×
×
Red Internacional
lid bot

EL FIN DEL AMOR. Tamara Tenenbaum: “Estamos tan sobreexplotados que nos cuesta conectar con el deseo”

Las relaciones en tiempos de precarización y qué es el mercado del deseo son algunos de los temas que desarrolla la escritora Tamara Tenenbaum en una entrevista a La Izquierda Diario.

Pablo Herón

Pablo Herón @PhabloHeron

Viernes 15 de mayo de 2020 23:19

Foto: Marcelo Excayola - Fuente: Noticias

Tamara Tenenbaum es licenciada en filosofía de la UBA, docente universitaria, escritora y periodista. Recientemente publicó el libro de cuentos Nadie vive tan cerca de nadie, ganador en 2018 del premio Ficciones impulsado por el Ministerio de Cultura. El año pasado publicó el ensayo El fin del amor: querer y coger donde a partir de contar su propia experiencia de vida desde la comunidad judía ortodoxa del barrio de Once, invita a reflexionar sobre los discursos que desplegó el neoliberalismo y pensar críticamente prácticas y posturas de los feminismos.

En el Fin del amor retomás la definición de “mercado del deseo” de Eva Illouz para explicar cómo a diferencia de otras épocas en la actualidad las relaciones sexoafectivas responden a la lógica del mercado, ¿en qué consistió este cambio en los modos de relacionarse?

En una época la relación entre las relaciones económicas y las políticas con las relaciones afectivas era lineal. Los matrimonios de los ricos en general consistían 100% en alianzas políticas. Un matrimonio era 100% una relación económica y las relaciones afectivas estaban determinadas al 100% por eso. Un matrimonio de campesinos estaba determinado por la necesidad de trabajar en conjunto. Eso es algo que se lee mucho en la literatura del siglo XVIII y XIX, la idea de que una esposa valiosa para una persona que no es rica es alguien que sabe economizar, más que quizá una persona que es bella.

En esa época las relaciones afectivas estaban completamente empotradas en las políticas y económicas. Lo que pasa con la modernidad es que se van desempotrando esas cosas. Empiezan a aparecer otras acciones económicas que no pasan por la política en el sentido más lineal o directo que lo que sucedía en el feudalismo. Lo mismo con los afectos en relación con las relaciones políticas y económicas. Hoy la mayoría de nosotros no está obligado ni familiar ni económicamente a casarse con nadie, por lo menos no en el mismo sentido que en el medioevo.

Cuando decimos que las relaciones sexoafectivas empiezan a responder a la lógica del mercado no es algo malo, porque nadie quiere volver a la idea en la que alguien te dice con quien casarte.

Cuando decimos que las relaciones sexoafectivas empiezan a responder a la lógica del mercado no es algo malo, porque nadie quiere volver a la idea en la que alguien te dice con quien casarte. No es más que la ausencia de regulación, la ausencia de una autoridad que decida quien se casa con quién, quién se queda con quien. En otras épocas sí había porque el matrimonio no era un asunto privado, correspondía a toda la familia, en muchos casos a todo el pueblo y un montón de autoridades.

“Lo malo”, no lo malo entendido como volvamos a lo anterior sino para pensar y estar atentos, es que en los mercados también hay desigualdades. Por más que no haya una planificación central no es que cualquiera se puede casar con cualquiera, o cualquiera se empareja con cualquiera, porque hay gente más codiciada y gente menos codiciada, hay gente que tiene más opciones y gente que tiene menos opciones. Y eso determina esas tensiones que aparecen entre la oferta y la demanda.

Entre otras cosas los roles de género, un poco es lo que desarrolla Eva Illouz, generan también esa tensión entre la oferta y la demanda en el mercado heterosexual específicamente. Si a las mujeres se les dice que tener una pareja es muy muy importante, y bueno, van a tener más ganas de tener pareja, o sea, más demanda. Y quizás no haya una oferta para todo eso, porque quizás los varones no sienten que la pareja es algo tan importante. No se trata de quién tiene razón, se trata de cómo se organizan esas fuerzas.

Dentro de este mercado del deseo afirmás que las preferencias y elecciones aparentan ser libres e individuales, pero hay instituciones o grupos que tienen la capacidad de imponer tendencias, aspiraciones y modelos de belleza, ¿a qué qué instituciones y grupos hacés referencia?

Creo que es importante decir que hay un sentido en que las elecciones son individuales, porque sino es como decir que nadie elige nada. No tiendo a estar de ese lado filosóficamente de que no existe el libre albedrío, ningún tipo de libertad.

Estas preferencias y elecciones están efectivamente influidas por cuestiones que no son individuales. Hay algo que aparece con los medios de comunicación masivos que es la estandarización, y también esa sensación de la imagen en todas partes. La primacía de la imagen es algo que forma parte del siglo XX, la segunda mitad sobre todo. También la belleza empieza a tener otro peso justamente porque retrocedieron todos esos componentes de la pregunta anterior.

Hay grupos e instituciones que tienen la capacidad de imponer tendencias y aspiraciones, esto es algo que estudia mucho en los estudios de la raza. Los modelos de belleza tienden a privilegiar no necesariamente la blancura, sí rasgos de las personas blancas, por ejemplo las narices, ciertos tipos de narices se vuelven bellas. De hecho las celebrities casi no tienen narices propias, las privilegiadas son las de cierto tipo de caucásicos europeos.

Podemos ver en distintas épocas que hay una relación entre la clase social y la belleza. Esto se nota mucho en las novelas del siglo XIX que a mí me gustan mucho, la blancura era sinónimo de una dama que no tenía que trabajar en el campo. La piel cuanto más blanca posible era la belleza. Hay un momento en el cual el bronceado empieza a ser un símbolo de una persona que tiene tiempo de ir al campo y la playa a broncearse. Esas relaciones no son tan lineales, no siempre suceden y hay un montón de factores. Pasa lo mismo con la delgadez, ser flaca podía ser sinónimo de ser pobre. Ahora el cuerpo que se desea es el cuerpo flaco, pero además es un cuerpo de gimnasio. Eso tiene mucho que ver con ciertas prácticas y formas de alimentación a la que no todos tienen acceso.

Estos modelos de belleza en general vienen de las clases dominantes. Después por supuesto que las apropiaciones que se hacen de eso son infinitas y ya sabemos hoy que la cultura es algo mucho más plástico. Me parece muy importante decirlo, que no parezca que tenemos una visión ingenua en la cual la cultura es algo que viene de arriba para abajo, porque no es cierto, ni siquiera en los estándares de belleza, es todo más complejo.

En otra época hablábamos de los medios masivos, hoy vamos a hablar también de las redes sociales. Es curioso como cambia la idea del dictado de qué es lo bello de los medios masivos al social media (medios sociales de comunicación). Ya no es Anna Wintour como era en las revistas de moda, ya no es un establishment claramente definible, sino que las redes sociales somos nosotros.

“No recuerdo haber leído sobre la dificultad de mantener la libido en el contexto de precariedad laboral en el que vivimos” decís en el ensayo. A la hora de pensar los distintos horizontes de posibilidad para las relaciones, entre otros aspectos destacás las condiciones de vida de precarización que atraviesan las mujeres, las y los LGBTIs y la juventud, ¿por qué?

Somos una generación que está teniendo dificultades para llegar al mismo nivel de riqueza que alcanzaron nuestros padres a esta misma edad. La posibilidad de generar una carrera profesional a largo plazo está cada vez más complicada.

Entre las mujeres y LGBTIs estas precariedades están redobladas. En las mujeres por supuesto por cuestiones de desigualdad salarial, violencia y sexismo. El sexismo es muy dañino incluso para las posibilidades profesionales, tanto para la clase media profesional como en términos de la clase trabajadora. Los trabajos a los que acceden las mujeres pobres son los más informales del mercado.

Dentro de la comunidad LGBTI tenemos a las personas trans que están en una situación que directamente podríamos llamar ciudadanía de segunda por decirlo muy livianamente. En las personas LGBT en general el hecho de haber cortado lazos con las familias generacionalmente los ponen en un lugar muy difícil, especialmente a los jóvenes. Ponele que vos sos una persona gay que se tuvo que pelear con sus padres para ser quien es, estás en una situación de desventaja muy clara. Ser mujer y ser LGBT refuerza una vulnerabilidad que igual hoy yo creo que es fundamentalmente económica, si vos me preguntás a mí si hoy es mejor ser una mujer rica que un varón pobre, estoy segura que es mejor ser una mujer rica.

Lo que creo que pasó con la pandemia es que acentuó cosas que ya pasaban, que es que estamos tan sobreexplotados todo el tiempo que nos cuesta conectar con el deseo, con el estímulo. Estamos sobreestimulados por otro lado, entonces nos cuesta estar en un lugar de apertura sensorial y subjetiva.

Todo esto por supuesto tiene una influencia directa sobre nuestras posibilidades de tener vínculos afectivos viables y sanos. Primero porque la vulnerabilidad económica es caldo de cultivo para entrar en vínculos de mierda, lo pienso en niveles entre compañeras, amigas mías de clase media profesional que aún así tendrían problemas para separarse de sus parejas y tener que alquilar un departamento en capital solas.

En segundo lugar por supuesto el tema de la precariedad. Ninguno de mis amigos entran dentro de la línea de pobreza, sin embargo casi todos tienen situaciones precarias. Están preocupados todo el tiempo porque en general logran pagar el alquiler pero todos los meses es una lotería. No es lo mismo ganar 40 mil pesos, que hacer malabares para que esos 40 mil pesos estén. Eso es lo que creo que produce la precariedad muchas veces, ese miedo total de estar todo el tiempo perdiendo el laburo, teniendo que agarrar laburo, teniendo 5 laburos. Puede ser un periodista que tiene mil laburos, como puede ser un pibe, como conozco a varios, que es mozo, después hace Rappi y después anima cumpleaños infantiles. Me parece que todo eso se cobra nuestra salud física y mental, si no tenemos eso tener vínculos es muy difícil la verdad.

Contrastando los discursos que invitan a vivir libremente la sexualidad sin problematizar los marcos actuales, una encuesta publicada en Washington Post muestra que en EEUU en la última década viene creciendo el porcentaje de jóvenes de 18 a 29 años que no tienen relaciones sexuales durante un año, al 2018 la cifra daba un 23%. ¿Creés que tiene algo que ver esta realidad precaria de la que hablás? ¿Qué otros factores opinás se ponen en juego?

Primero no creo que la realidad de EEUU sea la misma que en América Latina. Por otro lado esas encuestas son puro autoreporte, lo que yo creo también es que es perfectamente viable y verosímil que la gente antes mentía más sobre algunos temas, especialmente sobre algo tan tabú.

Sí puedo decir cosas que hablo con médicos, psicólogos, psicoanalistas. Hay cada vez más consultas sobre temas de disfunción sexual femenina, masculina y no binarie, de gente que le cuesta coger. Son cosas que no tienen origen orgánico, sino psicológico. Por otro lado también antes la gente no consultaba, sencillamente se arreglaba, entonces cómo saber si ahora se anima a pedir ayuda.

Para mí es innegable que la gente coge más que hace 50 años, eso me parece lógico porque empezamos a coger más jóvenes. Hay una liberalización de las costumbres sexuales que si comparás de acá a 20, 30 o 40 años, siempre vamos a estar teniendo más parejas sexuales, y también por eso vamos a tener más disfunciones y quilombos. Hay una correlación ahí que es muy difícil de armar, no es lo mismo coger con la misma persona 20 años, que coger con personas distintas todo el tiempo.

Creo que es muy complicado establecer diferencias y comparaciones generacionales o año a año. Esta pregunta que vos hacés es real, se responde con un sí de alguna manera, no sé si en relación con las encuestas. La realidad precaria influye en la dificultad para conectar con el deseo, eso yo lo charlo todo el tiempo con mis amigas. La idea de que dicen que “los tipos no quieren coger” es una queja muy común de las mujeres en general que yo conozco. Hoy es todo tan fluido que estás todo el tiempo en el mercado, entonces te encontrás con muchos más “NOs”.

Pero por otro lado también creo que estamos más complicados para conectar con el deseo, porque la precariedad nos impide planificar, pensar, uno tendría ganas de decir “quiero concretar tal proyecto”, ¿no? Creo que encima lo de la pandemia nos distanció aún más del deseo, cuando a mí me preguntan “¿y ahora la pandemia y los afectos?”, yo digo mirá pasó demasiado poco tiempo como para que haya un cambio en los afectos, porque los cambios sexoafectivos que hay en la humanidad han tomado décadas. Lo que creo que pasó con la pandemia es que acentuó cosas que ya pasaban, que es que estamos tan sobreexplotados todo el tiempo que nos cuesta conectar con el deseo, con el estímulo. Estamos sobreestimulados por otro lado, entonces nos cuesta estar en un lugar de apertura sensorial y subjetiva.


Pablo Herón

Columnista de la sección Género y Sexualidades de La Izquierda Diario.

X