Siempre con la misma receta. Así actúa el Fondo Monetario Internacional (FMI), como muestra Fondo, el documental de Alejandro Bercovich presentado el miércoles último en el teatro ND Ateneo.
El hilo argumental de la película, elaborado por Hernán Vanoli, está dado por la interacción entre el cocinero Juan Braceli y el propio Bercovich, el día en que Macri anunció que volverá a pedirle un préstamo al fondo. Cada uno en su respectiva cocina, se intercambian mensajes de whatsapp ante la noticia. El chef le pregunta a Bercovich cuánto hay que preocuparse, y la respuesta obviamente no es alentadora. Todo esto mientras el economista prepara un guiso de lentejas, y Braceli hace en simultáneo una moussaka y una caldeirada, platos típicos de Grecia y Portugal, respectivamente. Cada país tiene sus recetas, no como el FMI que aplica siempre la misma, nos dice mientras nos cuenta cómo se prepararan estos ricos platos.
Son cinco los capítulos que ordenan la trama: el menú del fondo (un solo plato), los cocineros (los tecnócratas del organismo), las recetas (el ajuste), los comensales (los países asistidos) y el banquete (la implementación de sus políticas).
Para el documental, Bercovich entrevistó a numerosos funcionarios y ex funcionarios del organismo internacional de crédito, como Anne Krueger (la segunda del mismo cuando fue la crisis de 2001 en la Argentina), John Lipsky (Subdirector Gerente entre 2006 y 2011), y Héctor Torres (ex Director Ejecutivo por Argentina en dos oportunidades). También vemos declaraciones de Anoop Singh, Director del Departamento del Hemisferio Occidental durante los años de la crisis de 2001, y David Lipton, hoy números dos y encargado de expresar la posición norteamericana, es decir de Donald Trump (gran apoyo para Macri hasta su derrota en las PASO el 11 de agosto). Otra protagonista indiscutida es Christine Lagarde, a quien Bercovich busca sin éxito entrevistar como vemos en varias oportunidades. Lagarde, hasta hace poco al frente del organismo, hoy reemplazada por Kristalina Georgieva, aparece en una entrevista a Jorge Lanata, realizada cuando se conoció la noticia de que le prestarían dinero a la Argentina, afirmando que no deberíamos preocuparnos, que el FMI no es el que conocimos las y los argentinos, que ahora cambió.
Para mostrar que no es así, y que el Fondo es el mismo de siempre, Bercovich visitó a dos de los países que recientemente estuvieron bajo “asistencia” del FMI, en ambos casos como parte de una “troika”, completada por la Comisión Europea (el ejecutivo de la UE) y el Banco Central Europeo. Entrevistó a funcionarios que estuvieron en algunos de los gobiernos que tuvieron estos países desde que arrancó la crisis de deuda hasta hoy, a legisladores, activistas de movimientos sociales y dirigentes sindicales. Y también conversó con estudiantes, trabajadores, jubilados que cuentan cómo es vivir en países que “caen” en el Fondo. Fragmentos de esas entrevistas ya pudimos ver en Brotes verdes, el programa que conduce Bercovich en C5N.
Como el FMI tiene una larga historia de terror en la Argentina, ésta también es reconstruida en el documental. Desde el primer préstamo, concedido en los años de Frondizi cuando el ministro de Economía era Álvaro Alsogaray (que pronunció entonces su famosa frase “hay que pasar el invierno”) hasta las negociaciones con el FMI después del colapso de la convertibilidad en 2002, vemos cómo acá también se puede ver la recurrencia de las mismas políticas. Y también, cómo una y otra vez entran en juego las consideraciones políticas, como la decisión, cuando trastabillaba el gobierno de Estela Martínez de Perón, de esperar hasta el golpe para acordar un nuevo programa.
Las conversaciones incluyen a Lavagna y también a José Ignacio De Mendiguen, algunos de los que “sufrieron” al FMI. Haría falta otra película, complementaria, sobre cómo durante esa transición duhaldista la gran burguesía argentina consumó un zarpazo sobre la clase trabajadora y los sectores medios, gracias a las políticas ejecutadas por este elenco de funcionarios.
Destruyendo mitos
Una serie de mitos de la ortodoxia neoliberal son contestados a lo largo de la película, recurriendo a la escenificación teatral: que la economía de un país es como la de una familia, y que si gasta de más tiene que “ajustarse el cinturón”, que si los ricos mejoran habrá un “derrame” para el resto de la sociedad, y que achicar el gasto público impide que este “ahogue” a la actividad privada y estimula el crecimiento de la economía. Los recursos utilizados, sencillos, resultan efectivos para poner en evidencia la carga ideológica de muchos de los planteos que con naturalidad realizan diariamente los economistas del mainstream en los programas de TV, así como hicieron los funcionarios de Macri para justificar sus políticas durante estos años. Fondo pasa revista de cómo en distintos programas periodísticos todos ellos aparecen repitiendo la misma cantinela.
El FMI no es un banco que le presta a los países cuando les “falta plata”. Es mucho más, es un “comando ideológico”, explica Bercovich. Y la deuda, nos dice, no solo tiene un sentido económico sino que es un mecanismo de dominación.
Tragedias y milagros
Los dos casos testigo que toma Bercovich, exponen trayectorias diferentes. La destrucción económica en Grecia fue de 25 % de su PBI, el desempleo llegó a estar en 27 %. En Portugal el PBI dejó de caer en 2014, mientras que en Grecia recién creció un poco en 2017. Hoy el desempleo en Portugal es de 6,4 %, y en Grecia está en 17,7 %. Bercovich interpreta que las diferencias entre la trayectoria de ambos países se entienden por la manera en que el primero continuó con las políticas de austeridad del FMI, y el segundo las abandonó. Sale así al cruce de los planteos de que el crecimiento económico en Portugal desde 2014 fue “gracias” al ajuste.
Hay acá sin duda un debate importante, que hace tiempo viene teniendo lugar en la Argentina desde que se plateara a fines de 2018 la alternativa portuguesa para negociar con el Fondo.
“¿Por qué habríamos de creer que el crecimiento en Portugal es por el ajuste previo, y no porque ahora rompió con el ajuste?”, se pregunta Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía a quien Bercovich entrevistó especialmente. Este expone su postura (neo)keynesiana, reivindicando el rol del gasto público para reactivar la economía. “La austeridad solo destruye”, remata Stiglitz. Esto es innegable, pero de ello no se deriva que las políticas keynesianas sean una vía para que el Estado (capitalista) pueda elevarse por encima de las contradicciones generadas por el capitalismo y sus crisis como él afirma.
La tesis de que las trayectorias divergentes entre Portugal y Grecia se explican por un cambio de política encuentra su primer escollo en que los tiempos no cierran. Portugal creció en 2014 y 2015, módicamente es cierto, y recién a finales de 2015 asumió el gobierno de António Costa que “abandonó la austeridad”. Hasta entonces el gobierno de Passos Coelho, a quien en 2014 la troika había liberado de compromisos por ser el “mejor alumno” del ajuste, continuó con su política fiscalmente ortodoxa. Es decir que no había abandonado aun las políticas de austeridad.
En Fondo, la encargada de relativizar la importancia de esta discordancia de tiempos para salvar la tesis del rol de la “antiausteridad” en el “milagro”, es nada menos que la jefa de gabinete de Costa, Mariana Vieira da Silva. Esta admite que la economía estaba creciendo desde antes de que llegara Costa al gobierno, pero señala que la economía estaba perdiendo vigor a finales de 2015, y directamente no creció en el primer trimestre de 2016. Si no se abandonaba la austeridad, nos dice, el país habría entrado en recesión nuevamente.
Como ya señalamos en otra oportunidad, la pregunta sobre las diferencias entre el destino del país heleno y el ibérico es engañosa por varios motivos. En primer lugar, el ajuste es [casi] siempre recesivo: en Portugal, en Grecia, y también en la Argentina: lo vivimos en 1998-2002, en 2014 cuando lo aplicó parcialmente Kicillof, y con Macri durante prácticamente todo su gobierno. Grecia no es, en ese sentido, una excepción. Las políticas tendientes a “ordenar” las cuentas públicas (que por regla general se “desordenan” para salvar a tal o cual sector del capital, como fue en el caso de las crisis europeas recientes para salvar a los bancos), etc., tienen como efecto inmediato profundizar el hundimiento de la economía. La clase dominante, el capital, no conoce otra forma de “sanear” que no sea a través de esta destrucción. Grecia es prueba de que el ajuste no necesariamente lleva a mediano plazo al crecimiento (en el corto siempre lleva a la recesión). Que siempre se aplique la misma “receta” del ajuste, no significa que esta vaya a producir los resultados esperados.
Lo que no puede decirse es que Portugal sea prueba de que abandonar la austeridad sea la vía para volver a crecer. Sobre todo porque no hubo tal abandono, si analizamos de conjunto la política económica: desde fin de 2015 devolvió en cuotas una parte de lo robado durante los cinco años previos, pero muchas cosas continuaron igual. Quedó en pie la reforma laboral precarizadora y el conjunto de la fuerza de trabajo quedó empleada en peores condiciones que antes de la crisis y el ajuste. Para gastar más en algunas políticas de estímulo a la demanda, Costa redujo la inversión pública, es decir ajustó por otro lado para seguir cumpliendo las metas fiscales. “Honrar” la deuda es tan importante para Costa como lo era para Passos Coelho, y esto tiene costos para el pueblo trabajador que es el que utiliza diariamente una infraestructura de transporte degradada por la desinversión. Estos costos se suman a todos los legados de los años de ajuste que no fueron revertidos. Impuso recortes a los gastos en infraestructura para sostener el equilibrio fiscal (proyectando objetivos de superávit récord para 2020 y los años siguientes) a pesar de los bajísimas tasas de interés de las que goza el país (que son las que hicieron que le conviniera financieramente pagar por adelantado al FMI para tomar deuda todavía más barata de otras fuentes).
En general, las políticas “keynesianas” basadas en el gasto público solo llegan después de que la economía deja de caer, o incluso cuando ya inició la recuperación. Para poder aplicarlas el Tesoro tiene que contar con algún margen fiscal. Si nos trasladamos a la Argentina actual, en recesión, superendeudada, y con el FMI controlando las cuentas públicas y la política económica, resulta difícil imaginar una política distinta de la austeridad. Excepto, desde ya, que se esté dispuesto a cuestionar los “sacrosantos” derechos de los acreedores y los intereses de los grandes empresarios.
El problema es el sistema
Si hay algo que Fondo demuestra de manera contundente es que el organismo internacional de crédito asiste a los países solo para que estos puedan seguir pagando deudas, con dinero aportado por el Fondo, a cambio de que ajusten severamente su gasto público y su balanza de pagos para volver a la rueda del endeudamiento en los mercados lo antes posible.
Llegando al cierre del film, Bercovich cuenta que entre los beneficiarios, uno poco visible pero que cuenta mucho, son los fondos de inversión. Estos son los que canalizan capitales tanto de grandes empresarios como de pequeños ahorristas; también están los “institucionales” como los que administran fondos de jubilaciones y pensiones. “En EE. UU. controlan el 90 % de la economía”. Entre ellos apunta a BlackRock, que en la Argentina tiene participación en varias importantes empresas, además de tener títulos de deuda. Entre las imágenes de los beneficiados por las políticas del FMI que muestra Fondo, también están Marcelo Mindlin (Pampa Energía), Paolo Rocca (Techint) y Marcos Galperín (Mercado Libre).
No se trata de una conspiración, nos dice Bercovich, no están todos los poderosos confabulándose para apretar a los países. Es simplemente el despliegue de una lógica, la del capitalismo, que llevó a que 26 personas (todos “tipos”, agrega) tengan tanta riqueza que las 3.800 millones que constituyen la mitad más pobre de la humanidad.
¿Qué hacer con el Fondo?
“Salidas siempre hay. Más allá de lo que dicen Macri, Trump, y los burócratas del Fondo, siempre hay márgenes de negociación, relación de fuerzas… formas de cambiar tanto la receta como los ingredientes”. Con estas palabras concluye Fondo. Al hablar el miércoles antes de la proyección de la película, Bercovich sostuvo que “gane quien en las próximas elecciones va a ser muy importante la movilización que haya en la sociedad en torno a la discusión sobre el Fondo Monetario Internacional”. Más allá de quien gobierne, “mucho va a depender de que toda la sociedad entienda hasta qué punto la deuda es un mecanismo de sujeción política, la discusión no la tiene que dar alguien desde el sillón de Rivadavia, la tenemos que dar todos nosotros en las calles, como nos enseñaron las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo”.
Poner el acento en las calles es clave. Como muestra estos días la masiva movilización obrera e indígena en Ecuador, hay que tomar las calles para pararle la mano al FMI y los gobiernos que llevan a cabo sus políticas. Pero para imponer una alternativa para que la crisis no la paguemos esta vez los mismos de siempre, sino que lo hagan los capitalistas, hace falta algo más. Es necesario construir la fuerza política y social para que, al contrario de quienes alimentan las expectativas de “negociar con fuerza” con el FMI, pretensión que acá y en tantos otros países se vio defraudada, plantee claramente el rechazo a las exigencias del organismo, el repudio a una deuda fraudulenta como parte de un programa de conjunto de respuesta a la crisis. Esto, hoy, es algo que solo es planteado por el FIT-Unidad, el único que plantea un camino para “salir del Fondo”.
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