El Gobierno volvió a chocar contra la realidad y contra su propia prepotencia. La CGT volvió a llamar a “desensillar hasta que aclare” o la convoquen a negociar. La fuerza para derrotar a Milei y su plan de ajuste volvió a manifestarse, con una potencia notoria.
Viernes 10 de mayo de 2024 21:47
En noviembre de 2023, Javier Milei cosechó el 56% de los sufragios. Catorce millones de almas lo avalaron en las urnas. Ese entramado electoral congregó multiplicidad de subjetividades: desde un derechismo confeso y militante hasta un hastío concentrado a lo que sonara a “vieja” política. Reunió a asalariados descontentos y jóvenes desencantados; hizo resonar el malestar que habitaba el llamado interior de país. Esas imágenes pertenecen a un pasado brumoso. El presente y el futuro se escriben con un libreto muy distinto.
Este jueves, el gobierno volvió a estrellarse contra su propia prepotencia. Ofreció, como el pasado 23 de abril, una imagen de ajenidad hacia los intereses populares. Patricia Bullrich -una vez más- se ofreció como símbolo bizarro de la ubicación gubernamental: intentó un viaje ficticio con una SUBE sin saldo. El intento de simular “normalidad” naufragó en el ridículo.
La ferocidad discursiva del oficialismo resultó insípida frente a las calles y avenidas vacías; a las imágenes de fábricas despobladas en pleno horario laboral; a los colectivos circulando casi vacíos en el AMBA. El Gobierno apostó a su único recurso retórico: hablar desde “la gente” que votó “contra la casta”. Pero la gente... estaba parando. O apoyando el paro, como se vio en innumerables testimonios a lo largo de la jornada.
Te puede interesar: [Fotogalería]: Calles vacías, trabajos parados: la clase trabajadora paralizó el país
Te puede interesar: [Fotogalería]: Calles vacías, trabajos parados: la clase trabajadora paralizó el país
El paro convocado de la CGT apareció como otra enorme manifestación del creciente descontento político. Repitió, con otros métodos, el malestar que había eclosionado en la gigantesca movilización universitaria. En el continuo entre esas dos manifestaciones se despliega una potente relación de fuerzas, que habilita la idea de enfrentar y derrotar el conjunto del plan oficial. Que remite la solución de las tensiones políticas, sociales y económicas al terreno de las calles y las medidas de fuerza.
Esa potencia social encuentra su límite más notorio en las direcciones de las llamadas organizaciones de masas. Es decir, en las conducciones sindicales y sociales convocantes. Lugar emblemático de la historia nacional, este jueves el salón Felipe Vallese escuchó a la dirigencia cegetista convertir una enorme acción de lucha en una invitación al diálogo y la negociación. En una medida de presión al Gobierno, proponiéndole “tomar nota” de la creciente magnitud del descontento. A cuatro meses, en una situación más crítica, la CGT reedita la fallida orientación que desplegó tras el paro del 24 de enero.
La central sindical opera, en cierta medida, como “partido”. Se exhibe como vocera de un programa alternativo al ajuste feroz en curso. Actúa como rostro de un peronismo plagado de tensiones internas, que están lejos de amortiguarse. Un peronismo que, aún en sus múltiples roces internos, comulga en el objetivo de retornar por vía electoral en 2025 o 2027. Al mismo tiempo, la CGT ejerce el milenario arte de negociar sus intereses como casta sindical. En esa labor global, apuesta fuerte a evitar la calle como escenario de lucha y confrontación. Versión actualizada de vandorismo, golpea con el único objetivo de negociar. Al hacerlo, cercena la potencia social que se expresa en las calles y en medidas de lucha masivas como el paro de este jueves.
Te puede interesar: Un paro contundente: la CGT no anunció cómo seguir, hay que imponer paro y movilización al Senado
Te puede interesar: Un paro contundente: la CGT no anunció cómo seguir, hay que imponer paro y movilización al Senado
Combatiendo por el capital
Los límites estratégicos de la CGT se encuentran más allá del conflicto social. Emergen allí como condensación de un problema económico y social más profundo: el peronismo no puede ofrecer un proyecto de país realmente alternativo al que intenta ejecutar el elenco gobernante. Su discursividad confrontativa se detiene, cauta, frente a un umbral; el del poder real del gran empresariado; nacional o extranjero. El de la gran propiedad capitalista.
El papel de Cristina Kirchner lo ilustra. La ex vicepresidenta se ofrece como activa vocera de un amplio sector capitalista que no encuentra inclusión en el programa oficial. Corporizada parcialmente en la UIA, esa fracción burguesa se ilusiona con el orden político y social que publicita Milei. Exige, a cambio, no quedar al margen del reparto de la torta. En esa cuadratura del círculo caminan, ansiosos, los popes del “industrialismo local” junto a otras fracciones de la clase dominante. Los une, por estas horas, el “espanto” creado por el RIGI, ese régimen de obscenos beneficios a grandes multinacionales petroleras y mineras. El reclamo contra la “competencia desleal” que lanza el capital más mercado-internista apunta a equiparar beneficios; demanda vivir del “efecto derrame” que implicarían las eventuales inversiones futuras.
Ese programa no altera el escenario de reprimarización económica que marca la Argentina de las últimas décadas. Al contrario, propone su profundización. Extractivismo peronista, pero extractivismo al fin. Ofrece -a modo de compensación- una regulación estatal que carece de sustancia en términos reales y de credibilidad para las grandes mayorías populares. La experiencia gubernamental del Frente de Todos lo confirmó dramáticamente: Vicentin y Precios Cuidados oficiaron de significantes vacíos de esa vacuidad que era el “Estado presente”.
Te puede interesar: Martín Schorr: “En esta gestión se afianzó la reprimarización de la estructura productiva”
Te puede interesar: Martín Schorr: “En esta gestión se afianzó la reprimarización de la estructura productiva”
Esa gestión condensó el programa realmente realizable por parte el peronismo. Sin romper los condicionamientos impuestos por el FMI; navegando en un mundo de tensiones geopolíticas, la gestión de Alberto Fernández, Cristina Kirchner y Sergio Massa empujó a la pobreza y la decepción a millones.
Ese limitado horizonte explica, en gran medida, la labor de contención del peronismo sindical y social. Alentar la movilización obrera y popular entraña un “peligro”: desatar fuerzas que superen el control burocrático de los aparatos. Atizar un despliegue de luchas que decidan ir más allá del objetivo de resistir el ajuste en curso. Los años 70 -hemos dicho- ofician como fuente de lecciones. El Cordobazo, convocado como una huelga general de resistencia a la dictadura, mutó a semi-insurrección obrera, juvenil y popular. Al hacerlo, abrió un horizonte de potente movilización revolucionaria que conmovió al país por siete años. Esa enorme experiencia anida en las vetustas memorias burocráticas.
Te puede interesar: Los herederos del Cordobazo: conclusiones políticas del “1905” argentino
Te puede interesar: Los herederos del Cordobazo: conclusiones políticas del “1905” argentino
Falsas disyuntivas
Los discursos hegemónicos presentan un falso dilema; una dicotomía -aparentemente irreductible- entre “soportar” el ajuste feroz de Milei o “esperar que vuelva el peronismo”. Una oposición que solo puede arrastrar al camino de la resignación.
El proyecto que bancan Marcos Galperin y Paolo Rocca supone la dominación irrestricta del gran capital sobre el conjunto de la nación. Ofrece la mercantilización absoluta como destino irrebatible. El peronismo contrapone, apenas, un modelo de tibia regulación a ese poder económico. Tan tibia y moderada que -entre 2019 y 2023- resultó incapaz, siquiera, de frenar el crecimiento de la desigualdad.
El conservadurismo político del peronismo aparece inescindible de esa perspectiva estratégica. En un sentido radicalmente opuesto, el desarrollo intenso de la más amplia movilización puede oficiar de germen de una salida estratégica distinta, que construya condiciones para un orden nuevo, al decir del revolucionario italiano Antonio Gramsci. Un orden que ponga la dirección de la economía, la política y la cultura en manos de las mayorías trabajadoras y el pueblo pobre. Que permita a las masas explotadas y oprimidas decidir democráticamente el destino de la sociedad.
Ese orden nuevo presupone, por ejemplo, poner en manos de la clase trabajadora el control efectivo de los recursos energéticos, financieros y productivos del país. ¿Cómo evitar la fuga permanente de divisas sin controlar las palancas del comercio exterior o el sistema bancario? ¿Cómo impedir la especulación de precios descontrolada sin el control real de los eslabones de la cadena productiva? ¿Cómo enfrentar la carencia estructural de dólares -la llamada restricción externa- sin un control genuino de la entrada y salida de divisas? ¿Cómo impedir el extractivismo feroz al tiempo que se debate democráticamente el destino de los bienes comunes naturales?
Ese nuevo estado de cosas puede empezar a construirse en las calles; en la lucha activa de la clase trabajadora, la juventud, el pueblo pobre. A condición de liberar la energía que limitan los aparatos burocráticos. De desarrollar la más amplia autoorganización, jaqueando los límites que imponen dirigentes millonarios y eternizados, siempre amigos o aliados al poder de turno. A condición de caminar hacia la huelga general, el método capaz de derrotar el conjunto del plan mileísta.
Te puede interesar: El momento político y la posibilidad de una acción de masas para frenar la Ley Bases
Te puede interesar: El momento político y la posibilidad de una acción de masas para frenar la Ley Bases
Esa perspectiva impone una necesidad: que la clase trabajadora construya su propia herramienta política. Que desarrolle un potente partido socialista y revolucionario. Una herramienta capaz de aportar otros rumbos a las luchas que empiezan a desplegarse, capaz de impedir el impotente camino de la resignación que propone el peronismo. El PTS-Frente de Izquierda juega todo en esa perspectiva. Sus diputados y diputadas; sus herramientas comunicacionales; la fuerza de su militancia en universidades, escuelas, lugares de trabajo y barriadas obreras y populares. Pelea ese horizonte dentro de cada sindicato y cada centro de estudiantes. Apuesta a que las y los miles de jóvenes, mujeres y trabajadores que nacen a la vida política en estos tiempos que estremecen sean parte de esa tarea urgente.
Te puede interesar: Asambleas abiertas del PTS-FIT: súmate para participar
Te puede interesar: Asambleas abiertas del PTS-FIT: súmate para participar
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.