Bajo esta consigna Guillermo Folguera, Nicolás Fernandez Larrosa, Matías Blaustein, Constanza Rossi y Juan Duarte se reunieron en Ciudad Universitaria para presentar el libro Genes, células y cerebros (Ediciones IPS, 2019) de Hilary y Steven Rose. Alrededor del libro desarrollaron sus posiciones y críticas al sistema científico argentino, enmarcando la cuestión en una problemática global sistémica. Mirá el video de la charla.
El aula 12 del pabellón 2 de la facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA se fue llenando de estudiantes, docentes e investigadores, muchos de ellos de Exactas, pero también de otras facultades, como Medicina y Filo. Un público diverso siguió con atención las exposiciones y participó activamente en el intercambio final que se extendió casi dos horas más de lo previsto. “Hacía tiempo que no se veía una participación así, alrededor de una convocatoria como esta, claramente anticapitalista, en Exactas”, decía sorprendido uno de los panelistas. De hecho, no sería exagerado ubicar la actividad en un hilo de continuidad con generaciones previas de investigadores que repensaron su práctica al compás de la lucha de clases. Los autores del libro pertenecen a estas generaciones y también figuras como Stephen Jay Gould y Richard Lewontin. En un orden local, la facultad de Ciencias Exactas cuenta también con una rica tradición de diálogo entre ciencia y crítica marxista, con representantes de la talla de Rolando García.
“Recuperar una historia de cuestionamientos es clave para quienes reivindicamos un feminismo socialista”
Constanza Rossi, bióloga y miembro del staff de ciencia de La Izquierda Diario fue la presentadora y quien abrió la charla. Resaltó también el momento de fuerte lucha de clases en Latinoamérica frente a los ajustes del FMI, por la soberanía de los recursos naturales, el respeto y la autonomía de los pueblos originarios. “Repudiamos el golpe de estado en Bolivia orquestado por una derecha racista, con el apoyo de la fuerza policial, militar e imperialista y también decimos ‘Fuera Piñera’”. Hizo hincapié en la crítica feminista y antipatriarcal que recorre el libro, cuestionando la supuesta “neutralidad” de la ciencia y mostrando cómo los cambios internos en la biología están posibilitados y promovidos por las luchas del movimiento feminista: “desde la crítica temprana de Antonietta Blackwell a la moral victoriana de Darwin, hasta las primatólogas feministas o biólogas como Ruth Hubbard o Donna Haraway durante la segunda ola del movimiento”. Señaló también que “hoy, en nuestro país, la marea verde logró el repudio a afirmaciones como las de Diego Golombek en el libro Sexo, drogas y biología, que lee: “a lo largo del ciclo menstrual una mujer será más o menos atractiva para los babosos que la persiguen (y, como veremos, al momento de la ovulación están irresistibles)”. En este sentido, “el libro Genes, células y cerebros permite retomar toda una historia previa de cuestionamiento a la ciencia desde un punto de vista anticapitalista, lo cual es clave para quienes reivindicamos un feminismo socialista y creemos que las luchas feministas no pueden ir separadas del cuestionamiento de la explotación, a la sociedad de clases y su Estado.”
“Hoy la academia no está discutiendo nada. No tenemos ningún espacio de discusión política”...
Con esas palabras el biólogo y filósofo Guillermo Folguera resaltaba la necesidad de dar discusiones en asuntos centrales, como la –supuesta– neutralidad de la ciencia y la bioética. “Tenemos una comunidad académica muy importante en cuanto a las decisiones que toma y muy delgada en cuanto a la responsabilidad ética que asume. Descansamos en terceros, en los llamados protocolos. Sin embargo, vemos cada vez más el deterioro de la naturaleza, el deterioro de nuestros cuerpos”. Para ilustrar esto tomó el caso de He Jiankiu y la modificación génica a partir de la técnica de CRISPR-Cas, ejemplo que el libro rescata para problematizar la dimensión bioética en la ciencia capitalista. “Me sorprende que la comunidad de (la facultad de Ciencias) Exactas no haya ni siquiera organizado un foro de discusión acerca de esto. Este caso entra en una discusión general acerca de la guerra comercial entre China y Estados Unidos, que va a tener como uno de los epicentros la dimensión científica ¿Cuánto de esto estamos discutiendo en nuestras materias? ¿Cuánto de esto estamos incluyendo en nuestra formación? Nada. Urge dar la discusión respecto de la neutralidad de la ciencia, más cuando esta ciencia se hace política pública. No estamos hablando de cómo las neurociencias validan un paper [1], estamos hablando de cómo formamos a nuestros pibes y pibas en la escuela ¿Cómo no voy a pensar que la ciencia puede tener intereses?”, remarcó. En este sentido, valoró el trabajo de los autores, señalando que “el libro expresa una cultura de una época” y sirve para introducir una discusión seria sobre política científica en Argentina.
Acerca de la función de la ciencia y su supuesta “neutralidad” ¿Quién se beneficia realmente?
El hilo conductor que atravesó todas las exposiciones fue uno de los ejes centrales del libro: “¿quién se beneficia del trabajo científico?”. El biólogo y fisiólogo Nicolás Larrosa, por su parte, señaló que “la función de la ciencia hoy es generar modelos del mundo que permitan obtener grandes ganancias a sectores productivos”. Refiriéndose a las representaciones de las y los científicos en sus trabajos dijo que “en algún momento pensamos que el origen de nuestras investigaciones reside en nuestra intención y nuestro deseo y curiosidad por investigar. Ese no es el origen de por qué investigamos lo que investigamos. Publico un paper y… ¿qué pasa después con ese paper? ¿Por qué les pagan a ustedes para investigar lo que investigan? ¿Alguien se lo pregunto alguna vez?” Agregó que dos de los fines que el capitalismo le otorga a la ciencia tienen que ver con el control social y las aplicaciones militares. Al igual que Folguera, señaló que no existe la neutralidad en la ciencia: “yo no soy una persona neutral [...] No hay neutralidad, hay inconciencia. No se es consciente de lo que se hace”, resaltó Nicolás. Al igual que el biólogo y filósofo Matías Blaustein sostuvo que en la Argentina, “se vieron beneficiados los sectores productivos del agro (con la introducción del glifosato, la soja transgénica y otras semillas transgénicas), la megaminería, la explotación de petróleo (por fracking), software y empresas de informática. Sin embargo, “quienes no se vieron beneficiados fueron los pueblos fumigados, los ecosistemas aledaños a las fumigaciones y la megaminería, los pueblos cercanos al fracking, etcétera. Recordó el caso del fallecido Andrés Carrasco, quien en su momento fue agredido y desprestigiado en los medios por la comunidad y hasta por el propio ministro de ciencia y técnica del gobierno de CFK de ese entonces, Lino Barañao, luego de publicar una investigación que evidenciaba el efecto teratogénico del glifosato en vertebrados.
Grandes promesas y omisión de riesgos
A la hora de hablar de las grandes promesas incumplidas de la ciencia que mencionan los Rose en el libro, tanto Folguera como los demás panelistas pusieron particular énfasis en los capítulos que tratan sobre: genómica, biomedicina y neurociencias. Folguera contó que para la época en la que él entró en la Facultad “era impresionante” (el boom de la genómica) porque “dio lugar a muchos campos disciplinarios con mucho financiamiento de parte de grupos internacionales con el fin de lucrar. El proyecto Genoma Humano (PGH) había sido el proyecto más caro de la historia de la biología, pero que a los fines de obtención de conocimientos y de resolver problemas de salud ha sido en el mejor de los casos pobre. Cuando la burbuja explotó y al final el PGH no resolvió nada, las farmacéuticas se quedaron relamiendo sus negocios”, agregó. Algo similar ocurrió con la biomedicina y las neurociencias, sostuvo. “Estamos en una facultad que es epicentro de una disciplina muy diversa, no deja de impresionarme en debates con colegas que no entendamos los costos que hay detrás de las neurociencias [...] Manes nos cae incómodo a todos, pero... ¿Manes es algo excepcional en el marco de la dinámica de las neurociencias o refleja aquellas sombras que en el fondo no queremos ser pero que sostienen gran parte del marco de nuestras investigaciones”? Por último, resaltó que el otro aspecto que le preocupa de las neurociencias es el control social, estableciendo un vínculo entre ellas y “todos los sistemas represivos”.
“La política científica no puede ser evaluada según cuánta plata entra”
“Ese no puede ser el único criterio” criticó Folguera y agregó: “si uno lee el plan 2020, que se aplaudió a rabiar en esta facultad, lo único que me promete es cómo ganar dinero con la ciencia”. Al respecto, Larrosa señaló que la política en ciencia desde el kirchnerismo sigue una lógica de “derrame”. Contó que a partir de 2005, “la política científica apuntó a “aumentar la "calidad" de los trabajadores de ciencia (que haya más doctores) para atraer capitales específicos de la industria farmacéutica y biotecnológica según la recomendación del Banco Mundial”. Agregó que “el Plan Nacional Plurianual de Ciencia, Tecnología e Innovación 2012-2015 (y los planes anteriores) acatan a rajatabla este "consejo". En este sentido, Blaustein remarcó la importancia de preguntarse si realmente el Estado es la contracara de las empresas: “El Estado muchas veces aparece como la contraparte de lo privado, como sinónimo de lo público y cuando pasan cosas malas hablamos de estado ausente. Es realmente el estado lo contrario de lo privado?” Se refirió luego al extractivismo como política de Estado.
Con respecto a la condición de clase trabajadora de las y los científicos, Larrosa habló de la alienación laboral: “No es lo mismo la alienación capitalista en la industria metalúrgica que en los científicos. Somos un sector de trabajadores que nos consideramos privilegiados porque trabajamos en lo que nos gusta, pero al mismo tiempo, eso nos impide vernos en la cadena de producción de mercancías del sistema capitalista. Este sistema termina funcionando para aceptar maltratos laborales, aceptar precarización laboral, aceptar condiciones de trabajo inadecuadas. No tenemos incidencia en las decisiones importantes de nuestro trabajo ni qué se va a hacer con él”. Folguera coincidía en este punto: “están lucrando con nuestros territorios y con nuestros cuerpos y la ciencia tiene mucho que decir al respecto por acción y por omisión”. Blaustein sostuvo que “pareciera que nunca es un buen momento para criticar y problematizar el contenido de la ciencia que hacemos. Esta crítica siempre estuvo invisibilizada o se pretendió invisibilizar. En su momento porque hacer esa crítica era hacerle el juego a la derecha, en otro momento porque esa crítica tenía que ver con justificar recortes en el presupuesto. Yo creo que siempre es un buen momento preguntarse el para quién”. Luego, desarrolló tres concepciones sobre el para qué de la ciencia: la concepción romántica, la concepción moderna y la concepción productivista.
Acerca de la necesidad de una estrategia y programa anticapitalista en ciencia. Reivindicación del método de los autores
Juan Duarte, psicólogo y docente en la UBA y editor del libro señaló que éste “permite un acercamiento a la potencia del pensamiento marxista en ciencia, una tradición tan rica como poco conocida, y que va desde los propios Marx y Engels y su lectura crítica de Darwin, hasta las elaboraciones de autores como Vygotski o Vavilov en el marco de la revolución rusa”. “La dialéctica marxista, tan denostada a partir de la caricatura estalinista, tuvo y tiene mucho para aportar a la ciencia hoy, tal como se demuestra en el libro con el concepto de epigénesis de Waddington o con el programa vygotskiano para la psicología”. Al igual que el resto de los panelistas, enfatizó la necesidad de recuperar la tradición marxista y contó que el libro viene teniendo una muy buena recepción y que la editorial ya se encuentra trabajando en el segundo volumen de la colección, Biología bajo la influencia. Ensayos dialécticos en ecología, agricultura y salud, de Richard Lewontin y Richard Levins.
Duarte abordó específicamente el aporte del libro para comprender el auge de las neurociencias en Argentina, enmarcándolo en su ascenso como gran empresa científica neoliberal promovida desde los 90 y 2000 por los gobiernos de EE. UU. y la UE con la promesa –destinada al fracaso, dada su matriz teórica reduccionista– de “explicar la mente”. Recorrió los desarrollos técnicos “innegables para conocer y modelar el cerebro” en los que se apoya, y remarcó que, si bien es un campo amplio y muy heterogéneo, que incluye miradas críticas, estas últimas son minoritarias. La corriente principal sostiene un reduccionismo biológico neuronal y cerebral “combinado con una psicología cognitivista del procesamiento de la información y/o psicología evolucionista”. Esto implica la “naturalización de fenómenos que son históricos con complejidad bio-psico-social; y sirve de apoyo para políticas en áreas como salud, educación y gobierno, abonando una medicalización y normalización de las conductas en beneficio de las farmacéuticas, justificando la aplicación de políticas neoliberales”. Puso como ejemplo el reciente acuerdo entre el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y la Asociación Médicos Municipales para “refuncionalizar” los hospitales monovalentes neuropsiquiátricos de CABA como “hospitales interdisciplinarios de neurociencias” (sic), manteniendo su carácter manicomial contra la Ley Nacional de Salud Mental y legalizándolos como plataformas de negocios farmacéuticos en neurociencias, genómica y medicina traslacional. Afirmó que “la figura del empresario farmacéutico Hugo Sigman simboliza ‘quién se beneficia’ en este caso” y que la afirmación de Matías Kulfas, futuro ministro de producción, acerca de que la farmacéutica y la nanotecnología serán áreas privilegiadas del próximo gobierno, va en el mismo sentido.
Finalmente, planteó que así como el libro hace una crítica ácida y necesaria, para enfrentar la mercantilización de la ciencia, es necesario levantar un programa político para democratizar la universidad, rediscutir su función social y terminar con la injerencia del sector privado, tanto en los organismos de ciencia y técnica como en la elaboración de las políticas científicas. En esta línea, habló de la urgencia de un programa que incentive una producción científica comprometida con las necesidades del pueblo trabajador, de los sectores populares y de los oprimidos, así como la democratización del sistema científico y tecnológico, bajo gestión y control de sus trabajadores. “Creo que de la lectura del libro se desprende la necesidad de empezar a pensar estratégicamente cómo terminar con un sistema que hace de la ciencia un instrumento de ganancias, tomar esta pelea en nuestras manos como vemos en Chile, y levantar este programa anticapitalista y socialista”, concluyó.
A continuación presentamos el video de las exposiciones.
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