Martes 11 de noviembre de 2014
Yo tenía un amigo periodista de esos de los de antes, bien porteño, valiente, obstinado defensor de la verdad, bohemio a ultranza. Le gustaba tomarse unas copas después de salir de la redacción, para filosofar y navegar, no en la red, sino en los avatares de la vida diaria. Abrevaba en el amor, en la finitud de la pasión, detestaba a los militares tanto como a los partidos tradicionales, y aseguraba que al capitalismo no había manera de combatirlo si no era con una revolución verdadera, que trastocara, definitivamente, el sistema. Que la banca dejara de ser privada, que la producción pasara a manos obreras, que todas las escuelas fueran públicas y que la tierra no tuviera dueños, por lo tanto se acabarían terratenientes y latifundios.
Y después, claro, se refería al periodismo, a la manera de ejercerlo. Decía que el periodismo independiente es una notable entelequia creada por los grandes capitales para maquillar su objetivo de dominación y de resguardo de sus intereses y privilegios.
Este gran amigo, ya veterano, fue enfermando, y estuvo mucho en cama antes de morir. Mantenía la costumbre de enviar cartas, en las que desgranaba sus ideas. A mí me llegaron algunas. A continuación reproduzco algunos párrafos de la primera:
“Ser periodista hoy es ser versionista, de lo que pareciera que ocurre y nunca se confirma El periodista es hoy atento interpretador de los deseos del poderoso patrón que marca desde sus inalcanzables poltronas el modo de decir. Ya no hay más combate con la palabra, ya no hay más debate, nadie quiere escuchar. El periodista hoy es el mandadero, el che pibe que escribe, habla o muestra en cámara lo que al gran hermano se le canta. La línea que bajan las potentes corporaciones. Ya no somos nada en esta profesión, damos lástima. Bendito serán los artesanos de la palabra que aún desde fondos inhallables mascullan una verdad y sacan la mano como pueden a la superficie para pintar una realidad enchastrada de mentiras.
¿Por qué no fui ebanista, carpintero, orfebre, un mejorador de cosas tangibles con las manos fuertes y lastimadas de hacer? A los que fuimos periodistas nos han arrancado el oficio para transformarlo en un servicio al engaño. Habría que decidirse a escribir las paredes, no creo que los ordenadores del discurso se animen a derrumbar el mundo.
Periodistas fueron Moreno, Arlt, Walsh, Urondo… El resto, simuladores…”
Lamentablemente, mi amigo fue desmejorando. Una semana antes de morir, me llegó su última carta, que más o menos decía –su pulso tembloroso dejaba un poco confusa su escritura manuscrita-:
“La vida es un estrago. Hay que boxearle a la sombra y salir si se puede indemne para abrazar a la lluvia. No hay demasiada razón para vivir, y la única forma de ser feliz, intoxica. Es cierto que la lucha nos justifica… Pero qué pronto estas líneas se habrán borrado, para qué escribir, y ya no alcanza intentar amar si el corazón es uno mismo, un músculo fatigado.
Religiones y políticas, pontificados, gobiernos, tinta siniestra escrita, pantallas, televisores, nada han dicho sobre lo que somos, un monstruo superior titila en la corriente para que nos creamos para siempre, así nos vende y así va mutando y perdurando por los siglos de los siglos, amén. Ahorrar, juntar, acumular, simular, aparentar, eso es un crimen sobre el crimen de nuestra naturaleza. Corramos si es que podemos tan plantados que estamos frente al monitor para poder darles un beso a los que arrastran con sangre expuesta un carro lleno de nuestras inmundicias.
Démosle el pedazo de pan que nos guardamos en el bolsillo para morir más dignos.”