Esteban Badell Acosta, Mariana Busetto, Ramiro Poce y María Ofelia Santucho brindaron su testimonio en el juicio que se lleva a cabo por los crímenes cometidos en los Pozos de Quilmes, Banfield y Lanús. Hijos, hijas, sobrinos que van rearmando la historia familiar de a pedazos en el largo camino de una justicia que llega a cuentagotas.

Valeria Jasper @ValeriaMachluk
Sábado 7 de agosto de 2021 16:52
Esteban Badell Acosta: "Hasta el día de hoy no duermo bien"
Esteban Badell Acosta vive en Santiago de Chile, una de sus mitades, la tierra de su madre. La tierra que lo rescató del infierno que vivía en Argentina, su otra mitad; a la que, cuando viaja, lo hace aún "con temor, viendo si me siguen".
El 28 de septiembre de 1976 Esteban Badel (33) y María Eliana Acosta (34) fueron secuestrados de su casa en la localidad de City Bell, partido de La Plata. Los hijos de la pareja se encontraban en la habitación. Una persona de civil y con una ametralladora les dijo “No griten”. Al día siguiente los niños fueron llevados a la casa de su tío policía, Tadeo Rojas. Esteban recuerda que al contarles lo sucedido su tío ni se inmutó. “Como si le hubiéramos dicho que salió el sol”. A los dos días entregaron el cuerpo de su padre, quien murió durante la tortura en Arana. Algo que recordó con fuerza, fueron las palabras que dijo Rojas en el velatorio de su padre: “me prometieron que me lo iban a entregar vivo”.
Los hermanos Badell Acosta quedaron al cuidado de los Rojas, más bien quedaron en lo que se volvería un calvario. Sufrieron golpes, maltratos, humillaciones principalmente por parte de su tía; durante dos años y medio durmieron debajo de la mesa del comedor, apenas los alimentaban. “Nos pegaban con palos, correas, zapatos. Éramos poca cosa, no teníamos valor en esa familia”, declaró con dolor Esteban Badell Acosta.
Todo el tiempo, la familia Rojas desprestigiaba a la madre de los Badell Acosta, la consideraban culpable de la muerte de los dos hermanos por haberlos iniciado en la militancia. La familia materna, residente en Chile, quiso ponerse en contacto con los niños, pero Tadeo Rojas los amenazó de forma permanente, incluso escondió cartas que enviaban desde el país vecino. En 1978 su abuelo paterno llegó a viajar a Argentina, pero no pudo hacer nada.
Esteban siempre sospechó de la participación de su tío en la desaparición de su madre. Lo confirmó cuando Rojas le aseguró que “solo cumplió órdenes”. Sobre el destino de Eliana Acosta, Rojas mencionó que pasó por el Pozo de Quilmes y fue arrojada en una fosa común.
Recién en 1986, gracias a la lucha de su familia chilena y el trabajo de Abuelas, pudieron ser recuperados y salir para Chile. “Hasta el día de hoy no duermo bien. Pensar en ir a Chile nos sostuvo para soportar tanta humillación”, manifestó Esteban Badell Acosta con un inmenso dolor en su voz al final de su testimonio; a lo que agregó: “Me gusta Argentina, pero no puedo vivir allá, el temor me gana”. Secuelas de un genocidio en primera persona y que aún perduran.
Mariana Busetto y Ramiro Poce: “Los hijos tenemos muchos ´hubiera´ en nuestra historia”
Osvaldo Busetto tenía 30 años cuando fue secuestrado el 9 de septiembre de 1976 en la esquina de las calles 7 y 54 de la ciudad de La Plata. Trabajaba como bombero de la policía y había empezado a militar en el ERP. Todo lo que Mariana pudo reconstruir de su padre fue por la familia, los amigos y compañeros de su padre. Pudo saber que fue baleado al momento de su secuestro, operado en el Hospital Naval y trasladado a Arana. Allí se encontró con su pareja, quien también había sido secuestrada.
Supo por testimonios de compañeros y compañeras que compartieron cautiverio que estuvo en los Pozos de Quilmes y Banfield hasta el mes de diciembre y nadie más supo de él. Los relatos de sobrevivientes afirmaron que Osvaldo animaba de forma constante a los pibes más chicos. “Ante la magnitud de lo que vivían, saber de su fortaleza me enorgullece. Entendí y lo admiré mucho, se llevaron a muchos que eran así”, afirmó en su declaración con sobrada emoción.
Mariana relató que su abuela paterna fue clave en la lucha por la memoria de su padre: le regaló el libro sobre La noche de los Lápices, buscó a Pablo Díaz y pudo saber un poco más sobre su padre. Así mismo afirmó que tras una infancia dura, la conformación de la agrupación HIJOS fue una salvación: “Ya no estaba sola”. Hacia el final de su declaración, sostuvo que estos juicios pueden brindar algún tipo de reparación, pero no es suficiente ya que, para ella, los represores “siguen cometiendo delitos porque callan. No dicen dónde están los niños apropiados ni los huesos de los nuestros”, afirmando que “fue un genocidio, no fue otra cosa”.
Ramiro Poce brindó testimonio por sus tíos Julito Poce y Graciela Pernas. No había nacido cuando fueron secuestrados y todo lo sabido fue por la incansable búsqueda y posterior reconstrucción de lo sucedido por parte de su abuelo Julio Poce, quien dejó una gran cantidad de documentación.
La pareja formaba parte de OCPO (Organización Comunista Poder Obrero). El 19 de octubre de 1976 fueron secuestrados de su domicilio en el barrio de Flores. Fueron llevados a Puente 12, en noviembre pasaron a Banfield hasta el mes de diciembre, última vez que los vieron. El 9 de diciembre de 1978 fue secuestrado Ricardo, hermano de Julito y padre de Ramiro.
Rescató en su declaración el activismo de sus abuelos paternos tanto en Madres de Plaza de Mayo como en la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos. Su abuelo llegó a entrevistarse con quien fuera la mano derecha de Suarez Mason. Mientras el coronel fundamentó la actuación de las fuerzas “en defensa de la patria”, Poce le retrucó “nosotros en el hospital de niños hacemos más por la patria que ustedes”.
Sobre el desarrollo de los juicios el testigo aseveró que tienen un valor importante, pero llegan tarde. “Es una cuenta pendiente, ya pasaron 45 años”. Finalizó su testimonio dedicándoselo a modo de homenaje a todos los desaparecidos de su familia.
María Ofelia Santucho: el secuestro de los niños
María tenía 15 años cuando fue secuestrada junto a su madre, sus dos hermanas de 13 y 10 años, cuatro primos (hijos de Roberto de 14, 13, 12 y 9 meses) y Esteban Abdón de 4 años, hijo de un compañero de la organización. Previo al relato particular del secuestro, María inició su testimonio con el recuerdo de cuatro mujeres que la han acompañado a lo largo de su vida: Graciela Santucho, Manuela Santucho, Cristina Navajas de Santucho y Adriana Calvo. “Estas mujeres están en el altar de mi vida como mujeres, madres, compañeras, militantes y guerrilleras”, afirmó.
La familia Santucho fue una de las tantas familias que fue perseguida durante los años 70. Desaparecidos, asesinados, presos, exiliados. Entre ellos su padre, Oscar Asdrúbar Santucho, quien ya era perseguido en Santiago del Estero. Habiéndose mudado a la localidad de Morón, la casa se había convertido en sitio de reuniones de la dirigencia de la organización. En mayo de 1974 Oscar cae asesinado en Tucumán.
El 8 de diciembre de 1975, durante el festejo de cumpleaños que habían organizado para Esteban, ingresó una patota de al menos 15 personas, al grito de “los vamos a matar a todos, dónde están las armas”. Mientras destruían y saqueaban la casa, los niños fueron maniatados y empujados contra la pared. Recuerda, con dolor, la frase de uno de la patota: “No busquen más, son de la familia Santucho”.
Los subieron a varios autos, acostados en el piso. María Ofelia escuchó que uno preguntó a cuánto quedaba Campo de Mayo. Tenía la certeza de que los llevaban a la muerte. Luego supo que estuvo en Puente 12. Allí fue golpeada y abusada. “A vos te van a coger todos los soldados”, tiempo después comprendió la magnitud de lo sucedido en cuanto a los delitos sexuales. Mencionó al coronel Peirano, cuyo verdadero nombre es Carlos Españadero, quien la interrogó sobre su familia.
Todos los niños Santucho fueron trasladados al pozo de Quilmes donde permanecieron en celdas. Allí recuerda un episodio donde una mujer quiso llevarse al bebé y todas las mujeres de la familia se abalanzaron sobre ella para proteger al pequeño. Hecho similar que vivió Adriana Calvo con su hija Teresa.
Luego de unos días llegaría la madre de las chicas Santucho y fue el propio Españadero quien sacó a toda la familia y los llevó a un hotel en Flores. Una tarde, el represor lleva a la madre a buscar ropa limpia. En eso llegan compañeras de la organización para informarles que habían conseguido llevarlos a la Embajada de Cuba. Cuando regresó su madre, los niños ya habían sido llevados. María Ofelia, su madre y una de sus hermanas tomaron un taxi y fueron a la embajada. En diciembre de 1976 partieron hacia Cuba.
“Somos sobrevivientes. Ser reconocida y querida como hija de alguien que dio su vida para cambiar el mundo fue muy sanador y lo sigue siendo. Pero cada vez que hablo es un desgarro profundo, la fractura sigue allí”, manifestó María Ofelia. Al concluir recordó a su madre, quien nunca olvidó las circunstancias de lo sucedido a pesar de su pérdida de memoria y manifestó la obligación de dejarle a sus hijas y nietos la certeza de que ningún crimen debe quedar impune, aún cuando las víctimas no estén.