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Red Internacional
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Universidad y sociedad. [Entrevista] "El intelectual medieval de estos siglos es un sujeto ‘arriesgado’: asume que su actividad entraña peligros"

Entrevistamos a Corina Luchía, historiadora, docente de Historia Medieval (UBA) e investigadora del CONICET, acerca de los orígenes medievales de la universidad.

Miércoles 8 de julio de 2020 00:22

Foto: La Izquierda Diario

En tu curso de Historia Medieval dedicás un espacio singular al estudio de los intelectuales y el origen de las universidades europeas entre los siglos XII y XIII. ¿por qué aparece este tópico en la jerarquía de problemas que la historia debe analizar al estudiar esa sociedad pasada? ¿Cómo se vinculaba este fenómeno con el desarrollo histórico del feudalismo y qué relación había entre universidad y poderes feudales?

Antes de comentar brevemente el papel que tienen las corporaciones universitarias en la dinámica feudal quiero hacer dos precisiones que tal vez expliquen el lugar que tiene este problema en el programa de Historia Medieval. En una época en Filo se hacían encuestas entre estudiantes sobre el “perfil” de las materias. Y descubrí, confieso que con cierto desencanto, que circulaba la idea -y no necesariamente era una crítica- que nuestra cátedra era economicista. Entonces entendí que, por más citas de Marx, en la carrera, por lo menos en esos años, poco se entendía qué era materialismo dialéctico. Llevaba mucho tiempo presentando en mis clases el formidable movimiento intelectual del siglo XII, la implicancia de la escolástica en el desarrollo del conocimiento crítico posterior, el método de razonamiento que termina por desplazar la razón de la fe por la autoridad de la razón ¡y venía a enterarme que era economicista! Presentar estos problemas me permite no solo abordar cuestiones que son sustanciales desde el punto de vista histórico, sino también dar una pelea contra la vulgata acerca del marxismo.

El surgimiento del movimiento intelectual del siglo XII no responde a “causas económicas”. ¡Sería una aberración plantearlo en esos términos! Pero se inscribe en un contexto material sin el cual es imposible explicarlo. La idea de una Edad Media “oscura”, ¡otro de los clichés con los que hay que lidiar!, indicaba que en el mundo de las ideas no había pasado nada. Sin embargo, los siglos de la expansión feudal, con el desarrollo urbano y la aparición de nuevos actores sociales y políticos, nos muestran un escenario muy alejado de estos lugares comunes. Frente a la memorística cultura monástica de la alta Edad Media, a partir del siglo XII y al calor del crecimiento de las ciudades, los muros de la catedral primero y un siglo después la organización universitaria propiamente dicha sirven de marco de un potente movimiento intelectual que no es ya la repetición de las citas de autoridad, sino la interrogación del texto y la contrastación activa de argumentos. Siempre digo en las clases que en esa interrogación, en esa “quaestio” hay una nueva disposición subjetiva frente al conocimiento, mucho más activa. Las grandes querellas intelectuales de estos siglos son además atractivas discusiones públicas de las que participan en algunos casos muchas personas, como testigos de la capacidad -o no- de un maestro para alcanzar la solución más convincente sobre la cuestión planteada. Son verdaderos combates de ideas, en los cuales sus protagonistas corren un riesgo que en la actualidad ya no tenemos -o al menos no en los mismos términos-; el riesgo del descrédito intelectual, con sus efectos de desprestigio, pérdida de estima social, etc. El intelectual medieval de estos siglos es un sujeto “arriesgado”; no necesariamente un aventurero, pero sí un sujeto que asume que su actividad entraña peligros. Por eso debe esmerarse mucho para que “sus razones” sean superiores a las de sus rivales. La maravillosa figura de Abelardo y la trágica biografía de un hombre que desafía al poder, aún sin proponérselo, me sirve como introducción al problema del origen de la universidad. Y acá encuentro otra justificación del lugar que ocupa este desarrollo en la materia. Estamos en una universidad que conserva muchos rasgos de sus orígenes. Sus rituales, sus gestos de autoridad, sus titulaciones tienen muchos elementos medievales. Es más, la hoy antidemocrática estructura de “claustros” replica esa división propia de los gremios medievales entre maestros, oficiales y aprendices. Y esto me permite explicar por qué la universidad es una corporación más, importante sin duda, pero una de las formas gremiales -en el sentido medieval del término- que surge en plena expansión del feudalismo. El universitario es un hacedor de ideas, con su método, sus materiales, sus instrumentos de trabajo. Y una última cosa que no quiero dejar de mencionar: la universidad desde sus inicios se encuentra en una incómoda situación respecto de los poderes políticos. La iglesia, las monarquías, las comunas urbanas tratan de sacar partido de ella, subordinándola, obteniendo cuadros para sus respectivas burocracias, nutriéndose de “espadas intelectuales” para los combates que las clases dominantes estaban dando, como en el caso de las luchas contra “las herejías”. Durante toda la Edad Media esa relación es de tensión, pero no se despliega todavía como una abierta sumisión; eso sucederá un par de siglos después y por eso la universidad humanista, “al servicio del poder” es la decadencia de la universidad. A veces pienso que la Edad Media no está tan lejos…

¿Qué nuevas ideas e innovaciones intelectuales dirías vos aparecieron en el marco de la universidad medieval?

La escolástica que vemos surgir antes, ya con el antepasado inmediato de la universidad que son las escuelas catedralicias, es sin duda un salto cualitativo en el desarrollo intelectual. Esos combates que mencioné antes, además de la significación política que muchos de ellos tenían, por ejemplo la Querella de las Investiduras acerca de la relación entre el poder temporal y el espiritual -quién inviste de poder a quién, -¿el Papa al emperador?- marcan una disposición diferente hacia el conocimiento, pero sobre todo hacia el “acto de conocer” que está basado en la contradicción. Se piensa desde la contradicción y eso es algo que la dialéctica recibe de la Edad Media, como herencia lejana pero no menos sustancial.

La crisis del siglo XIV es conocida por una de sus manifestaciones, que asoló a gran parte de la población europea y que el presente nos obliga a re-pensar: la famosa Peste Negra de 1348. ¿Qué impacto tuvieron la crisis y la peste en el desarrollo intelectual? ¿había ideas y sujetos críticos de la realidad social?

Agradezco especialmente esta pregunta porque es una de mis obsesiones de cuarentena. Más allá de las distintas interpretaciones sobre las causas y los efectos reales de la peste negra -hoy se discute mucho sobre el grado de afectación demográfica que tuvo en distintas regiones europeas- los discursos sobre la peste y las estrategias para enfrentarla son de un enorme interés para pensar la situación actual.

Un dato histórico significativo: la primera reacción de las clases dominantes ante el acecho de la peste fue la huida. Las elites huyen de las ciudades tratando de protegerse; esto, por ejemplo, lo advertimos en los vacíos documentales que encontramos en las actas municipales de distintas ciudades europeas. La enfermedad impacta diferenciadamente sobre los distintos sectores sociales. No podía ser de otro modo. Esto me resulta significativo porque la epidemia no es un fenómeno biológico; no solo por sus causas sino fundamentalmente por sus consecuencias, la epidemia es un fenómeno social e histórico.

En principio hay algo sorprendente en el lugar que los diferentes saberes tenían en el modo de pensar y de actuar frente a la “pestilencia”. Ya a mediados del siglo XIV las universidades estaban consolidadas y constituían centros de poder. De manera que parecería imposible pensar que sus elaboraciones no tuvieran un papel central en las formas de abordar la pandemia. Sin embargo, todo indica un contraste inicial entre lo que denominamos “saberes prácticos” y los “saberes eruditos”. Si uno analiza las medidas sanitarias que toman los gobiernos urbanos, la “opinión” de los médicos universitarios no es decisiva. En la polémica sobre la forma de transmisión de la peste vemos dos posiciones: los contagiosistas que sostenían que la transmisión se efectuaba de persona a persona y los aeoristas que pensaban que era “el aire corrupto” el que en contacto con el cuerpo humano difundía la enfermedad. Lo curioso es que los gobernantes se inclinaron por la primera de las explicaciones que era la sostenida mayoritariamente por los “especialistas” no universitarios, y por eso apelaron a métodos tan “novedosos” como la cuarentena y el aislamiento de los enfermos. Pero hay algo más interesante, la puesta en práctica de los dispositivos de control de la epidemia fue lo que llevó a conciliar ambas posturas y a reconocer que el agente transmisor estaba tanto en el aire “pestilente” como en los cuerpos infectados. No disponían desde ya de los avances de la biología moderna, ni de los estudios que en el siglo XIX identificaron el bacilo que provocaba la enfermedad. Pero me interesa especialmente la relación entre conocimiento y poder, porque precisamente los médicos universitarios del siglo XIV eran los más influenciados por el pensamiento teológico…y aunque faltarán varios siglos para que ese pensamiento sea efectivamente desalojado del centro de la explicación del mundo, las necesidades prácticas estaban por encima de la adhesión al dogma.

Y esto me lleva a las condiciones históricas en las que se produce conocimiento. Veo con preocupación cómo la ciencia actual encuentra obstáculos que se tienden a naturalizar. Si en los albores del capitalismo, la burguesía revolucionaria supo dar un salto cualitativo frente a un modo religioso de comprender lo real y la ciencia ha producido avances notables; el agotamiento de este sistema y la decadencia de su clase dominante no solo produce efectos devastadores que se expresan en catástrofes naturales y humanas de alcance planetario, sino que ese agotamiento también marca los límites de una producción de conocimiento que está objetivamente, más allá de las buenas intenciones, al servicio de la lógica ciega e irracional del capital. No ser plenamente conscientes de esto y sobre todo abstraer la producción científica de las condiciones materiales en las que los trabajadores de la ciencia desarrollan su tarea es muy peligroso porque situaciones como la que estamos viviendo es muy posible que se repitan, y tal vez de manera más dramática.

Cuando la iglesia dejó de “dar respuestas”, la Ilustración y el positivismo posterior vinieron a darlas. ¡Y en su momento las dieron! Hoy lamentablemente la “crítica” proviene de los sectores más reaccionarios que son una caricatura, o, mejor dicho, “la farsa” de Marx, de aquellos que en plena peste de 1348 querían conjurar la peste flagelándose para redimirse del castigo divino. La historia debería estimularnos para pensar una crítica radical que no puede ser otra que la de poner el conocimiento al servicio de la humanidad y no del vampiro que chupa la sangre, ¡aunque tenga Covid!

¿Cómo pensás que puede interpelar el análisis de la universidad medieval al estado actual de nuestra universidad atravesada por la crisis social que pone de manifiesto la pandemia?

No sé si “la universidad”, porque eso implicaría pensarnos como como un “todo homogéneo y armonioso” y por suerte no lo somos. Pero sí creo que quienes consideramos que la pandemia expresa los límites de un sistema social que no puede ofrecer más que “muerte” en sus distintas formas, como precarización, exclusión, enfermedad, destrucción del planeta, tenemos que hacer todos los esfuerzos para dar la batalla en todos los campos. Leí hace poco un trabajo de Lazzarato que decía algo así como que el capitalismo pone en riesgo “todo lo viviente” y me pareció muy gráfica esa idea. La cosa frente a la vida.
Desde que comenzó la pandemia no pude dejar de pensar en esa idea de Lenin sobre cómo en tiempos críticos como el actual, de “catástrofes”, la realidad, la historia, explican lo que puede considerarse un dogma. Pese a la tragedia que implica este proceso y las consecuencias nefastas que tendrá la pospandemia para las masas trabajadoras en el mundo, creo que es urgente dar esa batalla. Y acá me parece que las y los investigadores y las y los intelectuales, las y los universitarios tenemos que asumir en qué trinchera estamos.

Entrevistaron: Damian Andres Rivas y Agustín Grubisíc