Alfredo Olmedo y el quórum, o cómo hacer trampa en la sesión. El “realismo” de Felipe Solá y el peronismo, una forma de perpetrar la herencia menemista. El Ruidazo y después.
Jueves 19 de abril de 2018
Alfredo Olmedo ya era (muy) conocido antes del mediodía de este miércoles. La “fama” que lo precedía facilitó la escandalosa maniobra con la que ayudó a Cambiemos a impedir una sesión especial contra los tarifazos. Por solo mencionar una de las manchas del tigre, en 2011 -ya siendo diputado nacional- se descubrió que tenía trabajadores en estado de esclavitud en sus campos de Salta.
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El hombre es empresario. De ahí que no sorprenda la muy buena sintonía que logra con el macrismo puro y duro. El salteño, apelando a un truco de la “vieja política”, le permitió a Cambiemos sacarse de encima la brasa caliente. El favor de Olmedo volvió a poner de manifiesto la debilidad estructural oficialista en el Congreso Nacional.
Sin embargo, la línea de falla de este miércoles no hay que buscarla en los problemas de la mecánica parlamentaria. La patética imagen de Nicolás Massot espiando tras una cortina pone de manifiesto los límites de un gobierno cuyo programa de ajuste carece de consenso social.
De allí que la festejada “unidad opositora” de este miércoles no puede explicarse más que como resultado del amplio descontento social que generan los tarifazos. Bronca a gran escala, motivada por brutales golpes al bolsillo, que termina refractando en el terreno político.
Sólo así puede entenderse que históricos “dadores de gobernabilidad” -rotulados bajo las marcas del Bloque Justicialista y el Frente Renovador- se hayan avenido a ocupar un lugar de oposición.
Las cámaras mostraron el esfuerzo que esa tarea le implicó al diputado Diego Bossio, un antiguo “traidor” al que ahora kirchneristas y pichettistas le piden “unidad”.
Para el peronismo federal, además, todavía está fresco el recuerdo de aquel diciembre caliente en que habilitó el tratamiento y la votación del saqueo a los jubilados que recibió el insulso nombre de “reforma previsional”. El costo político de esas jornadas no solo recayó sobre el macrismo.
Realismo e ilusión
En el mediodía de este miércoles, cuando el diputado Olmedo ocupaba todas las pantallas, el “renovador” Felipe Solá ensayó una crítica hacia las propuestas del PTS-Frente de Izquierda.
La respuesta no tuvo nada de casual. Consultado por C5N, el ex gobernador de la provincia de Buenos Aires atacó la propuesta que, minutos antes, había desplegado Nicolás del Caño en el mismo canal.
“No se trata de pedir lo imposible para lograr algo. Hay que pedir lo que se puede lograr”, dijo el hombre que ocupó cargos oficiales bajo el menemismo, el duhaldismo y el kirchnerismo.
En este caso, la propuesta “realista” del Frente Renovador consistiría en limitar los actuales aumentos de tarifas. Sería difícil estar en desacuerdo con tan módica propuesta. Pero de lo que se trata es de encontrar una solución verdaderamente de fondo a un esquema que, con variaciones, ha significado un padecimiento constante para las grandes mayorías del pueblo trabajador.
El peronismo en su conjunto limita su programa a sostener el esquema construido desde los años 90, tras las privatizaciones. Esquema que todos los gobiernos posteriores, más allá del discurso, dejaron intacto.
La propuesta “realista” de Sola se reduce a sostener el estado de cosas que, en las tres últimas décadas, trajo aparejados apagones en cada verano caluroso o en cada invierno glacial. El sistema que, entre otras cosas, desembocó en el medio centenar de muertos que significó la Masacre de Once. Un sistema que permitió el saqueo indiscriminado del subsuelo nacional por las grandes multinacionales imperialistas como Repsol. Multinacionales que, además, se llevaron un jugoso premio indemnizatorio con la gestión del “nac&pop” de Axel Kicillof.
En esta área, el kirchnerismo en el poder estructuró un sistema de subsidios que permitió a las empresas sostener su rentabilidad a cambio de no invertir. La nación argentina, es decir el conjunto de la población trabajadora, subsidió las ganancias de las privatizadas. No causalmente, en la tarde de este miércoles, Cristina Fernández, salió en defensa de ese esquema.
Los brutales tarifazos de la gestión macrista son otra vía para seguir trabajando al servicio del gran capital. Para la gestión de Aranguren y Macri, el objetivo es garantizar esa rentabilidad, pero limitando lo que el Estado desembolsa. Sostener el lucro capitalista sigue siendo lo central. Lo que cambian son los métodos.
En ese contexto, la única salida realista pasa por la propuesta de la izquierda que tanto pareció molestar a Solá. La nacionalización del conjunto de los servicios que fueron privatizados –tal como lo planteó Del Caño- aparece como una necesidad para evitar que el funcionamiento de los mismos siga guiado por la vara del lucro empresarial.
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Para los capitalistas que gerencian las privatizadas, la vida de trabajadores y usuarios es parte de una ecuación financiera. Lo ponen al desnudo las muertes ocurridas en los llamados “accidentes de trabajo” –que no son más que desidia patronal- o los miles de problemas que afectan el servicio diariamente. No dejemos de recordar que los descarrilamientos siguen ocurriendo.
Los Mindlin o los Caputo son los grandes beneficiados de un esquema que regala ganancias a costa de la desinversión y la desidia. Mirando hacia atrás en el tiempo, a esos nombres se podrían sumar otros como los de Sergio Taselli o los hermanos Cirigliano. Con el “populismo” kirchnerista o la CEOcracia macrista, los dueños de las privatizadas siempre ganan.
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Pero la nacionalización de esos servicios es solo un primer paso. Una administración orientada a los intereses de las mayorías solo puede tener lugar bajo gestión de los propios trabajadores de esas empresas y comités de usuarios populares.
¿O alguien puede pensar que burócratas del Estado como Julio De Vido, Ricardo Jaime o Juan José Aranguren podrían gestionar servicios estatizados en función de otros intereses que no sean los del gran capital? La experiencia reciente responde con dureza.
Solo los trabajadores y los usuarios populares, organizados en comités por región o zona, pueden orientar el servicio en función de las necesidades del pueblo trabajador y no del lucro empresario. Como dijo este martes Nicolás del Caño, se trata de los únicos “que no tienen las manos sucias”. Al diputado de la izquierda una vez más le asiste la razón.
De #Ruidazos y silencios
La noche de este miércoles encontró a miles de personas manifestándose en todo el país contra los aumentos en las tarifas. El llamado #RuidazoNacional expresó un descontento que recorre el cuerpo de la sociedad y que no hace más que agigantarse al calor de la política oficial.
En la Casa Rosada se estuvo lejos de la euforia. Cuando todavía no anochecía ya se conocía la convocatoria a una reunión de los referentes parlamentarios del oficialismo. ¿La finalidad? Encontrar alguna suerte de maniobra mágica que permita descomprimir el descontento social y evitarse otro miércoles de protagonismo para Alfredo Olmedo.
La historia tiende a repetirse se ha dicho. Como una suerte de remake del pasado diciembre, nuevamente por estas horas las mejores amistades del gobierno vuelven a estar en la sede de la CGT. En la calle Azopardo se reúnen los hombres que garantizan la paz social y la firma de acuerdos paritarios con un techo del 15 %.
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Este miércoles la izquierda insistió una vez más con su exigencia a las conducciones sindicales para que abandonen su pasividad y enfrenten las políticas de ajuste. El descontento social con el tarifazo muestra que la posibilidad de derrotarlo está. Es (más que) necesario que esa dirigencia sindical deje de lado su quietismo actual y convoque a luchar. La posibilidad de derrotar el tarifazo está a la vista.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.