Ideas de izquierda

Armas de la critica

SEMANARIO

Vida y muerte en un almacén, la película que parece un documental sobre Amazon

Lucía Nistal

Miguel Brea

RESEÑA

Vida y muerte en un almacén, la película que parece un documental sobre Amazon

Lucía Nistal

Miguel Brea

Ideas de Izquierda

60 horas de trabajo a la semana, ritmos insoportables, monitorización permanente, persecución sindical y todo con una sonrisa porque trabajamos para hacer feliz al cliente… ¿nos suena? Esta película nos permite echar un vistazo sobre las condiciones laborales y los mecanismos perversos que estructuran grandes empresas como Amazon.

Vida y muerte en un almacén (Life and Death in the Warehouse, 2022) es una pequeña producción (dura poco más de una hora) y ambientada en Gales, en un macro almacén que funciona como centro de distribución para las compras online. Codirigida por Aysha Rafaele y Joseph Bullman, que se estrenan con un film para televisión (aunque el segundo ha realizado dos series de televisión que tendremos que ver). Se puede ver en filmin y te recomendamos que lo hagas, si puede ser antes de que cualquier opinador profesional te ofrezca una lectura pseudorreformista por twitter o en las sinopsis y reseñas que no han tardado en aparecer (luego volveremos a eso, pues el principal defecto de la película está en su posible lectura política). Ha sido nominada a los premios BAFTA y su guion está basado en las narraciones de los trabajadores que son explotados por grandes compañías de venta y reparto online.

El día a día en un centro logístico

La película está protagonizada por Aimee-Ffion Edwards en el papel de Megan. La acompañamos en las primeras semanas en su nuevo trabajo, el periodo de prueba, como encargada de un equipo de mozos de almacén para una compañía de compras online de la que nunca sabemos su nombre.

Asistimos a su primer día de trabajo donde iremos sorprendiéndonos junto a ella de las condiciones laborales y del entorno de trabajo. El macro almacén es solo presentado desde el aire como una estructura de chapa, en medio de un polígono industrial a las afueras de una ciudad, rodeada de camiones que cargan y descargan constantemente productos, o desde su interior, agónico a pesar de las magnitudes de los espacios.

Los pasillos de varios metros de altura con estanterías interminables se suceden en un espacio sin ventanas, iluminado por luz artificial, transitado constantemente por trabajadores que mueven en carretillas artículos de un lugar a otro, dirigidos por un sistema de comunicación informatizado que les indica su siguiente dirección al oído. También les repite en bucle que han excedido el tiempo necesario para recoger el paquete cuando se retrasan unos segundos.

Pero antes hay que entrar, cruzar un arco de seguridad vigilado que te obliga a desprenderte de abrigos, mochilas y sobre todo del teléfono móvil, a no ser que seas una “encargada”. En la cola esperan trabajadores diferenciados por chalecos de colores; azul para los encargados, verde para los empleados fijos y a los que se denomina como “asociados”, naranja para los trabajadores que son empleados a través de empresas de trabajo temporario y que esperan conseguir un chaleco verde que les asegure un poquito más su trabajo.

Como adelantamos, Megan, nuestra protagonista, tiene un chaleco azul. Conoceremos a otros cargos intermedios, pero entre ellos destaca Danny (por Craig Parkinson) que interpreta al jefe de los supervisores. El resto del escalafón parece oculto para los trabajadores y los espectadores. La película también nos va a presentar a dos chalecos verdes Alyz (interpretada por Poppy Lee Friar) amiga de la infancia de Megan y embarazada, algo que mantiene en secreto, y Devon (por Aled ap Steffan), cuyo secreto es la implicación en un sindicato. Ambos temen las repercusiones que podría tener que la empresa lo descubriera.

Los chalecos naranjas, los trabajadores temporales que aspiran a un trabajo más o menos fijo y por tanto los que deben sacrificarse y esforzarse más para subir en el escalafón, están representados por Nadia (interpretada por Natalia Kostrzewa), personaje migrante que se deja la piel consiguiendo los mejores resultados en su aspiración por mejorar su relación laboral. Tomando pastillas para mejorar su rendimiento y yendo a trabajar enferma, si es necesario.

Durante la película vamos a ir conociendo a estos personajes, sus aspiraciones y condiciones, sus situaciones familiares y económicas y las problemáticas que encuentran en el desempeño de su labor en el almacén, pero en esta reseña no vamos a profundizar mucho más en estas historias ya que estamos seguros de que la vas a ver. Nuestro objetivo es señalar (al igual que el de los directores) cómo muestra las condiciones en las que se realiza el trabajo en empresas de logística que emplean alta tecnología, con pirámides empresariales desdibujadas hasta parecer inabarcables y situadas en los puestos más altos de todos los rankings de beneficios empresariales.

¿Trabajar para el cliente?

Todo el trabajo se plantea en términos abstractos, los empleados no trabajan para una estructura empresarial con sus dueños y accionistas, sino para un sujeto imaginario y ubicuo, “el cliente”. Los esfuerzos que se les demanda desde las alturas son para el beneficio de la experiencia del consumidor y nunca se refieren a los beneficios de la empresa.

Dividen a los trabajadores en equipos (chalecos verdes y naranjas dirigidos por un chaleco azul) a los que se les monitoriza y se les evalúa en torno a unos índices de productividad exigidos por los superiores. El objetivo es recoger nada menos que 120 paquetes a la hora de media, como mínimo. La monitorización de cada empleado ofrece los valores actualizados de este índice, señalando la velocidad de trabajo de cada trabajador segundo a segundo y el tiempo perdido en ir al baño o saludar a un compañero con el que te cruzas y con el que puedes intercambiar unas palabras después de 5 horas sin hablar con nadie.

La presión es constante y viene tanto del sistema informático que te informa al oído de la ralentización de tu trabajo, como de tu supervisor que cada principio y fin de jornada hace una evaluación grupal en la que felicita al trabajador más productivo y presiona al que haya sacado peores estadísticas. Si se repiten las malas estadísticas y eres chaleco naranja, estás en la calle, si eres chaleco verde te hacen un plan de mejora personalizado y si no “funciona”… pues también a la calle. Pero además los equipos compiten entre ellos, lo que supone que los responsables de cada grupo, en nuestro caso Megan, presionan a sus subordinados para no quedarse atrás con respecto al resto de equipos de trabajo. Porque ¿qué le ocurre al encargado si su equipo siempre queda por debajo? Sí, también a la calle. Ay, el ejército de reserva que tiene el capital con todos los parados a disposición.

Taylorismo salvaje y presión para deformarnos

La realidad es que, en manos de los capitalistas, los avances tecnológicos al servicio del capital en ningún momento han buscado la mejora de las condiciones de los trabajadores, precisamente. La cadena de montaje ideada por Ford y la parametrización e hiperespecializacion ideada por Taylor son la base ideológica sobre la que se desarrolla todo el potencial tecnológico hoy en día.

Ahora que la informática, la robótica y el resto de avances podrían facilitarnos el trabajo, darnos una vida más humana, más racional, todo ese poder es enfocado a exprimir y controlar con más dureza a los trabajadores. La tecnología es una herramienta que al servicio de la humanidad podría resolver muchos de nuestros problemas, pero que al servicio del capital es un arma más para el expolio y la explotación y Amazon y compañía son un gran ejemplo de ello.

Y los encargados son una pieza perversa de este engranaje. Los chalecos azules no mueven cajas, mueven voluntades. Su trabajo es presionar, exprimir a sus subordinados, y esto, a pesar de lo que quieran vendernos los interesados, no es un plato de buen gusto, requiere del derribe de todas las barreras morales y de los sentimientos empáticos. Ni de hablar de la conciencia de clase.

Este proceso se efectúa tanto a través de la presión horizontal en forma de competición y de evaluación entre iguales (disponen de un sistema llamado “feedback” donde los encargados pueden verter críticas y evaluaciones de sus compañeros de forma anónima), sino que se da de forma estructurada y vertical a través de la formación. ¿Qué se les pide? Asumir el lenguaje y la ideología de la empresa, detectar a los sindicalistas, desarrollar métodos efectivos de presión a os empleados…

Hablemos de clase obrera

Mientras algunos intelectuales aún se atreven a anunciar la desaparición de la clase obrera diluida entre el ciudadano corriente, la multitud y formulaciones similares, o renuncian al trabajo sindical como una necesidad para la defensa contra la voracidad del capital, esta película nos muestra cómo se vulneran los derechos laborales constantemente, y que para poder verlo no tenemos que coger un avión a Asia, Latinoamérica o África, ya que la explotación es internacional al igual que lo es la clase trabajadora.

En la película quedan clarísimas la falta de respeto por los horarios y las duraciones de las jornadas con horas extra obligatorias y jornadas de 60 horas semanales, la persecución de cualquier iniciativa en defensa de los derechos laborales, la amenaza constante del despido o de la no promoción y la presión sistematizada hasta los límites humanos.

Ahora que el debate sobre los sistemas de salud está muy en el centro, presenciar a través de esta producción cómo se rompen los cuerpos y las mentes y cómo se les ha robado el derecho a la salud a los trabajadores privatizando y dejando libre de fiscalización a las mutuas laborales, hace que se nos escapen lágrimas de rabia (de esa que es productiva y nos ayuda a seguir luchando). Y también que cualquier propuesta que no pase por acabar con la sanidad privada y por imponer un sistema de salud público suficientemente financiado y gestionado por sanitarios y usuarios (y no empresas), se va a quedar en migajas.

La realidad supera a la ficción, o al menos la iguala

Viendo la película puedes pensar que hay alguna exageración o dramatización de más, porque ¿cómo se va a permitir esto? Y además en Reino Unido… Pues aquí os dejamos algún dato que otro sobre Amazon.

En medio de la pandemia y de la recesión económica mundial el dueño de Amazon, Jeff Bezos, que también es la persona más rica del mundo, aumentó su fortuna en 13.000 millones de dólares en un solo día, mientras ofrecía productos no esenciales sin dar protección a sus trabajadores ante la pandemia. Los contagios se multiplicaron casi tanto como los beneficios del multimillonario. También se han hecho públicas las penalizaciones por la pérdida de tiempo que supone ir al baño, y la práctica habitual a la que se ven obligados, mear en botellas entre estantería y estantería. O la falta de sanitarios suficientes en los centros y las lesiones permanentes y accidentes habituales por las condiciones de trabajo. Y es que ya lo decía Marx en El Capital:

En su impulso ciego y desmedido, en su hambre canina devoradora de trabajo excedente, el capital no solo derriba las barreras morales, sino que también derriba las barreras puramente físicas de la jornada de trabajo. Usurpa al obrero de que necesita su cuerpo para crecer, desarrollarse y conservarse sano. Le roba el tiempo indispensable para asimilarse el aire libre y la luz del sol. Le capa el tiempo destinado a las comidas y lo incorpora siempre que puede al proceso de producción […] el capital no pregunta por el límite de vida de la fuerza de trabajo.

En más de una ocasión ha salido a la luz el espionaje a los trabajadores y sindicalistas de Amazon. La publicación Motherboard de la revista Vice en Estados Unidos, desveló decenas de documentos que muestran que el gigante corporativo trata de monitorizar la presencia de sindicatos, huelgas y protestas en sus almacenes en Europa. Dichos documentos daban cuenta de la infiltración de espías en sus almacenes de Polonia en noviembre de 2019. Pero sin irnos tan lejos, también destapamos un caso aquí: la multinacional contrató a una empresa para espiar a trabajadores y sindicalistas durante una huelga en sus almacenes de El Prat [Barcelona]. Una empresa de detectives que está relacionada con la presunta organización parapolicial y criminal del comisario José Manuel Villarejo y que investiga la Audiencia Nacional, para más señas.

También es conocido que Amazon precariza subcontratando empresas que a su vez precariza subcontratando los servicios de las empresas de trabajo temporal, así puede despedir rápidamente, tiene una cortina contra la organización sindical, se lava las manos frente a las condiciones que les imponen a los trabajadores, divide a la plantilla… todos son ventajas, para explotar más y mejor. Los esfuerzos continuados por evitar la organización obrera son ya de conocimiento público, especialmente desde 2018, cuando un vídeo institucional interno se filtró a los medios. En él la gerencia sugería una batería de ideas para combatir la organización obrera y afirmaba “nuestro modelo comercial se basa en la velocidad, la innovación y la obsesión de los clientes, y este tipo de cosas no están normalmente relacionadas con los sindicatos”.

Evidentemente, ante estas situaciones, a pesar de las enormes dificultades, los trabajadores se organizan y hacen huelgas. Todas recordaremos la huelga internacional en el Black Friday de 2020. Y cómo olvidar la huelga que hicieron en la central de San Fernando de Henares, Madrid, donde por cierto, pudimos ver de primera mano cómo responden cuando no consiguen evitar la organización y respuesta, mandando la policía a reprimir conchabados con el gobierno de turno, en este caso el gobierno del super progresista PSOE. Y después, su arma preferida, los despidos. En la misma planta madrileña, tras la huelga de marzo, unos 100 trabajadores temporales fueron despedidos, después la empresa contrató más personal temporal con el objetivo de romper la huelga, un intento claro de vulnerar el derecho a huelga.

Y es que temen la fuerza de los trabajadores y su capacidad para pararlo todo, porque tendrán todo tipo de sistemas informatizados y robotizados, pero el hecho es que sus beneficios dependen de la explotación a los miles y miles de trabajadores que tienen a lo largo del mundo.

Pero dónde ponemos la carga y la solución

La web de Filmin, donde se ha estrenado la película el día 21 de este mismo mes [en el Estado Español], permite valorar al espectador la película y escribir un pequeño comentario. En los que los espectadores han realizado sobre Vida y muerte en un almacén se repiten tres factores; la felicitación a la propuesta, el desprecio que generan estas prácticas laborales y (lamentablemente) que la solución está en no pedir compras a casa, nada más. Además, esta lectura te la ofrece la propia película, encabeza las sinopsis de Filmin y Filmafinitty y la encontrarás en las pocas reseñas que se han publicado hasta ahora en castellano. Sobra decir que este modelo empresarial no va a desaparecer si eliminamos la compra online, ya que los mismos almacenes y modelos empresariales suministran a las tiendas de pequeño, mediano y gran tamaño. Y que el problema no es el formato online, sino las condiciones brutales de explotación a las que estas grandes empresas someten a sus trabajadores.

No se puede escapar de esta realidad, está entre nosotras, y no se la puede enfrentar desde la lógica individualista del consumidor. Parece bastante lógico pensar que si una de sus prácticas centrales es la lucha contra el movimiento sindical y la organización de los trabajadores es porque es la vía para hacerles frente.

Esta lectura tan en sintonía con los intereses del mercado, hacer una elección como consumidores y seguir comprando, hace que no podamos considerar esta producción como cine político que plantea un análisis profundo de los mecanismos del capital y una respuesta y nos tengamos que conformar con hablar de cine social, el que expone las consecuencias del sistema, cine por otro lado muy necesario.

Otras películas sobre el trabajo

Te vamos a recomendar Sorry We Missed You (2019) del ya mítico equipo del cine social Ken Loach (dirección) y Paul Laverty (guion). Toda su obra merece la pena, pero en esta producción se centran en las nuevas y tecnológicas formas de explotación, aunque también podríamos hablar de la problemática de la falta de salidas.

La ley del mercado (2015) de Stéphane Brizé, primera parte de una trilogía sobre el trabajo. Aunque nos falta ver la segunda, En guerra (2018), en la que se centra en la lucha sindical y en la última, Un nuevo mundo (2021) pierda un poco el norte político, son muy recomendables.

La conocidísima Nomadland (2020), dirigida por Chloé Zhao y maravillosamente protagonizada por Frances McDormand también se hace un hueco en esta lista, por eso de hablar, aunque sea de soslayo, de las condiciones híper precarias de trabajo en este tipo de centros de logística.

Podríamos mencionar muchas más, seguro que se os ocurren varios estrenos al respecto, y es que las distintas oleadas de lucha de clases que venimos viviendo desde la crisis de 2008 están volviendo a poner encima de la mesa la enorme contradicción entre los grandes capitalistas que se hacen más y más millonarios, y los sufrimientos de las mayorías, trabajando toda la vida, y quieren que cada vez sea hasta más tarde, por menos salario y en peores condiciones, para sacar más y más y más tajada. Muchas de estas producciones se quedan cojas a la hora de plantear perspectivas para oponernos a esta barbarie, pero afortunadamente tenemos ejemplos en la realidad: la clase trabajadora y la juventud llenando las calles y haciendo huelgas salvajes en Francia contra la reforma de las pensiones y la precariedad nos dan una pista.

Este artículo fue publicado originalmente en Contrapunto. Se realizaron algunas modificaciones sobre algunas referencias locales para esta edición.


VER TODOS LOS ARTÍCULOS DE ESTA EDICIÓN
COMENTARIOS
CATEGORÍAS

[Amazon]   /   [Trabajadores]   /   [Crítica de cine]   /   [Cultura]   /   [Internacional]

Lucía Nistal

@Lucia_Nistal
Madrileña, nacida en 1989. Teórica literaria y comparatista, profesora en la Universidad Autónoma de Madrid. Milita en Pan y Rosas y en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT).

Miguel Brea