Todo empezó con un intento de opinión sobre la noche, sabiendo que tocábamos una fibra sensible. Dijimos que la marginación social encontró su canal de expresión en la cumbia villera. Ahora hay que nadar un poco más profundo. A la vagancia, a los caretas, a los cobanis. A los Alcides y a las Duquesas. A cada cual, lo que le cabe.
Viernes 9 de octubre de 2015
Sin caravana de por medio ya se nos complica. Nos zarpamos en un viaje sin retorno y se nos fue de las manos. Empezó con un intento de opinión sobre la noche y lo hicimos esta vez en un baile de cumbia, sabiendo que tocábamos una fibra sensible. Es la nuestra también, es la sangre que nos hierve por dentro cuando empieza a sonar ese teclado y esa percusión en vivo. Es la euforia, es la riña, es el baile, es el pogo, son las letras...
Dijimos que la marginación social encontró su canal de expresión en la cumbia villera, que fue “villera” cuando nació, allá por el año 2000, porque fueron las villas el lugar donde amontonaron a miles, a fuerza de hambre y palazos. Ahora hay que nadar un poco más profundo.
Intentaremos responder a los pibes y las pibas que “saltaron”, a opinar y a criticar, porque ese ida y vuelta abrió muchas preguntas. Trataremos también, si cabe, de rescatar al Diez de la cumbia de una sentencia algo injusta.
Primero lo primero. Nos propusimos cuestionar el maltrato al que nos someten los dueños de la noche: los empresarios, la policía... ¡hasta los políticos hacen cálculos con nuestro derecho a la diversión! En estos días en que Cromañón nos vuelve a doler… Nos negamos a callar nuestra bronca contra un régimen que liquida la vida. Como escribe Pablo, otro Pablo, “la tragedia de Cromañón sacó a la luz una red de protección estatal y política sobre los intereses capitalistas en la industria de la noche, de los recitales, de las cosas que a nosotros nos conmueven. Funcionarios ampararon y todavía amparan miles de habilitaciones de boliches en la mayor precariedad.” Contra ellos queremos volver a apuntar, porque hay responsables y hay chivos expiatorios, como en todo.
Cuestionamos, también, cómo reaccionamos nosotros, los jóvenes, ante tanta violencia a la que nos someten en nuestros escasos momentos de disfrute. Y entonces nos fuimos al 2001, porque la comparación se nos hacía necesaria, en este nuevo “fin de ciclo”… Sin embargo no es igual, el 2015 al 2001.
Si hablamos del 2001 hablamos de crisis, de decadencia, de miseria social generalizada. Pasó mucho tiempo desde entonces y nuestras vidas cambiaron. La “vagancia” de hace 15 años no es la misma, la esquina con sus enredos y desventuras quedó atrás: tiempo libre y pobreza no eran buena combinación.
Hoy esa “vagancia” está reventada en las fábricas, en los call centers, en los supermercados. Mucho trabajo, poco tiempo libre y algunos mangos para gastar. Lo que no entra en ese cuadro es que seas un botón. Y el que lo es, ya fue, nada podemos hacer por él, sólo decirle que “nunca vi un policía tan amargo como vos”.
Ayer, el baile era la catarsis de una desesperación. Hoy, es el corto recreo que “nos regalan” para paliar ese cansancio, esa angustia de “no tener vida”.
Es por todo esto, que creemos que hay un lugar concreto, material y social, desde donde pararse (sin pretender ser expertos ni sabelotodo) para “analizar” este fenómeno cultural que es la cumbia villera. Un fenómeno que, como todo, contiene en su interior una contradicción. Esto es: ser algo y a la vez, al mismo tiempo, ser lo opuesto. Hay una lucha contenida en esa contradicción. Podemos ser conscientes o no serlo, pero la cosa está ahí.
Hablamos de rebeldía, sí, porque hay en las letras de la cumbia villera un inconfundible odio contra la sociedad de clases, contra los “chetos” que presumen su diferencia y le refriegan en la cara a “la negrada” su pertenencia a la “otra clase”, contra la “yuta” que mantiene a raya el odio de los explotados, y contra los políticos que reciclan una y otra vez todo ese “teatro antidisturbios”.
Y en esa bola de contradicciones y lugares oscuros descubrimos el machismo, ese al que miles le dijimos “NI UNA MENOS”, y es mejor que nos hagamos cargo, porque esta es la única forma de exorcizarlo, de desendemoniarnos. Si bien sabemos que hay machismo en todas partes –está metido en nuestras casas, está en el trabajo y en las escuelas, está en las universidades y también, de una forma cruda y sin adornos, en las letras de la cumbia villera- no vamos a ser “comprensivos” con esa violencia, tan naturalizada en las letras de la música popular: al machismo, al odio que genera, le cabe nuestro más enérgico repudio.
No podemos ser indulgentes con ese odio, odio que muchas veces viene disfrazado de “amor”, porque lo sabemos: el machismo es una larga cadena de violencias que termina en la muerte. Mujeres muertas por la violencia física que termina en femicidio, por la trata y la explotación sexual que te mata en vida... Es una cadena de violencias que empieza con el insulto, con el maltrato verbal, con los celos, con la más mínima intención que tiene un varón de gobernarle la vida a una mujer. Esa mujer, que él considera “su” mujer, “su” propiedad, incluso cuando esa obsesión esté adornada con mil flores y palabras bonitas. No lo toleramos, no podemos ser complacientes con esa violencia.
A nosotros nos gustaría que “Laura” no se hubiera hecho famosa por “mostrar la tanga” y nada más. Nos gustaría que Laura fuera como otra Laura, “La Duquesa”, una artista que hace cumbia y poesía con letras como “Tu Fregona”: “sólo soy tu fregona / tu obediente fregona / la que siempre perdona / tus malditos desprecios”. Letras que hablan de gente simple que vive en barrios “privados” (privados de todo), donde son las mujeres quienes sufren la inseguridad todos los días –la inseguridad de la trata, la del robo y la violación.
Laura, La Duquesa, es además una artista joven que se animó a hacer lo que (casi) nadie hace en el mundo del espectáculo: denunció públicamente al cantante tropical Alcides, nada menos que el hombre que le daba trabajo, por abusador. Con todo lo que sabemos que significa la relación de poder que se establece entre un hombre que da trabajo a una mujer, y más todavía cuando ese hombre es “rico y famoso”, ella se rebeló, dignificada.
Ahora bien, volviendo a Damas Gratis. En este intento de “nadar más profundo”, hacemos un esfuerzo por captar esa dinámica del campo cultural en movimiento. Y sin ser tolerantes con ese machismo que atraviesa las letras de la cumbia villera –porque también hay una responsabilidad en el artista que reproduce la violencia naturalizada y no la cuestiona- pensamos que hay que apuntar también contra otros agentes de ese “campo cultural”, que es un negocio donde intervienen varios. Y pensamos que no es casual que hayan sido esos temas, como Laura y otros por el estilo, justamente esos, los que se repiten disco tras disco, los que más sonaron en la radio, en los boliches, y que siguen sonando. No es sólo porque su contenido es “atrevido”, y machista, y va con el sentido común, sino porque resultan mucho más inofensivos, relegando otras letras que contienen un cuestionamiento social, a un segundo o tercer plano. Y porque es más fácil, más “digerible”, admitir que los “negros villeros” la pegaron y se hicieron ricos, con canciones como “Laura”. Para el sentido común dominante, los negros se habrán hecho ricos pero siguen siendo negros. Todo bien.
Pero Damas Gratis y Pablo Lescano no se ganaron a su público sólo por esas letras, pegadizas y machistas. Éstas –sostenemos nosotros-, no son el sello distintivo de la banda. Hoy por hoy, igual que en el 2001, para los seguidores de “Pablito”, Damas Gratis es sinónimo –como ya dijimos- de furia contra la yuta, de bronca contra los políticos “de porquería” que “se robaron lo poco que quedaba en la Argentina”.
Es por eso que, volviendo al principio –y sin olvidarnos de todas las contradicciones que señalamos-, queremos “rescatar” a Lescano y dejar bien claro, que él no es Alcides y tampoco es Palazzo, y los músicos no son esos empresarios de la noche que la juntan en pala, no son los funcionarios de este régimen que nos administra una diversión a cuentagotas, o nos mata como en Cromañón.
Los músicos laburan, viajan de acá para allá, se presentan en dos lugares, o tres, en una misma noche. La banda es la que viene y nos regala esa felicidad, y después viaja de nuevo, y sigue, y sigue. Ni los Palazzo, ni la policía, ni los funcionarios hacen todo eso. Ellos sólo se dedican a facturar y cobrar coimas, llevándose de arriba y gracias al talento de otros, el mango que tanto nos cuesta ganar.
A Pablito lo vimos con los choferes de la línea 60 apoyando su lucha, cuando los quisieron despedir. A la policía la vemos siempre, reprimiendo a laburantes y asesinando pibes con el “gatillo fácil”. Y a Palazzo, lo vimos defendiendo el “excelente operativo policial” –según sus cínicas palabras- en el recital donde mataron a Ismael Sosa , y burlándose del Club Belgrano y su movida cultural con frases racistas.
A la vagancia, a los caretas, a los cobanis. A los Alcides y las Duquesas. A cada cual, lo que le cabe.