La miniserie Trotsky: el rostro de una revolución, producida por el canal estatal ruso en el centenario de la Revolución de Octubre de 1917 y distribuida por la plataforma Netflix el año pasado, despertó una polémica que aún sigue en curso. Se publicaron múltiples artículos en la prensa internacional que cuestionaron a la serie y tuvo alto impacto la declaración internacional impulsada Esteban Volkov, nieto del dirigente ruso y la Casa Museo “León Trotsky” de México junto al Centro de Estudios, Investigaciones y Publicaciones “León Trotsky” de Argentina. El pronunciamiento fue firmado por destacados intelectuales del mundo y también de nuestro país. Entre estos últimos se encuentran Alejandro Horowicz, ensayista y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA), docente y periodista, autor de libros como El país que estalló: antecedentes para una historia argentina (1806- 1820), Las dictaduras argentinas: historia de una frustración nacional y el clásico Los cuatro peronismos; Eduardo Grüner, sociólogo, ensayista y crítico cultural, doctor en Ciencias Sociales por la UBA, también autor de varios libros como Un género culpable (1995), Las formas de la espada (1997), El fin de las pequeñas historias (2002) o La Oscuridad y las Luces (2011) y Christian Castillo, sociólogo, profesor en las universidades de la Buenos Aires y La Plata, dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas y uno de los referentes del Frente de Izquierda y de los Trabajadores, que dirige la revista Ideas de Izquierda y fue legislador en la provincia de Buenos Aires.
El programa radial El Círculo Rojo, impulsado por La Izquierda Diario y que se emite todos los domingos de 22 a 24 por Radio Con Vos (89.9), invitó a los tres referentes intelectuales a debatir sobre la miniserie, su contenido y sus mensajes políticos. En un rico intercambio que duró alrededor de una hora, se debatió sobre las tergiversaciones históricas de la megaprodución; los alcances y límites como producto estético y como relato histórico; las intenciones del gobierno ruso que estuvo detrás de la producción de la serie, la historiografía en torno a la revolución y los eventuales resultados paradójicos que puede tener colocar a Trotsky en el centro de la polémica.
Ponemos a disposición de los lectores de Ideas de Izquierda el video completo del debate en programa y la transcripción de algunas de sus principales definiciones.
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“Repugnancia”, es lo primero que dice Alejandro Horowicz que le provocó la serie de Netflix. “Que la Rusia zarista era antisemita no hay ninguna discusión ni muchas dudas; ahora el carácter antisemita de la serie es manifiesto, no solo porque inventa hechos que no existieron históricamente”. Sobre esto último, explicó que se violan algunos datos duros como, por ejemplo, que “[en] 1905, el nombre del [primer] ministro [durante] la revolución es un error garrafal […] el príncipe que encabeza el gobierno del zar ni aparece […]. Cuando se lo destituye al zar a resultas de la enorme movilización obrera, el fenómeno no aparece”. Por el contrario, “aparece [Piotr Arkádievich] Stolypin que es el represor y que aparece después de la destrucción del soviet”. En conclusión, “los hechos duros, elementales, de una cronología histórica son violentados de una forma espantosa […] Uno puede decir que este es el punto de vista de Putin […] Pero ¿solo de Putin?”. Por otro lado, “lo que la serie, a mi ver, manifiesta es la imposibilidad de la sociedad rusa de entender su propia historia, de entender sus propios conflictos y la propia relación que tiene entre ese hecho maldito y su situación actual”. Horowicz recuerda una escena donde Lenin está por tirar de un balcón a Trotsky y argumenta que “esos no eran los términos de ese tiempo, nadie discutía de esa manera; así discuten mafiosos descompuestos, no hombres y mujeres que hacen política revolucionaria”. Según Horowicz, “la revolución no es simplemente rusa, es el gatillo ruso de la revolución europea y este elemento no aparece. Al igual que no aparece en 1905 la crisis militar de la derrota en manos japonesas, no aparece [el motín del Acorazado] Potemkin ¡que es un disparate por la importancia política que tiene!”. Es decir, que “la Revolución Rusa no tiene explicación alguna en la serie”.
Sobre la intención del gobierno ruso, responde que “Si uno mira los textos de 1968 que eran los textos sobre el cincuentenario de la Revolución Rusa […] mientras la Rusia soviética era una potencia, no se podía decir cualquier cosa sobre la Revolución Rusa [...] Cuando uno mira lo que estos hombres proponen, es quebrar una de las victorias conceptuales que el marxismo construyó en el terreno de las hipótesis históricas: la relación que va desde la Revolución Francesa hasta la Revolución Rusa, la comprensión de la dualidad de poderes –esto es, del enfrentamiento entre masas y poder- como lógica de la transformación social y entender que este, más allá de los avatares de este enfrentamiento y de los resultados que en cada fecha podamos determinar, sigue siendo un eje de interpretación que permite explicar. Ellos reconocen que no tienen explicación alguna: que es simplemente una especie de embrollo histórico que se resuelve con una explosión sin sentido”. Y completó la reflexión señalando que “Ellos creen que la Revolución Rusa no sirvió para nada. Esta idea es una trivialidad y estupidez. El siglo XXI se vuelve incomprensible sin entender el proceso de las revoluciones, todo lo que está vivo, desde el sindicato hasta los partidos, desde el movimiento popular hasta el feminismo, desde la movilización general […] ¡todo! solo puede entenderse desde esta clave”.
Sobre el stalinismo, señaló que “no hace una historia de la Revolución Rusa, el stalinismo se dedica a impedir que se escriba una historia de la Revolución Rusa”, explicó Horowicz. Y agregó que lo que “Stalin necesitaba era poder rehacer la historia, así como necesitaba rehacer la política todo el tiempo, sin tener antecedentes”. Además, consideró que “todo esto al gobierno ruso y a Putin le importa muy poco: no nos importa cómo fue la revolución, lo que nos importa es qué cree una sociedad viva determinada, sobre lo que es hoy para nosotros la revolución”. Según Horowicz, “la necesidad política de Putin de clausurar el proceso histórico-político no es una necesidad de puro maquillaje por fechas, es la estructura de una crisis política que de ningún modo se ha cerrado y de ningún modo ha concluido”. Y agregó que “la Rusia de Putin es el cosaco del gobierno chino […]. Los chinos tienen en territorio ruso el modo de réplica militar a los Estados Unidos. Putin intenta cobrar por esto”. A modo de conclusión, afirmó que “a mí me parece que es un buen pretexto para repensar la política”.
Eduardo Grüner hizo referencia al encuentro que tuvieron André Breton y León Trotsky en ocasión de elaborar el Manifiesto por un Arte Revolucionario Independiente, en la que Trotsky se pronuncia sobre la total libertad del arte. Coincidiendo con la postura de Trotsky, Eduardo Grüner plantea: “Se nos habla en abstracto, pareciera, de la libertad de expresión, como si fuera una entelequia vacía que no tiene concreción histórica y estructural. Porque efectivamente cualquiera que filme, escribe, pinta, etc. una ficción, una obra de arte, un objeto cultural, tiene el más absoluto derecho de decir lo que se le dé la gana. El problema se presenta cuando la ficción tiene pretensiones de verdad, que es lo que distingue una ficción de, por ejemplo, un estudio histórico y donde no hay marcas absolutamente inequívocas para deslizarse de un campo a otro. Entonces, cuando no están claras las marcas que enuncian que esto es una ficción y yo no pretendo que sea verdad, está todo bien. Ahora si estas marcas no están claras y se produce objetivamente, y en el caso de la serie está manifiestamente así, pero aunque no fuera así, hay por lo menos dos efectos objetivos: uno, se está engañando miserablemente al público que está poco informado respecto de los acontecimientos o, quizás peor, se le está confirmando, a todo otro sector del público, que ya de antemano está convencido que Trotsky era un psicópata asesino, que la Revolución Rusa fue un genocidio que no sirvió para nada”. Finalmente, Grüner reafirmó la “libertad creativa, mientras no me quieras hacer creer que lo que me estás contando es la verdad”.
Sobre las intenciones políticas de Vladimir Putin, Grüner señaló: “Hay un aspecto también, llamémoslo ideológico y cultural que viene prevaleciendo o se está intentando hacer prevalecer desde hace algunas décadas, que es la representación de la política como mercado, como el individualismo competitivo del mercado. Son los grandes individuos, malos o buenos, los que luchan entre sí, y conciertan o emana de ellos la política correcta o incorrecta. Muy cerca nuestro, en la política argentina es Macri contra Cristina. En Brasil, Bolsonaro contra Lula. Efectivamente, como se dijo hace un rato, eso no puede explicar la historia y creo que algo de eso se está buscando también: que la historia, finalmente, no tenga explicación. Donde se elimina absolutamente toda posibilidad de identificar, detectar, estudiar y analizar tendencias. Si no quieren no las llamemos ni siquiera leyes, pero tendencias que permitan dar una explicación de conjunto basada en el movimiento de las masas, la lucha de clases, la política internacional, la economía y todos los elementos que tenemos para hacer ese análisis. Acá se trata simplemente de los individuos perversos”. Por otro lado, señaló que “acá lo que se fomenta, lo que se intenta producir es una confusión ideológica enorme, porque supongamos que aceptamos la premisa que esta gente levanta como verdadera, del fracaso de las revoluciones en general, empezando por la Francesa; el truco obvio ahí es una identificación entre ese resultado y los motivos, las razones y las causas históricas por las que las revoluciones se hicieron”.
Como conclusión, Eduardo Grüner indicó que “como planteó Alejandro, es un buen pretexto para repensar la política, y me parece que en ese repensamiento también entra la relación entre ficción y realidad, contra ficción y verdad. Ahora se ha vulgarizado y generalizado ese término horrible de la posverdad como si fuera un invento de antes de ayer. Cuando la política, por lo menos la de las clases dominantes, siempre trabajó con eso”. A su vez, reflexionó: “Una de las cosas que hay que repensar es las razones del éxito. No en el sentido banal, aunque también entra, de decir qué hicimos mal nosotros, sino qué está pasando con la sociedad ya desde hace algunas décadas que esas cosas pueden tener éxito y que necesitan y pueden tener éxito sobre la base de la mentira”.
A su turno, Christian Castillo explicó que “la libertad de producción en el arte irrestricta no significa la ausencia de crítica”. Por lo cual, “no impide sostener este principio el hecho de criticar fuertemente la producción, ya sea en el campo estético o en el contenido político ideológico que pueda tener una producción artística”. En tal sentido, señaló que la declaración que firmaron no propone la censura, ni que Netflix retire la serie, sino que constituye una crítica. Y destacó que el tipo de distorsión que aparece en la serie sobre Trotsky también se repite en otras producciones de Netflix, como en “O mecanismo”, en la que se trata la corrupción en Brasil con un objetivo político. Además de las distorsiones históricas, Castillo consideró que “la serie está construida sobre un estereotipo de personaje donde tratan de meter la historia en ese estereotipo: las mujeres son solo femmes fatales o sumisas, pero no pueden ver nunca la idea de una revolucionaria que actúa al mismo nivel que sus compañeros de lucha, que fue una característica de las revolucionarias bolcheviques”. Lo mismo ocurre con el tratamiento de los dirigentes o líderes, que solo tienen “apetencias personales y nunca parten de ver que hay procesos sociales”. Amplió explicando que “los personajes no expresan tendencias y campos: Trotsky no estaba solo en la lucha contra la burocratización de la Unión Soviética. Fue de algunos de los más grandes cerebros que había dado la revolución bolchevique”.
Christian Castillo señaló que el criterio de mostrar todo a partir de los egos personales o mezquinas luchas “es parte de cómo piensan la política” los realizadores y de la “demonización de la revolución”. Según Castillo, no es una serie que presente una visión estalinista tradicional: “No es la versión donde Trotsky tiene un papel secundario”. Por el contrario, explicó, que “se lo secundariza a Lenin en la dirección de la revolución, lo cual es muy peculiar también”. En relación a la intención del gobierno ruso, Castillo consideró que se trata “de la construcción de una nueva lectura que baja combinando distintos aspectos. Por un lado, una añoranza de la Rusia zarista y achacar a la revolución la crisis del Imperio Ruso […] y el fin de la opresión de las naciones, que fue una de las grandes conquistas de la revolución, uno de los tres pilares de la Revolución de Octubre […]. No nos olvidemos que la mitad de toda la población del Imperio Ruso no era rusa y se llamaba al zarismo ‘la cárcel de los pueblos’”.
A lo que agregó que se intenta “volver al chovinismo ruso, a esa política de gran potencia, de potencia regional en el caso actual. Eso ligado a la desconfianza en las masas: todo lo que venga de desatar las masas será una tragedia”. Y, por último, señaló que se busca “atacar la figura de quien no estaba vinculado a las masacres cometidas desde el Estado. Entonces, al revés, una de las tergiversaciones más grandes es achacar a Trotsky parte de lo que después va a ser un motivo común en el estalinismo: juicios fraguados, persecución de opositores o rivales internos por el poder; cosa que es un contraste monumental con todo lo que fue la conducta vital de Trotsky”. Castillo detalló que Trotsky escribió Su moral y la nuestra, donde “trata de demostrar que no cualquier medio es útil para el fin que se busca: que si uno busca la emancipación social y terminar con la explotación y la opresión, la mentira no es un medio lícito”.
Christian Castillo también destacó que la serie oculta las conquistas de la revolución en términos de derechos para las mujeres (aborto legal, colectivización de tareas domésticas, entre otros), como así tampoco muestra la producción intelectual de Trotsky que es monumental: “El intento de conjurar a Trotsky es para tratar a una figura que tiene vitalidad en la actualidad del siglo XXI”. Para finalizar, Castillo señaló que “uno podría ligar dos cosas: el discurso del Estado de la Unión de Donald Trump donde dice que Estados Unidos nunca será socialista […] y Putin haciendo una serie para exorcizar a Trotsky […] Algo huelen de que hay tendencias de que puede ser reconstruida una alternativa socialista de la clase trabajadora […]. Es lo que quieren evitar en un mundo donde las desigualdades son cada vez mayores”.
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