Ariane Díaz @arianediaztwt
Martes 7 de octubre de 2014
En octubre se cumplen 45 años de la muerte de Jack Kerouac, uno de los fundadores de la generación beat, la de aquellos que Allen Ginsberg en Aullido vio “destruidos por la locura, famélicos, desnudos, histéricos”, los que “soplaron el sufrimiento de la mente desnuda de América” pagando los costos de su rebeldía ante la opresiva pesadilla que escondía el sueño americano.
La innovación en los temas, el lenguaje y el ritmo caracterizaron a la literatura beat, pero ésta fue la punta del iceberg de los cambios que se estaban produciendo en la juventud de los EE. UU. de posguerra, que comenzaba a cuestionar los valores y perspectivas que esa sociedad les ofrecía. Esos cambios son los que narra en sus memorias Joyce Johnson, escritora y compañera de Kerouac durante los años en que la “biblia de los beats”, En el camino, fuera publicada con una inmediata y extendida fama para el autor. Su relato, Personajes secundarios, tiene la virtud de no sólo mostrar las condiciones sociales en las que irrumpió esta generación, sino de no ser complaciente con ella.
Un artículo del Times de la época había caracterizado a la juventud de posguerra como la “generación joven más vieja del mundo”, silenciosa y apática. Miembros de una clase media urbana educada, los que serían los beats habían crecido en un ámbito en que las instituciones sancionaban judicialmente a los jóvenes que desafiaban las convenciones de la época (y a las mujeres, por lo general, también psiquiátricamente). Johnson reflexiona que esa represión generó una intensidad que hizo que cuando los autores beat comenzaron a publicar, encontraran rápidamente un público maduro que había estado gestándose en los años previos.
En ese marco, incluso en los reductos bohemios “conquistados” en el Village de New York o el Northport de San Francisco, donde se reunían artistas, estudiantes, y desclasados, hoy muchas veces evocados románticamente, se desplegaba a cada paso la violencia de un sistema opresivo. Johnson cuenta por ejemplo que Kerouac le describe el San Francisco “liberado” de la época sombríamente, donde el juicio por obscenidad por la publicación de Aullido había logrado un sobreseimiento pero sólo después de encarcelamiento, la censura y la instalación de un ambiente persecutorio en la ciudad.
Un aspecto destacado del relato es el machismo del que la generación beat no estuvo exenta, a pesar del cuestionamiento al modelo de moralidad sexual que emergió en la época y del que fueron parte. Como respuesta al intento de volver a poner en caja a las miles de mujeres que, durante la guerra, habían “abandonado” su hogar para ir a trabajar, trastocando las ubicaciones tradicionales en sus relación con los varones, dicho cuestionamiento tuvo también muchos límites.
Johnson reconoce que aunque la joven generación de mujeres a la que perteneció dio un paso abandonando temprana y violentamente el hogar familiar, estaban lejos de poder aún “salir a la ruta” como sus pares masculinos: a las mujeres beat siempre les estuvo reservado un lugar secundario. La autora pide que se las entienda como una generación de transición, un puente a aquella que en los ‘60 combatiría “todas las ideas preconcebidas que limitaban la vida de la mujer y asumiría la larga tarea, jamás acabada, de transformar las relaciones con los hombres”.
El maccarthismo es otra de los elementos que conforman el período. La autora recuerda la venta de Red channels –una guía de programas “proclives al comunismo”– en cualquier kiosko, una presencia habitual para su generación.
A los beats se los relaciona con posiciones políticas de izquierda por su cuestionamiento al status quo; Johnson evoca en ese sentido a militantes de izquierda –trotskistas sobre todo– y diversas luchas de clase y raciales que formaban parte de la época. De hecho, muchos de ellos participarían en movimientos sociales en la convulsiva década posterior. Pero durante la década de 1950 el panorama era también en este punto contradictorio: el anticomunismo extendido tampoco les fue ajeno a algunos de los beats, como al mismo Kerouac –algo que Johnson no menciona, aunque sí le critica su veta religiosa–. En todo caso, ello remarca el carácter de transición de una generación que supo cuestionar el “american way of life” en muchos de sus aspectos reaccionarios, pero que políticamente no había encontrado aún una perspectiva distinta.
Prueba del difícil proceso de emergencia de esta generación y sus contradicciones es la trayectoria editorial de Kerouac mismo. Cuando se publica En el camino, el autor ya contaba con más de una decena de obras escritas que no conseguía publicar (sólo había tenido una publicación previa), y según el relato de Johnson, ese era uno de los motivos de la depresión que lo acechaba. Sin embargo, cuando el éxito de la novela mostró que la generación silenciosa venía engendrando tonalidades para hacerse oír, pero también que una buena oportunidad de negocios se abría, el mercado mostró toda su capacidad de asimilar lo nuevo para hacer ganancias.
La misma denominación de beatniks, que la prensa registró para describir a estos jóvenes, según Johnson no sólo permitía mostrar “una pizca de comunismo” acotada para que no se convirtiera en amenaza, sino que era en sí una operación de mercado: “La ‘generación beat’ estaba ligada a una historia, a una génesis, a un desarrollo. Pero con los accesorios adecuados se podía fabricar un ‘beatnik’ en un abrir y cerrar de ojos”. Sin embargo, para muchos adultos de la época, beatnik siguió siendo sinónimo de “sexo, suciedad y comunismo”.
Escritas varias décadas después de los sucesos que nos trae en su relato, Johnson, que había iniciado sus memorias alrededor de un anuncio de ropa en el que se usaba una antigua foto de Kerouac, realiza su balance de los claroscuros de la generación beat a través de los deseos de esa chica que en la foto utilizada en dicha publicidad había sido recortada: “Me niego a renunciar a sus esperanzas. Y sólo quiero romper con su silencio”.
Ariane Díaz
Nació en Pcia. de Buenos Aires en 1977. Es licenciada en Letras y militante del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Compiló y prologó los libros Escritos filosóficos, de León Trotsky (2004), y El encuentro de Breton y Trotsky en México (2016). Es autora, con José Montes y Matías Maiello de ¿De qué hablamos cuando decimos socialismo? y escribió en el libro Constelaciones dialécticas. Tentativas sobre Walter Benjamin (2008), y escribe sobre teoría marxista y (...)