A continuación reproducimos en español la entrevista que le realizó Fred Fuentes, a Esteban Mercatante, miembro del staff de Ideas de Izquierda, para Links International Journal of Socialist Renewal, publicación marxista australiana, en la que se abordan cuestiones centrales del panorama del imperialismo en la actualidad.
Esteban Mercatante es un economista marxista argentino, autor de El imperialismo en tiempos de desorden mundial, y miembro del consejo editorial de Ideas de Izquierda, donde ha escrito extensamente sobre la economía mundial y imperialismo. En esta entrevista de amplio alcance, Mercatante analiza cómo los cambios recientes en los procesos de acumulación de capital a escala global contribuyeron al ascenso de China, los nuevos (y viejos) mecanismos que las grandes potencias utilizan para saquear al Sur Global, y sus implicaciones para las políticas antiimperialistas y de la clase trabajadora hoy.
Tras la caída de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría, la política mundial parecía dominada por guerras que pretendían reforzar el papel del imperialismo estadounidense como único hegemón mundial. Sin embargo, en los últimos años parece estar produciéndose un cambio. Mientras Estados Unidos se ha visto obligado a retirarse de Afganistán, hemos asistido a la invasión rusa de Ucrania, al ascenso de China, y a naciones como Turquía y Arabia Saudí, entre otros, que han desplegado su poder militar más allá de sus fronteras. En términos generales, ¿cómo entender la dinámica actual en juego dentro del capitalismo global?
Creo que estamos en un momento de interregno, que se viene caracterizando por tendencias a choques cada vez más agudos entre los Estados (y entre las clases dentro de ellos), aunque, como suele ocurrir en estos momentos de transición, está marcado por señales muy ambivalentes.
En primer lugar, si observamos los procesos de reconfiguración de los procesos de producción e intercambio a escala mundial, lo más notable en las últimas décadas fue el surgimiento de un centro dinámico de acumulación de capital en el Sudeste asiático. La irrupción de los “tigres asiáticos” precedió un cambio de índole cualitativamente superior, que fue la incorporación de China en los circuitos de la acumulación de capital global. La integración de China fue iniciada tímidamente en los ‘80, más rápidamente en los ‘90, y todavía más aceleradamente después de su ingreso en la OMC (WTO) en 2001. Esto fue resultado de la conformación de las cadenas globales de valor, que se expandieron con fuerza sobre todo en la década de 1999 y la primera de este milenio, hasta la crisis de 2008, cuando empezó a estancarse su crecimiento. La formación de cadenas globales de valor hizo que las clases capitalistas de EE. UU., la UE, y Japón se enriquecieran de manera formidable, explotando fuerza de trabajo y recursos naturales de países dependientes. También aprovecharon ventajas impositivas que otorgaban los gobiernos de los países menos desarrollados para atraer inversiones. Ahora, al cabo de varias décadas, esto consolidó un cambio en el peso relativo de los países en la manufactura y el comercio mundial, donde los países históricamente industrializados, es decir, las grandes potencias imperialistas, perdieron terreno, en detrimento de países como Corea, Singapur, y, obviamente China. Y esto no solo en manufacturas simples, sino también en producciones más complejas. Cada vez más se amplían los flujos de comercio Sur-Sur, en los que no participan las economías imperialistas. Esto no ocurría décadas atrás. Es un proceso de desarrollo desigual en el que las clases capitalistas de los países imperialistas ganaron, pero al precio de una pérdida de posiciones de esas economías a nivel mundial. Las empresas multinacionales radicadas en los países imperialistas enfrentan una competencia fuerte, en algunos terrenos, con las de países de desarrollo reciente. Obviamente, es un proceso que tiene límites: los centros financieros dominantes siguen siendo Nueva York, Londres, Frankfurt. Pero hay una competencia que antes no había.
En este marco, ocurre lo que vos señalas en tu pregunta. A diferencia de hace 20 años, hoy EE. UU. no puede seguir arrogándose el rol de ser el único país que define dónde se realizan intervenciones militares, para llevarlas a cabo junto a fuerzas aliadas, con cobertura internacional o de manera unilateral como hizo en Irak. Esto es resultado de la serie de reveses que viene acumulando la principal potencia imperialista desde el empantanamiento de Irak hasta acá, que deterioraron el aura de única superpotencia que logró al final de la Guerra Fría.
EE. UU. continúa siendo por lejos el país con mayor fuerza limitar; también lidera con mucha ventaja en materia financiera gracias al rol del dólar como moneda que está presente en casi el 90 % de las transacciones y representa alrededor de 60 % de las reservas de Bancos Centrales en todo el mundo, y al rol de sus bancos en la canalización de flujos en todo el mundo. En términos de productividad, y de inversión en investigación y desarrollo, también sigue primero, aunque en sectores como la Inteligencia Artificial encuentra competencia, y fue superado en producción de semiconductores de alta tecnología por Taiwán. Pero a pesar de esta posición todavía ventajosa, es palpable la tendencia declinante.
El siglo XXI comenzó con la intención de los estratos dirigentes del Estado norteamericano de tomar acciones para reafirmar el dominio estadounidense. Recordemos que en esos tiempos, con Bush, dictaba la agenda el Proyecto para el Nuevo siglo Americano, que tenía cierta base bipartidista. Esto llevó a lo que algunos estudiosos de relaciones internacionales estadounidenses caracterizaron como una “sobreextensión imperial”, en Medio Oriente, con las invasiones a Afganistán (en este caso con amplio apoyo internacional después de los atentados del 11S) e Irak, donde la incursión fue acompañada por algunos países aliados y resistida inicialmente por Alemania y Francia, entre otros. Un año después de la entrada triunfal en Bagdad, ya era visible el empantanamiento por la resistencia a la ocupación. La primera década del siglo XXI las intervenciones en Medio Oriente absorbieron la atención del Pentágono y drenaron recursos. El resultado fue un margen de maniobra más reducido para la principal potencia imperialista en otros terrenos estratégicos, como el Sudeste Asiático o América Latina. La crisis de 2008 fue otro punto de inflexión. Simbólico o ideológico, algo que no es menor, porque como había ocurrido años antes con las quiebras fraudulentas de Enron y WorldCom a comienzos del milenio, se ponía en evidencia algo muy podrido en el funcionamiento del capitalismo anglosajón. Pero sobre todo fue un punto de inflexión, desde ya, por sus consecuencias económicas y sociales inmediatas y de mediano plazo. El escandaloso salvataje a los banqueros y la inyección masiva de dinero contuvieron los efectos más disruptivos del shock financiero y pusieron freno al hundimiento de la economía. La coordinación del G20 evitó intentos de salidas unilaterales por parte de las potencias, lo que favoreció la recuperación del comercio y las inversiones globales. Pero la recuperación después del shock fue lenta, y quedaron secuelas en materia de destrucción de empleos y aumento de la pobreza, que alimentaron el descontento en amplios sectores de la clase trabajadora, las clases medias empobrecidas, y la juventud. Creo que ni el ascenso de Trump en los años siguientes (precedido por el Tea Party) ni la gravitación que tuvo el planteo socialista (muy tibio desde ya) de Bernie Sanders, que además se nutrió del desarrollo del DSA, se podrían explicar sin estas secuelas.
La crisis hizo ver de manera mucho más clara todas las implicancias del rol de China. Desde 2009, gracias a las medidas anticíclicas tomadas para enfrentar la caída de las exportaciones, China apareció como motor para traccionar a las economías de los países dependientes, que gracias a este impulso se recuperaron más rápido y con más crecimiento del PBI que los países más desarrollados.
Entonces, desde finales de la primera década del siglo XXI se combinó para EE. UU. el empantanamiento militar, la necesidad de lidiar con la crisis económica, luego los efectos políticos polarizantes de esta crisis, la amenaza de un competidor fuerte, y divergencias de opiniones cada vez más abiertas entre los estratos dirigentes de EE. UU. sobre cómo enfrentar todo este panorama desfavorable. Obama buscó hacer frente a la situación con el “pivote a Asia” y acuerdos comerciales de gran escala excluyendo a China. Trump mantuvo el foco en Asia pero dio un giro de 180 grados y apeló a una política de enunciados proteccionistas, barreras y sanciones comerciales y otras medidas unilaterales. Al mismo tiempo, se desentendió de numerosas instituciones y espacios multilaterales que habían sido creados a instancias de EE. UU. Es notable que, ante la crisis de liderazgo, bajo la presidencia de Trump EE. UU. se convirtió en uno de los mayores agentes de desestabilización de los dispositivos que había forjado y reformulado la potencia dominante para asegurar su “gobernanza” desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Con Biden, tenemos un intento de retorno al multilateralismo, pero sin retroceder de la intensificación de la rivalidad con China.
En este marco, EE. UU. ha perdido capacidad para actuar como único coordinador en todos los terrenos. En Medio Oriente, no pudo evitar que Rusia, y después Turquía, se convirtieran en actores centrales para definir el rumbo. Cuando Rusia invadió Crimea, a pesar de las sanciones económicas se puso en evidencia que un país con algo de poder regional podía desconocer el “orden basado en reglas” del que EE. UU. se define como garante, con consecuencias algo limitadas.
Y bueno, ahora tenemos la invasión a Ucrania que marca un desafío de otra escala. Lo contradictorio de la situación es que, al menos hasta hoy, el ataque de Putin permitió a EE. UU. revitalizar a la Otan, que como decía Macron, después de Trump había quedado en estado de muerte cerebral. Hoy nuevos países ingresaron a la alianza, incluyendo vecinos de Rusia históricamente neutrales. Esto no significa que la situación pueda sostenerse. Alemania está muy tensionada por las consecuencias para su economía de perder el gas ruso barato. La estrategia para la guerra también divide, para las potencias europeas no es muy agradable la perpetuación del conflicto bélico en el Este del continente.
Finalmente, la cuestión de fondo es que, en cierta medida, esta guerra es una especie de ensayo general para un choque con Pekín, que cada vez aparece como más probable, aunque tanto China como EE. UU. hagan intentos recurrentes para bajar la tensión, que duran poco.
Volviendo al comienzo, todo esto marca una situación de interregno, de “desorden mundial” como lo llamo en mi libro, donde la situación se acelera hacia choques más intensos. Es decir, una intensificación de crisis, guerras y, con ellas, también revoluciones.
¿Cómo ha repercutido todo esto en Sudamérica?
Pensando desde Sudamérica, obviamente cada país tuvo una dinámica propia, pero a rasgos generales podemos decir que, en los años 90 primaba el alineamiento con Washington y la aplicación del Consenso de Washington. A finales de esa década y comienzos de la siguiente esto puso en crisis a muchos regímenes en la región, dado que al final de milenio, por la seguidilla de crisis mundiales, los gobiernos profundizaban los ajustes antipopulares y enfrentaron movilizaciones masivas y levantamientos. En la década del 2000, en buena parte de la región asumieron gobiernos que, para canalizar las movilizaciones de masas, tuvieron discursos contra el Consenso de Washington y llevaron a cabo políticas de revertir en parte algunos ajustes. Aunque todo lo hicieron siempre manteniendo buena parte de la herencia de los ataques neoliberales (como la flexibilización laboral, el extractivismo cada vez más extremo). Durante estos años, gracias a que EE. UU. se concentró en Medio Oriente y a que los países de la región contaron con superávits holgados gracias al boom de precios de los commodities (en gran medida generado por la demanda de China) pudieron ensayar ciertos márgenes de autonomía. Fueron años donde los gobiernos “posneoliberales” (de la “pink tide”) coqueteaban con la idea de que estaban cimentando márgenes duraderos de soberanía e independencia, pero esto lo hacían sin encarar cambios estructurales. Por eso, alrededor de 2013 o 2014, cuando se degradaron los precios de los commodities y EE. UU. puso fin a las políticas monetarias expansivas con las que encaró la crisis de 2008, empezó a verse las bases endebles de estas condiciones. Ahí comenzó para casi toda la región un deterioro, aunque con ritmos dispares.
Por otro lado, cuando EE. UU. empezó a endurecer la competencia con China, vio que en la región Pekín estaba haciendo todo tipo de acuerdos y financiando proyectos de infraestructura, con lo cual empezó a tener una línea más agresiva para defender lo que considera su “patio trasero”. El tema es que Washington ejerció más presión que seducción, y además China es inevitablemente un aliado comercial para todo el mundo, además de otras promesas de inversiones. Por lo cual, EE. UU. no puede revertir el avance de China en la región. Después, acá, están los que se ilusionan de que China pueda ser un aliado más benigno que Washington y, sin romper con este último, apuestan a profundizar los lazos con el primero. Yo no creo que esta expectativa tenga mucho asidero. Después, hay otros que se ilusionan de que se puede “jugar” en la competencia entre EE. UU. y China, para sacarles concesiones a ambos. Esto puede dar beneficios de corto plazo. Por ejemplo, el gobierno argentino obtuvo financiamiento de China mientras negociaba con el FMI que aprobara el cumplimiento de metas para desembolsar plata del acuerdo vigente desde 2022. Pero hay otros temas donde más bien, lo que termina ocurriendo es que ambos competidores aprietan y no se los puede contentar a todos. Es el caso de las licitaciones del 5G, por ejemplo, donde o se beneficia a Huawei de China o se da preferencia a las firmas de EE. UU. y sus aliadas europeas.
A lo largo del último siglo, hemos visto el término imperialismo utilizado para definir diferentes situaciones y, en otras ocasiones, sustituido por conceptos como globalización y hegemonía. Teniendo esto en cuenta, ¿qué valor sigue teniendo el concepto de imperialismo y cómo definirías al imperialismo en la actualidad?
Podríamos decir que los debates sobre el significado del imperialismo empezaron desde el momento mismo en que fueron formuladas las teorías que hoy podríamos llamar clásicas. Entre los marxistas, Hilferding, Luxemburg, Lenin, Bujarin, Kautsky, había coincidencia en que el guerrerismo imperialista respondía a transformaciones que estaba atravesando el capitalismo desde finales del siglo XIX. Pero no tenían una mirada similar ni sobre cuáles eran los principales determinantes que había que mirar para explicarlo, ni tampoco sobre si se trataba de un cambio epocal irreversible o si las condiciones que habían producido los choques tenderían a ser superadas, como opinaba por ejemplo Kautsky.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los debates y críticas a la teoría del imperialismo se agudizaron. Lo que yo vengo sosteniendo, en mi libro y en numerosos artículos, es la actualidad de esta teoría, que yo creo que sigue vigente en una serie de niveles.
El primero, es la jerarquización del mundo, la división en países que dominan y otros que se encuentran en posición subordinada, y son expoliados. Hoy el sistema mundial capitalista se sigue caracterizando por la existencia de una jerarquía de países. Esta no se da en la actualidad a través de relaciones de subordinación formal, sino que opera en el marco de un sistema de Estados que reconoce a todos los territorios la soberanía formal, salvo algunas excepciones. Detrás de esta igualdad de los Estados en término de soberanía, la asimetría en capacidad económica y militar determina el distinto peso que tienen en influencia sobre el resto y en el rol que pueden jugar en los dispositivos de gobernanza mundial. Si ya de por sí las asimetrías económicas están en la base de los procesos de desarrollo desigual y polarización, esto se refuerza por el uso que hacen los países más poderosos de su peso para imponer las reglas que más se ajustan a sus intereses, generando condiciones que les permitan a sus capitales enriquecerse en todo el planeta a costa del resto. En ese sentido, la distinción entre Estados opresores y oprimidos mantiene toda su actualidad.
Segundo, el imperialismo se caracteriza por la existencia no de una potencia, sino varias de ellas en disputa. Es decir, que existen una serie de potencias que compiten entre sí y disputan por esferas de poder. Esto no significa que la situación está siempre determinada por la rivalidad, puede haber momentos donde se imponga la coordinación, cooperación o al menos convivencia. Pero no hay un “imperio” donde solo una potencia domina sin cuestionamiento y el resto son vasallos, ni nada que se le parezca. Y si bien se pueden crear condiciones para que durante un período, incluso uno prolongado, converjan los intereses entre potencias y se mitiguen los conflictos, la inevitable transformación de la fuerza relativa de los países, como resultado del desarrollo desigual, conduce más temprano que tarde a conflictos. El liderazgo de EE. UU. sobre los demás Estados capitalistas poderosos no se asentó desde la posguerra en un cambio cualitativo de estas condiciones, sino en una gran asimetría de poder en su favor, e, inicialmente, en el peso que adquirió la Guerra Fría como ordenador de alineamientos.
Tercero, tenemos que entender al imperialismo como resultado de transformaciones estructurales del capitalismo y de su pleno dominio de una economía mundial sometida a la lógica de la valorización. No es simplemente una “política” de un sector de la burguesía, o de estamentos bonapartistas o “bismarkistas” dentro de algunos Estados capitalistas, como sostenían Kautsky y otros autores, sino que surge de las contradicciones que el capitalismo internacionaliza cuando llega a dominar todo el planeta.
Cuarto, el imperialismo era definido por Lenin como reacción en toda la línea. Si en ese momento era la fuerza de avanzada para imponer las relaciones de producción capitalistas donde todavía no dominaban –cosa que podía hacer al mismo tiempo que se aliaba con las fuerzas sociales más retrógradas para afianzar su régimen de opresión– un siglo después esta afirmación es todavía más cierta. Cualquier ascenso de la clase trabajadora y los sectores populares que ponga en crisis los regímenes políticos de cualquier país dependiente, que apueste a cuestionar las relaciones capitalistas y las restricciones que estas imponen, como hemos visto por ejemplo en la primavera árabe, no tiene que enfrentarse solo a la clase dominante local y las fuerzas represivas de su Estado, sino también a la intervención del imperialismo a través de medios militares, económicos y financieros, y un largo etc.
Y, finalmente, el quinto punto de actualidad son las implicancias sobre los posicionamientos de clase en los países oprimidos. Todavía en tiempos de Lenin y los primeros años de la III Internacional se le daba un carácter algebraico, a ser determinado caso por caso, a la ubicación de las burguesías de los países oprimidos frente al imperialismo, la experiencia de lucha contra la opresión imperialista en la década de 1920 terminó de mostrar que en esta época la burguesía se convirtió en un aliado del imperialismo en el sostenimiento de la opresión, y no en un posible aliado en la lucha contra la misma. Esto no hizo más que reforzarse, y hoy la burguesía de los países dependientes está más que nunca unida por mil lazos con el imperialismo y no tiene ningún interés en atacar las condiciones de dependencia.
Dicho esto, un presupuesto básico de la indagación que llevo adelante en mis trabajos es que la categoría de imperialismo, como la de capitalismo, la debemos considerar históricamente. Las teorías del imperialismo desarrolladas por Lenin y toda una serie de autores, en una indagación que comenzó ya a finales del siglo XIX y terminó en la segunda década del siglo XX con toda una serie de contribuciones más “clásicas”, buscaban dar cuenta de una transformación histórica del modo de producción capitalista, que tenía que ver con el desarrollo de los trusts y cartels, y lo que Hilferding, y Lenin siguiendo su elaboración, categorizaron como capital financiero. Al mismo tiempo, señalaban la ruptura de lo que habían sido los equilibrios en las relaciones interestatales, bajo el dominio británico, en los cuáles se había basado la expansión del capitalismo a finales del siglo XIX y comienzos del XX. De igual forma, la teoría del imperialismo hoy tiene que introducir todos los cambios en las coordenadas estratégicas que se dieron desde entonces. Por solo mencionar algunas: el desplazamiento del centro de poder capitalista mundial que ya se mostraba a finales de la Primera Guerra pero se termina de consolidar definitivamente con la Segunda Guerra Mundial, de Europa a América del Norte; la creación por parte de EE. UU. de todo un sistema de gobernanza que desplegó para consolidar su dominio y en particular el rol de la OTAN; la reformulación de estos dispositivos posterior al colapso de la URSS; la llamada “globalización” durante las últimas décadas, que yo creo que es más correctamente definida a través del análisis de la internacionalización productiva, que fue el fenómeno verdaderamente novedosos de las últimas cuatro décadas; el pos 11S con el despliegue del Proyecto de Nuevo Siglo Norteamericano y su posterior empantanamiento; Lehman y Gran recesión; y finalmente el surgimiento de China como actor desafiante.
Me gustaría profundizar un poco más y ser más específico en términos de qué elementos del análisis de Lenin considerás que han sido reemplazados por desarrollos posteriores.
Lo que creo es que son otros los problemas que tenemos que enfrentar. Los aspectos en los que el libro de Lenin fue “superado”, si queremos aplicar este término, tienen que ver sobre todo con nuevas condiciones históricas que se han desarrollado. Por ejemplo, el capital más concentrado, lo que Lenin siguiendo a Hilferding llamaba el capital financiero, hoy con las llamadas cadenas globales de valor a las que ya me referí, plantea relaciones centro-periferia que son distintas a las que imperaban cuando escribía Lenin, pero siguen caracterizadas por la explotación. El recientemente fallecido François Chesnais publicó hace unos años un estudio muy interesante sobre esto, titulado El capital financiero hoy, que permite aproximarse a cómo es su fisonomía en la actualidad.
Lenin desarrolló su estudio para explicar las raíces de la guerra imperialista, para explicar por qué el imperialismo había llevado a la degeneración del reformismo socialdemócrata, y para fundamentar el derrotismo revolucionario, para dar cuenta de por qué la guerra iba a conducir a la revolución y los socialistas revolucionarios tenían que tener una estrategia acorde a este pronóstico. Nosotros hoy debemos dar cuenta de cuáles son las tendencias que apuntan a que se preparan nuevos enfrentamientos en gran escala entre las potencias, y en ese marco sacar las conclusiones que se desprenden en un período preparatorio hacia choques más agudos entre revolución y contrarrevolución en un futuro próximo. Pero, como decía antes, veo muchos rasgos de profunda actualidad, en el marco de los cuáles tenemos que pensar los problemas actuales.
Aprovecho tu pregunta para agregar lo siguiente: creo que lo importante es tener en cuenta el método que desarrolla Lenin en ese trabajo. Lo importante es aplicar el método a nuestros problemas contemporáneos. Es decir, investigar un problema de actualidad abrevando críticamente no sólo en los textos de la tradición marxista revolucionaria, como es el caso de El imperialismo: fase superior del capitalismo en el tema que nos ocupa, sino en todas las fuentes de datos de actualidad disponibles, y en la bibliografía marxista y no marxista. Eso es lo que busco aplicar yo en mis investigaciones. A mí me ha servido mucho el contrapunto con los autores que desarrollaron estudios sobre las relaciones de poder en el sistema mundial capitalista en la actualidad. Los autores con los que debato en los textos en todos los casos me resultaron muy estimulantes, más allá del grado de acuerdo o desacuerdo que pueda tener con ellos.
A raíz de los cambios experimentados durante el siglo pasado, ¿qué peso relativo tienen hoy, en comparación con el pasado, los mecanismos de explotación imperialista?
La internacionalización productiva de las últimas décadas condujo a una alteración de la importancia relativa que tienen distintos mecanismos de apropiación y transferencia de valor. La expoliación que tiene lugar a través de las finanzas o los mecanismos de intercambio desigual que caracterizan el comercio mantienen su vigencia, pero la expansión de las cadenas de producción internacionalizadas dio más relevancia a la manera en que, organizando estas cadenas, las trasnacionales se apropian de la porción mayoritaria del valor que se produce en distintos lugares del planeta en los distintos eslabones de la cadena. Las cadenas globales de valor han significado una profundización de la explotación de fuerza de trabajo que realiza el gran capital trasnacionalizado más allá de las fronteras donde se radican sus casas matrices, independientemente de si esta la desarrollan a través de la radicalización de filiales de su propiedad o tercerizando en otras empresas (lo que la literatura define como esquema “arm’s length”).
Lo notable del momento actual es cómo se entrelazan expoliación y explotación, tanto en las “periferias” como en el propio “centro”. La internacionalización productiva permitió desplegar en gran escala lo que el ex analista de Morgan Stanley Stephen Roach definió como “arbitraje global de valor”. Las empresas trasnacionales juegan como nunca con la posibilidad de poner en competencia a la fuerza de trabajo de distintos lugares del mundo. Acá hay un potencial para forjar una unidad más profunda entre los explotados de los países imperialistas y de los países dependientes, pero mientras esto no ocurra, el capital saca provecho de la internacionalización. Agreguemos que la política de los Estados, para atraer inversiones, pasa por ofrecer condiciones laborales más flexibles, bajar impuestos, ser más flexibles en materia de regulaciones ambientales, y otras cuestiones. Esta “carrera hacia el abismo” para competir por inversiones, definida así por las consecuencias ruinosas que tiene para los países que entregan mucho a cambio de poco, ha sido muy provechosa para las empresas trasnacionales.
Finalmente, una cuestión que siempre fue central en la expoliación imperialista pero que se ha potenciado es la devastación ambiental. La industrialización de los países dependientes llevó allí los daños ambientales que genera la manufactura, mientras que se profundizan también los patrones extractivistas de recursos naturales. Todo esto deja una huella ambiental que afecta la calidad de vida, daña la biodiversidad, además de que en muchos casos implicó desplazamientos forzados de poblaciones campesinas o comunidades no integradas a los mecanismos de mercado.
Las potencias imperialistas originales construyeron su riqueza y su poderío militar sobre la conquista colonial y el saqueo de las sociedades precapitalistas. ¿Siguen siendo las únicas potencias imperialistas? En caso de sí, ¿por qué? ¿O hay algunos Estados-nación que hayan pasado de no imperialistas a imperialistas? Si es así, ¿cómo se han sentado las bases económicas de las nuevas fuerzas imperialistas y qué características específicas les han permitido unirse al bando de las potencias imperialistas?
Creo que lo que ha habido es fluidez de los estratos intermedios de la jerarquía internacional. Tenemos países que hasta hace no mucho tiempo eran muy pobres y marginales en la división global del trabajo y que, integrados en las cadenas de valor, como eslabones de las manufacturas o proveedores de materias primas relevantes, han logrado otra dinámica. También tenemos Estados que pueden jugar un rol geopolítico clave y supieron sacar provecho de eso. Como resultado de eso, hubo algunos relevos en lo que teóricos del sistema mundo definen como semiperiferia, y otros, siguiente a Mauro Marini, llaman subimperialismos, y que yo preferí definir como una condición de “dependencia atenuada”. Lo que permite hablar de una dependencia con rasgos atenuados es una mayor capacidad, siempre en términos relativos y en comparación con los países dependientes, para orientar la política estatal en defensa de los intereses de sectores de la clase capitalista nacional, y pujar por ellos más allá de sus fronteras, por lo general dentro de los límites de su periferia más inmediata. Esto convierte en parte a estas formaciones en partícipes de la expoliación de otros países dependientes, pero dentro de ciertos límites y sin que esto implique que dejen de estar sometidas a la presión y expoliación imperialista. Estas formaciones intermedias no operan necesariamente como un “colchón” de las contradicciones del sistema capitalista mundial que por lo tanto contribuyan a estabilizar al sistema. Por el contrario, la posición intermedia puede ser fuente de inestabilidades que los convierten en eslabones débiles. Su relación con los países imperialistas puede ser de más cooperación o antagonismo.
En el selecto club de países imperialistas, es difícil encontrar cambios significativos. Para considerar un país como imperialista, creo que tenemos que considerar que reúna una serie de condiciones. Por empezar, una base económica relativamente diversificada, con al menos algunos sectores muy desarrollados en la comparación internacional, y que compita en los procesos de acumulación a escala internacional de manera más o menos relevante. Hay varios países que cuentan con empresas que logran hacer esto a escala regional, pero no pasan de ahí. Segundo, es necesario que cuenten con capacidad de proyección de poder sobre otros Estados, tanto por la capacidad de traducir el peso económico y financiero que señalé en el punto anterior en herramientas de presión y subordinación, como por sus recursos militares y otras armas de “poder blando” también.
Lo que es notable, a pesar del desarrollo desigual y el surgimiento de nuevos centros de gravedad en la acumulación mundial, es que este club no ha recibido ampliaciones significativas. Los tigres asiáticos han llevado a niveles de riqueza per cápita equivalentes a los de algunos países imperialistas, pero no traducen eso en una capacidad de intervención geopolítica independiente en ninguna medida significativa.
El país que yo sí veo que está consolidando una posición imperialista, lo que vengo definiendo como un “imperialismo en construcción”, es China. Digo “en construcción” por varios motivos. En primer lugar, por el desarrollo desigual formidable, que hace que se trate de la segunda economía del mundo pero con un PBI per cápita que es apenas 20 % superior al de la Argentina, es decir, de país “en desarrollo”. Esto es producto de un desarrollo interno muy heterogéneo, con áreas de alta productividad y otras todavía muy atrasadas. Además, todavía no tiene un despliegue militar internacional considerable, a diferencia de EE. UU. y sus aliados a través de la OTAN. Si uno construye, como hace Tony Norfield, un indicador de poder de los países que toma conjuntamente dimensiones como el tamaño del PBI, el tamaño del ejército, el volumen de inversiones y el peso de sus bancos y su moneda en el mundo, China supera a todos los países imperialistas, con excepción de EE. UU. Pero si excluimos del índice el tamaño del PBI y el ejército (muy concentrado en el caso de China dentro de sus fronteras, repitamos), China queda por detrás de Gran Bretaña o Alemania. Es una situación muy contradictoria la de China, creo yo, porque veo difícil que pueda “acomodarse” como una más entre grandes potencias. Su ascenso viene trastornando los equilibrios internacionales, y todo apunta a un choque directo con EE. UU. y su sistema de alianzas, que la lleva a consolidarse como nueva potencia o le impone una derrota y nuevamente más subordinación. Veo más difícil un escenario intermedio, y por eso propongo esta categoría transitoria de “imperialismo en construcción” o “imperialismo en proceso de consolidación”. Au Loong Yu ha planteado algo similar, y también hasta hace un tiempo Pierre Rousset, aunque este último ahora ve más la consolidación de China como imperialismo.
Me gustaría profundizar un poco más en la cuestión de China e incluir a Rusia en la ecuación. ¿Ocupan estos dos países un papel similar dentro del sistema imperialista global?
Rusia y China tienen una trayectoria histórica compartida; ambos países atravesaron revoluciones que rompieron lazos con el imperialismo, y posteriormente atravesaron una restauración capitalista. Pero las condiciones en que se dio la restauración fueron, no hace falta que abunde en ello, muy distintas. El colapso del régimen, el saqueo realizado por los oligarcas en Rusia y el aprovechamiento que hizo el imperialismo para avanzar sobre los que habían sido los Estados satélites de la URSS, llevaron en Rusia a una situación que no es para nada comparable con la de China. En la última década, otro punto de contacto entre ambos es que son Estados con ejércitos poderosos, un poder nuclear y gran territorio, que están fuera del sistema de alianzas de seguridad de EE. UU., y enfrentados a él. Entran dentro de la misma categoría de Estados “revisionistas” para los estrategas norteamericanos. Pero el lugar que ocupan en el mundo es muy distinto. Todos los países comercian en gran escala con China, el país es prestamista e inversor en todo el mundo. En estas dimensiones Rusia es irrelevante. Donde sí el régimen de Putin ha sido mucho más audaz es en sus incursiones geopolíticas. Estas no solo se desarrollaron en Europa del este. También en medio Oriente, como vimos en Siria. Incluso, el Kremlin fue mucho más abierto que China en sostener al régimen Bolivariano de Venezuela, otra provocación para EE. UU. Y ahora, fue el primer Estado en iniciar una guerra a gran escala en Europa, invadiendo Ucrania. Pero hay en el caso de Rusia una desproporción entre su despliegue militar y geopolítico, y su base material. El grado superlativo de las capacidades militares en relación al lugar que ocupa la formación capitalista de Rusia, el hecho de que es un país que se mantiene por fuera –y forzado a hostilizar a– los entramados de la gobernanza imperialista, y la ascendencia que esto le otorga sobre algunos países de su vecindad inmediata o más lejanos que lo ven como un contrapeso relativo al imperialismo, lo convierte en un caso de dependencia en extremo atenuada. Esta atenuación no se da en lo económico donde su subordinación es más clara. No debemos perder de vista que esta categoría transitoria da cuenta a la vez de una situación en cierta medida fluida y dinámica: en los momentos de mayor disgregación que siguieron a la restauración, Rusia se asomó al riesgo de desmembrarse y descender todavía más en la escala de poder mundial; fue la estabilización y recuperación durante los años de Putin le permitió reafirmar su posición en este estrato de potencias de rango intermedio. El lugar de Rusia va a depender de cómo se desarrolle la incursión militar en curso, y de los costos que esta tenga para el Kremlin en términos económicos, sociales y políticos. La invasión de Rusia es completamente reaccionaria, con la anexión de parte de Ucrania Putin busca reafirmar los intereses de un Estado que actúa en su patio trasero igual que las potencias imperialistas. Del otro lado, el gobierno de Zelenski, desde la ocupación, se aferró todavía más en el apoyo del imperialismo, que sostiene al ejército ucraniano con armamento, apoyo logístico e inteligencia. La única manera en que la guerra no tenga un resultado reaccionario es que las clases trabajadoras de Rusia y Ucrania se levanten, respectivamente contra el régimen opresor de Putin y contra el gobierno de Zelenski que profundiza la penetración imperialista occidental, que es la única forma de enfrentar de manera independiente a la ocupación rusa.
¿Qué podés decirnos del papel desempeñado por otro miembro de los BRICS, Brasil, en América del Sur?
En América Latina, de los BRICS originales los actores relevantes son sobre todo Brasil y China. Ahora, la situación de Brasil es de un liderazgo inestable. Entre otras cosas, porque desde 2013, cuando empezó la crisis del gobierno de Dilma y la operación judicial del Lava Jato, donde actuaron contra el PT jueces con línea directa con Washington, se hizo ver las bases endebles de su autonomía respecto del imperialismo. Después, Bolsonaro lideró como ya mencioné un gobierno alineado con Washington y que desdibujó cualquier intento de liderazgo regional, a diferencia de Lula que había hecho grandes esfuerzos en ampliar la influencia en la región, aunque esto nunca pudo traducirse en verdadera integración regional por la continuidad de los rasgos dependientes durante los gobiernos posneoliberales. Avanzaron las empresas de Brasil en inversiones, reproduciendo siempre los mismos rasgos expoliadores de las multinacionales imperialistas. Más en general, el liderazgo de Brasil en la región siempre fue bastante discutido. Por ejemplo, nunca logró que Argentina acompañara sus reclamos para tener un asiento permanente en el consejo de seguridad de la ONU; Argentina defiende con México el planteo de que haya un asiento rotativo entre los países de la región.
A la luz de lo que has dicho sobre China, Rusia y Brasil, ¿cuál es tu posición sobre el concepto de multipolaridad? ¿Pueden iniciativas como los BRICS o la Iniciativa de la Franja y la Ruta de China ofrecer una alternativa progresista, incluso antiimperialista, para los países del Sur Global?
Sobre la cuestión de la “multipolaridad”, yo no creo que pueda afirmarse que el fortalecimiento de China como uno de los polos en el sistema internacional pueda llevar a una limitación de los ímpetus imperialistas occidentales y generar un panorama más favorable para los pueblos oprimidos, como afirman algunos sectores desde una izquierda “campista”, que toma alineamiento automático contra los países que se oponen a los imperialismos occidentales. El rol de Rusia invadiendo Ucrania, y la manera en que el Estado chino oprime a minorías dentro del país, ya son señales claras de que no hay ningún sentido progresivo, aunque estén enfrentadas a EE. UU. y sus aliados. Solo puede sostenerse esta ilusión si hacemos caso omiso al creciente rol que viene ya ocupando China en la gobernanza de las instituciones que sostienen el capitalismo global. Por ejemplo, en el FMI, que defiende a los acreedores contra los países deudores exigiendo ajustes draconianos cuando ocurren crisis de deuda, es el tercer país a nivel de cuota y derecho de voto. Lo mismo ocurre en el Banco Mundial y otras entidades. China apuesta a la construcción de organismos multilaterales alternativos, como el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (BAII), pero sin dejar de pelear por la incidencia en las actualmente existentes. Incluso, es notable que entre los acuerdos de asistencia financiera que prevén los BRICS, que se presentan como alternativa geopolítica a Washington, se incluye la condición de acudir al FMI para poder acceder a préstamos”.
China es claramente el actor más poderoso del bloque, aunque obligado a negociar con actores que no siempre comparten la mirada de Pekín respecto de los problemas de la gobernanza global. India o Sudáfrica, por ejemplo, tienen una relación de mucha mayor cercanía con EE.UU. que China o Rusia. Brasil, durante los años de Bolsonaro, prácticamente congeló las relaciones con el bloque BRICS, que durante su presidencia estuvo cerca de entrar en punto muerto, al menos en lo que respecta a la participación del socio sudamericano. Tomado de conjunto y más allá de las posturas de los países que lo integran, el bloque BRICS plantea algún nivel de desafío al dominio de Estados Unidos y Europa bajo las banderas de la cooperación Sur-Sur. Uno de los puntos en los que viene trabajando el bloque, aunque los avances son muy incipientes, es en impulsar el uso de monedas nacionales en el comercio y transacciones financieras entre los países, evitando así al dólar y el sistema de pagos SWIFT. Las incorporaciones recientes de países, incluyendo la de Argentina, pueden significar un avance relativo para China, que lidera el bloque. Pero también agravan la heterogeneidad del bloque, ya que países como Arabia Saudita son claramente subordinados a EE. UU. Esto hace que la alianza sea aún débil. Lo que es importante tener claro, más allá de las ilusiones que desde sectores con miradas “campistas” de las relaciones internacionales se suele inferir, es que el desafío que este bloque pueda plantear a las grandes potencias imperialistas –con los límites que ya señalamos más arriba– no lo convierte en un aliado de los pueblos oprimidos. No representan ninguna alternativa de “hegemonía benigna” en el orden internacional. Es necesario romper con el imperialismo y sus instituciones financieras como el FMI, pero sin reemplazarla con la integración subordinada en bloques alternativos impulsados por la potencia en ascenso que actúan de las mismas formas de expoliación económica.
Sobre la Iniciativa de la Franja y la Ruta de la Seda, muchos países que la vieron inicialmente con entusiasmo por la promesa de inversiones para el desarrollo que ofrecía, en los últimos tiempos están reevaluando ese entusiasmo. Se convirtió en otra fuente de endeudamiento soberano considerable para los países, y en muchos casos los proyectos no rindieron lo que prometían. Pekín mismo está reconsiderando muchos proyectos, porque las condiciones de financiamiento empeoraron significativamente en los últimos años y debe afrontar problemas económicos internos que se vienen agravando.
¿Ve alguna posibilidad de tender puentes entre las luchas antiimperialistas a escala internacional? ¿Puede la izquierda avanzar hacia una posición de no alineación con algún bloque, o de neutralidad, sin abandonar la solidaridad? En resumen, ¿cómo debería ser un internacionalismo antiimperialista del siglo XXI?
En cierta medida, se cumple nuevamente lo que decía Marx, de que el capitalismo crea a su propio sepulturero. La internacionalización acrecentada de las últimas décadas, con la que lucró el capital, sienta las bases para un internacionalismo mucho más profundo entre las clases trabajadoras y pueblos oprimidos de todo el mundo.
Lo que creo es que el desarrollo del internacionalismo antiimperialista es inseparable del despliegue de iniciativa revolucionaria de la clase trabajadora.
A nivel internacional, desde la crisis de 2008 en adelante hemos atravesado distintas oleadas de lucha de clases, tanto en los países imperialistas como en los dependientes, y lo que venimos viendo en los últimos años, pos pandemia, es un creciente protagonismo de la clase obrera, donde se ponen en movimiento tanto sectores sindicalizados como de la fuerza laboral más precarizada. Desplegar el internacionalismo antiimperialista de la clase obrera requiere del despliegue de un potente movimiento que tuerza el brazo a las burocracias sindicales integradas a los Estados, que estimulan posturas chovinistas y conspiran contra cualquier solidaridad, en los países imperialistas sobre todo, pero que también ocurre en países dependientes.
Por todo lo que venimos conversando sobre el imperialismo actual, el internacionalismo es una necesidad estratégica fundamental. Los diferentes imperialismos han desarrollado cada vez más instituciones internacionales y mecanismos de intervención al servicio de mantener la opresión de los pueblos y evitar la revolución, utilizando todos los medios a su disposición, políticos, económicos y militares para derrotar los intentos de los trabajadores de expropiar a los capitalistas y construir un nuevo Estado. La experiencia de las revoluciones sociales del siglo XX despejó cualquier duda de que es imposible construir el socialismo en un solo país. Para derrotar al imperialismo, todos los triunfos nacionales que logre la clase trabajadora deben estar puestos en función de la revolución mundial.
El desarrollo del internacionalismo es inseparable de forjar nuevamente, al calor de los combates de la clase trabajadora, la organización revolucionaria socialista internacional, la Cuarta Internacional. Desde la organización que integro, el Partido de los Trabajadores Socialistas de Argentina, que es parte de la Fracción Trotskista - Cuarta Internacional, consideramos que los revolucionarios marxistas tenemos que ir forjando, a nivel de experiencias a nivel de sectores de vanguardia, una tradición que despliegue estas banderas del internacionalismo de la clase trabajadora y los pueblos oprimidos, como preparación fundamental para los combates venideros, y actuamos en ese sentido.
La entrevista original, en inglés, se puede encontrar en este link.
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