A propósito de un libro de Natalia Romé.
For Theory (Rowman & Littlefield, 2021), es el último libro de Natalia Romé, docente de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires, investigadora del Instituto Gino Germani.
Retomando sus indagaciones anteriores, planteadas en trabajos como La posición materialista o el volumen colectivo Asedio del Tiempo, este libro plantea una reflexión sobre la actualidad de la teoría marxista, con especial hincapié en el pensamiento de Louis Althusser, en relación también con otras posiciones.
El libro cuenta con un prólogo de Warren Montag, destacado animador de los estudios althusserianos, quien a su vez tuvo una militancia de varias décadas en el trotskismo y tiene especial interés por los debates estratégicos que tuvieron lugar en el Cono Sur latinoamericano. Montag destaca el conocimiento que la autora tiene del pensamiento de Althusser y al mismo tiempo la relación de sus reflexiones con la historia latinoamericana reciente y el resurgimiento de ciertos procesos de la lucha de clases, pensando la teoría desde dentro y fuera de la teoría.
Luego de una introducción de la autora, el libro está dividido en dos partes. La primera, titulada “Conjuncture” (Coyuntura) abarca los primeros tres capítulos y aborda una serie de debates actuales, poniéndolos en relación con ciertas elaboraciones de Althusser. La segunda parte, que se llama “For Theory” (Por la Teoría), se compone de los capítulos 4 y 5, más dedicados a la relectura de las obras clásicas del filósofo comunista francés, Pour Marx y en mayor medida Lire Le Capital.
Contra el reformismo
El primer capítulo, titulado “Contra el reformismo teórico: Materialismo de lo Imaginario, el Inconsciente y la lucha de clases”, rescata un texto póstumo de Althusser, de gran importancia para comprender su evolución teórica y de mucha actualidad para discutir la estrategia de la izquierda. Se trata de ¿Qué Hacer?, texto de 1978 en el cual Louis Althusser reflexiona sobre las que para él son las limitaciones de la teoría de Gramsci y a la vez realiza una crítica del eurocomunismo. El texto tiene indudables ecos de Las Antinomias de Antonio Gramsci de Perry Anderson (que a su vez tiene ecos althusserianos en el plano teórico), especialmente por la asociación entre las ideas de Gramsci y la práctica del PCI en términos de mayor continuidad de los que podrían reconocerse hoy en base a largas décadas de estudios críticos. Pero más allá de esas limitaciones, relacionadas con el contexto, Que Faire? es quizás el trabajo donde Althusser hace una crítica más completa del reformismo, que se complementa con los planteos en sentido similar vertidos en otros textos de los años ‘70. Si bien Althusser había manifestado la posibilidad de un acceso de la izquierda al poder en Francia por la vía electoral (en referencia a la alianza entre el PCF y la socialdemocracia), en textos como Sobre la reproducción o el borrador de libro sobre el imperialismo había cuestionado en duros términos la ilusión de una vía pacífica al socialismo, ya que consideraba imposible introducir cambios económicos y sociales en tal sentido sin destruir el aparato represivo del Estado burgués y modificar las relaciones de producción (mientras el PCF hacía hincapié en una democratización contra el capital monopolista). En Que Faire? Althusser retoma estos planteos, ligándolos a la discusión sobre una concepción de la historia y el Estado, caracterizada por las ideas de evolución gradual. La crítica del reformismo va acompañada de una crítica al historicismo, el cual según la perspectiva de Althusser implicaba una concepción del tiempo homogénea y una idea de que la política del PC iba en el “sentido” de la historia, en una especie de “presente absoluto”. Asociando estas narrativas con la idea de totalidad hegeliana, en la cual cada componente expresa un principio rector (nombrado por Hegel como Espíritu, sea del pueblo o del mundo, según la escala), Althusser rescata la concepción política de Maquiavelo, su interés en captar la verdad efectiva de la cosa y su delimitación de la coyuntura concreta como el momento y el lugar en el que el príncipe tiene que hacer política. Simultáneamente, la crítica de la ideología no asume el rol de un develamiento de una falsa consciencia sino de un conjunto de prácticas materiales, asociadas al Estado (a través de la mediación de sus aparatos ideológicos), las cuales a su vez inciden en la conformación de la individualidad. Esta temática, que Althusser analiza en términos de una interpelación, es reconstruida por Romé, tomando los debates de Judith Butler y Slavoj Zizek al respecto, para posteriormente debatir con ciertos elementos de las elaboraciones de Foucault, sobre la cuestión del discurso, que en el autor de Vigilar y castigar aparece mucho más limitada que en Althusser, al desligarla del problema de la reproducción del capitalismo, conforme las críticas realizadas por Michel Pêcheux.
En este capítulo se unen la crítica del reformismo, la necesidad de pensar el Estado y la política en términos de la reproducción del capital y la lucha de clases y la necesidad de un enfoque materialista de la ideología, que sea capaz de combinar el proceso individual con el social.
El neoliberalismo y su ideología
El segundo capítulo, titulado “Contra el humanismo y la denuncia de la alienación”, intenta delinear la situación actual del capitalismo y los puntos de apoyo teóricos para pensarla. Romé define el neoliberalismo como un proceso de descomposición de la ideología humanista. Retoma la disyuntiva de “Socialismo o barbarie”, señalando (al igual que Althusser en su borrador de libro sobre el imperialismo) que esa disyuntiva entraña realmente la posibilidad de una deriva hacia el barbarismo. Desde su perspectiva, el neoliberalismo debe ser pensado a partir de sus contradicciones.
Para esto, Romé toma en cuenta la elaboración de David Harvey sobre la “acumulación por desposesión” señalando su carácter no contemporáneo.
En esta reflexión, Romé rescata el libro de Eduardo Grüner sobre la revolución haitiana y su idea de que había sido “más francesa que la Revolución Francesa”, ampliando los alcances de la revolución a otras latitudes y sujetos no contemplados por esta en su tierra de origen. En el mismo sentido, una lectura de los tiempos “no-contemporáneos” de los procesos históricos, tal como la leyera Althusser en Marx, permite hacer una lectura no teleológica de la historia, como la propuesta por Grüner, basándose en Trotsky y el concepto de desarrollo desigual y combinado.
En este sentido, Romé destaca la importancia de la crítica althusseriana a la comprensión de la historia bajo el modelo de una “génesis” que, en la mirada de Althusser, implicaba por un lado, un origen mítico y por otro una idea de que la historia tenía una finalidad predeterminada consistente en desplegar las consecuencias de ese origen. Contra este tipo de lecturas, retoma la idea althusseriana de la primacía de la lucha de clases por sobre las clases, a partir de la cual se infiere que lo central para el marxismo en el plano teórico no es develar la alienación del sujeto sino explicar el mecanismo de explotación capitalista [1].
La violencia de la acumulación primitiva capitalista (que incluye la esclavitud) se engarza entonces con la crítica de la teoría idealista de la totalidad social como una “totalidad espiritual” que implica un tiempo homogéneo y contemporáneo, desde el iusnturalismo hasta Hegel. Desde este punto de vista, la crítica de la ideología, no consiste en develar su carácter mítico, restaurando la verdad como modo de desalienación del sujeto, sino en explicitar su carácter inherentemente conflictivo, anudando la lucha de clases con la incorporación por Althusser de la temática freudiana del inconsciente; de modo tal que el proceso de conformación de una consciencia revolucionaria aparece más como una brecha en la figura del sujeto moderno que como una “toma de consciencia”.
El esclavo es una brecha en el sujeto moderno soberano, ciudadano de plenos derechos formales, que a su vez es correlativa con la expansión del capitalismo como sistema mundial. De ahí que el silencio sobre la revolución en Haití no sea un olvido historiográfico, sino la expresión de un proceso que debe ser acallado en función de una ideología falsamente universalista y un relato forzadamente homogéneo sobre las características del proceso histórico del capitalismo. Esta tradición debe ser rescatada frente a la proliferación de una forma de subjetividad que puede asimilarse a la figura del zombie, que alude al vaciamiento del sujeto liberal clásico por el neoliberalismo.
Desde estos fundamentos, Romé señala que los análisis que se hacen sobre la situación actual del capitalismo en términos de “crisis de la modernidad” son abiertamente idealistas. La crisis tiene que ver con las dificultades del sistema en la reproducción del capital y a su vez con la recreación de una ideología que lo sostenga en términos positivos, es decir que el esquema de un poder basado en los principios burgueses clásicos (Kant, Rousseau, Beccaria) se debilita en favor de dinámicas despolitizadoras y más antidemocráticas. En este contexto propone no leer el neoliberalismo como el fin de la política sino como des-democratización al interior de la democracia, siguiendo una idea de Étienne Balibar y algunos planteos de Carolina Ré en el libro Asedio del Tiempo.
La Teoría de la Reproducción Social: potencialidades, problemas y debates estratégicos
En el capítulo 3 de su libro, Natalia Romé vuelve sobre los debates de la teoría de la reproducción social –que en exponentes como Lise Vogel tiene una marcada influencia de Althusser–, tanto por la centralidad que ha ocupado el feminismo en las luchas sociales recientes, como por sus contribuciones teóricas. Caracterizando que el neoliberalismo se nutre no solo de la coyuntura contradictoria del fin de la segunda posguerra, al mismo tiempo hay que tomar nota de que se alimentó a su vez de manera contradictoria de las luchas de las “nuevas izquierdas” y los derechos civiles, la derrota del ‘68 y el posterior clima intelectual “anti-totalitario” de los llamados “nuevos filósofos”. Los efectos contradictorios de esta confluencia pueden verse en ciertos debates del feminismo, que Romé retoma para pensar el problema teórico y político del marxismo. Por un lado, señala que posiciones como las de Carla Lonzi y Rivolta Femminile implicaron una suerte de inversión por el vértice del punto de vista patriarcal, mientras que posiciones como las de Christine Delphy y su feminismo materialista cuestionaron la reducción del género a la clase, pero terminando en la figura de individuos con género (es decir, sin posición de clase).
A propósito de estos problemas y sus disyuntivas, Romé destaca un escrito de Althusser de 1963, en el que señalaba que ante la crisis del imperialismo, la burguesía tenía dos formas distintas de solución liberal, que eran el tecnocratismo y humanismo, así como su posible combinación. En este marco, Althusser identificaba al neo-anarquismo (como caracterizará luego también a las corrientes más activas del Mayo del ‘68) como una respuesta (subalterna) de izquierda. Este “neo-anarquismo” puede ser equivalente de una especie de ideología revueltista, que cruza a una gran parte de los movimientos de protesta surgidos en coyunturas críticas en la últimas décadas, pero también el debate sobre la “solución tecnológica”, es decir, la reducción de la relación capitalista de producción a una cuestión técnica y su contraposición con el politicismo cruzan los debates del feminismo.
Aquí la alternativa parece quedar en el campo de la Teoría de la Reproducción Social, la que Romé rescata tanto por sus intentos de repensar el problema de clase contra versiones más posmodernas de la interseccionalidad, tomando en cuenta especialmente enfoques como los de Lise Vogel o los de Cinzia Arruzza para pensar complejidad temporal de la coyuntura. Aquí aparece una vez más la importancia de la categoría de sobredeterminación para pensar la realidad del capitalismo.
Romé examina luego un debate en torno a posiciones de Silvia Federici, quien señala la convergencia de intereses entre los gobiernos liberales, la burguesía industrial y los proletarios varones en Inglaterra desde 1840 en adelante, dado que los tres habrían coincidido en apoyar las normativas que expulsaban a las mujeres de las fábricas, consolidando después la figura del “salario familiar” a partir de los aumentos de salarios a los varones y la invisibilización del trabajo reproductivo no remunerado de las mujeres.
Contra la lectura de Federici, Romé rescata a Brenner y Ramas, que señalan que en este planteo hay errores de hecho, porque prescinde de las políticas concretas del movimiento obrero inglés en relación con la organización de las mujeres en ese período; y errores de concepto, especialmente la identificación de dominación con explotación. En una crítica inspirada en las reflexiones de Althusser en su trabajo Sobre la reproducción, Romé señala que posiciones como las de Federici llevan al neoanarquismo y al antiestatismo. Contra esas lecturas, sugiere retomar, además de las referencias ya nombradas, el trabajo de Tithi Bhattacharya y la necesidad de pensar la reproducción como reproducción del capital y no solo como reproducción de la fuerza de trabajo (opción esta última que conllevaría un análisis mucho más orientado a la lucha de mujeres contra varones dentro de la clase trabajadora).
Reivindicando la necesidad de poner énfasis en la cuestión de la explotación económica en su condición “sobredeterminada”, con la consiguiente necesidad de hacer un análisis concreto en cada coyuntura, la autora señala también los límites de las luchas “identitarias”, al mismo tiempo que subraya el potencial del feminismo y la Teoría de la Reproducción Social para pensar las contradicciones del capitalismo en la actualidad y pensar teóricamente los fundamentos de una estrategia.
Defensa del “teoricismo”
Ya en la segunda parte del libro, el capítulo 4 vuelve de lleno a la discusión sobre Althusser. En 1967 el filósofo comunista comienza su autocrítica, circunstancia no tenida en cuenta por quienes consideraron a Althusser un teoricista congelado en su “edad de oro”. A Romé, no obstante, no le interesa desmentir que Althusser hubiera sido un teoricista, sino buscar en ese teoricismo cuáles son los elementos de una intervención política. Para Romé, hay que prestar atención a los textos póstumos sobre este tema así como a otros publicados pero de poca circulación, para tener una visión más ajustada de las posiciones de Althusser. Pero lo principal de su apuesta de lectura pasa por releer sus textos clásico, y de ese modo releer el teoricismo de Althusser con dos ejes: la cuestión de la dialéctica materialista y la especificidad de la práctica política, volviendo a pensar qué cuestiones están presentes a los textos del Althusser clásico, de las que no se tomó debida nota. Aquí vuelve con toda su fuerza la cuestión de la sobredeterminación, que aparece a lo largo de todo el libro como una de las contribuciones fundamentales del pensamiento althusseriano.
En la cuestión de la dialéctica, Romé retoma el problema de la sobredeterminación, que para Althusser era lo que caracterizaba la dialéctica propiamente marxiana y la diferenciaba de la “totalidad expresiva” hegeliana. La sobredeterminación suponía un conjunto de contradicciones en distintos niveles o instancias (relaciones económicas, tradición política, costumbres culturales, etc), con tiempos específicos cada uno, de las cuales en una coyuntura concreta una primaba por sobre las otras (por ejemplo la cuestión de la tierra en el marco de la participación masiva del campesinado en guerra, en la revolución rusa) determinando la forma específica del proceso histórico. Aquí la autora propone una relectura original de la cuestión, señalando que la sobredeterminación no representa una unificación definitiva de los distintos niveles o planos que componen un situación compleja, sino que señala la imposibilidad de ese cierre, de forma tal que actúa como un concepto que define una contradicción que prima sobre el resto en la coyuntura pero a la vez no termina de establecer una relación jerárquica cerrada. Esta “dialéctica impura” actúa también en la articulación de conceptualidad e historia, filosofía y ciencia.
El pensamiento de Althusser busca entonces comprender la coyuntura, situar y presentar la centralidad de la práctica política y delimitar cuál es, en cada momento, la particular conjunción entre filosofía e historia. La sobredeterminación y la orientación hacia la comprensión de la coyuntura actúan como límites para que la “desviación teoricista” de Althusser termine en una especie de “formalismo hipertrofiado”. Desde esta óptica, la figura de la filosofía como “Teoría de la práctica teórica”, se despoja de su aspecto de “ciencia de las ciencias” y pasa a ser una reflexión teórica sobre los propios límites de la teoría, en su conexión específica con la política y su relación contradictoria, imposible de homogeneizar completamente, con la historia.
Un actual anacronismo
El último capítulo aborda la cuestión de la actualidad del marxismo. Conectando con lo anterior y rescatando el enfoque de Étienne Balibar, para Romé la importancia del “teoricismo” tiene que ver precisamente con la necesidad de pensar con rigor el problema teórico, para evitar la confluencia del “tecnologismo” y el “izquierdismo de derecha”, categoría con la cual la autora cataloga ciertas posiciones como las de algunos sectores del feminismo que apoyaron el golpe contra Evo Morales en Bolivia.
Aquí lo principal sería enfrentar dos problemas: una concepción homogénea del tiempo, que simplifica al extremo el problema político, contra lo cual aparece la temporalidad plural como meollo del materialismo y clave para comprender las especificidades de la teoría y la política así como su posible relación. El otro problema a enfrentar es el del esquema binario de la pura teoría por un lado y la pura práctica por el otro, que Althusser cuestionaba en su Iniciación a la filosofía para los no-filósofos, apuntando que Marx había desarrollado una superación de la tradicional diferenciación entre praxis y poiesis.
En este marco, el aporte de Althusser y su “teoricismo” podría ser sustancial en relación a algo de lo que para Romé carece una gran parte de la teoría crítica actual, inficionada por el relativismo y el posmodernismo: el deseo de verdad.
Algunas conclusiones
El rescate de los planteos de Althusser en Que Faire? al comienzo del libro parece especialmente acertado, dado que es un Althusser muy crítico de algo que por esas paradojas de la historia tuvo un revival reciente (en las olvidables trayectorias de Syriza y PODEMOS): el eurocomunismo. Y más en general es un Althusser muy enfocado en la crítica del reformismo, no solo socialdemócrata sino también stalinista, lo cual es muy importante no solo para la evaluación de su trayectoria teórico-política sino para pensar en qué medida sus planteos resultan operativos para una crítica del reformismo en la actualidad. Al estar relacionado directamente con la lectura del problema de la reproducción del capitalismo y a la vez con la relación entre filosofía y política, me quedó la sensación (como lector) de que hubiera sido interesante conectar las reflexiones de los últimos capítulos con estos posicionamientos de Althusser que se destacan al principio del texto, no por una cuestión formal de hacerle un “cierre” sino especialmente por la propia tesis del libro: en los textos “teoricistas” puede rastrearse una forma de entender la cuestión política. Al mismo tiempo, en los textos más políticamente explícitos de Althusser puede verse su relación con los pensamientos teóricos. Me refiero especialmente a la cuestión de la lucha de clases, que fue adquiriendo centralidad en su pensamiento, sobre todo en los años ’70 y es un tema soslayado por la mayoría de sus críticos.
El diálogo con las diversas variantes de la Teoría de la Reproducción Social y el feminismo es una de las partes más logradas del libro, en tanto lo anima el deseo de pensar el problema teórico y el problema de la situación actual del capitalismo y la lucha de clases. Aquí surge una ambivalencia, no del libro, sino de los debates sobre la reproducción social, que tiene que ver con la cuestión de las posiciones estratégicas. En ciertos enfoques empieza a tener cada vez más peso el señalamiento de posición diferencial de las mujeres trabajadoras, como una suerte de conexión entre el trabajo productivo y el reproductivo, la cual les otorgaría una posición estatégica privilegiada en relación con otros sectores de la clase trabajadora. Sin desconocer la importancia de visibilizar el trabajo no remunerado como parte de la lucha contra el patriarcado y el capitalismo, desde el punto de vista de pensar a la clase trabajadora como agente de cambio revolucionario en términos estratégicos, este tipo de derivas no parecen acertadas. Las posiciones estratégicas o el potencial hegemónico de cada sector de la clase trabajadora no tienen que ver con una posición general abstracta “entre la producción y la reproducción” sino con la posibilidad de interrumpir la circulación de mercancías o de fuerza de trabajo (posición estratégica) o de convocar a otros sectores sociales de extracción popular para una lucha común en base a cierto prestigio logrado por la relación con la comunidad (potencial hegemónico). Esto no es necesariamente una discusión contra lo que dice Romé en su libro, sino más que nada una reflexión lateral sobre ciertos usos poco cuidadosos de la TRS.
La discusión sobre tecnologicismo y “neo-anarquismo” es también relevante. Traduciendo un poco los términos althusserianos a los trotskistas, es similar a los debates que tenemos, por un lado, con los “pos-capitalistas” fetichistas del cambio tecnológico que olvidan las cuestiones básicas de la crítica de la economía política y, por otro, con los “revueltistas”, que se entusiasman con las revueltas (entusiasmo que compartimos) pero carecen de una reflexión estratégica que pueda ir más allá de los efectos que estas revueltas producen, sin organización independiente y sin objetivos claros (carencia que no podemos valorar positivamente).
Quizás la mayor diferencia política con los planteos de For Theory, por mi parte, tenga que ver con la cuestión del “izquierdismo de derecha”, categoría con la que Romé pretende graficar el “espontaneísmo” o “movimientismo” que engrandece los alcances de los movimientos sociales pero por fuera de un análisis en la correlación de fuerzas en cada coyuntura. Sin negar que algo de esto existe (por ejemplo los sectores de izquierda que han apoyado el golpe contra Evo Morales en Bolivia u otros que subestimaron el golpe institucional contra Dilma Rousseff o guardaron silencio frente a la cárcel a Lula), por nuestra parte vemos más preocupante, por su mayor alcance, la acomodación de las izquierdas neorreformistas a las tendencias de derecha. Me refiero a la “izquierda soberanista” (a veces también “populista”) que propone regular la inmigración en la Unión Europea, para copiar la política de la derechas emergentes o a los sectores de la DSA en EE. UU. que afirman que hablar del antirracismo es identity politics para no chocar con la base trumpista. Aquí también podríamos ubicar la evolución conservadora de los “populismos” latinoamericanos. En este marco, vuelve a tomar relevancia la cuestión planteada por Althusser en Que Faire? acerca de la importancia de pensar la relación entre el Estado y la reproducción del capital, dando centralidad a la lucha de clases por sobre las variantes de progreso gradual al socialismo, que guarda muchos puntos de contacto con una posible crítica de la estrategia de Frentes antineoliberales, sostenida por buena parte de la izquierda a nivel mundial en años recientes.
Como se puede ver, si bien su autora se desempeña en ese ámbito, este libro va más allá de las típicas características de los trabajos exclusivamente académicos. Es el libro de alguien que está tratando de pensar en términos políticos a dónde va la realidad del capitalismo y desde qué lugar discutir una posible recomposición del marxismo. La referencia principal para esta discusión es Althusser, pero no se plantea de manera exclusiva, sino en diálogo con otras vertientes teóricas (aunque en cierta medida afines a las reflexiones de aquel), de modo tal que la discusión queda abierta más allá de la reivindicación de una tradición específica, sin dejar de señalar la pertinencia de retomar algunos de los aspectos principales de la apuesta de Althusser para pensar el marxismo hoy.
Aquí se unen las reflexiones althusserianas sobre la crítica del reformismo con las de la sobredeterminación y la necesidad de repensar las relaciones entre filosofía, ciencia y política. Necesitamos una política tan revolucionaria como realista, que parta de pensar los principales problemas teóricos que plantea la crisis del capitalismo, como la situación específica del marxismo en su vinculación y lucha ideológica con otras teorías, en un contexto en el que la cientificidad tiene mala prensa. Desde nuestra óptica, el legado de Althusser no puede abarcar en soledad todos esos problemas [2], pero sí merece ser puesto en discusión para entrar en su justa medida en la labor reconstructiva que nos espera. Por eso, quizás el título de este artículo sea una pequeña trampa para llamar la atención o quizás también la pregunta merece quedar en suspenso como forma de seguir pensando el problema.
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