En el presente artículo desarrollamos algunas de las polémicas sobre la Comuna de París que llegan hasta la actualidad y que tienen como uno de sus puntos centrales el concepto de “democracia”. ¿Cuál fue la novedad de la Comuna? ¿Qué lecciones dejó? ¿Qué actualidad tiene? Son algunas de las preguntas que vamos a abordar.
Esta semana se han cumplido 150 años desde que el pueblo trabajador de París tomó el cielo por asalto. La Comuna fue el primer gobierno obrero de la historia, y lo fue en el corazón mismo de Europa. Infundió verdadero terror en todos los capitalistas y gobernantes del mundo. Desde El nacimiento de la tragedia (1872), Nietzsche alertaba sobre la Comuna como antecedente de “futuras tempestades” [1] y se preguntaba: “¿Quién nos garantiza que la moderna democracia, el todavía más moderno anarquismo y, sobre todo, aquella tendencia hacia la commune [comuna], hacia la forma más primitiva de sociedad, tendencia hoy propia de todos los socialistas de Europa, no significan en lo esencial un gigantesco contragolpe –y que la raza de los conquistadores y señores, la de los arios, no está sucumbiendo incluso fisiológicamente?” [2]. Así expresaba el pánico a que los esclavos sean capaces de tener una “moral de amos”.
Frente a aquel temor reverencial de las clases dominantes, muchos “socialistas” posteriormente buscaron hacer digerible la experiencia de la Comuna para la opinión pública biempensante. Como decía Lenin, a la Comuna “de palabra” la “honran todos los que desean hacerse pasar por socialistas” pero “olvidan la experiencia concreta y las enseñanzas concretas de la Comuna de París, repitiendo la vieja cantinela burguesa de la ‘democracia en general’” [3]. Desde aquel entonces esta operación no ha hecho más que multiplicarse. Pero, ¿qué fue la Comuna?
Los usos de la Comuna
Marx fue el primero que comprendió cabalmente la magnitud histórica universal de la Comuna de París. Para él, “era, esencialmente, un gobierno de la clase obrera, fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora, la forma política al fin descubierta para llevar a cabo dentro de ella la emancipación económica del trabajo” [4]. Tanta importancia revestía, que Marx y Engels, como sabemos, consideraron pertinente “corregir” el Manifiesto Comunista. Decían en 1872 que frente a “experiencias prácticas” como la Comuna “donde el proletariado dispuso por primera vez, durante dos meses, del poder político, este programa [el del Manifiesto] resulta, en algunos pasajes, anticuado. Ante todo, la comuna ha aportado una prueba de que ‘la clase trabajadora no puede simplemente tomar posesión de la maquinaria del Estado tal como está, y ponerla en movimiento para sus propios fines’” [5]. Este fundamento fue retomado por Lenin en El Estado y la revolución, publicado durante la Revolución rusa de 1917. La Comuna fue la gran inspiración de los bolcheviques.
Paralelamente surgió una corriente en sentido contrario que buscó contraponer la Comuna de 1871 a la República Soviética. Su principal exponente fue Karl Kautsky, para quién el poder de los soviets era la antítesis de los consejos municipales elegidos por sufragio universal de la Comuna. El punto era devaluar la ruptura de clase, establecer una continuidad institucional con los mecanismos parlamentarios de la democracia burguesa, y a lo sumo relegar los organismos de autoorganización como los soviets (consejos) a un lugar subordinado para discutir corporativamente los “asuntos de los obreros”. Es decir, proclamar una especie de “democracia pura” por fuera de su contenido de clase, a la cual había que llevar “hasta el final”. No será el último en formular tesis de este tipo.
Lecturas así las podemos encontrar, por ejemplo, en Nicos Poulantzas. Para sostener la perspectiva del autodenominado “socialismo democrático”, en su crítica a la Revolución rusa y al bolchevismo se preguntaba si “¿no fue más bien esta misma situación, esta misma línea (sustitución radical de la democracia representativa por la democracia directa de base) la que constituyó el factor principal de lo que sucedió en la Unión Soviética, ya en vida de Lenin, y la que dio lugar al Lenin centralizador y estatista cuya posteridad conocemos?” [6]. También, más cercano en el tiempo, Antoine Artous criticará a Lenin por no tener en cuenta la especificidad del sistema de representación de la Comuna en su lectura de Marx [7] y sostendrá que para una estrategia comunista la representación política pasa por una asamblea elegida por el “sufragio universal”, mientras que los “soviets” podrían ser una “‘segunda cámara social’, representando a los sindicatos, asociaciones, etc., que defienden los intereses económicos y sociales de los asalariados y las capas populares” [8].
En la actualidad y vinculado al excéntrico “retorno a Kautsky” motorizado por la revista Jacobin y un sector de Democratic Socialists of America (DSA) de EE. UU., encontramos intentos de conciliación entre aquella perspectiva de Kautsky y sus antagonistas, como Lenin, alrededor de la Comuna de París. Es el caso de Lars Lih, quien sostiene que: “Las posiciones políticas de los dos hombres se superponen mucho más que lo que podría esperar cualquier lector de El Estado y la revolución. Sin duda, las diferencias siguen siendo muy sustanciales”. Y agrega: “… tal vez deberíamos centrarnos en el programa político común de la izquierda marxista durante los primeros años del siglo pasado: una república con instituciones radicalmente democráticas del mismo tipo que las de la Comuna” [9].
Sin embargo, aquella forma “al fin descubierta” de la que hablara Marx iba mucho más allá de estas lecturas. La Comuna supo desplegar un nuevo principio democrático irreductible a las diferentes concepciones liberales y republicanas de la democracia, incluso de las versiones más radicales de esta última. ¿En qué consistió su gran innovación histórica y qué lecciones estratégicas planteó realmente la Comuna de París? Veamos.
Una democracia de otra clase
Para comenzar hay que decir que la Comuna no era un organismo parlamentario, y esto por varios motivos. Como señala Marx, se trataba de una “corporación de trabajo”, ejecutiva y legislativa al mismo tiempo. Es decir, la Comuna ejecuta las propias medidas que resuelve democráticamente. Rechaza en la práctica la idea de “pesos y contrapesos” (checks and balances) con la que la democracia capitalista busca interponer sucesivas “vallas de contención” a la iniciativa popular. Si Montesquieu veía en la separación de poderes la condición para la libertad (burguesa), el reaseguro democrático en la Comuna está puesto en que todos los consejeros municipales son responsables directamente ante sus electores y revocables por ellos en todo momento. Lo mismo para los funcionarios judiciales que “debían perder aquella fingida independencia que sólo había servido para disfrazar su abyecta sumisión a los sucesivos gobiernos” [10], y pasar a ser electivos, responsables y revocables.
Marx veía en la organización a través de consejeros electos y revocables por los distritos en los que se dividía París un “breve esbozo de organización nacional” que por su breve existencia la Comuna no llegó a proyectar a nivel nacional. Decía que “la Comuna habría de ser la forma política que revistiese hasta la aldea más pequeña del país […] Las comunas rurales de cada distrito administrarían sus asuntos colectivos por medio de una asamblea de delegados en la capital del distrito correspondiente y estas asambleas, a su vez, enviarían diputados a la Asamblea Nacional de Delegados de París, entendiéndose que todos los delegados serían revocables en todo momento y se hallarían obligados por el mandat impératif (instrucciones) de sus electores” [11]. Como señalara Robin Blackburn [12], no es difícil notar en este énfasis de Marx un eco de las tesis de Rousseau, sin embargo, la Comuna no era para el autor de El capital la expresión de una “voluntad general” sino el producto mismo de la lucha de clases, “fruto de la lucha de la clase productora contra la clase apropiadora”.
Esto se evidenciaba, por un lado, en que la mayoría de los miembros de la Comuna “eran, naturalmente, obreros o representantes reconocidos de la clase obrera” [13]. De hecho, con la invasión prusiana y las sucesivas insurrecciones, la burguesía había huido de París, convirtiéndose en un territorio dominado por la clase trabajadora, junto con artesanos, tenderos, comerciantes, sectores de la pequeño-burguesía urbana. Coherente con ello la Comuna eliminó los privilegios de los funcionarios e impuso que todos sus miembros cobren un salario obrero. Con estas y muchas otras medidas como la separación de la Iglesia y el Estado, la expropiación de los bienes eclesiásticos, la educación gratuita y laica, etc., la Comuna “dotó a la República de una base de instituciones realmente democráticas”. Pero, agregaba Marx, “ni el gobierno barato, ni la ‘verdadera República’ constituían su meta final, no eran más que fenómenos concomitantes” [14].
La Comuna era una forma política “que permitía realizar la emancipación económica del trabajo”. Sin ello, según Marx, hubiera sido “una imposibilidad y una impostura”, ya que “la dominación política de los productores es incompatible con la perpetuación de su esclavitud social” [15]. Así, en su corta existencia, la Comuna expropió y puso bajo control de sus trabajadores las fábricas y talleres que habían cerrado, o que sus patrones habían abandonado, o simplemente aquellas donde los capitalistas paraban la producción como forma de resistencia; lo hizo sin otorgar ninguna indemnización. Abolió el trabajo nocturno para los panaderos, las “multas” que los burgueses solían imponerles a los obreros como sanción arbitraria para disminuir el salario, etc. También, condonó pagos de alquileres y decretó el aplazamiento del pago de deudas por tres años y canceló los intereses, cuestión que alivió la situación económica de la pequeña burguesía.
Gran parte de las visiones que contraponen la Comuna de París a los soviets de la Revolución de Octubre del ‘17 ven en la primera solo aquella “verdadera República” que viene a democratizar “hasta el final” las instituciones parlamentarias, pero pasan por alto lo esencial de su novedad histórica. La Comuna dejó planteado un principio opuesto al de la democracia burguesa. Esta última, a través del sufragio universal cada tantos años, se proclama expresión de la “voluntad popular” mientras busca mantener atomizada a la población en general –y a la clase trabajadora en particular– y separar a las masas del gobierno del Estado mediante diversos mecanismos (reconocimiento puramente formal de las libertades políticas, división de poderes legislativo y ejecutivo, imposibilidad de revocar mandatos, no elección del poder judicial, privilegios de los funcionarios, entre muchos otros). Esta forma, permite al gobierno de una minoría, la burguesía, apuntalar –con mayor o menor éxito– su hegemonía.
La Comuna parte del principio opuesto: aumentar al máximo la incorporación de las masas al gobierno efectivo del Estado. Como decía Marx: “En vez de decidir una vez cada tres o seis años qué miembros de la clase dominante habían de ‘representar’ al pueblo en el parlamento, el sufragio universal habría de servir al pueblo organizado en comunas, como el sufragio individual sirve a los patronos que buscan obreros y administradores para sus negocios” [16]. De allí que se constituyese en una “corporación de trabajo” y articulase toda una serie de mecanismos (garantía material de los derechos políticos, fusión del poder legislativo y ejecutivo, revocabilidad, fin de los privilegios de los funcionarios, elección y participación popular de los tribunales, etc.) para que el pueblo trabajador gobierne en el sentido más amplio del término: definiendo el rumbo político así como el económico de la sociedad sin detenerse frente a las prerrogativas del capital.
Desde luego, todas las medidas fueron consideradas por la gran burguesía como muestra del más abyecto despotismo. Y así, no descansaron hasta poder pasearse entre los cadáveres de los 25 o 30.000 comuneros y comuneras asesinados luego de la derrota. Sin embargo, la Comuna no tuvo contra los capitalistas ni una décima parte de la implacabilidad que estos mostraron contra ella. Esta había sido una de las críticas de Marx, quien cuestionó la negativa de la dirección del movimiento a marchar sobre el refugio del gobierno burgués en Versalles, a pocos kilómetros de París, y derrotarlo definitivamente, así como la negativa a tomar el Banco de París y hacerse de las reservas de oro de Francia. Y aquí llegamos a uno de los puntos estratégicos centrales relegados en las teorías de la “democracia pura”.
La Comuna y la revolución
La Comuna hizo un intento de destruir hasta los cimientos el aparato del Estado burgués, burocrático, judicial, militar y policíaco, sustituyéndolo con una organización autónoma de las masas obreras [17]. Así, una de sus primeras medidas fue abolir el ejército permanente y sustituirlo por el pueblo en armas. Pero este decreto venía a sancionar una situación de hecho. El poder en París ya estaba en manos del pueblo en armas, y fue esta la base para el surgimiento de la Comuna. Aquí son necesarias algunas referencias históricas [18]. La emergencia de la Comuna está indisolublemente ligada a la guerra franco-prusiana. En julio de 1870, el emperador Napoleón III [19] declaraba la guerra a Prusia y dos semanas después capitulaba en Sedán y abdicaba. Le siguió una insurrección el 4 de septiembre. Se instauró la Tercera República y el poder quedó en manos de una mayoría que reunía monárquicos y republicanos con Adolphe Thiers a la cabeza. Paralelamente, se va a ir articulando un doble poder en torno a los batallones de la Guardia Nacional que se negaba a entregar las armas. Cuando Thiers pretende obligarlos a hacerlo, el pueblo de París con las mujeres a la cabeza protagoniza una nueva insurrección el 18 de marzo de 1871. El gobierno de Thiers huye a Versalles y el poder queda en manos del Comité Central de la Guardia Nacional.
Es en este contexto, con París sitiada por las fuerzas prusianas, con Thiers a pocos kilómetros preparando la contraofensiva, se organizan el 26 de marzo las elecciones a la Comuna de París. El día 30 del mismo mes, el Comité Central de la Guardia Nacional que hasta entonces había ejercido el gobierno dimite en favor de la Comuna, y esta declara a la Guardia Nacional como única fuerza armada y llama a enrolarse en ella a todos los ciudadanos capaces de empuñar las armas. Este hecho encierra un problema estratégico fundamental. El mismo cobró especial actualidad luego de la Revolución rusa de 1917 cuando la Comuna ya no era solo una gran inspiración revolucionaria o un insumo para la teoría del Estado marxista –frente a quienes en la II Internacional habían intentado “agiornarla” en forma reformista– sino un registro vivo de problemas estratégicos de vida o muerte para la revolución, que dirigentes como Lenin o Trotsky podían ahora leer a la luz de su propia experiencia. También este debate es puesto en primer plano por quienes, como Kautsky, buscaban interpretar la Comuna para ir contra los bolcheviques y el poder de los soviets.
Uno de los puntos centrales de Kautsky era el siguiente:
Una vez constituida la Comuna –decía–, el Comité Central [de la Guardia Nacional] le entregó su poder el 28 de marzo. Sí, incluso pareció disolverse por completo. Pero la Comuna no insistió, por lo que continuó funcionando bajo la Comuna como parte de su aparato militar. […] el Comité Central nunca trató de interferir con el principio de que los elegidos por sufragio universal deben tener el poder supremo. Nunca pretendió que todo el poder recayera en los consejos de trabajadores y soldados, es decir, en el presente caso, en el comité central de los batallones de trabajadores. En este punto, la Comuna de París era exactamente lo contrario de la República Soviética de Rusia. Y, sin embargo, Friedrich Engels escribió el 18 de marzo de 1891, en el vigésimo aniversario de la Comuna de París: “Señores, ¿quieren saber cómo es la dictadura del proletariado? Mirad la Comuna de París. Esa fue la dictadura del proletariado”. Se puede ver que Marx y Engels de ninguna manera entendieron esta dictadura como la abolición del sufragio universal, igual o la democracia en general [20].
Este tipo de razonamiento parte de una serie de sofismas que en más de un sentido han hecho escuela. En primer lugar, el carácter democrático de la Comuna era irreductible al concepto miserable de “democracia formal” o “procedimental”, e incluso al de la llamada “democracia sustantiva”. Consistía justamente en ser “la forma política al fin descubierta” para la liberación del pueblo trabajador. En términos de la democracia formal, la “ilegalidad” de la Comuna era casi absoluta, mayor incluso, se podría decir, que la de los soviets rusos antes de Octubre de 1917. El que fuera elegida por sufragio universal no excluía el hecho mucho más importante de que la Comuna había surgido de la insurrección contra el gobierno nacional de Thiers. Poco antes, el 8 de febrero de 1871, las elecciones –por sufragio universal– a la Asamblea Nacional habían dado un aplastante triunfo a los sectores monárquicos gracias al voto campesino. A su vez, las primeras medidas de la Comuna habían sido terminar con la conscripción y el ejército permanente (nacional). En términos de democracia formal era la dictadura de París (obrera) sobre la nación campesina [21].
Partiendo de esta situación, la Comuna buscó ganar como aliados a los campesinos. Como señalaba Marx, “la Comuna tenía toda la razón cuando decía a los campesinos: ‘Nuestro triunfo es vuestra única esperanza’” [22]. Existían toda una serie de problemas vitales “que sólo la Comuna era capaz de resolver –y que al mismo tiempo estaba obligada a resolver–, en favor de los campesinos, a saber: la deuda hipotecaria, que pesaba como una pesadilla sobre su parcela; el prolétariat foncier (el proletariado rural), que crecía constantemente, y el proceso de su expropiación de dicha parcela, proceso cada vez más acelerado en virtud del desarrollo de la agricultura moderna y la competencia de la producción agrícola capitalista” [23]. Marx opinaba que el proletariado parisino podía ganarse al campesino, “que tres meses de libre contacto del París de la Comuna con las provincias bastarían para desencadenar una sublevación general de campesinos”, y de ahí la prisa de Thiers “por establecer el bloqueo policíaco de París para impedir que la epidemia se propagase” [24].
La Comuna hubiera necesitado más tiempo y no logró obtenerlo. La pregunta estratégica clave es ¿por qué?, o dicho en otros términos, ¿cómo administró su tiempo la dirección de la Comuna? y ¿qué podría haber hecho para ampliarlo? Trotsky, con la experiencia que le daba haber dirigido la insurrección de Petrogrado y la guerra civil, ensayó una respuesta. Sostuvo que el Comité Central de la Guardia Nacional era, de hecho, un “Consejo de Diputados de los obreros armados y de la pequeña burguesía”, ya que había sido elegido directamente por las masas revolucionarias. Pero el 18 de marzo, luego de los primeros éxitos, cayó en la indecisión. Una vez que no había detenido al gobierno permitiéndole que huya a Versalles era necesario preparar sin demora el ataque al cuartel de la contrarrevolución (recomendación compartida con Marx), enviar destacamentos a trabajar sobre las tropas desmoralizadas de Thiers buscando dividirlas, mandar emisarios al interior, etc. Pero en su lugar, dice Trotsky: “El comité central imaginó elecciones ‘legales’ a la Comuna. Entabló conversaciones con los concejales de París para cubrirse, por la derecha, con la ‘legalidad’”. Y agrega que si al mismo tiempo “hubiera preparado un violento ataque contra Versalles, las conversaciones con los ediles hubieran significado una astucia militar plenamente justificada y acorde con los objetivos. Pero en realidad, estas conversaciones se mantuvieron para intentar que un milagro evitase la lucha” [25].
Así, Trotsky extrae la conclusión inversa a la de Kautsky. El proletariado de París necesitaba ser consciente de que se encontraba en una ciudad sitiada (por las tropas de Bismarck) y con la contrarrevolución reagrupándose a pocos kilómetros. Para ganar el tiempo para pelear la hegemonía sobre las masas campesinas necesitaba consolidar su poder. Pero le faltó un partido de combate, que se hubiera preparado para la revolución, que hubiera tenido la audacia para pasar a la ofensiva.
Glorificando a la democracia de la Comuna –decía Trotsky– y acusándola al mismo tiempo por haber carecido de audacia en lo referente a Versalles, Kautsky no comprende que las elecciones comunales que se efectuaron con la participación en doble sentido de los alcaldes y diputados "legales", reflejaban la esperanza de la conclusión de un acuerdo pacífico con Versalles. Este es, sin embargo, el fondo de las cosas. Los directores querían una alianza, no la lucha. Las masas no habían agotado aún sus ilusiones […]. A todo esto se llamaba "democracia" [26].
En este mismo sentido, estrategias “legalistas” como la defendida por Kautsky llevaron a la socialdemocracia alemana primero a plegarse al gobierno imperial en la Primera Guerra Mundial, luego a la derrota/desvío de la revolución alemana de 1918-19, y a mediano plazo allanaron el ascenso –incluyendo la vía electoral por “sufragio universal” [27]– de Hitler al poder.
La Comuna, el programa democrático-radical y los soviets
Luego de la Comuna y especialmente a partir del siglo XX, las estructuras sociopolíticas de Europa y los países centrales se complejizaron. Ante la emergencia del movimiento obrero se articularon nuevas formas de bonapartismo –incluida su variante más agresiva, el fascismo– y formas más sofisticas de democracia burguesa, donde la “ampliación” del Estado –y como parte de ella la estatización y burocratización de la organizaciones del movimiento de masas– permitía ocupar los espacios que había dejado desguarnecidos la democracia liberal tradicional y “organizar” el consenso en lugar de “esperarlo”. Como señalara Perry Anderson, “la forma general del Estado representativo, la democracia burguesa, es en sí misma el principal cerrojo ideológico del capitalismo occidental” [28]. Estas serán cuestiones claves en un escenario “occidental” muy diferente al que habían enfrentado los revolucionarios en Rusia.
Así, la preparación política que había estado ausente en la Comuna, incluía entre otras cuestiones [29] combatir aquellas ilusiones legalistas en los mecanismos de la democracia burguesa. En este aspecto, Trotsky recupera en forma novedosa el programa democrático-radical de la Comuna como parte de un programa transicional para la lucha por el poder de los trabajadores. La formulación más ilustrativa la realiza en 1934 en “Un programa de acción para Francia”, frente a la misma Tercera República que se había fundado sobre la sangre de los comuneros. Ante los trabajadores que se planteaban defender a la democracia burguesa contra los ataques de la derecha fascista y bonapartista, formulaba el siguiente diálogo:
Somos, pues, firmes partidarios del Estado obrero-campesino, que arrancará el poder a los explotadores. Nuestro primordial objetivo es el de ganar para este programa a la mayoría de nuestros aliados de la clase obrera. Entre tanto, y mientras la mayoría de la clase obrera siga apoyándose en las bases de la democracia burguesa, estamos dispuestos a defender tal programa de los violentos ataques de la burguesía bonapartista y fascista. Sin embargo, pedimos a nuestros hermanos de clase que adhieren al socialismo "democrático", que sean fieles a sus ideas: que no se inspiren en las ideas y los métodos de la Tercera República sino en los de la Convención de 1793 [30].
De esta forma, parte de constatar los diferentes objetivos entre los comunistas y los trabajadores socialdemócratas para levantar un programa transicional que incluya la defensa de la democracia burguesa contra los ataques de la burguesía en pos del frente único entre ambos sectores del movimiento obrero. A renglón seguido contrapone los métodos revolucionarios a los parlamentarios para llevarlo adelante, y luego adapta como programa el de la propia Comuna de París:
¡Abajo el Senado, elegido por voto limitado, y que transforma el poder del sufragio universal en mera ilusión! ¡Abajo la presidencia de la República, que sirve como oculto punto de concentración para las fuerzas del militarismo y la reacción! Una asamblea única debe combinar los poderes legislativo y ejecutivo. Sus miembros serían elegidos por dos años, mediante sufragio universal de todos los mayores de dieciocho años, sin discriminaciones de sexo o de nacionalidad. Los diputados serían electos sobre la base de las asambleas locales, constantemente revocables por sus constituyentes y recibirían el salario de un obrero especializado [31].
Trotsky reafirma el planteo señalando que “una democracia más generosa facilitaría la lucha por el poder obrero”.
Pero ¿qué relación tenía esto con la decidida defensa de los soviets (o consejos) que había encarado en la polémica contra Kautsky? El razonamiento era el siguiente: la lucha por la constitución de organismos soviéticos es fundamental para la revolución [32], como órganos de la insurrección y como andamiaje de la democracia obrera en dictadura del proletariado. Pero, los soviets (consejos) son organismos de frente único de masas, y ¿cuál era la condición para poder constituir el frente único? La unidad de acción con la mayoría de los obreros que confiaban en la democracia burguesa y querían defenderla contra el avance del fascismo. ¿Qué les propone Trotsky? Defender la democracia burguesa contra los ataques de la propia burguesía, pero no con los métodos parlamentarios sino con los de la lucha de clases, no bajo las banderas del régimen decadente de la Tercera República sino bajo las de la democracia radical. Esta articulación permitía establecer un puente transicional entre la conciencia reformista de las masas obreras y la preparación de las condiciones para la ofensiva revolucionaria (insurrección). No solamente porque hacían posible el avance del frente único obrero para enfrentar a la burguesía sino porque a través de esta acción común en la lucha de clases posibilitaba la conquista de la mayoría por parte de los revolucionarios para la lucha por un gobierno del pueblo trabajador.
Con este planteo, Trotsky señalaba una alternativa frente a la idea kautskiana de “defensa pasiva” en pos de una “democracia pura” que nunca en la historia existió. Si en 1871 las ilusiones legalistas se tradujeron en la indecisión de la Comuna, mientras que la contrarrevolución respondió con la masacre a gran escala que fue el bautismo de fuego de la “democrática” Tercera República francesa, en la década de 1930 la estrategia legalista de colaboración de clases del Frente Popular (entre el Partido Comunista, el Socialista y el Radical) llevó a la Tercera República a un final tan ignominioso como su origen. Luego de los acuerdos de Munich (1938) del gobierno de Édouard Daladier [33] con Hitler, para 1940 los nazis invaden Francia, la burguesía francesa se rinde rápidamente y pone en pie en los territorios no-ocupados el régimen colaboracionista nazi de Vichy, encabezado por el mariscal Pétain. Más de medio siglo después, Daladier llevó hasta el final la obra de Thiers y Hitler la de Bismarck. Así murió la Tercer República.
Un nuevo principio democrático
En los 150 años que nos separan de la Comuna de París, a pesar de la extensión a las más diversas latitudes de la democracia burguesa, con su concepto miserable de democracia nunca pudo responder al cuestionamiento de la Comuna. Como señalara Antonio Gramsci:
... podríamos escribir una serie de artículos titulados "Buscando la democracia", y demostrar que la democracia nunca ha existido. Y de hecho, si la democracia significa […] el gobierno de las masas populares, expresado a través de un Parlamento elegido por sufragio universal, entonces ¿en qué país ha existido alguna vez un gobierno que cumpla con este criterio? […] Incluso en Inglaterra, patria y cuna del régimen parlamentario y de la democracia, el Parlamento está flanqueado al gobernar por la Cámara de los Lores y la Monarquía. Los poderes de la democracia son, en realidad, nulos. [ … ] ¿Y acaso existe la democracia en Francia? Junto al Parlamento existe en Francia el Senado, que no es elegido por sufragio universal sino por dos niveles de electores que a su vez son solo parcialmente una expresión del sufragio universal; y también existe la institución del Presidente de la República [34].
Concluye Gramsci en tono irónico que estas instituciones existen justamente “para moderar los posibles excesos del Parlamento elegido por sufragio universal” [35].
No sería muy difícil multiplicar este tipo de ejemplos que llegan hasta la actualidad. Sin ir más lejos, la principal democracia capitalista del mundo, EE.UU., es un muestrario cada vez más patente de los mecanismos a los que se refería Gramsci. A la cabeza del sistema representativo hay una institución presidencial bonapartista que ni siquiera es electa por el voto directo, sino por un “colegio electoral”. Un sistema bipartidista casi inexpugnable, que establece innumerables restricciones que hacen casi legalmente imposible cualquier nuevo partido nacional. Un federalismo que permite recortar derechos electorales a nivel de cada estado y organizar las elecciones como deseen (distribución arbitraria de casillas de votación, “supresión” de votantes, diseño arbitrario de distritos). Más de 21 millones de ciudadanos que no cuentan con los documentos que se les exigen para votar. Un Senado oligárquico y un poder judicial conformado por una casta vitalicia como poder “contramayoritario”, que conforman el sistema de “checks and balances”, como parte de los innumerables mecanismos para garantizar la separación entre “el gobierno” y las masas populares.
Sin embargo, desde la derrota del ascenso de la luchas de clases de los años ’70, y más aún luego de la debacle de los Estados obreros burocráticos y el “fin de la historia”, vino a imponerse el postulado de que la democracia burguesa era la única democracia posible. En Latinoamérica este axioma fue especialmente difundido a la salida de las dictaduras que atravesaron la región y en la Argentina en particular acompañó un transformismo generalizado de la intelectualidad a la hora de desterrar la perspectiva de la revolución. Aquella concepción de una democracia “pura” sin contenido de clase permea hasta hoy a las corrientes del autodenominado “socialismo democrático” o que postulan la idea de una “democracia hasta el final”. Pero como bien lo ha mostrado el desarrollo del neoliberalismo, la democracia “pura” no existe, sus diversas formas son indisociables de la clase cuya dominación expresan. Hoy el estrechamiento de las bases para la hegemonía burguesa marca la proliferación de elementos de crisis orgánicas en las más diversas latitudes. Las tendencias autoritarias y bonapartistas son moneda corriente, así como la lucha de clases que, aunque aún en forma de revueltas, vimos desarrollarse desde el 2018 con los Chalecos Amarillos a esta parte.
En este marco, la actualidad y la originalidad de la Comuna consiste justamente en haber desplegado un nuevo principio democrático, que se desarrollaría décadas después en los soviets rusos, primero en 1905, y luego en 1917 de manera mucho más amplia llegando al poder de la mano de los bolcheviques; los mismos soviets que el stalinismo tuvo que suprimir para imponer la dictadura de la burocracia. Aquella “tendencia hacia la comuna” a la que temía Nietzsche, sin llegar a un gobierno obrero, surgió con mayor o menor desarrollo en la mayoría de los procesos revolucionarios bajo diferentes nombres, desde los Räte alemanes, pasando por los Shoras iraníes, hasta los Cordones Industriales chilenos; incluso pueden reconocerse elementos de ella en las Coordinadoras Interfabriles del ‘75 en Argentina. Así también tuvo que enfrentar a nuevos y viejos enemigos, en muchos casos fue ahogada por las burocracias del movimiento de masas, o aplastada por la contrarrevolución, o una combinación de ambas. De allí la importancia, de cara a los nuevos desarrollos de la lucha de clases, de articular las vías para la emergencia de la clase trabajadora como sujeto haciendo saltar por los aires la estructura burocrática que se erige sobre el movimiento obrero y de masas, y desplegar la fuerza necesaria para la construcción de un partido revolucionario de combate.
Desde la Comuna a esta parte, pasó mucha agua bajo el puente, sin embargo, con sus dos meses de existencia, junto con las lecciones estratégicas que dejó, mostró la potencia de la creatividad de las masas trabajadoras, su capacidad para forjar nuevas instituciones propias de poder y la perspectiva de organizar la sociedad sobre nuevas bases. Pasado un siglo y medio, parafraseando a Lenin, no se trata de “honrar de palabra” la Comuna sino de luchar para completar su obra.
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