El relato de un día en la vida de un joven del conurbano, cruzado por la necesidad de encontrar un trabajo mientras se suceden los maltratos y recrudecen los controles policiales por portación de cara, de gorra o de capucha.
Martes 26 de enero de 2016 13:25
Las siete de la mañana. Te levantabas para ir a tu primer día de laburo en un kiosco de Constitución. “No puedo llegar tarde”, pensaste durante toda la noche. Dormiste mal, con miedo a no escuchar la alarma que le habías puesto a tu celular, y porque tu hija de dos meses no dejaba de llorar, llovía y los truenos la despertaban. Antes de irse a dormir, habían puesto baldes por los 35 metros cuadrados que tenía la casa porque el techo era de chapa y el agua entraba por todos lados. Pero ahora que tenías trabajo las cosas iban a cambiar: ibas a poner un techo que no goteara, que no pueda volarse, y pensabas poder hacerle una piecita a tu hija, comprarle algún peluche. No te iban a garpar mucho, el dueño del kiosco te lo había dicho: “no es mucho viste, pero con domicilio en la Itatí tampoco podés pedir demasiado”. Lo entendiste. Porque buscabas trabajo desde que eras un pendejo y no conseguías otra cosa que changas. Lo entendiste. Porque el domicilio en la Itatí era una especie de marca, aunque un policía una vez te había dicho que peor era tu cara, tu pinta de pibito chorro. Y te habías criado así, creyendo que estabas al margen, fumándote a la gente cruzándose de calle cuando te veían. Lo entendiste, pese a que vos bancabas el barrio, a vos no te daba vergüenza ser de la Itatí, pero a los demás les daba miedo y nunca pudiste saber porqué, si nunca se habían dado una vuelta por el barrio. Esa tarde que fuiste a pedir trabajo al kiosco de Constitución, agachaste la cabeza cuando te dijo lo del domicilio, en realidad, no te cabía una pero fingiste que sí, por ellas.
Romina te había dejado un jean recién lavado en una de las dos sillas que tenían. Ella quería que estuvieras arreglado en tu primer día, cuando le dijiste que empezabas a trabajar te besó y lloró un poquito, aunque te lo negó. Pensabas en eso mientras te ponías el jean. Agarraste la SUBE, las llaves. Estabas a dos pasos de la puerta. Te olvidabas el documento. Antes de agarrarlo la escuchaste llorar otra vez. Volviste a la cama, la alzaste. Preparaste una mamadera mirando el reloj. Romina te había dicho que se la daba ella pero la de la mañana siempre se la preparabas vos. La tomó en diez minutos. Miraste el reloj, las siete y media. La dejaste en la cama, besaste a Romina, te pusiste la gorrita y saliste corriendo.
Subiste las escaleras que los separan de Don Bosco. Le metiste hasta la San Martín para esperar el 98 que vino lleno de gente y pudiste subirte de casualidad. Mirabas la hora cada vez más nervioso. Eran las 8 y media, recién llegaban a Avellaneda. “Llego tarde y me rajan”, maquinabas. A las nueve y cinco llegaste a Plaza Constitución. Esos cinco minutos se te clavaban en la cabeza. Te bajaste apurado y arrancaste a correr. Tenías que ir por Pavón y doblar en Salta, a mitad de cuadra estaba el kiosco. Ibas rápido, hasta que te empezaron a gritar. Eran cinco tipos con uniforme azul, te dijeron dos veces que eran de la Federal. No sabías si te hablaban a vos, porque no habías hecho nada. Uno te alcanzó, agarrándote las manos te puso la cara contra la pared. “DNI flaco, dame el DNI”, dijo aplastándote cada vez más la cara. Casi no podías hablar pero te hiciste entender y te dejó que buscaras el documento en el bolsillo del jean. Metiste las manos en el izquierdo, donde siempre lo guardabas. Nada. El derecho. Nada. Te pusiste nervioso y el policía se dio cuenta. “Algo habrás hecho pibe”. Le dijiste que no lo tenías y llegaron los otros cuatro en un patrullero. Te querían llevar a la 16, vos les explicabas que era tu primer día de laburo, que tenías que llegar temprano y ya debían ser como las nueve y cuarto. Se cagaron de risa. “Metete dale flaco, que los tuyos siempre corren por acá”.
No sabías que hora era, pero ya no llegabas. Nunca llegaste, nunca pusiste un pie en el kiosco de Constitución. Sentado atrás de un par de rejas, esas a las que conocías por tener ese domicilio en la Itatí, porque te gustaba usar gorrita, y ahora porque corrías para no llegar tarde al trabajo. En Constitución son muchos los que corren porque no pueden llegar tarde al laburo, pero muchos usan traje. Pensaste en Romina, le habías dicho que almorzara, que total a la noche llevabas comida si te pagaban el día, como no había más leche también le dijiste que le pida fiado a la del almacén porque ya le habías dicho lo del kiosco. Tampoco sabías cuando ibas a salir, el único teléfono que tenían con Romina te lo habías llevado vos para ver la hora, no sabías si llegabas a la mañana para darle la mamadera a tu hija, no sabías si llegabas, ya no al trabajo, sino a tu casa. Tuviste ganas de llorar y esa impotencia parecida a la del domicilio. “Conozco a muchos chorros que andan de traje, otros de uniforme que la caretean siendo de la Federal”, gritaste. Y ya no te acordás de nada más.