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Series. Stranger things o la insoportable seducción de los 80

Como en un cuento fantástico donde los niños recogen migas en el bosque, en Stranger things podemos recoger guiños a joyas clásicas del cine y a una época en particular: los 80.

Octavio Crivaro

Octavio Crivaro @OctavioCrivaro

Domingo 7 de agosto de 2016

Stranger things pegó fuerte en todos los que la vieron. Partamos de ahí. Nadie puede sentirse discriminado, porque todos vibraron con su relato de aventura, su relato emblemático de ciencia ficción y sus gags oscuros más típicos del cine del terror.

El género del terror, de hecho, que hoy busca renovarse de las maneras más retorcidas e imbéciles, con la apelación a inexistentes sádicos que torturan por aburrimiento, a criaturas inexplicables y a gente que hace daño por exceso de tiempo libre, vuelve con Stranger things a hablar la lengua materna del género. Regresa a ese terror más clásico, a ese lenguaje que busca dar miedo apelando a figuras arquetípicas. Monstruos, dimensiones desconocidas y niños. Punto. ¿Qué puede fallar, así? Pero Stranger things no es una historia de terror estrictamente, así que olvídese de esto y sigamos.

Uno, dos, mil guiños a los 80

Dijimos que Stranger things gustó a todos. Si a su amigo no le gustó, seguramente no sea tan buen amigo. Piénselo. Porque Stranger things le gustó a todos. Pero a algunos les gustó más que a otros. Hay un sector social, o mejor dicho etario, una muestra en especial. Muestran las primeras canas, miran con preocupación las ojeras que amenazan los alrededores de los ojos, analizan fríamente los avances militares de la calvicie a los laterales de la frente. Hablamos de los y las que pasaron su infancia en los 80. La sociedad juzgonamente los llama treintones.
Ahí entra Stranger things, con su verdadero batallón de guiños, símbolos y detalles que exacerban el mito de una época bisagra, los 80. Todo, todo, todo en esta serie que nos enamora nos remite a los 80. La fotografía “retro”, las bicicletas choperas, la música de inicio con indisimulable olor a serie ochentosa, los jopos, los chalecos inflables, los sótanos “búnker” para niños inquietos, todo es un homenaje a los 80 en general y al cine y la música ochentosa en particular.

“Losochenta” como marca

Hay cosas en las que es imposible huir de la sombra china de los 80. La década del 80 es una bisagra histórica que viene luego del “ya no más” de la convulsiva e históricamente creativa década del 70 y el “todavía no” de los 90, con su halo de derrota política social y cultural llamado neoliberalismo.

Hay músicos que vienen desde antes, desde mucho antes de los 80, pero que lograron reciclarse y volverse íconos de este momento histórico. Pongamos David Bowie. Hay otras exponentes que sintetizaron tan perfectamente el espíritu de una época, que nacen en los 80 pero probablemente no mueran nunca: Madonna. En nuestro país, se apiñan Sumo, Virus, Los abuelos para expresar como un grito borracho, el menjunje de rebeldía, hastío, destape y confusión de los 80 post dictadura.

Por eso. Los 80 son una época rara, indefinible, un cúmulo de sensaciones y estéticas de tránsito. Y ahí entra Stranger things para recordárnoslo.

¿Me quedo o me voy?

The Clash es una banda que sintetiza casi matemáticamente los explosivos años 70 en la Gran Bretaña, con su grito de guerra contra un ajuste que ya empezaba antes que Thatcher, contra el ascenso de sectores de ultraderecha y contra la impronta vetusta de la corona de los Winsdor. Pero también tiene su veta ochentosa, que se aleja del rudo punk, de sus incursiones de dub jamaiquino y de las decenas de estilos que visitó esta enorme banda. Should I stay or should I go, un clásico escrito por Mick Jones en 1981 y que vio la luz con el disco Combat Rock, es la manera que tiene Will de Stranger things para hablar desde el más allá, desde esa dimensión carcelaria en la que se encuentra, desde “Upside down”. Sí: Will, en esta serie que rememora los 80, habla a través del más ochentoso de los temas de The Clash. Definitivamente nos quieren enamorar.

Pero no solamente se quedan aquí los “links” ochentosos. No hay que ser un genio cinéfilo o un erudito del cine, para ver un “homenaje a cielo abierto” a ET en la persecución de las camionetas del oscuro Ministerio de Energía a los niños en bicicletas. Casi que uno puede verlo al simpático de Spielberg aplaudiendo a sus respetuosos emuladores. Cambie usted al tierno ExtraTerrestre por la amorosa y combativa Eleven, y la escena es un calco. ET nace en 1982. Stranger things se ambienta en 1983. Nada que agregar. Paréntesis necesario: amamos a Eleven.

Cuenta conmigo y con los muchachos

La complicidad lúdica de los niños protagonistas, su búsqueda incondicional de su amigo desaparecido, la certeza inflexible de que lo saben vivo, la unión inquebrantable de los tres (e Eleven) parece decir con ternura: cuenta conmigo, una ofrenda a la amistad y la camaradería juvenil. Pero Stranger things en sí misma es una ofrenda, además, a la maravillosa y entrañable Cuenta conmigo, con mayúscula, film ambientado en los 50, pero filmado en 1986, que inmortalizó (a) River Phoenix.

Lo mostro

El monstruo, lo oscuro que busca salir de la pared y elastiza los límites del muro, las fronteras entre dimensiones, arquea los contornos de lo firme y parece decirle “hola” a las intromisiones del temible Freddy Krueger, nacido en 1984, donde el hombre de la garra incorporada sugería sus ganas de entrar y hacer macanas desde adentro de una panza, debajo de una cama, dentro de un techo, o donde fuera.

Por último, la inquietante presencia implícita de algo oscuro que aunque no está presente, puede aparecer, y el ida y vuelta agridulce entre lo lúdico y lo macabro, así como la ambientación de la película, ese apacible sitio donde acontecen cosas terribles, parecen pintar en el aire el rostro inolvidable del payaso de It. En los elogios de Stephen King a la joven actriz que encarna Eleven parece confirmarse que el propio padre del cine del terror ochentoso, se siente halagado.

Divididos por la felicidad

La música en el cine no es un mero suspiro de fondo sino que es parte inescindible de la escenografía, de lo que uno ve, de lo que buscan que uno sienta. La presencia de Joy Division entre la banda sonora de Stranger things, en tal caso, no es gratuita ni aleatoria. Si bien esta banda arquetípica del post punk tocó sus canciones desesperadas en los 70, el 18 de mayo de 1980 el enorme Ian Curtis puso el disco The Idiot de Iggy Pop, escribió una despedida a su esposa y se ahorcó, volviéndose un referente inesquivable de la música de las últimas décadas en general, y de la década del 80 en particular.
Don´t walk away, in silence (No te alejes, en silencio), decía Ian, desesperadamente. Estamos aquí, esperando la segunda temporada de Stranger things. Mientras tanto, nos quedamos escribiendo, solos, en silencio.


Octavio Crivaro

Sociólogo, dirigente del PTS y candidato nacional por el Frente de Izquierda-Unidad en Santa Fe.

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