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Trotsky y Weber: contrapuntos en torno a la guerra y la revolución

Maximiliano Olivera

DOSSIER
Ilustración: Coke Inxaurre

Trotsky y Weber: contrapuntos en torno a la guerra y la revolución

Maximiliano Olivera

Ideas de Izquierda

Reseña de Guerra e Revolução: Max Weber e Leon Trótski no contexto da Primeira Guerra Mundial (Dialética, São Paulo, 2024) de Edison Urbano, editor de Ideais de Esquerda, parte de la red internacional de La Izquierda Diario.

Recientemente se publicó Guerra e Revolução: Max Weber e Leon Trótski no contexto da Primeira Guerra Mundial (Dialética, São Paulo, 2024) de Edison Urbano, editor de Ideais de Esquerda (parte de la red internacional de La Izquierda Diario). El libro aborda dos miradas diametralmente opuestas, tanto desde el contenido como de la metodología, sobre problemas históricos y teóricos que tuvieron que enfrentar. En ese sentido, Trotsky es el adversario internacionalista de los argumentos nacionalistas-imperialistas de Weber. La confrontación se da en el terreno histórico de la propia guerra, aunque

Trotsky se enfrentó a Weber, pero en un campo aún más amplio que las trincheras de la guerra: el campo de un conflicto de clases que, por su propia naturaleza, adquirió un carácter aún más amplio, tanto geográficamente como en términos históricos concretos.

Este campo más amplio implicó las revoluciones rusa de 1917 y la alemana de 1918, centralmente. Las biografías de ambos incluyeron una escenificación del contrapunto en las negociaciones de paz en 1918, en Brest-Litovsk. Trotsky lideró la delegación de la Rusia revolucionaria ante las potencias centrales encabezadas por Alemania, quien apoyada en su poderío militar forzó la anexión de territorios que pertenecían al antiguo imperio ruso. Si bien Weber no participó personalmente de esa delegación –como sí lo hizo en las negociaciones del Tratado de Versalles en 1919–, siguió atentamente su desarrollo y las tomó como insumo para sus elaboraciones de la época, como el discurso “La política como vocación”.

La comparación de las ideas entre dos personalidades importantes del siglo XX es una razón suficiente para esta novedad editorial, aunque también se encuentran razones actuales con las tensiones entre potencias y guerras como la de Ucrania o el genocidio sobre el pueblo palestino a manos del Estado de Israel, junto a procesos de revueltas en diferentes puntos del globo. Urbano a su vez interviene en los debates académicos y en polémica con autores como Michael Löwy, quien propicia un “marxismo weberiano”.

El libro se organiza en dos mitades, cada una ocupada en contextualizar y desarrollar el pensamiento de los autores, cerrando finalmente con una conclusión. En esta reseña seguiremos esta estructura.

Weber: una vida marcada por el Segundo Imperio Alemán

Max Weber nació en Alemania, en la ciudad de Erfurt, en 1864 y allí mismo murió, en Munich, en 1920. Su vida y pensamiento estuvieron marcados por los cambios en el Segundo Imperio Alemán. En la última década del siglo XIX Alemania ingresó de lleno en el desarrollo capitalista, tras un proceso de unificación nacional bajo Otto von Bismarck. Este proceso implicaba también dejar atrás los vestigios feudales y aplacar las tensiones sociales nacidas bajo el nuevo régimen social. Sobre esas coordenadas se desenvolvieron los años de formación de Weber.

Urbano señala que al contrario de la imagen difundida del cientista “neutro”, aislado en su escritorio y preocupado solamente por los tipos ideales de su teoría sociológica, desde su juventud Weber fue un hombre ligado a la política de su tiempo. La afirmación se sostiene en investigaciones clásicas como el estudio de W. J. Mommsen, a su vez editor de las obras en alemán, y la biografía escrita por su esposa Marianne. Entre los años de juventud y su consolidación como intelectual, Weber tuvo contacto con diferentes partidos, como los pangermanistas de Alldeutschen Verband, los “nacional-liberales” de su amigo el pastor protestante Friedrich Naumann, los “progresistas-populares” y hasta con un sector del ala derecha de la socialdemocracia (a quién siempre pensó como un enemigo en la disputa por controlar a la clase obrera). Sin embargo las relaciones mencionadas tenían un límite, ya que el propio Weber señala que no quería “hablar como hombre de partido”.

Su visión de la época está sintetizada en el discurso inaugural como profesor titular en la Universidad de Freiburg, donde define una doble amenaza para Alemania. Por un lado, una clase en declive económico –la aristocracia junker– insistía en sostener el liderazgo político, y, por otro lado, la clase que va conquistando el poder económico –la burguesía– aún no tiene la madurez política para asumir la dirección del Estado. Reconocido como un miembro de la burguesía, Weber continúa planteando la cuestión por encima de las pugnas partidarias y pensándola también desde el punto de vista de los intereses de la nación alemana en la competencia con el resto de las potencias y la división del mercado mundial. Por eso, en los inicios de la época imperialista, señala que la “política de fuerza” ultramarina de Alemania fue iniciada “con timidez y casi a regañadientes”, una crítica a la debilidad de la expansión colonialista. Este horizonte de expansión de la nación alemana no cambiará en Weber, por lo que Urbano indica que

es a partir de este contexto general que, años más tarde, la guerra mundial se presentará, desde el punto de vista de Weber, como la gran prueba para la nacionalidad alemana y sus dirigentes. Una conflagración general de proporciones sin precedentes, que trajo sufrimientos indecibles a las masas de toda Europa: se habla de más de 9 millones de muertos, en batallas que se cobraron la vida de cientos de miles de personas en un solo día. De su resultado dependía todo el orden mundial entre las naciones dominantes, así como su relación con las demás regiones del globo. Weber se enfrentó a ella no desde la posición de un analista imparcial, ni mucho menos, sino como alguien que se sentía responsable de la defensa ideológica de la guerra como una necesidad histórica, una responsabilidad y un destino.

La metodología de los “tipos ideales” y la prueba de la guerra

Otra parte considerable del libro se dedica a la metodología de los «tipos ideales», que, según el autor, es la manera en que Weber pudo conciliar dos necesidades contrapuestas: asegurar, sobre nuevas bases, el dominio del idealismo en materia filosófica –lo que, después de que Marx hubiera superado todo materialismo vulgar, sólo podía hacerse incorporando las conquistas teóricas del materialismo histórico–, y tratando de llevar la negación idealista del marxismo a un nivel superior, «filosófico». Esto conlleva a que el pensador alemán recuse cualquier idea de determinación y propugne el predominio de facto de la idea por sobre la materia.

En palabras de Weber, un «tipo ideal» se construye mediante la acentuación unilateral de uno o varios puntos de vista, reuniendo fenómenos aislados, inclusive difusos, que se ordenan según puntos unilateralmente acentuados, formando un cuadro homogéneo de pensamiento (cfr. La “objetividad” del conocimiento en las ciencias sociales, 1904). Urbano señala que esto permite abordar cualquier fenómeno de la vida social omitiendo conscientemente los aspectos contradictorios más relevantes, algo que se expresa por ejemplo en la definición de capitalismo. En el texto mencionado, Weber define al capitalismo como una “cultura en la que el principio rector es la inversión de capital privado”, una definición que pretende ser científica mientras excluye a los verdaderos productores, el proletariado, que en la realidad no pueden ser excluidos. Así, el capitalismo parece basado en el cálculo y la racionalidad, anulando las contradicciones entre capital-trabajo o capital-ambiente.

En el desarrollo de la crítica a la metodología de Weber y sus oscilaciones, Urbano discute desde los planteos desde marxistas como György Lukács, Perry Anderson y Gabriel Cohn con las lecturas de “marxistas weberianos” como el mencionado Löwy o Mauricio Tragtenberg, quienes en diferentes trayectos de su vida política militaron en la sección brasileña del Secretario Unificado. Urbano se detiene en la interpretación de Tragtenberg por considerar que es parte de las interpretaciones equívocas de Weber donde se pierde de vista su “inversión apologética” del capitalismo. Esta consiste, señala el autor, no en la exaltación directa y simple del capitalismo, sino dirigiendo las (aparentemente) críticas más duras hacia un callejón sin salida, sin alternativa al capitalismo. A este punto, que se equipara con la crítica previa a Löwy, se suma la visión de un Weber adherido “a un profundo ideal de libertad”, sin darle importancia a sus posiciones nacionalistas e imperialistas (o a lo sumo presentadas como “contradicciones”). Como consecuencias de estas lecturas, el pensamiento de Weber llegó a lograr adhesiones en intelectuales socialistas o al menos neutralizar el combate político-ideológico que sus posiciones ameritaban.

Finalizando la sección dedicada a Weber, un último capítulo retoma la problemática de la metodología de los «tipos ideales», esta vez en relación al imperialismo y al estallido de la Primera Guerra Mundial. Previo a esto, es necesario unas consideraciones biográficas.

Cuando la guerra estalló en el verano de 1914, Weber tenía 50 años. Por su edad, no pudo marchar al frente y dirigir un pelotón en la guerra “grande y maravillosa”, según detalló en una carta a su madre. Desde el inicio de la contienda hasta septiembre de 1915, estuvo a cargo de la dirección de los hospitales militares de Heidelberg, abandonando toda actividad intelectual. Luego de esos primeros trece meses, renuncia y se dedica a seguir los acontecimientos e intervenir públicamente de diferentes maneras, esperando en vano ser nombrado como asesor gubernamental. De este último período, eludiendo las restricciones, elabora textos claves como “La política externa de Bismarck y el presente”, “Entre dos leyes” o “Alemania entre las potencias mundiales europeas”. Al año siguiente, vio con amargura la toma del poder por los soviets en Rusia, lo que lo llevó a desarrollar una campaña antisocialista. Como ya hemos mencionado, siguió las negociaciones del Tratado de Brest-Litovsk en 1918 y participó personalmente en las negociaciones del Tratado de Versalles en 1919.

Urbano desarrolla in extenso cómo la metodología de los «tipos ideales» se aplica en la noción weberiana de «imperialismo» y la relación con sus posicionamientos imperialistas prácticos. Weber construye una concepción abstracta sobre los “fundamentos económicos del ‘imperialismo’”, donde la ligazón económica de los grandes monopolios vinculados al Estado acarrea una tendencia a buscar las “oportunidades de lucro” en “territorios política y económicamente ‘en desarrollo’”. Las “oportunidades en el exterior” aparecen “garantizadas” por la vía de la ocupación directa e indirecta. Esta tendencia “imperialista” le gana espacio a la “pacifista”, una tendencia que existirá “en todos los tiempos” (cfr. Economía y Sociedad, Capítulo 6, Sección IV). En otro tramo se esboza una definición que funciona como un justificativo para el involucramiento alemán en la guerra, ya que establece que algunas formaciones políticas de por sí son “más expansivas” mientras otras “aspiran a un poder dirigido desde afuera”, “aspiran a ser usurpadas” por otras comunidades. Por último, Weber recurre a ejemplos del helenismo o la expansión ultramarina de Roma como argumento para una conclusión apologética de vestir a los mecanismos imperialistas como tendencias “naturales”, existentes en todas las sociedades pasadas y futuras. En esta definición ahistórica se pierden las especificidades de la etapa imperialista del capitalismo y sus contradicciones (como analizaron Lenin e incluso economistas no marxistas como Hobson) y a su vez le sirve como una impugnación para el socialismo, ya que no escaparía de reproducir esta tendencia.

Cuando Weber se aboca al análisis de la guerra lo hace desde una posición en la defensa del “interés nacional” alemán y también desde un “realismo belicista”, según la definición de Esteban Vernik. Lo primero está trazado por el papel que Alemania iba a jugar en la división del mundo entre las potencias aunque esto se matizará al intentar presentar una motivación moral más elevada para la guerra, la defensa de la ‘civilización’ alemana frente a la ‘barbarie’ de pueblos como el polaco o el ruso. [1] En tanto que el “realismo belicista” tiene que ver con las críticas dirigidas a los sectores más exaltados del conservadurismo pangermanista que pugnaban por una política expansiva más agresiva. Para Weber se trata de establecer objetivos de guerra sostenibles en el tiempo, la contraposición entre “política objetiva” y “política vanidosa”, sin renunciar a expandirse y ganar influencia. Además, Vernik agrega que Weber temía que, como otra consecuencia de una política anexionista agresiva, dé pie a que la socialdemocracia rompa con la unidad nacional y se desencadene la lucha de clases interna.

Urbano indica que existe una fuerte articulación entre el rol de “estratega” de Weber y sus posiciones en la política interna alemana, atravesada por la guerra. En un escrito a propósito de la revolución rusa de 1917 y pensando en el proceso de la revolución alemana, Weber interroga sobre “el peligro político de las democracias de masas” que habilita “la posibilidad de una fuerte preponderancia de los elementos emocionales en la política”. Pensando desde el punto de vista estatal de un dominio político en manos de un “pequeño número”, ve el peligro de las masas organizadas, “la democracia de las calles”. Para Weber esta adquiere mayor fuerza cuando el Parlamento es impotente, lo que significa la ausencia de “partidos racionalmente organizados”. Es en este razonamiento donde valora positivamente el rol jugado por la socialdemocracia, junto a los sindicatos, en ser “un contrapeso muy importante frente al actual dominio irracional de la calle”. Este rol de contención de la socialdemocracia alemana, luego abiertamente contrarrevolucionario, estuvo antecedido por años donde fue parte de la “unidad nacional” en pos de la guerra. Utilizando un concepto clave de la sociología weberiana, Urbano habla de una “afinidad electiva” entre Weber y la socialdemocracia, sobre todo con su ala derecha. Se complementaba con sus deseos de colocar a Karl Liebknecht en un manicomio y a Rosa Luxemburg en un zoológico.

Trotsky frente a la guerra imperialista

Cuando a principios de agosto de 1914 Alemania declaró la guerra a Rusia, León Trotsky debió partir con su familia desde Viena hasta Zurich. Luego de varias semanas en tierras helvéticas comenzó a recibir los principales periódicos europeos, junto a la información de lo que ocurría en el movimiento socialista. Esto llevó a la rápida elaboración de un folleto para dar una primera respuesta frente a la conmoción de la guerra y la traición de la socialdemocracia alemana al alinearse con la burguesía y votar los créditos de guerra en el parlamento. El resultado fue La Guerra y la Internacional, tomado por Urbano como punto de partida de las posiciones del revolucionario ruso para el contrapunto con los planteos de Weber en el plano teórico y en la política concreta.

La primera definición de Trotsky es sobre el desenvolvimiento del capitalismo: “Las fuerzas productivas que el capitalismo desarrolló han desbordado los límites de la nación y el Estado. El Estado nacional, la forma política actual, es demasiado estrecha para la explotación de esas fuerzas productivas. Y por esto, la tendencia natural de nuestro sistema económico busca romper los límites del Estado” [2]. La guerra y su escala es consecuencia de esta transformación a la que suman otras paralelas e interconectadas que configuraban la etapa imperialista del capitalismo [3]. Estos cambios profundos que llevaban al choque violento entre los Estados también encerraban las contradicciones internas para catalizar procesos revolucionarios. Ya luego bajo la III Internacional, fundada por Lenin y Trotsky, se adoptó la definición de una etapa de “crisis, guerra y revoluciones”.

Se hace evidente la diferencia entre Trotsky y Weber al analizar el imperialismo, donde el marxismo ubica al fenómeno en su momento histórico, en el desarrollo del capitalismo, y no extrapola un fenómeno que sería igual en la Antigua grecia o un futuro socialismo (como se postula en los tipos ideales del sociólogo alemán). Es a partir de estas definiciones importantes que Trotsky analiza el papel de Alemania en la disputa imperialista, dando cuenta que se apoya en su unificación e industrialización, para darle pelea a la hegemonía de Inglaterra y la influencia de Francia. De este análisis también se desprende una refutación de la “misión libertadora” que esgrimía la diplomacia alemana para con el resto de Europa. Si bien esta polémica podría englobar a intelectuales como Weber, el juicio del revolucionario ruso estaba dirigido contra la socialdemocracia alemana –epicentro de la II Internacional– y su capitulación al integrar la unidad nacional con la burguesía local, alegando una guerra “contra el zarismo” para justificar su traición al internacionalismo y al proletariado. Por último, también se reponen los argumentos de Trotsky contra Karl Kautsky, quien como representante del “ala centro” de la socialdemocracia alemana había llegado a escribir que la socialdemocracia de cada país tenía el mismo derecho o el mismo deber de participar en la defensa de su pueblo, lo que no habilitaba la censura de unos a otros. Una forma para justificar a los partidos socialdemócratas que se sumaron a la unidad nacional con las burguesías de sus países.

Guerra y revolución

Como hemos señalado más arriba, a partir de la definición del imperialismo en base a la metodología de los “tipos ideales”, Weber encontró una plataforma desde donde justificar sus posiciones en pos de un avance imperialista alemán. Para profundizar el contrapunto, es importante reconstruir cómo una generación de revolucionarios pensó las implicancias de la guerra para la causa socialista.

En la visión de Trotsky, como la de otros dirigentes que se fueron reagrupando en pos de una nueva Internacional, existía una relación íntima, aunque no exenta de contradicciones internas, entre la guerra y la revolución. Como parte del marco histórico en el que situaba a la Gran Guerra, Trotsky escribió: “La guerra es el método por el cual el capitalismo, en la cumbre de su desarrollo, busca la solución de sus contradicciones insalvables. A este método, el proletariado debe oponer su propio método: el de la revolución social”. [4]

Urbano analiza cómo se dio el pasaje de los momentos de confusión y patriotismo al momento del giro y la ofensiva revolucionaria. En primer lugar, identificando las razones por las que, de todo el teatro de guerra europeo, sólo en Rusia se llevó a cabo este pasaje. Una segunda parte, se esbozan lecciones estratégicas dejadas por Trotsky.

Es necesario aclarar que Trotsky no estableció una relación lineal entre guerra y revolución, ya que si bien la primera podía acelerar el estallido de la segunda, también era factible que podía debilitarla. Sobre consideración, pensaba las consecuencias de la guerra no sólo en función de la revolución rusa, sino del conjunto de los países involucrados. De hecho, incluso la perspectiva de que la guerra desencadenara una revolución victoriosa en suelo ruso, posibilidad tratada por la inmensa mayoría de sus contemporáneos como lejana o incluso utópica, seguía siendo para Trotsky, aunque palpable, demasiado insuficiente y estrecha. En camino a esa posibilidad, consideraba importante que un sector sostuviera un punto de vista internacionalista que denuncie y se niegue a colaborar con los gobiernos guerreristas y soporte la presión de la opinión pública. Ese sector fue el que se reunió en las conferencias de Zimmerwald (1915) y Kienthal (1916), con diferentes matices donde posteriormente Trotsky ponderó la lucha política entablada por Lenin, incluyendo la discusión con la dirección bolchevique en Rusia durante los primeros meses de 1917. [5]

Yendo a desarrollos posteriores de Trotsky, Urbano también recupera las sistematizaciones del dirigente bolchevique sobre la estrategia revolucionaria y su implicancia en el paso de la II a la III Internacional. En Stalin, el gran organizador de derrotas (1928), Trotsky recuerda que el concepto de estrategia revolucionaria se formó en los años de la primera posguerra, ya que antes de la Gran Guerra solo se hablaba en términos de táctica, con los métodos parlamentarios y sindicales como predominantes. Luego, con la estrategia revolucionaria se refiere a “todo un sistema combinado de acciones que tanto en su relación y sucesión como en su desarrollo deben llevar al proletariado a la conquista del poder”. En la comparativa, señala que la época de la II Internacional “la labor estratégica se reducía a nada, se disolvía en el “movimiento” cotidiano con sus consignas sacadas de la táctica cotidiana” y que sólo “la III Internacional restableció los derechos de la estrategia revolucionaria del comunismo, a la cual subordinó completamente los métodos tácticos”. [6] Una combinación virtuosa de táctica y estrategia va a darse en Rusia de 1917, con la dirección bolchevique de Lenin y Trotsky para la toma del poder por parte de los soviets.

Como se desprende de lo desarrollado, en Trotsky la guerra imperialista, que emergió con consecuencia del desarrollo capitalista, dejaba un pronóstico abierto, donde pese a los horrores también se abría la posibilidad de una intervención consciente de las masas en el manejo de sus propios destinos. Esto es un nuevo contrapunto con la visión estática de Weber, apologética de la acción imperialista alemana.

Dos puntos de vista de clase irreconciliables

Tanto sus biografías como los textos analizados por Edison Urbano dan cuenta del impacto de la Primera Guerra Mundial en el pensamiento de Trotsky y Weber. La contienda puso a prueba sus desarrollos teóricos, como hemos visto respecto al imperialismo y la naturaleza de la guerra. Representantes intelectuales y políticos de clases antagónicas, la contienda los encontró defendiendo intereses contrapuestos. Trotsky analizó el carácter imperialista de la guerra contemplando un pronóstico abierto sobre la posibilidad de que esta fuese un catalizador para las situaciones revolucionarias, actuando no solo por el desarrollo de la revolución rusa sino también en Alemania y Europa (como se plasmó en 1917 y en la fundación de la III Internacional). En tanto que Weber, profundizando actitudes previas, se metió de lleno en la empresa guerrerista, aludiendo a una “misión histórica” para Alemania, posición apoyada en su definición de imperialismo como tipo ideal. Luego de intervenir en el debate público y buscar influenciar sobre los objetivos de guerra de Alemania, Weber asumió una postura contrarrevolucionaria en 1918 ante el proletariado alemán movilizado, lo que lo llevó también a ser un propagandista contra el socialismo.

En las conclusiones de Guerra e Revolução también se encuentra una serie de críticas al “marxismo weberiano” y a los principales autores que lo referencian académicamente en Brasil. La primera es una conclusión sobre el derrotero de Weber que refuta al weberiano Gabriel Cohn, quien, en su clásico Crítica e Resignaçao, afirma que la relación del sociólogo con la burguesía “no es apologética ni retrógrada, es crítica”. Urbano señala que las diferencias que esbozó Weber eran realizadas desde su lugar como intelectual orgánico –como se reconstruyó en el debate del papel de la burguesía como dirección de la Alemania unificada o la discusión sobre los objetivos de guerra– y nunca fueron para cuestionar el dominio burgués. Al contrario.

Ligado a esto, otra conclusión polemiza con un planteo de Michael Löwy, ya ubicado en el “marxismo weberiano”. Este autor en su libro La jaula de hierro afirma que aunque Weber rechazó cualquier idea de socialismo y presentó argumentos favorables para el capital privado, también realizó “una crítica lúcida, pesimista y profundamente radical de las paradojas de la racionalidad capitalista”. Urbano en cambio señala que es más correcto hablar de una apología en Weber, ya que aunque haya ironizado sobre quienes auguraron un futuro de luz y progreso, no dejó de realizar una “amarga defensa” de un capitalismo sin alternativa.

Dando cuenta de sus investigaciones, Urbano también señala otro elemento para un contrapunto entre Trotsky y Weber: la relación entre socialismo y burocracia. Aunque el tema exige un mayor desarrollo, el autor sintetiza la definición de socialismo distorsionada por Weber para presentarlo como un Estado que controla todo con una burocracia que es indestructible. Esta definición incluso antecede al proceso histórico de la URSS, donde fue Trotsky quien pudo ver y analizar las contradicciones internas, proponiendo un programa de revolución política para recuperar la democracia soviética y evitar la restauración capitalista. [7]

Para finalizar, Urbano señala que la publicación de Guerra e Revolução se da en un momento donde la guerra y el papel de las “ideologías de la guerra” aparecen con mayor actualidad producto de las tensiones entre las potencias. Por lo tanto, la obra de Trotsky sirve como un contrapunto necesario para mostrar una alternativa histórica de la guerra en el plano del pensamiento y también siendo parte de un movimiento activo que actúa en dirección opuesta. Como mostró la revolución rusa, con el proletariado tomando en sus manos su propio destino, se abre un nuevo panorama para el conjunto de la humanidad.


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NOTAS AL PIE

[1En el reciente libro de Vernik, Max Weber. Nación y alienación (Fondo de Cultura Económica, 2024) se cita una carta donde el sociólogo de Heidelberg afirma: “Hemos demostrado ser una nación grande y civilizada. Quienes viven en una civilización sumamente refinada y luego, sin embargo, están a la altura de los horrores de la guerra (lo que no es ninguna realización para un negro senegalés)” [Resaltados de Vernik]. El trabajo de Vernik reconstruye las diferentes etapas del pensamiento de Weber, como una variante del “europeísmo colonialista” con expresiones y juicios indignantes, se trate de campesinos polacos, nativos entrerrianos o soldados senegaleses.

[2León Trotsky, “La Guerra y la Internacional” (octubre de 1914) en Marxistas en la Primera Guerra Mundial, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2014, p. 63.

[3En su clásico trabajo, Lenin define: “El imperialismo es el capitalismo en aquella etapa de desarrollo en que se establece la dominación de los monopolios y el capital financiero; en que ha adquirido marcada importancia la exportación de capitales; en que empieza el reparto del mundo entre los trusts internacionales; en que ha culminado el reparto de todos los territorios del planeta entre las más grandes potencias capitalistas”. Ver “El imperialismo, etapa superior del capitalismo” en Lenin, Obras Selectas. Tomo I (1898/1916), Ediciones IPS, Buenos Aires, 2013, p. 545.

[4León Trotsky, “La Guerra y la Internacional”, op. cit., p. 67.

[5Para conocer los debates entre el ala izquierda que converge en Zimmerwald puede consultarse el prólogo de Guillermo Iturbide a la compilación Marxistas en la Primera Guerra Mundial, op. cit. Respecto a la polémica en el Partido Bolchevique, Trotsky comentó: “Los primeros dos años de guerra minaron en gran medida el patriotismo de las masas y empujaron al partido hacia la izquierda. Pero la Revolución de Febre­ro, que transformó a Rusia en una "democracia", dio lugar al surgimiento de una nueva y poderosa ola de patriotismo "revolucionario". Todavía entonces la inmensa mayoría de los dirigentes del Partido Bolchevi­que no le hicieron frente. En marzo de 1917 Stalin y Kamenev imprimieron al periódico central del partido una orientación social-patriótica. Sobre esta base se produjo un acercamiento, y en la mayor parte de las ciu­dades una fusión directa, de las organizaciones bolche­vique y menchevique. Protestaron los revolucionarios más firmes, sobre todo en los distritos avanzados de Petrogrado; tuvo que llegar Lenin a Rusia y entablar su lucha irreconciliable contra el social-patriotismo para que se enderezara el frente internacionalista del parti­do. Eso ocurrió en el mejor partido, el más revoluciona­rio y templado”, ver “La guerra y la Cuarta Internacional” (10 de junio de 1934) en La Segunda Guerra Mundial y la revolución, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2015, p. 172.

[6León Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas: la III Internacional después de Lenin, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2012, p. 131-132.

[7Un desarrollo del tema también puede encontrarse en Emilio Albamonte y Christian Castillo, “Imperialismo y degradación de la democracia burguesa”, Estrategia Internacional, N° 16, 2000, disponible en http://www.ft.org.ar/estrategia/ei16/ei16dossier1.htm
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Maximiliano Olivera

@maxiolivera77
Nació en Mosconi, Salta en 1989. Militante del Partido de los Trabajadores por el Socialismo (PTS). Miembro del comité editorial del suplemento Armas de la Crítica.