El viernes pasado fuimos a ver a Damas Gratis. La banda de cumbia más convocante del país tocaba en Córdoba en “La Vieja Usina”, hoy conocida como “Plaza de la Música”. Esta antigua planta generadora de energía eléctrica convertida en lugar de espectáculos, fue el escenario de este evento y el puntapié para una reflexión sobre los jóvenes y nuestro derecho a la diversión.
Martes 15 de septiembre de 2015
En el 2015, así como en el 2001, aún cuando la realidad ha cambiado -mucho o poco- para los pibes y las pibas que nos divertimos en los bailes, las letras de la cumbia villera traducen la bronca y la rebeldía, al ritmo del agite propio de la juventud de los barrios populares. Son letras que calan hondo en la sensibilidad de miles, y renuevan su sentido en las gargantas de cada uno de nosotros. Pero hay en la noche intereses mezquinos que hacen de estas pasiones un negocio millonario, a costa del maltrato que sufrimos los jóvenes.
Apenas llegamos a las puertas del recital nos topamos, sin sorpresa, con el “verdugueo” policial. Ya desde el momento en que hacíamos una larga cola para entrar, pudimos ver la imagen típica del hostigamiento policial descargado contra unos pibes “cazados” al azar. Ese miedo que genera la incertidumbre de “que no te toque” hizo lo suyo para mantener a raya a todos los que esperábamos, impacientes pero tranquilos, que nos dejaran pasar.
Una vez adentro, luego de un ingreso muy lento y de un cacheo abusivo -en algunos casos casi violatorio-, sentimos la euforia de haber llegado a ese lugar tan especial, la noche para bailar y saltar con la cumbia, llena de pibes y pibas.
Si bien la entrada dolió bastante, no tuvimos que elegir entre la salida y el pan del día, como sucedía en el año 2001 cuando por primera vez Damas Gratis pisaba suelo cordobés. Por esos años, la miseria general hacía de la diversión un objetivo con muchos obstáculos que sortear: si no llegábamos a juntar el mango para la entrada, había que pensar otra opción. Por esos días, una tapia, un vallado o lo que fuera no eran impedimentos, y esa noche con la caja de vino Fraternal estirada que metíamos en el vientre, y ajustado con el cinturón, logramos llegar al escenario dejando atrás la tapia imponente y los manotazos de la policía, cumpliendo el objetivo de gritar que “ahora nosotros tomamos el control”.
Aquella noche de 2001 saltamos, bailamos, cantamos y hasta nos dimos la libertad de bardear a la yuta –cosa que en los bailes de cuarteto no pasaba-. El pogo era la oportunidad que aprovechaba la policía para repartir golpes y separar pibes de la multitud, a lo que Lescano desde el escenario respondía incentivándonos a saltar todos juntos y sacar a los “pitufos” del pogo. Así lo hicimos mientras les cantábamos “vos sos un botón”.
Fue realmente una noche inolvidable. Con ese recuerdo imborrable en la cabeza habíamos esperado este día, un viernes de septiembre pero del 2015, para revivir esa euforia, esa libertad y esas canciones que nos hicieron cantar y saltar, quince años atrás cuando el país se prendía fuego y la crisis nos hacía muy duro el día a día.
Ese billete, tan difícil de conseguir en aquel momento, hoy lo teníamos. Sin embargo no pudimos evitar sentir la amargura del maltrato al que nos someten los dueños de la noche.
Una espera que no fue nada corta, hasta las cuatro y media de la mañana, para ver tocar a la banda. Durante todo ese tiempo, obligados a consumir bebidas en una barra con precios para nada populares. Fueron cuatro horas de espera, que una banda horrible que hizo de telonera no nos hizo más llevaderas. La cola de media hora para entrar al baño de mujeres y una avalancha que casi nos asfixia cuando estábamos a sólo metros de llegar a la puerta. En fin…
En medio de esa larga espera, tuvimos tiempo de sobra para preguntarnos por los motivos de semejante maltrato, y haciendo una simple cuenta mental llegamos a elaborar alguna que otra hipótesis.
El tema es simple, pensamos, todos tienen que ganar. El que lucra con la venta de entradas ya cobró su parte, pero faltaba garantizarle el negocio al dueño de la barra.
Si la banda toca temprano, la gente entra en el trance del baile y quizás no consume tanto. Si el espectáculo empezaba antes, había tiempo para que la banda toque sin apuro, al menos algo más que esos escasos 45 minutos que logramos estirar al grito de “una más”. Además, si el evento terminaba a una hora razonable, los pibes podían usar los pesos que les quedaban para tomar unos porrones baratos en algún otro lugar. Cosas que pensábamos mientras tratábamos de pasarla bien.
Damas Gratis es una banda que, con sus canciones pegadizas que invitan a bailar y liberarnos, relatan lo que vemos, vivimos y sentimos los pibes en el barrio. Como la mayoría de los grupos de cumbia villera, ha sido cuestionada desde sus orígenes -y en cierta manera hasta prohibida- en algunos ambientes culturales y sociales, por la temática fuerte, cruda, de sus letras. Esas letras que a los jóvenes excluidos y maltratados por la sociedad nos hace saber que existimos, aún en la marginalidad, siempre fueron la clave del éxito de esta banda, la mejor banda de cumbia del país.
El sabor amargo que nos quedaba, la duda, era la sensación de que ese grande al que fuimos a ver, “el Diez de la cumbia”, ya no era “ese atorrante, al que los pibes lo llamaban el picante”. Ahora, pensamos, es quizás uno más que se sienta a negociar, bajo los términos de la avaricia y el lucro de los que nos maltratan todos los fines de semana.
Es la avaricia de los Palazzo, esos que administran nuestro derecho a la diversión, los que nos ponen los perros que nos reprimen y asesinan, y los que se llenan los bolsillos con la plata de la juventud trabajadora.