La prostitución es popularmente conocida como “el oficio más antiguo del mundo”.
Jueves 7 de abril de 2016 00:05
Sus orígenes se remontan al inicio de las sociedades de clase, cuando surgen la propiedad privada, la familia y el Estado. Desde las hetairas de la Antigua Grecia, en más de veinticinco siglos de existencia, la prostitución ha sido el centro de numerosos debates, religiosos, morales, teóricos y políticos, suscitando diversas controversias también en el feminismo.
“¿No hemos visto que en el mundo moderno la prostitución y la monogamia, aunque antagónicas, son inseparables, como polos de un mismo orden social?”, se preguntaba Federico Engels en El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Para él, no podía separarse la prostitución, del surgimiento de la familia como institución social y jurídica mediante la cual, los varones de las clases dominantes controlaban la sexualidad y la capacidad reproductiva de las mujeres, para garantizarse la legitimidad de su descendencia. (ver Una institución milenaria)
Cuerpos para la industria
Con el surgimiento y auge del capitalismo, en el siglo XIX, las terribles condiciones de explotación del trabajo asalariado que sometieron a familias enteras en las fábricas de las grandes urbes, empujaron a miles de mujeres a la prostitución, para garantizar su supervivencia y la de sus hijas e hijos. Casi no hay ningún socialista de ese período que no haya prestado atención a este fenómeno social, escribiendo sobre la degradación de las mujeres del pueblo pobre, condenadas a una existencia miserable por el mismo sistema social que se basaba en la creación ingente de riquezas.
Durante las últimas décadas, la explotación sexual de las mujeres se convirtió en una de las industrias más importantes a nivel mundial. Según datos de la ONU, se estima en 2,5 millones el número de personas víctimas de la trata. Pero al mismo tiempo, advierten que, por cada víctima de trata identificada, existen alrededor de 20 víctimas más aún sin identificar. La mitad de las víctimas de trata son menores de 18 años y se calcula que dos tercios son mujeres, en su amplia mayoría, sometidas a explotación sexual, mientras un 18% ha sido sometido a explotación laboral o trabajos forzados. La trata de mujeres, niñas y niños para la explotación sexual se estima que genera más de 32 mil millones de dólares de ganancias para los explotadores, cada año, reduciendo a su mínima expresión a la prostitución individual y voluntaria.
Por esa enorme expansión y las ingentes ganancias que reditúa, todas las actividades relacionadas con la industria del sexo –desde la pornografía, hasta el turismo sexual- se alimentan, según demuestra Sheila Jeffreys en su libro La industria de la vagina, del secuestro masivo de niñas y mujeres para la prostitución. La autora advierte que de la mano de la liberalización de las fronteras para el flujo de capitales, también fluyen los grandes “negocios” clandestinos, como la venta de armas, el narcotráfico y el tráfico de personas para su explotación sexual o laboral.
¿Abolicionismo o Regulación?
La proliferación de las redes de trata, reabrió un viejo debate sobre la prostitución que recorre la historia del feminismo. “Esta situación actual, reconfiguró viejos debates del siglo XIX, entre ‘regulacionistas’ y ‘abolicionistas’. Mientras el regulacionismo ‘propone que el Estado legalice la prostitución y, por lo tanto, se reglamente la instalación de prostíbulos, las formas de explotación de las mujeres, los controles sanitarios’; el ‘abolicionismo’ considera a la prostitución como una forma de violencia contra las mujeres, combate el proxenetismo y considera que podría desterrarse con campañas educativas contra el consumo de prostitución, la penalización de los clientes o la prohibición legal de su ejercicio”, describe Andrea D’Atri en su artículo Pecados&Capitales.
Ambas posturas tienen un punto en común: tanto abolicionistas como regulacionistas depositan expectativas en que la solución respecto de la situación actual de las personas en situación de prostitución, provenga del Estado; el mismo estado capitalista que se sostiene en la explotación que ejerce un puñado de propietarios de los medios de producción sobre millones de asalariados, que es garante de la opresión de las mujeres y cómplice del negocio de la trata para la explotación sexual.
Quienes sostienen posiciones regulacionistas se niegan a reconocer que, aún en los países en los que fue regulada la prostitución, prolifera un circuito ilegal donde “está permitido” todo aquello que la regulación estatal impide (la explotación sexual infantil, la violencia física no consentida contra las mujeres, etc.) y si no, otras regiones u otros países ofrecen esos “servicios” al consumidor que encuentra un límite a sus fantasías en la legislación vigente. Quienes sostienen posturas abolicionistas, por otra parte, no advierten que la sanción del cliente como medida central para eliminar la prostitución, es apenas una utopía en una sociedad donde la explotación y comercialización de toda la existencia humana, incluyendo los cuerpos de las mujeres para la prostitución, es estructural. Algo contra lo cual, las medidas punitivas son impotentes.
Sin explotación no hay prostitución
No somos regulacionistas, sin embargo, no dudamos en exigirle al Estado capitalista y sus gobiernos que garanticen igualdad de oportunidades para todas las mujeres, lo que implica no sólo el acceso a la formación y el trabajo de todas aquellas que recurren a la prostitución como último recurso para la subsistencia, sino también el pleno acceso a la salud, la vivienda y a un salario que cubra los costos de la canasta familiar. Lo hacemos al tiempo que denunciamos la persecución, estigmatización y represión que las fuerzas policiales contra las personas en situación de prostitución, como también la connivencia de estas fuerzas represivas del Estado con el poder político, judicial y los proxenetas.
Aspiramos a una sociedad en la que sea abolida la explotación de los seres humanos, incluyendo la explotación sexual. Pero somos conscientes de que la abolición de la prostitución no puede depender del mismo Estado capitalista y proxeneta que se sostiene en la explotación del trabajo asalariado de millones de personas, en el trabajo doméstico gratuito que mayoritariamente realizan las mujeres, en la división entre los explotados mediante el machismo, la homofobia, el racismo o el nacionalismo. La abolición de la prostitución sólo se alcanzará con la eliminación de la explotación de la inmensa mayoría de la humanidad por un puñado de parásitos y con la abolición del Estado de esa misma clase parasitaria.
Para eso es necesario que la clase trabajadora conquiste el poder y establezca un Estado transicional en el que finalmente desaparezcan las clases sociales y en perspectiva se acabe con la opresión de las mujeres. Ésa es la lucha –compleja y consciente- de la que nos sentimos parte las mujeres de Pan y Rosas, mientras junto a miles de mujeres que no comparten la misma perspectiva, enfrentamos a las redes de trata, denunciamos las complicidades del Estado con los proxenetas, acompañamos y nos solidarizamos con las víctimas y defendemos el derecho ineludible de las mujeres que ejercen la prostitución a autoorganizarse contra la persecución policial y en la lucha por sus derechos, sin injerencia de terceros, es decir, con absoluta independencia de los explotadores y del Estado.
1- Andrea D’Atri (2014), “Pecados&Capitales”, revista Ideas de Izquierda Nº 7, marzo.