en la mirada de Timpanaro, para recomponer una lectura del marxismo claramente separada de las distintas vertientes idealistas. En un trabajo posterior titulado Antileopardianos y neomoderados en la izquierda italiana(1982), que contenía textos publicados en 1976 y otros textos escritos especialmente para el volumen, Timpanaro rebatías los intentos de atribuirle la intención de poner en pie un “partido leopardiano”, dando cuenta de que había distintas interpretaciones de la obra del poeta, así como de sus propias tensiones. Pero destacaba las posibilidades de una lectura materialista y marxista de su pensamiento.
La discusión sobre la importancia de las determinaciones biológicas y la relación con la naturaleza estaba pensada por Timpanaro en términos de “lucha contra la naturaleza”. Buscaba señalar el error de quienes daban por totalmente superada la dependencia de la especie humana respecto de la naturaleza, suponiendo que toda la vida social se podía dar en los marcos de un “ambiente artificial” (sociedad) cuyos vínculos con el ambiente natural eran ya extremadamente mediatizados, casi inexistentes o teóricamente irrelevantes. Aunque la expresión “lucha contra la naturaleza”, leída hoy, pueda encender todas las alertas ecologistas y anti-antropocéntricas, cabe señalar que lo que Timpanaro está diciendo (quizá en un lenguaje políticamente hoy considerado incorrecto) es que los seres humanos siempre convivirán con la naturaleza, que es en sí misma irreductible a la cultura o la sociedad. Timpanaro no menosprecia la cuestión de la necesaria organización racional y cada vez más eficiente del vínculo entre sociedad humana y naturaleza (tema común a todo el marxismo), pero afirma la existencia de un elemento “irreductible” en ese vínculo: no se puede “superar” totalmente los condicionamientos naturales y biológicos de la vida social, así como tampoco se puede dominar la naturaleza en términos absolutos. Estas reflexiones bien pueden acompasarse, desde el punto de vista de los fundamentos, con las de las tendencias marxistas más sensibles a la cuestión ecológica, aunque no haya sido tratada de manera específica en el libro de Timpanaro.
El legado de Engels y la polémica con Lucio Colletti
Timpanaro dedica un texto muy interesante a la polémica con Lucio Colletti, quizás hoy más conocido por haberse pasado al bando de Berlusconi que por sus obras teóricas, que en su momento tuvieron bastante peso en el debate entre marxistas hegelianos y anti-hegelianos. Los trabajos de Colletti que toma en cuenta Timpanaro son el libro El marxismo y Hegel y la introducción del mismo autor al libro de Bernstein Socialismo y socialdemocracia. Y una de las principales cuestiones que discute contra Colletti es precisamente el “anti-engelsismo”.
Timpanaro aclaraba de antemano que la mala valoración de Engels no era un invento de Colletti, sino una posición común a diversas variantes del marxismo del siglo XX. Esto tenía su origen en el hecho de que las tendencias predominantes en el pensamiento burgués, desde el comienzo de ese siglo, se alejaban del materialismo filosófico. Fueran cuales fuesen su diferencias, en su anti-materialismo coincidían el empiriocriticismo, el bergsonismo, el crocianismo, la fenomenología, el neopositivismo y el estructuralismo. Los marxismos que de diversas maneras habían sido influidos por estas corrientes veían en Engels a un materialista determinista, naturalista y vulgar. Esta lectura era a la vez exegéticamente falsa (aunque Engels y Marx no eran gemelos, sus diferencias no eran tan grandes como se pretendía) y filosóficamente perezosa: del rechazo a las formas vulgares y pre-críticas de materialismo no se deduce, sin más, el abandono de cualquier forma de materialismo.
En el caso particular de Colletti, la condena de Engels no venía de la mano de una reivindicación de las corrientes filosóficas del Novecento, sino de una revalorización de los vínculos posibles del marxismo con la filosofía de Kant. Recordemos que Colletti retomaba la afirmación de Marx de que Hegel transformaba a las instituciones históricas de la familia y el Estado en la encarnación del Espíritu, invirtiendo la relación de enunciación entre sujeto y predicado y por ende entre sujetos reales y construcción teórica. Caracterizando la abstracción hegeliana como una “abstracción indeterminada”, por presentar a los sujetos reales como derivados de un sujeto abstracto inventado, Colletti le contraponía el modo de construir abstracciones teóricas de Marx como “abstracción determinada”, es decir, conceptualizaciones basadas en los sujetos concretos y no en la inversión de la relación entre sujeto y predicado. De ahí que Colletti reivindicara para el marxismo la figura del intelecto que Kant caracterizaba por el procedimiento del análisis. Vale decir: la separación de los diversos elementos de una realidad bajo estudio para lograr su comprensión.
Timpanaro señalaba que en el retorno a Kant que pretendía Colletti se perdía mucho más de lo que se podía ganar, ya que los aspectos materialistas de Kant (reconocimiento de una realidad exterior al sujeto) se orientaban más hacia un “realismo” (cuestión que podía ser compartida incluso con Platón o pensadores escolásticos) y no iban acompañados de una comprensión profunda del carácter objetivo de la propia actividad subjetiva (crítica de Marx a Feuerbach, que el propio Colletti volvía contra Kant) a lo que, agregaba Timpanaro, habría que sumar el hecho de que el reconocimiento de una realidad exterior al sujeto cognoscente iba acompañado de una subsunción de esa realidad en la experiencia. Con ello se quitaba con el codo lo que se concedía con la mano, y la irreductibilidad del mundo físico-biológico, natural, quedaba disuelta de hecho, si no de derecho.
A su vez, criticaba la lectura de Colletti sobre Engels, en tanto apelaba a la errónea identificación de Engels como un cultor de la acrítica impostación de la dialéctica de la naturaleza según Hegel. Es que precisamente la diferencia no podía ser mayor en la medida en que, para Hegel, la naturaleza era el Espíritu alienado en el espacio, lo que significa que la naturaleza no tenía historia. Esto era precisamente lo contrario de los intentos de Engels de sistematizar algunas reflexiones sobre la relación entre marxismo, dialéctica y ciencias naturales. En ellas, el amigo y compañero de militancia de Marx se basaba en el cambio fundamental que había implicado la teoría de la evolución de Darwin para poder comprender la naturaleza y sus cambios, la historia de la propia naturaleza y a su vez la de las ciencias naturales.
En cuanto al problema de la “dialéctica de la naturaleza”, si bien Timpanaro señalaba algunos posibles excesos “hegelianos” de Engels, sobre todo relativos a la posibilidad de una sistematización en sentido dialéctico de los desarrollos de la ciencia retomando la vieja “Filosofía de la Naturaleza”, los consideraba limitados. Para Timpanaro, el abordaje de Engels (compartido por Max) sobre el problema era sencillo en su postulación, aunque más complejo en su contrastación: siempre habían considerado que las leyes de desarrollo dialéctico no eran leyes de la construcción conceptual o de la actividad del sujeto, sino leyes operantes en la realidad, al mismo tiempo que era necesario trabajar sobre la comprensión de las cosas para explicar la forma específica y alcances de esas leyes (tanto como precisar el sentido específico de “ley”). En este sentido, para Timpanaro resultaba insostenible el intento de adjudicar un “materialismo dialéctico grosero” a Engels y presentar a Marx como un filósofo sutil y compatible con las tendencias filosóficas del pensamiento burgués del siglo XX.
Un punto muy importante de la valoración de Engels por Timpanaro, relacionado con la anterior cuestión que marcábamos sobre la dependencia de la sociedad respecto de la naturaleza, es que en Engels no había una concepción de progreso humano ilimitado. Había señalado con toda claridad la posibilidad de extinción de la especie humana por la propia extinción biológica del planeta, producto de la muerte del sol, tanto como la imposibilidad de “superar” definitivamente la diferencia entre sociedad y naturaleza, a través de un dominio absoluto de esta última. Desde aquí, no era sostenible la presentación de un Engels hegeliano ni uno positivista.
Por último, es muy importante destacar que la insistencia de Timpanaro en los componentes de “pasividad” de la realidad, de los elementos irreductibles a la cultura (y a la política) no pretendía instar a la pasividad política. Procuraba, más bien, desarrollar una praxis con los pies sobre la tierra. El siguiente pasaje es elocuente al respecto:
... ¿por qué insistir en el elemento de pasividad? Por el hecho de que gran parte de la filosofía moderna, incluida, incluidas algunas formas de marxismo, se caracteriza por un determinado uso ideológico de la gnoseología, que, vaciando la realidad externa, tiende a fundamentar una libertad humana ilusoria y mixtificada y con ello a eludir el problema de la liberación efectiva del hombre. Para rechazar ese uso ideológico hay que afirmar que el “lado activo” de la experiencia es, precisamente, sólo un lado y no el proceso entero [2].
El estructuralismo: ¿materialista o idealista?
Timpanaro dedica también una reconstrucción detallista al desarrollo del estructuralismo en la lingüística, para luego analizar su extensión a otras disciplinas, como parte del combate por el materialismo.
Analizando las posiciones de los neogramáticos, la escuela historicista y sobre todo de Saussure, destaca en el autor del Curso de Lingüística General sus oscilaciones entre una posición materialista y una idealista, en la definición de la relación entre la langue como sistema estructurado y la parole como práctica en la que había un mayor lugar para la accidentalidad y la novedad, que limitaba mucho las posibilidades de que los cambios en la esfera de la parole pudieran dar lugar a la constitución de nuevas leyes que repercutieran en la estructura de la langue. Asimismo, Timpanaro señalaba que el propio Saussure ponía límites a la idea de la arbitrariedad del signo, dejando la posibilidad de que la constitución de relaciones entre significante y significado tuviera que ver con el desarrollo histórico. Analizando los enfoques de la escuela de Copenague y la escuela de Praga, Timpanaro sostenía que el estructuralismo lingüístico se había desarrollado bajo la tensión de dos tendencias antimaterialistas. Una de ellas era la platónico-matematizante y la otra era la espiritualista tipo Bergson, además de las tendencias evolucionistas antidarwinianas en biología (influyentes en una figura fundamental de la escuela de Praga como Jakobson).
Tomando muy en serio a las tendencias estructuralistas en el plano lingüístico, Timpanaro cuestionaba con sorna los resultados de su extensión a otras disciplinas, trayendo a colación ciertas extravagancias verbalistas de Lévi-Strauss y sus contradicciones entre pretender presentar su Antropología estructural como una ciencia matematizante y a la vez sugerir que la misma tiene un carácter estético solo accesible a su propio autor.
Más allá de Lévi-Strauss, las propias oscilaciones del estructuralismo lingüístico, hacían que para Timpanaro resultara incompatible el estructuralismo con el marxismo y, por eso, veía como extravagante la tentativa althusseriana. Debemos decir aquí que las críticas que le realiza a Althusser parecen un poco superficiales. Por un lado, da por descontado que es un autor de poca seriedad, pero por otro le atribuye posiciones que este no sostuvo. Particularmente, la explicación de que para Althusser el capitalismo no tiene crisis porque es una estructura autosuficiente, no parecería sostenible ni siquiera en la etapa teoricista. De hecho, las reflexiones del filósofo argelino-francés en “Contradicción y sobredereminación” van en sentido contrario. Pero, más que nada, Althusser sostiene de manera explícita la tesis contraria a la que Timpanaro le atribuye a partir del balance del mayo francés (anterior a la publicación de este libro en italiano en 1970), en el que toma la crisis del imperialismo a nivel internacional como lo que explica la emergencia de la juventud, entre otras cuestiones.
Los dardos de Timpanaro se dirigen también hacia Foucault y, más en general, hacia el postestructuralismo, respecto del cual plantea un análisis “profético”:
Por tanto, con pocas o parciales excepciones, el postestructuralismo parece destinado, por el momento, a moverse en el círculo cerrado de rotación de diversas formas de idealismo en que se mueve desde hace muchos decenios la cultura occidental, y del que sólo podrá sacarla una nueva situación político social [3].
Vigencia del materialismo
Las reflexiones de Timpanaro que venimos comentando resultarían casi incomprensibles por fuera del contexto de discusión en el que le tocó realizar sus intervenciones. Pero en buena medida transcienden ese contexto, porque Timpanaro buscó desarrollar una mirada crítica no solamente de determinadas posiciones, sino de los términos generales en que se planteaban los contornos del debate. Sus intervenciones muestran bien los límites de los marxismos hegelianos y antihegelianos en que se dividieron las tendencias del marxismo de Europa Occidental en la segunda posguerra, pero también dan ciertas pistas para pensar hoy la reconstrucción del marxismo en sus múltiples y complejas aristas, sin volver a poner en pie impostaciones unilaterales.
Pero también se puede considerar, como vimos en su hipótesis sobre el postestructuralismo, que Timpanaro adelantó ciertos tópicos de la crítica marxista del posmodernismo. Sin ninguna duda, hubiera estado de acuerdo con Terry Eagleton cuando afirmó:
Puede que la gente que se prende fuego a sí misma no sienta dolor, pero si arden lo suficiente, perecen. A este respecto, la naturaleza es la que se halla con la victoria final, y no la cultura; victoria habitualmente conocida como muerte. Hablando culturalmente, la muerte se interpreta casi de infinitas formas: como un martirio, como un sacrificio ritual, como una bendita exoneración de la agonía, como la dicha de liberar del sufrimiento a tu familia, como un final biológico natural, como unión con el cosmos, como símbolo de la futilidad extrema, y como muchas otras cosas. Pero, por muchos sentidos que le demos, el caso es que morimos. La muerte es el límite del discurso, no un producto de él [4].
En medio de una cultura exorbitantemente alimentada de excesos astronómicos sobre la capacidad del lenguaje, el discurso o la cultura para construir la realidad, sobrios recordatorios como el de Eagleton son necesarios para superar la resaca de las borracheras posmodernas. Pero si el crítico irlandés se enfrentaba a esos excesos cuando los mismos se habían convertido en sentido común, Timpanaro los desnudó y denunció cuando recién asomaban la cabeza.
A su vez, las apelaciones a Leopardi, a la importancia de volver a rescatar la tradición materialista y los “elementos de pasividad” en la relación sujeto-objeto y naturaleza-sociedad, tienen un cierto carácter extemporáneo que por otra vía las vuelve actuales.
Particularmente, esta situación histórica del capitalismo pone de relieve lo destructivo que es su modo de organizar la relación entre la naturaleza y la sociedad humana, que es un tema que en el marxismo viene ganando peso desde las últimas cuatro décadas, pero estuvo presente en buena medida en el propio pensamiento de Marx y Engels, como han puesto de relieve autores diversos, desde Manuel Sacristán hasta John Bellamy-Foster.
En este sentido, el rescate por Timpanaro de la importancia de los condicionamientos biológicos y naturales de la realidad social, incluida la práctica de los individuos agrupados en clases, resulta fundamental para volver a pensar la posibilidad de una organización racional de la relación entre sociedad y naturaleza como parte de la lucha por el comunismo.
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