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Trincheras de Libertad: extraordinaria crónica del combate por la conciencia obrera

Eduardo Castilla

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Trincheras de Libertad: extraordinaria crónica del combate por la conciencia obrera

Eduardo Castilla

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Eduardo Ayala bucea en su memoria; rescata anécdotas, hechos y frases. Casi como Ireneo Funes, personaje de Borges, recuerda detalles finísimos: gestos, llantos, risas. Jimena Gale recrea los acontecimientos; los ordena: pregunta, graba, toma notas, redacta y vuelve a preguntar. Cuatro manos construyen un texto extraordinario que lleva por título Trincheras de libertad: una crónica obrera. Entre las páginas, acelerando la narración, emergen otras muchas voces. Es la historia coral de un combate permanente por la conciencia obrera.

Publicado por Ediciones IPS [1], Trincheras... logra lo que pocos textos: fascinar al lector desde el inicio; atraparlo y conducirlo hacia el final. Reseñarlo no es tarea sencilla: ¿cómo transmitir el torbellino de sensaciones que asaltan la cabeza a cada página? ¿Cómo sintetizar la narración de una década y media de triunfos y derrotas; celebraciones y lamentos; alegrías y broncas?

Esta maravillosa historia arranca en aquella Argentina caldeada que caminaba hacia la rebelión popular de diciembre de 2001. Termina, solo por ahora, en esta gráfica recuperada, hoy gestionada por su trabajadores y trabajadoras bajo el hermoso nombre de MadyGraf. La historia puede ser muchas y ninguna a la vez. Como señalan sus autores en las primeras páginas:

Nada había de especial en esa fábrica que no pudiera reproducirse en cada lugar de trabajo. La diferencia la hizo un grupo de trabajadores que asumió el desafío de organizarse para pelear por sus derechos y por los de toda la clase (20).

Eduardo se ofrece como narrador. Propone su memoria como fuente permanente de conclusiones políticas. Cada paso es un aprendizaje; se gane o se pierda.

Febrero de 2002; la patronal lanza la ofensiva: 50 despidos. La extorsión es explícita: vuelven si sus compañeros aceptan el turno americano, nombre elegante para una áspera flexibilización laboral. Hay una asamblea que hace historia.

El Nene Carrizo, despedido, toma la palabra:

Compañeros, si ustedes firman este convenio para que volvamos los despedidos, vamos a entrar a ser esclavos, todos. Yo no quiero eso ni para mí ni para ustedes. Prefiero buscar otro trabajo y que no tengan que aceptar la propuesta de la empresa (38).

La escena transmite un dramatismo impactante. Imposible no conmoverse; hasta las lágrimas si es preciso. Condensa impotencia y decisión. Ofrece un destello de conciencia de clase y de solidaridad. En esa última trinchera nace un grado mínimo de libertad, rechazando el chantaje capitalista. El futuro empieza a escribirse ese día. “Cada lucha que siguió tuvo su origen en aquella asamblea”, reseñan Jimena y Eduardo.

Las anécdotas son una avalancha imparable. Entre otras voces, suenan las de Sandro, Roco, Pocho, Pastel, Sol, Anahí, Ácido, René y el Loco Medina. Se descubren protagonistas y combatientes. Se ríen y se emocionan. Es imposible no reírse junto a ellos. Narradores entusiastas, cuentan cada batalla librada contra la patronal. Cada pequeño conflicto forma parte de una permanente guerra de guerrillas, defendiendo dignidad y organización frente al desprecio patronal. El combate es cotidiano, constante:

Hay batallas por la conciencia que hay que darlas una y otra vez porque las presiones de la patronal, del sentido común y de las cuestiones individuales invaden constantemente la vida diaria (121).

Ahí va Eduardo a darlas. Con paciencia y pedagogía. Con la fuerza de las convicciones y una voluntad que impregna cada página. Siente que necesita herramientas: las busca en la Universidad. Nos hace recordar a otro obrero clasista; nos trae a la memoria al “Goyo” Gregorio Flores, dirigente del Sitrac-Sitram. Décadas antes, en la Córdoba combativa, el Goyo se anotaba en la escuela nocturna: perseguía el conocimiento necesario para enfrentar mejor al enemigo de clase.

Ahí, en la Universidad, Eduardo conoce al Partido de Trabajadores Socialistas (PTS). Entabla un diálogo; pregunta y aprende. Transmite, también, su experiencia. En ese encuentro madura una tradición obrera que sobrepasará las fronteras de Donnelley.

Al interior de aquella mole de cemento y hierro, Eduardo no está solo. Se conforma la Agrupación Gráfica Clasista. Se forma, también, una nueva Comisión Interna que discute a diario con los trabajadores; que cuestiona actitudes machistas y racistas. Que confronta, explica y convence. Pelea la opinión pública:

Si a un equipo le iba mal un día, los mismos supervisores iban y decían que eran unos inútiles. Hacían todo tipo de campañas sobre a quienes les había ido mal, para alentar que los otros eran mejores (…) Campañas de competencia todo el tiempo y ese tipo de cosas. Hasta que nosotros dijimos, basta, la temática la vamos a imponer nosotros (…) Tratábamos de pelear el temario del día en la planta (66).

Las asambleas son esenciales. Allí se construye una identidad colectiva que potencia el desafío a la patronal. Describen les autores:

Todos los reclamos que hicieran los trabajadores debían hacerlo juntos para obtener fuerzas y evitar represalias. Si no era así, no se hacía nada. Para lograr esta unidad, todas las medidas que se tomaran debían ser debatidas y votadas en asambleas (85).

Ahí nace la fuerza obrera. Es el método para enfrentar las divisiones y la atomización que empuja la multinacional. Se arraiga en la conciencia de todos. Incluso de quienes no quieren participar. Un trabajador pide que la asamblea lo autorice...a no concurrir. Eduardo rememora:

Él era el único trabajador que tenía autorizado, por “asamblea”, no ir “a la asamblea”. Con una sola condición, claro: todo lo que se votara ahí, él lo tenía que respetar. ¿Podés creer la fuerza que tenían las asambleas? (92)

Situación un tanto insólita, delinea la profundidad de lo que está en construcción. Ahí, en el debate y la decisión democrática, los trabajadores toman conciencia de sus fuerzas como actor colectivo; de su capacidad de frenar la prepotencia capitalista.

El año 2011 aparece como un punto de quiebre:

En Donnelley se producirá el primer enfrentamiento abierto con la patronal y el primer despliegue de las fuerzas acumuladas por los trabajadores: la Interna, la agrupación, la asamblea y la solidaridad “desde afuera” (p129-130)

Ansiosa de desarticular la organización de los trabajadores, la patronal se lanza al ataque. Batalla por tres años. En ese tenso interludio hay despidos y amenazas de despidos, falsos Preventivos de Crisis, maniobras y finalmente el cierre compulsivo. Gerentes y supervisores llegan para intentar quebrar la fuerza obrera; se van retirando derrotados.

La respuesta obrera es redoblar la guerra de guerrillas que se despliega desde hace tiempo. Apostar a la solidaridad, buscando apoyo en otros sectores de la clase trabajadora; en franjas combativas del estudiantado y de la población humilde de la región. Actuando en defensa propia, el clasismo desborda las fronteras de la planta y va hacia la zona norte del Conurbano.

Durante esos combates surge la Comisión de Mujeres, organización esencial para la lucha en curso: para ganar la solidaridad externa; para hacer más potente la batalla por la llamada opinión pública; para dar fuerza y moral en los momentos de dificultad.

La historia se agita, se acelera. Ahora la narración corre a cargo de Roco:

Los supervisores después volvieron, como parte de otra maniobra de uno de los gerentes. Pero cuando regresaron, lo charlamos en la asamblea y le impusimos a la empresa que, si los tomaba otra vez, tenía que ser con las condiciones que nosotros quisiéramos. No podían volver como supervisores, tenían que estar mínimo dos meses a prueba en las máquinas otra vez. (149)

Estimado lector, estimada lectora, vuelva a leer. Los trabajadores, reunidos en asamblea, discuten y deciden cómo deben reingresar los supervisores despedidos.

Jimena escucha, se maravilla. Reflexiona y lo pone por escrito:

Los trabajadores le ponen condiciones a la patronal respecto de cómo ingresa el personal jerárquico (…) Por momentos los compañeros cuentan experiencias como si aún hoy no se dieran cuenta, hasta el final, lo que significa el grado de control que poseían sobre la producción y la organización de la empresa. Una especie de doble poder donde se inicia una disputa entre la empresa y los trabajadores sobre el control de la producción (149)

Esa enorme demostración de poder precede el combate decisivo, que llega en agosto de 2014. La patronal avanza decidida y cierra la empresa. Intenta la derrota total. El recuerdo de aquel lunes invernal vuelve en las páginas de Trincheras: “En la puerta de la planta apagada, en silencio, por primera vez después de mucho tiempo, hubo miedo, incertidumbre, tristeza. Pero nadie se arrodilló. Todos recibieron la noticia de pie. Y en asamblea” (267).

Entran. Recuperan la empresa; recuperan lo que les pertenece. En ese gesto gigantesco de ingresar a la planta emerge la conciencia clasista forjada por años:

En menos de veinticuatro horas, la planta estaba en funcionamiento y sin patrones. Es que, de alguna manera, los años previos de organización y experiencia, los aspectos de control obrero que habían desarrollado, les permitieron estar a la altura de la situación que se les había impuesto (271).

La fuerza de la organización persiste; le da solidez al combate. Resistir, ocupar, producir: la consigna sale de la planta y va hacia las universidades; hacia las barriadas cercanas; hacia otros sectores de la clase trabajadora.

No todo es triunfo. Hay incertidumbres y amarguras. También tristezas. La fuerza para sostenerse está, una vez más, en la organización democrática:

Las asambleas se transformaron en instancias de organización, pero también de contención. Si un compañero tenía un problema importante, como la salud de sus hijos, el peligro de ser desalojado de su casa por falta de pago de un alquiler, lo que fuera, los otros trabajadores votaban que ese compañero se llevara un poco más del fondo de lucha (294).

Formalmente, aquí termina esta gran crónica obrera. Pero el clasismo de MadyGraf sigue haciendo historia. La hace ahora, mientras ustedes y nosotros leemos o repasamos este texto. Ahora, mientras el país asiste a una naciente resistencia al ajuste feroz. Ahora, mientras las y los estudiantes preparan nuevas asambleas y movilizaciones.

La conciencia de la clase trabajadora sigue en disputa. Hoy, mañana, pasado. Contra el individualismo feroz que alienta la derecha libertaria de Milei. También contra el conformismo del mal menor que propone el peronismo, invitando a “votar bien” en 2025 y 2027. Más allá de sus diferencias, esas dos miradas comparten un presupuesto fundamental: la sociedad se organiza y dirige desde arriba. La política y la economía la elaboran y conducen “profesionales” formados para eso. El pueblo trabajador solo vota cada dos o cuatro años, eligiendo dentro del limitado menú de la oferta electoral.

Trincheras de libertad invita a pensar otra sociedad. En esa emotiva narración no solo hay valiosas lecciones para los combates sindicales. Hay, también, una enseñanza esencial: la clase trabajadora puede construir su poder desde abajo. Puede prepararse y ejercer la gestión de una fábrica. Pueden desafiar una idea profundamente arraigada: que la sociedad necesita capitalistas para funcionar. En la pelea en curso por la conciencia de la clase trabajadora, esa es una conclusión fundamental.

Dejemos que sean Jimena y Eduardo los que cierren esta reseña, con sus propias palabras:

Los dueños del poder quieren confundirnos. Nos tratan como si fuéramos espectros sin voz ni voto en la mesa donde se cocinan todos sus negocios. Donde deciden qué hacer con nosotros, sin poder meter bocado. Donde nos miran de reojo para decirnos que no podemos, no sabemos, no debemos; que estamos solos en esto, que la salida es individual. Debemos gritar bien fuerte que no nos han derrotado (25).


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NOTAS AL PIE

[1Ayala Eduardo, Gale Jimena, Trincheras de libertad, una crónica obrera, Buenos Aires, Ediciones IPS, 2024.
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Eduardo Castilla

X: @castillaeduardo
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.