Syd Barrett a pesar de pelear con una psiquis frágil, que canalizo a través de las drogas, construyó con el resto de Pink Floyd - incluyendo Gilmour - una de las creaciones artísticas que rompen la barrera del sonido a fuerza de atravesar el tiempo década tras década.
Viernes 10 de abril de 2020 14:46
Syd Barrett escuchaba Bob Dylan y en el ’63 lo fue a ver, o por lo menos eso dicen, y escribió una canción llamada «Bob Dylan Blues», con cinismo y admiración retrata a Dylan con sus contradicciones y masiva genialidad. Recién cerca de los ’70 la grabó, pero Barrett ya no formaba parte de Pink Floyd, su mente estaba oscurecida por las nubes.
Los discos solistas de Barrett son por momentos una lucha de quien - con claras dificultades psíquicas - busca expresarse musicalmente.
Su creatividad no fue tan masiva como la de Dylan, para tener una escala, pero Dylan jamás alcanzo tal punto de experimentación musical - hay que decirlo. Son caminos distintos, que los une una vida profundamente creativa, pero mientras Dylan siguió componiendo casi un disco al año durante toda su vida, también pinto, también escribió otras cosas, también se recluyó.
Barrett en una carrera de tiempos contra él mismo continuó grabando hasta donde pudo, y pintó y escribió. Pero su estado psíquico estaba languideciendo hasta incapacitarlo, por eso hizo falta crear una mito sobre Syd, y Dylan que continuó le crearon una leyenda.
La diferencia entre mito y leyenda - con el perdón de los «especialistas» - es que el primero es un relato metafísico, etéreo, creado no se sabe por quién, que puede contener elementos de verdad, pero están dotados de fantasía. La leyenda - el caso de la personificación de Dylan - tiene de origen testimonios de gente de carne y hueso, es una transmisión más terrenal glorificada y exultante. Millones de personas han visto y escuchado en vivo a Dylan o se lo han cruzado. A Syd Barrett se lo ha llegado a comparar con un espectro que aparecía sin previo aviso y de la misma forma desaparecía de un lugar, como los rayos de Tesla, blan-diendo palabras de difícil conexión con el acontecer.
La estúpida mitificación sobre Syd Barrett tiene más de publicidad que de realidad. En un sistema en el que no podes enfermarte, no podes parar, siempre tenés que rendir, todo el tiempo te exigen pro-actividad y estar a la «altura», imaginemos la Londres de los 60-70, cuando el hundimiento psíquico se combina con la genialidad artística, se cae en la macabra y cínica adoración de la locura. No es nuevo, pero sigue siendo igual de irritante. Pero si sos loco y no sos genial como Barrett te espera una vida de exclusión, lejos de los mitos. En ese caso por más LSD que tomes seguirás siendo un mugriento loco y te encerraremos en una institución y nos olvidaremos de ti. Syd Barrett a pesar de pelear con una psiquis frágil, que canalizó a través de las drogas, construyó con el resto de Pink Floyd - incluyendo Gilmur - una de las creaciones artísticas que rompen la barrera del sonido a fuerza de atravesar el tiempo década tras década.
Syd perdió la sanidad mental y como pudo - creemos - vivió el resto de su vida pintando, construyendo muebles y otras cosas. En un mundo donde la creación artística es mercantili-zada no hay lugar para los Syd’s. Pink Floyd pudo seguir, solo llevaban un disco editado además de un par de singles y varias de las composiciones del disco «The piper at the gates of dawn» tuvieron mucho peso del resto de los músicos, aunque es innegable la genialidad y centralidad total de Barrett que recuerda a la centralidad de Jones en los Rolling Stone en sus comienzos.
Es más placentero creer que Syd Barrett fue un genio que consumió tanto LSD que perdió la cordura, es un cuentito falso. Detrás se esconde la vida y el dolor - del mismo Syd - pero también de una familia y sus amigos, que como cuentan Waters, Gilmour, Wright y Manson verlo desarmarse y perder al «viejo Syd» no tuvo nada de divertido.
Pink Floyd no expulsó a Syd de la banda simplemente este no pudo seguir. Gilmur, amigo de Syd por el cual conoció al resto de la banda se unió para reemplazarlo, por lo que todo tipo de competencia entre estos que se quiera plantear es amarillista. Incluso Gilmur lo ayudó a grabar uno de sus discos solitas, así como Waters y otros.
Es más cómodo creer en el «club de los 27» - artistitas que murieron a esa edad - como parte de un plan misterioso de algún ente superior o creer que la genialidad es locura, que afrontar la realidad que muchas veces es dura y triste, aunque por la vida pasen personas como Syd que dejaron mucha música tras de sí. El mito que llegó lejos e influenció décadas después de que la muerte siendo joven o la locura tienen que ser bienes preciados de la juventud para crear y construir, y que por lo tanto pueden ser algo bueno, que esa es una vida digna de ser vivida, continua hoy. Son los mismos medios de comunicación los que se amoldan a ese «sentido común» construido por los intelectuales de las clases dominantes.
La carencia de representatividad de esa «realidad», de esa vida mítica - la vida alocada de música o músico es tan prohibida para las mayorías como para quienes sufren de la mente tener espacios creativos y poder tener lugar donde expresarse.
La realidad siempre supera a la ficción, pero la ficción muchas veces es más fácil de digerir.
Esta semblanza sobre Syd Barrett no trata sobre su música puntualmente, ni sobre su enor-me y basta influencia en la música, sino sobre su persona y los mitos a su alrededor. Nada de esto puede hacer descender la calidad de sus composiciones o hacer creer que en sus temas habla la locura y en otros la sanidad. La barrera entre ambas costas es el inmenso mar que choca y se transforma, a veces el oleaje de la «locura» - lo que eso sea - a los lejos llega co-mo una suave caricia en las playas de la «sanidad» - lo que eso signifique.
Syd, de haber podido decidir seguramente no hubiese elegido sufrir, enajenado como lo describen sus compañeros de armas, o absolutamente perdido en tiempo y espacio, en otra sintonía en ciertos momentos de su vida hasta que dejo la banda y se recluyo con intermi-tentes salidas para grabar, pasear, etc. En la juventud estos mitos corren como birra y son parte de cimentar ideas, y mitos que debemos destruir.
El personalismo y la mitificación pueden ser poderosas vías de colonizarnos. De nuevo, en un mundo que no tiene nada para ofrecernos más que enfermedad y falsas promesas, la única alternativa es rebelarse. Ni idea si Syd lo hubiera hecho, pero cuando estuvo en su sa-no juicio no se dejo llevar por la corriente y revolucionó con sus compañeros de orquesta el rock.