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17 de noviembre. “Día de la militancia” peronista

Se cumplen 51 años del regreso de Juan Domingo Perón al país después de 17 años proscripto, con el objetivo de contener la enorme movilización social desplegada tras el Cordobazo, doblegar las tendencias a la radicalización dentro de su propio movimiento y evitar el desafío del orden capitalista.

Alicia Rojo

Alicia Rojo @alicia_rojo25

Viernes 3 de noviembre de 2023 00:00

El retorno de Perón. Bajo el paraguas de la burocracia sindical

Desde que partió del país tras el golpe del 16 de septiembre de 1955 Perón comenzó una comunicación epistolar con los militantes peronistas que al otro lado del mar luchaban por su regreso. Las cartas de noviembre de 1972 aludían por fin al anhelado retorno; el presidente de facto Alejandro Lanusse habilitaba su vuelta en el contexto de la explosión de la conflictividad social en el país tras el Cordobazo.

Después de 17 años de proscripción de su persona y su partido el ya anciano líder manifestaba que le costaba “comprender las causas por las cuales los argentinos no pueden llegar, con un objetivo común, a las soluciones que el país y el pueblo reclaman. (…) El gobierno ha manifestado, por boca de su presidente, que está dispuesto al diálogo y que yo puedo regresar al país cuando y como lo desee, con todas las garantías.” Las garantías que le otorgaba el régimen proscriptivo lo impulsaron a retornar “por si mi presencia allí puede ser prenda de paz y entendimiento, factores que según veo, no existen en la actualidad.”

Como no había dejado de hacerlo, especialmente después del mayo cordobés, pedía a sus “compañeros que, interpretando mi regreso dentro de tales sentimientos y designios, colaboren y cooperen para que mi misión pueda ser cumplida en las mejores condiciones, en una atmósfera de paz y tranquilidad, indispensables para todo lo que deseamos constructivo.”

Ya en Roma donde abordaría el avión que lo traería de regreso, Perón insistía al pueblo argentino que “sepa interpretar mi viaje como una empresa de paz y de pacificación”: "tomo yo las palabras del gobierno argentino, que no solamente me ha invitado a regresar al país, sino que – hace poco tiempo lo he leído aquí en los diarios de ltalia – quiere establecer un diálogo conmigo (…) Sin esa paz es difícil que pueda haber una normalización institucional, yo he sido siempre un agente de paz. No he provocado jamás situaciones de violencia. Antes de provocarlas he preferido renunciar, y eso está en el espíritu de todos los argentinos que han vivido cerca de mí."

La “invitación” del gobierno militar tenía un objetivo muy claro, Perón había sido convocado, efectivamente, como “agente de la paz”; la referencia a la “renuncia” para evitar la violencia seguramente no evocó buenos recuerdos para los miles de trabajadores que, después de que se les impidiera enfrentar el golpe que derrocó a Perón, resistieron los ataques de los gobiernos que lo sucedieron en las fábricas, las calles y los sindicatos.

La “paz” que necesitaba el régimen

Lo cierto es que Perón comprendía con claridad el rol para el que había sido convocado: contener la enorme movilización social desplegada tras el Cordobazo, doblegar las tendencias a la radicalización dentro de su propio movimiento, evitar el desafío del orden capitalista abierto tras el mayo cordobés que derivó en la seguidilla de “azos”.

Esa resistencia y esa movilización trajeron de vuelta a Perón al país, asestando una derrota al régimen proscriptivo, el que justamente terminó convocándolo para conjurar las fuerzas que se habían desatado. En esta misión, Perón buscó la mano de la burocracia sindical, profundamente cuestionada por el ascenso obrero y popular y las nuevas organizaciones obreras que surgían.

La famosa foto de Perón del día de su regreso, el 17 de noviembre de 1972, bajo el paraguas del dirigente sindical José Ignacio Rucci fue el símbolo. Fue el centro de una escena que reunió, entre otros, a José López Rega y al dirigente de la izquierda peronista Rodolfo Ortega Peña, asesinado por la Triple A comandada por el primero. La escena se completó con un espectacular operativo militar que pretendía evitar la gran manifestación popular que acompañaría el regreso del líder.

Perón el día de su regreso, el 17 de noviembre de 1972.
Perón el día de su regreso, bajo el paraguas del dirigente sindical José Ignacio Rucci. En la imagen aparece entre otros, José López Rega.
Manifestantes reciben a Perón.

El general Perón fue retenido en el Hotel Internacional de Ezeiza hasta la madrugada del día siguiente cuando lo liberaron y se refugió en la casa de la calle Gaspar Campos, en Vicente López, que se transformaría a partir de allí en centro de reunión de los diversos sectores que reunía en su interior el movimiento peronista. Allí se diseñará la política electoral que dará inició a una nueva experiencia del peronismo en el poder.

La insurgencia de las bases que Perón vino a apaciguar

La primera experiencia del peronismo en el poder terminó con el golpe de Estado de 1955 que puso fin al segundo al gobierno de Perón. La llamada “Revolución Libertadora” se propuso abrir el camino a la penetración abierta del imperialismo norteamericano en el país. La entrada de capitales imperialistas exigía la eliminación de las conquistas obtenidas por los trabajadores en la época peronista que ponían un límite al aumento de esa explotación, avanzar en la “racionalización de la producción” y enfrentar a las organizaciones que imponían estos límites a nivel de las fábricas, las comisiones internas y los cuerpos de delegados. Esta ofensiva dio origen a la Resistencia de la clase obrera. [1]

Desde el sabotaje a la producción en las fábricas, las células en los barrios, los “caños” y la lucha clandestina, las grandes huelgas como la del Frigorífico Lisandro de la Torre en 1959 y la oleada de huelgas durante el proscriptivo gobierno del radical Frondizi, los trabajadores dieron la pelea por la defensa de sus conquistas. Mientras, la burocracia sindical con Perón en el exilio, maniobraba ante cada uno de los gobiernos del régimen que mantenía proscripto al partido mayoritario, bajo el lema del metalúrgico Augusto Vandor “presionar para negociar”.

En 1966, el golpe militar encabezado por el general Juan Carlos Onganía y el plan de su ministro Krieger Vasena como ministro de Economía, un representante genuino del capital monopolista internacional, implicó una redistribución de ingresos desde los trabajadores, los sectores medios y los sectores más nacionales de la burguesía a favor de los sectores más concentrados y ligados al capital extranjero.

La burocracia sindical vandorista tras saludar el golpe de Onganía y ofrecer todas las vías para una negociación, enfrentó una severa crisis, al no poder presentarse como una fuerza capaz de conservar conquistas económicas y sociales básicas pese a su política conciliadora. Mientras la cúpula sindical se resquebrajaba, la embestida del gobierno abonó el camino para la unidad obrero-popular expresada en las masivas y combativas luchas estudiantiles. En 1969 el mayo cordobés inauguraba un ascenso revolucionario que desafiaba el sistema abriendo una serie de levantamientos provinciales, incluido el segundo Cordobazo dos años después, el Viborazo, el surgimiento de fenómenos antiburocráticos y de autoorganización, como los sindicatos clasistas cordobeses de SITRAC-SITRAM.

Así, la emergencia de una vanguardia que se planteaba una perspectiva de transformación revolucionaria de la sociedad y lo expresaba en masivas movilizaciones en las calles, nuevos fenómenos organizativos y el fortalecimiento de diversas expresiones de izquierda, convenció a las clases dominantes de recurrir a quien habían mantenido en el exilio desde su derrocamiento. [2]

El retorno del líder: Pacto social y represión

La dictadura, encabezada tras el Viborazo por el general Alejandro Lanusse, se dispuso a negociar con Perón un Gran Acuerdo Nacional. El líder peronista ordenó unificar la CGT tras el asesinato de Vandor y nombró a Rucci a su frente. Estaba claro que Perón regresaba para enfrentar las tendencias insurgentes de la clase obrera; bajo el paraguas de Rucci se disponía a combatir al activismo obrero y juvenil con los matones de la Juventud Sindical, la ultraderecha peronista, y la Triple A.

Su segundo y definitivo regreso en junio de 1973 mostró una nueva escena, más patente y trágica, del objetivo de su vuelta. Rucci será uno de los responsables de la Masacre de Ezeiza, uno de los escalones en el disciplinamiento de la izquierda del movimiento. Lo acompañaron el endurecimiento de las leyes represivas contra la movilización popular y las luchas obreras, la represión selectiva de la vanguardia a través de los grupos paraestatales de la Triple A, la represión abierta contra los sindicatos rebeldes de Córdoba e incluso la caída del gobierno de sectores combativos del peronismo en Córdoba, el Navarrazo.

Esta política represiva junto con la negociación expresada en el Pacto Social acordado con la burocracia sindical y los empresarios fue la política desplegada por el tercer gobierno peronista para restablecer el orden; no será suficiente, sin embargo. Tras la muerte del líder la lucha de clases dará un nuevo salto, al compás de la crisis de la burocracia sindical, la clase trabajadora protagonizará una experiencia decisiva con el peronismo coartada por la sangrienta dictadura a partir del golpe de 1976.

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[1Ver sobre las luchas de la Resistencia tras la caída del gobierno peronista en 1955, Alicia Rojo, et. al. Cien años de Historia obrera. De los Orígenes a la Resistencia (1870-1969), Ediciones IPS.

Alicia Rojo

Historiadora, docente en la Universidad de Buenos Aires. Autora de diversos trabajos sobre los orígenes del trotskismo argentino, de numerosos artículos de historia argentina en La Izquierda Diario y coautora del libro Cien años de historia obrera, de 1870 a 1969. De los orígenes a la Resistencia, de Ediciones IPS-CEIP.

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