Las iglesias católica y evangélica, como otros sectores conservadores, se oponen a la legalización del aborto con la fundamentación de que defienden "la vida". Para argumentar en ese sentido, apenas en los últimos 40 años, hablan de "asesinato" y "bebés" para referirse a lo que, en realidad, debiera mencionarse como "interrupciones voluntarias de los embarazos" y "embriones" o "fetos".
Andrea D’Atri @andreadatri
Miércoles 4 de abril de 2018 14:15
No sólo el cigoto (que es la célula producida por la fecundación de un óvulo por un espermatozoide y posee la carga genética de un futuro ser humano) es una de las manifestaciones de la vida; ¡cada célula lo es porque posee la misma carga genética que un organismo humano desarrollado!
Sin embargo, nadie diría que, por poseer el genoma humano completo, un óvulo incluso no fecundado, un espermatozoide u otra célula de cualquier órgano del cuerpo, son un ser humano. Lo mismo podríamos sostener respecto de los óvulos fecundados, la mayoría de los cuales se abortan espontáneamente, antes de desarrollar su etapa embrionaria.
El debate debiera centrarse, entonces, en qué entendemos por "vida humana".
Imagen microscópica del ovario
Los avances científicos al servicio de la vida humana
Según el desarrollo científico actual, se puede comprobar que entre la primera y la séptima semana del embarazo comienza a crearse la placenta y el líquido amniótico. Comienza el proceso de división celular, alcanzando un tamaño de entre 0,1 y 2 milímetros. A partir de la semana 11 se empiezan a apreciar reacciones a estímulos sensoriales, pero no hay percepción consciente ya que no existen aún las conexiones nerviosas, la médula espinal, las neuronas en el cerebro ni la corteza cerebral, algo fundamental para ser considerado un ser humano. Recién entre las semanas 28 a 30, hay respuestas sensoriales y se registra la primera actividad eléctrica cerebral. El feto puede medir entre 35 y 37 centrímetros. Sólo en esta última etapa, el feto puede alcanzar la autonomía fisiológica que le permite no depender del aporte nutricional y hormonal de la persona gestante.
En todo el mundo se declara muerta a una persona cuando se comprueba que ha perdido en forma total e irreversible sus funciones cerebrales, aunque artificialmente se mantengan su actividad cardíaca y respiratoria.
La Iglesia católica no se opone a esta definición brindada por los avances científicos, que permite además establecer el momento en que expira una vida humana y se puede disponer de los órganos de esa persona ya fallecida para la prolongación de la vida de otro ser humano. Si establecemos que la vida humana cesa con la inactividad cerebral, es comprensible entonces que establezcamos que la misma comienza cuando se inicia esta actividad.
Imagen microscópica del epídidimo, donde maduran y se almacenan los espermatozoides
La Iglesia no está a favor de la vida sino en contra de los derechos de las mujeres
Los dogmas religiosos no se condicen con la realidad ni con las explicaciones científicas; pero en Argentina hay libertad de culto, es decir, que cada quien puede profesar la fe que quiera. Por esa razón, interrumpir voluntariamente un embarazo o no hacerlo, debiera ser una decisión absolutamente autónoma de la persona gestante. Exigimos la legalización del aborto y, esto, en nada afecta la decisión y las creencias de quienes se oponen a interrumpir sus propios embarazos, bajo cualquier circunstancia, por motivos religiosos.
La Iglesia católica se opuso al derecho al divorcio en función de su concepción del matrimonio y la familia; sin embargo, el divorcio se legalizó y eso no impidió que los matrimonios católicos siguieran considerando que "el hombre no puede separar lo que Dios ha unido". La Iglesia también se opuso al derecho al matrimonio igualitario; sin embargo, se legalizó y eso no impide que lesbianas y gays creyentes puedan "vivir en castidad", como recomienda el dogma.
La mayor parte de los abortos se provocan porque no se quiere o no se puede desarrollar ese embarazo cuando, por múltiples motivos, no hubo posibilidad de evitar la fecundación. La Iglesia que se opone al derecho al aborto, ¿no debiera, entonces, ser partidaria de implementar la más amplia educación sexual en todos los niveles de la enseñanza y, además, garantizar el acceso irrestricto a todos los métodos existentes de anticoncepción? Sin embargo, la Iglesia también se opone a los derechos de niñas, niños y adolescentes a la educación sexual integral y a los derechos sexuales y reproductivos que incluye el del uso de anticonceptivos.
Defendemos nuestras vidas y nuestros proyectos de vida
Ninguno de los derechos que conquistamos impide que quienes así lo deseen, puedan seguir viviendo en consonancia con sus preceptos religiosos. Pero la Iglesia pretende imponerse sobre la vida y la decisión de todas y todos. A pesar de sus furibundas reacciones fundamentalistas, seguiremos luchando por nuestros derechos.
Por eso denunciamos el lobby que hace la Iglesia en los pasillos del Congreso, para evitar que se apruebe el derecho al aborto. Por eso, junto con el respeto por las creencias individuales de cada quien, exigimos la separación de la Iglesia del Estado y la derogación de todos los decretos de la dictadura militar, aún vigentes, que otorgan abultados salarios a obispos, becas a seminaristas y otras prebendas económicas para el culto católico.
Seguiremos movilizándonos para que se apruebe el proyecto de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto. Por nuestro derecho a decidir, porque no queremos más mujeres jóvenes pobres muertas por las consecuencias de los abortos clandestinos.
Andrea D’Atri
Nació en Buenos Aires. Se especializó en Estudios de la Mujer, dedicándose a la docencia, la investigación y la comunicación. Es dirigente del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS). Con una reconocida militancia en el movimiento de mujeres, en 2003 fundó la agrupación Pan y Rosas de Argentina, que también tiene presencia en Chile, Brasil, México, Bolivia, Uruguay, Perú, Costa Rica, Venezuela, EE.UU., Estado Español, Francia, Alemania e Italia. Ha dictado conferencias y seminarios en América Latina y Europa. Es autora de Pan y Rosas. Pertenencia de género y antagonismo de clase en (…)