Se fundó una "Internacional Feminista". ¿Quiénes la convocaron, de qué habla y de qué no? Hechos, palabras y silencios. Una torta nazi, tres pinos y una casa llena de agua. Nueva entrega de No somos una hermandad.
Celeste Murillo @rompe_teclas
Martes 4 de abril de 2023 00:00
Un grupo de “lideresas feministas” (así se presentan) convocaron una reunión en la Ciudad de México entre el 30 de marzo y el 1 de abril. Un cable de agencia replicado en varios portales dice que 50 mujeres líderes de 30 países anunciaron la fundación de la primera “Internacional Feminista”. Al observar las firmas de las convocantes queda en evidencia un requisito no escrito: ser (o haber sido) funcionaria o, en su defecto, parte de la elite institucionalizada del movimiento feminista (comisiones de género en ONG, partidos u organizaciones).
El manifiesto de la “Internacional Feminista” (documento que se conoce por el momento) habla de una perspectiva interseccional, de clase, anticapitalista, disidente, decolonial, antirracista, ecologista y antipunitivista. Dice cosas que suenan bien: “somos anticapitalistas porque reconocemos que el sistema económico, político, social y cultural que el capitalismo reproduce es la cuna de la opresión y explotación de la humanidad”. Pero no dice nada de los gobiernos capitalistas de los que son parte y/o muchas de ellas apoyan. No hay mención a las agendas de ajuste o austeridad, xenófobas o que privilegian políticas extractivistas. Un silencio parecido al del Encuentro Internacional Feminista, organizado por el Ministerio de Igualdad del gobierno español en febrero.
La elección del nombre me llamó la atención. Una casualidad me parece difícil de imaginar, teniendo en cuenta que las líderes se consideran parte de la izquierda. Y una elección consciente creo que subraya el abismo que separa esta convocatoria de muchas reuniones y conferencias internacionales realizadas durante décadas (a las que apela el nombre la “internacional feminista”). No es una crítica a las personas en sí mismas sino a lo que se hace y se dice en las reuniones y en los espacios de poder que ocupan muchas de las que asisten a esas reuniones. Y sobre todo lo que no se dice o solo se menciona en un sentido abstracto, una forma sofisticada de guardar silencio.
Una “internacional feminista” en marzo de 2023 tiene muchísimos problemas sobre los cuales debatir y pronunciarse. ¿Por qué no hablar concretamente de la criminalización del aborto en Estados Unidos o en otros países y las consecuencias de las políticas de ajuste en la salud pública para el acceso a los derechos reproductivos? A veces puede sonar tranquilizador presentar un escenario de avance de la derecha, sin señalar a los responsables políticos y empresariales que ayudan a colocar a partidos de extrema derecha en un lugar destacado (parafraseando esta idea de Fernando Rosso). Pero es parte vital de la lucha contra esa “cuna de opresión y explotación de la humanidad” reconocer a los gobiernos, los partidos y las clases que la reproducen constantemente.
También existen resistencias y movilizaciones en las que nutrir nuevas tradiciones, como hicieron las conferencias internacionales de militantes socialistas que propusieron el Día Internacional de las Mujeres para honrar la lucha de las trabajadoras que se levantaban a comienzos del siglo XX y exigir derechos democráticos elementales como el sufragio. ¿Por qué no mencionar en el manifiesto de una “internacional feminista” hoy la lucha masiva contra la reforma jubilatoria en Francia, que tiene a las mujeres entre las más afectadas? Las trabajadoras, que ya cobran un 22% menos que sus compañeros, son todavía las que interrumpen su trabajo remunerado para dedicarse a la crianza de hijos e hijas y otras tareas de cuidado no pagas. Esto provoca que las jubilaciones de las francesas sean aproximadamente un 40% más bajas y serán las más damnificadas por la nueva ley.
Por eso hay muchas mujeres en cada una de las movilizaciones, huelgas y protestas francesas (hoy en pausa por decisión de las dirigencias sindicales). Si leés seguido este newsletter, sabés que creo que ese el lugar del movimiento feminista, que no significa no debatir y hablar de muchas otras cosas, pero hay momentos decisivos que marcan tu perspectiva. Este es uno de esos momentos. Cuando las sufragistas británicas escuchaban a los políticos decir cosas que sonaban bien, respondían: “Hechos, no palabras”. Creo que hoy estaría bien hacer un agregado: “Hechos, no palabras, y mucho menos silencio”.
Una torta nazi
Soft & Quiet es una película de Beth de Araujo. Una de las primeras escenas es una reunión de mujeres en el primer piso de una iglesia en Estados Unidos, en un pizarra se lee “Femeninas no feministas”. Todas llevan algo para compartir, una desenvuelve una torta con una cruz esvástica y corta las porciones. Nadie duda en probarla. En un clima de tensa sororidad, cada una explica cómo llegó ahí. Sus problemas y frustraciones (son blancas, de clase media y media baja y viven en una pequeña ciudad) son el retrato de muchas mujeres que no encuentran una respuesta satisfactoria en la democracia que, les prometieron, les daría igualdad y libertad. Y son el retrato también de muchas personas que encuentran en los discursos de extrema derecha explicaciones a esos problemas que, al revés de lo que dicen convencidas en la reunión, no son responsabilidad de la migración, la población negra o la eliminación de discriminaciones legales (que llaman la “destrucción de los valores”), pero alcanza para unificarlas.
Un poco de casualidad, escuché un episodio del podcast The Ezra Klein Show (en inglés) en el que conversa con la politóloga Pippa Norris, autora del libro Cultural Backlash: Trump, Brexit, and Authoritarian Populism (una traducción posible sería Reacción cultural: Trump, Brexit y el populismo autoritario). En la charla recorren varios fenómenos de los últimos años, como el ascenso de Donald Trump, y Norris describe cómo la nostalgia (el lema “Make America Great Again”, Volvamos a hacer grande a Estados Unidos) se convirtió en una respuesta confortable para las frustraciones de mucha gente, como las protagonistas de Soft & Quiet.
Algo interesante que dice Norris es que la discusión no se reduce a temas importantes (economía) y otros menos relevantes (culturales o de la vida cotidiana). La economía define muchas opciones electorales, pero ella apunta a una combinación para la que las derechas tienen respuestas y culpables (más que soluciones) ante el desinterés de los gobiernos que hacen uso y abuso de lo que la filósofa Nancy Fraser llamó neoliberalismo progresista. Lo que sigue en la película es una sucesión de acontecimientos brutales contra los “culpables” que están a mano. Me gustó mucho que sea una producción hecha por mujeres en la que las mujeres son tratadas -como decía Mary Wollstonecraft- como “criaturas racionales”, sin pudor en señalar sus ideas y acciones reaccionarias. No es una película pesimista, es un llamado de atención sobre las peleas en curso, y un recordatorio de que no somos una hermandad.
Tres pinos y una casa llena de agua
Three Pines (en HBO) cuenta una serie de asesinatos en un pueblito de Quebec en Canadá, una adaptación de la saga de novelas de la escritora Louise Penny. El detective Armand Gamache (Alfred Molina) llega a Three Pines a investigar el asesinato de una mujer. En paralelo, vemos el desinterés de la Policía de Quebec en la denuncia de la desaparición de una adolescente. La mujer asesinada es blanca, la adolescente desaparecida es indígena. En esa oposición está la subtrama sobre la historia de opresión de los pueblos originarios en Canadá (que el Estado escondió prolijamente durante años). Muchas imágenes que vemos en la serie remiten a hechos reales, como la historia sobre un internado de niños y niñas indígenas que lucha por visibilizar el personaje de Bea Mayers (Tantoo Cardinal). Otra es la protesta de un grupo de chicas con manos rojas pintadas en la cara, el símbolo de la campaña Missing and Murdered Indigenous Women (Mujeres indígenas desaparecidas y asesinadas) que denuncia la tasa de femicidios de mujeres indígenas, seis veces más alta que la de cualquier grupo étnico.
Una casa llena de agua es un unipersonal, interpretado por Violeta Urtizberea, con guión de Tamara Tenenbaum y dirección de Andrea Garrote (una de las magias de la compañía Teatro Futuro). Es como el diario en vivo de la niñera de una familia de plata en la década de los años 1990 en Buenos Aires. De forma sutil y entre muchas otras cosas, habla de ese trabajo feminizado e informal por excelencia que hacen las mujeres que cuidan a los hijos y las hijas de otras mujeres. El monólogo de Milena no para un segundo y con él conocemos su universo, sus miedos, fantasías y preguntas sobre el futuro. Milena está obsesionada con el fondo del mar, y ahí encuentra las metáforas para hablar de su vida y la de todas nosotras cuando termina la adolescencia y empezamos (como podemos) la vida adulta.
Este texto fue publicado en el newsletter No somos una hermandad. Podés suscribirte a este y otros newsletters de La Izquierda Diario y El Círculo Rojo.
Celeste Murillo
Columnista de cultura y géneros en el programa de radio El Círculo Rojo.