La ciencia ficción, como la mayoría de los géneros que son muy populares y por lo tanto, muy vendedores, suelen presentarse bajo una serie de etiquetas que buscan instalar distintas modas para promocionar libros, películas y series, más que aclararle al interesado de qué se tratan.
Ariane Díaz @arianediaztwt
Jueves 23 de octubre de 2014
En los ochenta se popularizaría el cyberpunk, una variante del género que combinaba el avance de la cibernética con ciudades venidas a menos donde los seres humanos sobrevivían como marginales (punks). Uno de los ejemplos más conocidos es Blade Runner, película de Ridley Scott, basada en una novela corta de Philip Dick.
Por analogía han surgido otras etiquetas que hacen referencia escenarios marcados por una determinada matriz tecnológica: el steampunk (historias ambientadas en la época de la invención de la máquina de vapor), el diésel punk (en el período de entreguerras), o más recientemente biopunk y nanopunk (en tiempos de manipulación del ADN y de la nanotecnología, respectivamente).
Pero si ninguna etiqueta, y menos aquellas con las que el mercado encasilla un producto puede dar cuenta de un género ficcional tan amplio –en estos casos, destacando un rasgo tecnológico que reduce al género a una temática que no siempre está presente y que cuando lo está, le ha servido de excusa para hablar de otra cosa–, para tratar de delinear un fenómeno que se extendió durante el siglo XX pero tiene fuertes antecedentes previos, podemos señalar dos coordenadas que la ciencia ficción utilizó habitualmente para explorar la sociedad y la cultura de su tiempo: el tiempo y el lugar.
Las utopías son un recurso habitual: no-lugares imaginarios donde determinadas normas, relaciones sociales y posibilidades nos ubican a la vez lejos de nuestra vida cotidiana, pero cerca de la posibilidad de preguntarnos por nuestras normas, relaciones y posibilidades. Muy pocos casos son de utopías positivas; por lo general, son las negativas las que dan el tono. Los juegos del hambre, trilogía literaria y fílmica donde los jóvenes deben luchar entre ellos a muerte, en un espectáculo televisado para una nación devastada por el hambre como forma de canalizar posibles levantamientos; la misma Blade Runner o Brazil, la película de Terry Gilliam que versiona 1984 de George Orwell, donde un gris funcionario estatal busca relacionarse con una mujer en un laberinto burocrático del que forma parte; son ejemplos recientes y clásicos de distopías.
Las ucronías, en cambio, son mundos casi como los nuestros, pero donde algún evento histórico resultó de otra manera a como todos lo conocemos: son los argumentos que desarrollan situaciones a partir de la pregunta ¿qué hubiera pasado si…?. Por ejemplo, si Hitler ganaba la guerra, como en El hombre en el castillo, de Philip Dick. O lo contrario, si Hitler hubiera llegado sólo a ser un escritor fracasado que escribe una novela que protagoniza como pandillero motorizado, no por eso menos facho, como en El sueño de hierro, de Norman Spinrad.
Aunque muchas veces se identifique al género con desarrollos tecnológicos, aparatos extraños o proezas científicas, no es la técnica o la ciencia lo que está en cuestión sino las instituciones, la cultura, las relaciones sociales y personales, de esta sociedad, y la pregunta, crítica o resignada, conformista o revulsiva, por derecha y por izquierda, por otros mundos posibles. En las próximas entregas veremos algunas de ellas.
Ariane Díaz
Nació en Pcia. de Buenos Aires en 1977. Es licenciada y profesora en Letras y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Compiló y prologó los libros Escritos filosóficos, de León Trotsky (2004) y El encuentro de Breton y Trotsky en México (2016). Es autora, con José Montes y Matías Maiello de ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo? (2024) y escribe sobre teoría marxista y cultura.