En estas líneas analizaremos a partir de las elaboraciones de Trotsky y Gramsci algunos elementos sobre el desarrollo de la clase obrera como sujeto social y político en países “occidentales”, con estructuras socio-políticas complejas. Contra la idea de conquistar espacios dentro del régimen y coexistir pacíficamente con las burocracias del movimiento de masas, pero también contra la adaptación a administrar la asistencia social del Estado o a la estructura de los sindicatos tal cual son, abordaremos la original concepción de Trotsky de la articulación de la vanguardia y sectores de masas a partir de la generación de instituciones de unificación y coordinación de las luchas que plasmó en sus escritos sobre Francia bajo el nombre de “comités de acción”. Una cuestión de gran actualidad que desarrollaremos como parte de los debates hacia el próximo Congreso del PTS.
Entre la intelectualidad de izquierda en general, e inclusive entre la que reconoce importantes aportes de Trotsky a la teoría marxista, se fue transformando en un lugar común el señalamiento de que, a diferencia de Gramsci, aquel no logró abordar con éxito la problemática del proletariado en Occidente: desde Michael Burawoy señalando que “los análisis de Trotsky naufragaron una y otra vez contra el escollo del proletariado occidental” y que “iba a ser otro marxista, Antonio Gramsci, el que hiciera una interpretación más amplia” [1]; o Razmig Keucheyan, quien sostiene que el error de Trotsky consiste “en haberse quedado con una concepción del mundo social, y por ende de la estrategia revolucionaria, anteriores a los cambios estructurales descritos por Gramsci” y en particular la diferenciación “entre ‘el frente oriental’ y el ‘frente occidental’, es decir entre sociedades orientales aun fluidas y sociedades occidentales en las cuales la sociedad civil y el Estado se compenetran sólidamente” [2]; o el propio Perry Anderson quien, por un lado, destacaba que los escritos de Trotsky “sobre las tres formaciones sociales más importantes de Europa occidental [Alemania, Inglaterra y Francia] en el período de entre guerras son inconmensurablemente superiores a los de los Cuadernos de la cárcel, y por otro, agregaba que Trotsky “nunca planteó el problema de una estrategia diferencial para hacer la revolución socialista en ellos […] con la misma ansiedad o lucidez que Gramsci” [3].
Como hemos desarrollado en Estrategia socialista y arte militar, el análisis de la obra teórica y práctica de Trotsky no solo contradice ampliamente aquel sentido común, sino que arroja bases sólidas de una teoría política –poco indagada en su complejidad– sobre la emergencia de la clase obrera como sujeto revolucionario. En este artículo vamos a concentrarnos especialmente en uno de sus aspectos, a partir de la serie de trabajos que se conocieron bajo el título de ¿Adónde va Francia? [4]. Nos referimos al planteo de “comités de acción” como forma de concentrar las fuerzas de vanguardia y sectores de masas para potenciar la fuerza de los revolucionarios, “quebrar” la resistencia de los aparatos burocráticos y desplegar la potencia del movimiento obrero.
El escenario político “occidental”
Trotsky y Gramsci fueron quienes analizaron con mayor profundidad la problemática de las democracias capitalistas occidentales. Fueron parte de la constelación de revolucionarios de la III Internacional que se enfrentó a las complejidades de la revolución en Europa, donde la influencia de la democracia burguesa y el parlamentarismo como ideología eran mayoritarios entre las masas, y donde se habían desarrollado importantes aparatos obreros reformistas con sus respectivas burocracias políticas y sindicales; en contraste con el carácter “gelatinoso” y precario de las instituciones en Rusia pre-1917, identificada como ejemplo de estructura socio-política “oriental”.
Gramsci desarrolla el concepto de “Estado ampliado” y su fórmula del Estado “en su significación integral: dictadura + hegemonía”, con la que se propone explicar el hecho de que la burguesía va mucho más allá de la “espera pasiva” del consenso y desarrolla toda una serie de mecanismos para organizarlo. La “ampliación” del Estado fue una respuesta a la emergencia del movimiento obrero a principios del siglo XX [5]. La estatización de las organizaciones de masas y la expansión de burocracias en su interior es uno de los elementos fundamentales, con su doble función de “integración” al Estado y de fragmentación de la clase trabajadora [6].
La burocracia obrera ha sido (y es) el destacamento de avanzada para “organizar” la hegemonía burguesa en las organizaciones del proletariado. Este objetivo es perseguido tanto con medios ideológicos como coercitivos en diferentes combinaciones según el caso. En este sentido, Trotsky señala que el capitalismo “cada vez está menos dispuesto a admitir sobre nuevas bases la independencia de los sindicatos. Exige que la burocracia reformista y la aristocracia obrera, que picotean las migajas que caen de su mesa, se transformen en su policía política a los ojos de la clase obrera” [7]. Gramsci aborda en términos similares la cuestión cuando señala que la burguesía había logrado conquistar un “conjunto de las fuerzas organizadas por el Estado y por los particulares para tutelar el dominio político y económico de las clases dirigentes”, y agrega que por este motivo “partidos ‘políticos’ enteros y otras organizaciones económicas o de otro género deben ser considerados organismos de policía política, de carácter investigativo y preventivo” [8].
La burocracia, el “frente popular” y el problema del sujeto
Hubo importantes puntos de contacto respecto a la caracterización del papel de la burocracia entre Trotsky y Gramsci. También en la valoración del Frente Único defensivo; solo hace falta comparar algunas de las mejores páginas de los Cuadernos de la cárcel con los análisis de Trotsky sobre el Frente Único en Alemania ante el ascenso del fascismo a principios de los años ‘30 [9]. Sin embargo, será Trotsky quien desarrollará claramente el pasaje del Frente Único defensivo al ofensivo, y en ese marco, las vías para superar y derrotar a las burocracias enraizadas en las organizaciones de masas. Planteará una vía de solución al problema de la emergencia de la clase obrera como sujeto político en las sociedades “occidentales”.
En general, los escritos de Trotsky sobre el ascenso del fascismo en Alemania [10] son mucho más visitados y reivindicados que los de Francia. No es casual, siendo que en estos últimos enfrenta abiertamente la política de colaboración de clases del “Frente Popular” que Gramsci –preso en las cárceles de Mussolini– no llegó a analizar. Sin embargo, será en ¿Adónde va Francia? donde Trotsky mostrará todo el calibre de su concepción de la política revolucionaria. Trotsky prestó especial atención a la situación francesa, con el aditamento que residirá en ese país –aunque en condiciones difíciles– desde 1933 hasta junio de 1935, cuando es expulsado. Vivirá de cerca el cambio de la situación en 1934 con los levantamientos de las ligas fascistas del 6 de febrero y la importante respuesta obrera del 12 de febrero. La acción del movimiento obrero había golpeado sobre los aparatos burocráticos del Partido Socialista (SFIO) y el Partido Comunista dando un renovado impulso a la organización trotskista que contaba con unos pocos cientos de militantes y que a partir de septiembre de 1934 concreta la táctica del “entrismo” [11] en el Partido Socialista para ligarse a los obreros socialistas que se radicalizaban. Pero para 1935, socialdemócratas y stalinistas conformaran el “Frente Popular” junto con el Partido Radical, un partido ligado a la opresión colonial francesa (con su base tradicional entre la pequeñoburguesía urbana y rural), apoyando la política de “defensa nacional” del gobierno francés.
Frente a la fortaleza relativa de los aparatos reformistas y la debilidad de los revolucionarios, ¿cómo puede desplegarse la potencia de la clase obrera como sujeto revolucionario? Esta será la pregunta que Trotsky va a poner en el centro de su reflexión en ¿Adónde va Francia? y en este marco es que desarrollará el debate sobre los “comités de acción”. En ellos Trotsky ve la posibilidad de que los revolucionarios, en ese momento con muy pocas fuerzas, puedan potenciarlas ligando el desarrollo del partido revolucionario a la unificación y el reagrupamiento de la vanguardia y las masas en lucha.
El planteo comienza a partir de “tomarle la palabra” a la resolución del VII Congreso de la Internacional Comunista (1935) sobre el llamado a la conformación de “comités de acción del Frente Popular”. Al mismo tiempo que Trotsky es implacable en su crítica al carácter conciliador del Frente Popular, hace propia esta propuesta, que define como la única acertada de toda aquella resolución y que, como era de esperarse, no sería implementada por el burocratizado Partido Comunista francés. Trotsky ve allí una forma de romper la subordinación a la burguesía, potenciando el peso de la vanguardia a través del desarrollo de los comités de acción ligados directamente a la lucha de clases, lo cual facilitaría enormemente la expulsión de los “negociantes burgueses” del Partido Radical y la derrota de la política de conciliación de clases dictada “desde Moscú”.
Instituciones de unificación y coordinación de las luchas para quebrar la resistencia burocrática
Trotsky irá desarrollando aquel planteo inicial hasta convertirlo en un elemento clave de lo que podríamos definir como una teoría sobre las vías de constitución de la clase trabajadora como sujeto en un escenario “saturado” de aparatos burocráticos propio de las estructuras socio-políticas occidentales.
En su famoso artículo “Frente Popular y comités de acción” del 28 de noviembre de 1935, Trotsky hace un recorrido abordando los comités desde diversos ángulos a partir de diferentes procesos de radicalización. El primer ejemplo que toma refiere a las luchas de los portuarios de Toulon y Brest a mediados de 1935 contra la reducción de los salarios decretada por el gobierno del Partido Radical. Las direcciones del Partido Comunista y el Partido Socialista protestan pero no hacen nada. Sin embargo, los obreros salen a la lucha, izan la bandera roja en la prefectura en Brest y levantan barricadas en Toulon contra la represión. Los enfrentamientos producen 3 muertos y decenas de heridos, y se desata una importante huelga en solidaridad, frente a la cual las direcciones oficiales llaman a la calma y denuncian la presencia de “provocadores” [12]. Trotsky ejemplifica su planteo y señala que: “Durante la lucha en Toulon y en Brest, los obreros habrían creado sin vacilaciones una organización local de combate si se los hubiera llamado a hacerlo” [13].
A renglón seguido se refiere a las luchas en Limoges de mediados de noviembre de ese mismo año, que tenían un carácter similar a las de los portuarios y sufrirían la propaganda del Partido Socialista y del Partido Comunista contra los “provocadores” y los llamados al gobierno para una acción contra los “facciosos”. Frente a ello, Trotsky señala otro ejemplo de lo que sería la política de comités: “Al día siguiente de la sangrienta represión en Limoges –dice–, los obreros y una parte considerable de la pequeñoburguesía habrían manifestado sin ninguna duda su disposición a crear comités para investigar los sangrientos acontecimientos y evitarlos en el futuro” [14]. También ve la potencialidad de los “comités de acción” entre los soldados y señala que: “Durante el movimiento que este verano tuvo lugar en los cuarteles contra la prolongación del servicio militar, los soldados habrían elegido comités de acción de compañía, de regimiento y de guarnición sin vacilar, si se les hubiera indicado ese camino” [15].
Es decir, en el proceso de Toulon y Brest, Trotsky ve a los comités de acción como “organización local de combate”, en Limoges como “comités para investigar los sangrientos acontecimientos y evitarlos en el futuro”, en los cuarteles como comités contra la prolongación del servicio militar. La conclusión que extrae es que con la evolución de los elementos revolucionarios de la situación, “a cada paso se presentarán casos semejantes”, en cada lugar, ligados a los conflictos y a los procesos que atraviesan diferentes regiones, y que son oportunidades de poner en pie instituciones de los sectores en lucha, a escala local y de ser posible a escala nacional. La tarea de los revolucionarios, dice Trotsky, es “no dejar pasar ni una sola de esas ocasiones”, no perder ninguna oportunidad de organizar a la vanguardia y los sectores de masas que salen a la lucha en instituciones permanentes del tipo “comités de acción”.
De esta forma, Trotsky va delineando una concepción más general que parte de la necesidad de comprender “el significado de los comités de acción como el único medio de quebrar la resistencia antirrevolucionaria de los aparatos de los partidos y sindicatos” [16]. Su punto de partida es unir esta necesidad de “quebrar la resistencia” de las burocracias con el enorme peligro que planteaba que los conflictos parciales queden aislados y que la energía de las masas sea desgastada en explosiones aisladas y terminen generando apatía. De allí que señale que frente a las huelgas, las manifestaciones, las escaramuzas callejeras o los alzamientos directos, que son inevitables en una situación que se va haciendo revolucionaria, la tarea clave de los revolucionarios consiste “en unificarlos y darles una fuerza mayor” [17].
Ahora bien, ¿cómo se prefigura Trotsky la conformación de aquellos comités? Señala que no se trata de “llamar a las masas para las elecciones de los comités de acción, para un día y hora fijados y sobre la base de estatutos determinados”, lo cual sería una forma burocrática de plantear la cuestión, sino que los comités deben estar directamente ligados a la acción:
Los obreros –dice– no pueden elegir comités de acción más que en el caso en que participen ellos mismos en una acción y comprueben la necesidad de contar con una dirección revolucionaria. No se trata de una representación democrática de todas las masas, sino de una representación revolucionaria de las masas en lucha. El comité de acción es el instrumento de la lucha. Es inútil tratar de determinar de antemano qué capas de trabajadores estarán ligadas a la creación de los comités de acción: las fronteras de las masas que pelean se determinarán en la propia lucha [18].
Pero no se trata tampoco de que estos “comités de acción” reemplacen a los partidos y los sindicatos:
Las masas –señala– entran a la lucha con todas sus ideas, agrupamientos, tradiciones y organizaciones. […] En las elecciones para los comités de acción, naturalmente, cada partido tratará de hacer triunfar a sus miembros. Los comités de acción tomarán sus decisiones por mayoría, existiendo una total libertad de agruparse para los partidos y fracciones. En relación con los partidos, los comités de acción pueden considerarse parlamentos revolucionarios: los partidos no son excluidos, por el contrario, se los supone necesarios. Pero al mismo tiempo, son controlados en la acción y las masas aprenden a liberarse de la influencia de los partidos putrefactos [19].
De esta forma, Trotsky va pasando de la consideración del comité de acción en particular, a una formulación más amplia sobre la conformación de este tipo de organismos como engranaje para derrotar la política de colaboración de clases de la burocracia. Como contrapone Trotsky: “La regla del bolchevismo en lo que hace a los bloques era la siguiente: ¡Marchar separados, golpear juntos! La regla de los jefes actuales de la IC es: marchar juntos para ser golpeados por separado” [20]. Es decir, si con la política de “frente popular” las burocracias del Partido Socialista y el Partido Comunista pretendían hacer que el proletariado “marche junto” con la burguesía vía el Partido Radical y el apoyo a la “defensa nacional”, el correlato de esto era dejar a los diferentes conflictos y levantamientos del proletariado aislados para que la burguesía pudiera derrotar lugar por lugar, caso por caso, a la vanguardia y los sectores de masas que salían a pelear, y así evitar que las luchas se hagan crecientemente revolucionarias.
A la inversa, lo que está proponiendo Trotsky con los comités de acción es concentrar la fuerza de aquellos sectores en lucha en instituciones capaces de trascender cada conflicto puntual y articular los diferentes sectores que salen a pelear. Y, con ello, multiplicar la fuerza de los revolucionarios para el trabajo en la base de los sindicatos a partir de tomar sus demandas inmediatas más sentidas y ligarlas a un programa transicional (plasmado en este caso en “Un programa de acción para Francia” [21]) que pueda constituir un puente entre las ilusiones reformistas del movimiento de masas y la necesidad de luchar por el poder. El objetivo es lograr que un grupo revolucionario –incluso pequeño– sea capaz de influir a una porción suficiente de la clase trabajadora para que la táctica de Frente Único obrero, aquel “golpear juntos y marchar separados”, no sea simplemente una exigencia impotente hacia la burocracia sino que tenga la fuerza para imponerlo efectivamente.
Como se ve, los “comités de acción” no eran equivalentes a “soviets” que, propiamente dichos, son organismos de frente único de masas, sino la herramienta para preparar su desarrollo y el desarrollo del partido revolucionario durante una situación como la francesa en 1935, que si bien era aguda, no era abiertamente revolucionaria, y en la cual había duros conflictos radicalizados pero estos se presentaban fragmentados y no había un ascenso generalizado de la lucha de clases aún. En este sentido, Trotsky remarcaba que los “soviets” eran asociados por el sentido común con el poder ya conquistado, y no era el caso de lo que estaba planteando. De hecho, en ese entonces criticaba a la dirección stalinista del PCF que, como resabio del “Tercer Período” [22], levantaba la consigna “¡Soviets por todas partes!”, lo que Trotsky consideraba una postulación a destiempo y una vulgarización de la consigna. Recién con la generalización de las huelgas con ocupación de fábricas de 1936 va a señalar la actualidad del llamado a construir “soviets” como consigna para la acción; cuestión que deja plasmada en su artículo “La revolución francesa ha comenzado” [23].
Ahora bien, ¿cuál era la relación entre los comités de acción y el futuro desarrollo de consejos o soviets? Él mismo se encarga de aclararlo: “En ciertas condiciones –dice–, los comités de acción pueden convertirse en soviets”, pero señala que aún estarían lejos de serlo en la situación de Francia en 1935 que define como “pre-revolucionaria” o “tan revolucionaria como puede ser con el carácter no revolucionario de las direcciones del movimiento obrero”. Y aclara, a su vez, contra una visión mistificada de los soviets rusos, que estos en sus primeros pasos “no eran en absoluto lo que llegaron a ser después, e incluso en esa época con frecuencia llevaban el modesto nombre de comités obreros o comités de huelga” [24]. En este sentido, los “comités de acción” tenían la tarea en aquel entonces, en primer lugar, de “unificar la lucha defensiva de las masas trabajadoras en Francia y también dar a esas masas la conciencia de su propia fuerza para la ofensiva futura” [25]. Que pudiesen avanzar o no en este último sentido, iba a depender no solo de la acción de la vanguardia sino también de la evolución de las condiciones objetivas de la propia situación.
Las vías para la emergencia revolucionaria de la clase trabajadora
Todos estos elementos que reseñamos forman parte integral de la reflexión de Trotsky sobre el problema de la emergencia de la clase obrera como sujeto revolucionario en un escenario “occidental”, cuestión que, lejos de las innumerables caricaturas del marxismo que proliferaron en el último tiempo, no se reduce a un problema “ontológico” sino que refiere a cuestiones políticas y estratégicas mucho más profanas. El desarrollo de instituciones para la unificación y coordinación de los sectores en lucha como los “comités de acción” –muy anteriores a los soviets– se plantea como el único medio de quebrar la resistencia de los aparatos burocráticos, imponer efectivamente el Frente Único y desplegar una estrategia de autoorganización en la perspectiva de constituir consejos o soviets que sean la base de un poder alternativo. Al mismo tiempo, como fuerza fundamental para el desarrollo del partido revolucionario. Trotsky apuesta al fortalecimiento de los revolucionarios como organizadores de la fuerza desplegada por los sectores más avanzados del movimiento obrero y de masas, y opone esta perspectiva a la “unidad de los aparatos” separada de las necesidades de la lucha, que era sostenida por el grupo Izquierda Revolucionaria –centristas de izquierda– encabezado por Marceau Pivert [26].
De esta forma, Trotsky da respuesta a uno de los principales problemas para que la clase obrera se transforme en sujeto hegemónico en el marco de “la estructura masiva de las democracias modernas” [27], como las refería Gramsci, con sus organizaciones estatales y complejo de asociaciones en la vida civil que modifican el escenario de intervención política. Se trata de una concepción alternativa y contrapuesta a las interpretaciones “togliatianas” [28] de las elaboraciones de Gramsci que, basadas en las particularidades y complejidades de las estructuras socio-políticas “occidentales”, pretenden identificar las elaboraciones del revolucionario sardo sobre la “guerra de posiciones” ya sea con una batalla por la hegemonía en términos eminentemente culturales, o con la posibilidad de la constitución de la clase obrera en sujeto a partir del desarrollo evolutivo de determinados aparatos (“aparatos hegemónicos”, al decir de Peter Thomas [29]) más o menos por fuera de la lucha de clases y del combate con las diferentes burocracias enquistadas en las organizaciones del movimiento de masas [30]. Ni hablar de aquellas que, retomando elaboraciones como las de Nicos Poulantzas, consideran que el Estado en su sentido amplio (más allá del “espacio físico del Estado”) podría ser considerado como “el terreno de un campo estratégico” [31] que se encontraría en disputa.
Pero aquella concepción de Trotsky ha sido incomprendida incluso dentro del trotskismo. Ernest Mandel criticará a Trotsky por haber exagerado supuestamente la caracterización de la situación en Francia a mediados de los años ‘30. El error de Trotsky, según Mandel, sería subproducto de considerar que en las sociedades “occidentales” puede existir una crisis revolucionaria sin que haya una crisis terminal de las ilusiones en la democracia burguesa entre las masas [32]. De esta manera, Mandel reduce este problema de la revolución a una cuestión de legitimidad democrática sin referir al papel central de las burocracias en esa operación, es decir, sin dar cuenta de que no se trata solo de un problema ideológico sino de un problema de fuerzas materiales. El balance de Trotsky sobre Francia es muy diferente:
La coalición del Frente Popular –dice–, absolutamente impotente contra el fascismo, la guerra, la reacción, etcétera, demostró ser un tremendo freno contrarrevolucionario para el movimiento de masas, incomparablemente más poderoso que la coalición de febrero en Rusia, porque: a) no teníamos allá una burocracia obrera tan omnipotente, incluyendo a la burocracia sindical; b) teníamos un partido bolchevique [33].
En los hechos, luego de la llegada al gobierno del Frente Popular en mayo 1936, se desarrollará un enorme movimiento huelguístico del que participan más de 2 millones de trabajadores con ocupaciones de fábricas. Las huelgas habían planteado la cuestión del poder, pero el Partido Socialista y el Partido Comunista se habían abocado a frenarlas a cambio de una serie de “equivalentes” como aumento de salarios, semana laboral de 40 horas, etc., en lo que se conoció como los acuerdos de Matignon. Una vez terminado, siguieron dos años atravesados por devaluación monetaria, despidos y represión que licuaron aquellas conquistas. En ese tiempo la burguesía, con la colaboración fundamental de la burocracia obrera, va ir desactivando y derrotando uno a uno los focos de resistencia, y de esta forma logrará impedir que haya una segunda oleada generalizada luego del ‘36. Finalmente el Frente Popular dejó la escena, cediendo su lugar al gobierno de Édouard Daladier, quien firmará los acuerdos de Múnich con Hitler. El movimiento huelguístico que había amenazado con desbordar los límites de la propiedad privada y el Estado, chocó contra la acción del gobierno del Frente Popular.
Mucho más cerca de la explicación de Trotsky que de la de Mandel, Daniel Guérin –que en 1936 era miembro del grupo de Pivert– volverá años después sobre un balance crítico de aquel proceso y planteará la importancia de aquella perspectiva planteada por Trotsky. Señala que:
El admirable artículo de Trotsky: “La Revolución Francesa ha comenzado”, que apareció en el número incautado de La Lutte Ouvriere, solo fue leído por unos pocos iniciados. Si realmente hubiéramos cumplido nuestra misión dentro del movimiento popular, hubiéramos tenido otros medios efectivos para hacernos escuchar. El estalinismo aún no había consolidado su imperio sobre los millones de nuevos sindicalizados y podríamos haber competido con él. Las masas en huelga, sin duda, no fueron conscientemente revolucionarias. Fueron impulsados por motivos inmediatos: pan y dignidad humana. […] Pero, incluso ciego o al menos confuso, el comportamiento de las masas fue, aunque no del todo consciente, ciertamente revolucionario porque rompió con el orden establecido.
Y frente a esto concluye amargamente que “En junio de 1936 perdimos el barco de la historia” [34].
El problema es que en las formaciones “occidentales” u “occidentalizadas”, el surgimiento de la dualidad de poderes se diferencia del ejemplo clásico de la Revolución rusa. Como señala Juan Dal Maso, mientras que en este último el poder de los soviets o consejos compite directamente por el desarrollo de las funciones públicas, en las formaciones “occidentales” la competencia se da en primer lugar por la conquista de las masas populares:
… si se toma en cuenta la conceptualización gramsciana sobre el Estado integral (o los análisis de Trotsky sobre bonapartismo y estatización de los sindicatos) en la medida en que [se vuelve] difusa la distinción entre esfera pública y privada, la lucha se da en un marco en el que el Estado tiende a incorporar las organizaciones obreras tradicionales y por ende el desarrollo de instancias como los consejos o soviets se enfrenta a un Estado basado en gran parte en la burocratización del movimiento obrero.
De aquí que “el desarrollo de órganos de poder obrero tiene como tarea romper la estatización y sobre esta base construir la hegemonía para conquistar el poder y crear un Estado obrero destruyendo el aparato del Estado burgués” [35].
Frente a este problema es que Trotsky formula una respuesta con la generalización del planteo de “comités de acción”, y planteando las vías por las cuales incluso pequeños grupos pueden abrirse un camino para avanzar en influenciar a un sector de masas a partir de ubicarse como organizadores de la fuerza de todos los sectores que sufren y salen a la lucha. En este sentido, frente a las burocracias que dominaban el espacio político francés y la debilidad de los revolucionarios, Trotsky planteaba en 1935 que:
Sería absurdo creer que tenemos suficiente tiempo para crear un partido muy potente que pudiera eliminar a todas las otras organizaciones antes de los conflictos decisivos con el fascismo o antes del estallido de la guerra, pero es completamente posible en un breve plazo –los eventos ayudan– ganar a las amplias masas no para nuestro programa, no para la Cuarta Internacional sino para esos comités de acción. Pero una vez creados esos comités de acción devendrían en un trampolín magnífico para un partido revolucionario. En un comité de acción Pivert, por ejemplo, estará forzado a tener un lenguaje completamente diferente del tartamudeo de la Izquierda Revolucionaria. La autoridad y la influencia de los elementos valientes, decididos y clarividentes serían enseguida decuplicadas. No se trata acá de un asunto más, se trata de una cuestión de vida o muerte [36].
Y efectivamente lo fue.
Una discusión muy actual
La situación del movimiento obrero de los países occidentales cambió mucho desde el proceso francés de los ‘30 analizado por Trotsky a esta parte. Incluso desde aquel Mayo Francés de 1968 donde, si como decía Marx retomando a Hegel, los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen primero como tragedia y después como farsa, la acción del Partido Comunista fue una farsa del 1936. Sin embargo, no se trata meramente de una cuestión de interés histórico.
Desde aquel entonces las características de las formaciones socio-políticas “occidentales” que en la época de Trotsky y Gramsci eran propias de Europa y un puñado de países centrales, al día de hoy se han extendido enormemente a las más diversas latitudes. Si bien en las últimas décadas, con el retroceso y el salto en la estatización de los sindicatos pasó a primer plano la función de las burocracias sindicales como garantes de la fractura de clase, lo que sucedió no fue la liquidación del “Estado integral”. Junto con la reformulación del rol de las burocracias obreras tradicionales se han desarrollado en paralelo “nuevas” burocracias a la par del desarrollo de los llamados “nuevos movimientos sociales”, con la subsecuente estatización ya sea mediante los vínculos con el Estado de las llamadas ONG o vía “departamentos” estatales específicos (ministerios, secretarías, agencias) que cumplen las tareas de cooptación y regimentación en el interior de los “movimientos”. Unas y otras interactúan en forma complementaria. Las primeras, restringen las organizaciones sindicales a los sectores más altos de la clase obrera haciendo gala de un corporativismo antipopular. Las segundas, actúan desligando la lucha por los derechos civiles o “sociales” del conjunto de las demandas de la clase trabajadora.
Hoy, si la izquierda tiene un peligro, es ceder a las presiones del Estado vía administración de la asistencia social en el movimiento de desocupados, o adaptándose a la estructura de los sindicatos tal cual son, o a la organización estudiantil de servicios, o a la “ONGeización” y estatización de los movimientos como el de mujeres, ecologista u otros, o al parlamentarismo mediante bancas separadas de la lucha de clases. Es decir, adaptar la propia actividad a las estructuras del “Estado ampliado”. Más aún en situaciones como la que comenzamos a atravesar en la Argentina donde se abre una etapa pre-revolucionaria (aún incipiente).
En este marco, los desarrollos teóricos esbozados por Trotsky en torno a los “comités de acción” superan ampliamente aquellos comités y su formulación específica para la Francia de los ‘30. Plantean, por un lado, el problema más general de que los “soviets” o “consejos” nunca surgen de la nada y menos aún en sociedades complejas “occidentales” marcadas por el despliegue de las burocracias en las organizaciones de masas. Aunque no podemos abordarla aquí, esta cuestión no sería difícil de rastrear en el ascenso obrero de los ‘70 en Argentina a partir de todos los procesos previos de los ‘60 en adelante, que finalmente desembocaron en la constitución de las Coordinadoras Interfabriles en 1975 [37]. Y por otro lado, revelan la potencialidad de esta lógica política como vía para que partidos revolucionarios, con algunos miles de militantes ligados a estos procesos, puedan abrirse un camino hacía las masas e imponer efectivamente el Frente Único. Lo que muestra el planteo de Trotsky es la necesidad de instituciones permanentes de los sectores en lucha, donde los revolucionarios pongan todas las energías en no perder ninguna oportunidad de desarrollarlas, y que se trata de un elemento fundamental para evitar que la energía del movimiento de masas se diluya en combates aislados sin continuidad y sirva para la emergencia de la clase trabajadora como sujeto haciendo saltar por los aires la estructura burocrática que se yergue sobre el movimiento obrero y de masas. Esta es la fuente de la que puede brotar la enorme fuerza necesaria para la construcción de un partido revolucionario que se precie de tal.
En Argentina, se trata de un debate por demás actual cuando, luego de las ocupaciones de tierras del 2020 que tuvieron su epicentro en Guernica, ya estamos atravesando una nueva oleada de luchas en prácticamente todas las provincias que contrasta con la complicidad de las cúpulas sindicales frente a la crisis. Sectores de trabajadores han ocupado sus empresas o levantado bloqueos y acampes contra los cierres y despidos masivos, en conflictos como en el frigorífico Arrebeef, Hey Latam de Rosario, Ternium Canning, etc. Las luchas van desde pequeños establecimientos, pasando por las movilizaciones de desocupados, hasta paros de grandes sindicatos como los docentes de Mendoza, Tucumán, Neuquén, Río Negro, entre otros. Algunas de estas acciones son acompañadas, muchas veces por imposición de la propia base a sus direcciones sindicales, pero muchos conflictos son producto de verdaderas “rebeliones” antiburocráticas que superan a esas conducciones, por ejemplo, en la Salud en Neuquén.
El conjunto de los aspectos que fuimos desarrollando en este artículo son una muestra más de que quienes sostienen que Trotsky fue incapaz de dar cuenta de las estructuras políticas y la estrategia para “occidente” se basan en una lectura superficial de su teoría en general y de su concepción de estrategia en particular. Los abordajes de las obras de Gramsci y de Trotsky, tanto los vulgares como los académicos, que los sitúan por fuera de la historia con sus batallas concretas y los problemas a los que buscaron dar respuesta, dejan de lado lo que para los marxistas revolucionarios es un activo invaluable a la hora reflexionar el marxismo como guía para la acción. Y es justamente allí donde adquieren toda su dimensión las elaboraciones que fuimos abordando, tanto de Gramsci sobre el Estado, como las de Trotsky como teórico y estratega, no solo de la revolución en Oriente sino también en Occidente.
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