Warren Montag (Los Ángeles, 1952) es profesor de literatura británica y filosofía política en el Occidental College de Los Ángeles (Estados Unidos). Es también uno de los principales especialistas en el ámbito de los estudios althusserianos, editor de la revista décalages y autor de diversos libros como Althusser and his contemporaries. Philosophy’s perpetual War (Duke University Press, Durnham &London, 2013) y The Other Adam Smith (Stanford University Press, 2014), escrito junto con Mike Hill, entre otros.
Formó parte de un colectivo identificado con las ideas de Ernest Mandel (1976-1978) y luego de las organizaciones Workers Power (1978-1985) y Solidarity (1985-1990), integrando el comité nacional de esta última.
En esta entrevista nos da su visión sobre los recientes eventos en Estados Unidos, la situación de los partidos del establishment y la política que debería llevar adelante la izquierda.
¿Cuál es el significado de lo que ocurrió el miércoles en el Capitolio y qué impacto puede tener en la situación política?
La movilización para revertir los resultados de la elección presidencial de 2020, que culminó en el asalto al edificio del Capitolio, ha sido observada simultáneamente como un risible bestiario de la extrema derecha y como una "insurrección". De hecho, no fue ninguna de las dos cosas. Su significado tiene más que ver con lo que nos dice que con lo que logró o intentó lograr. Mostró una multiplicación de las fuerzas de la extrema derecha a través de la consolidación de una cantidad de movimientos anteriormente distintos, en un frente único efectivo contra la tiranía del uso obligatorio de barbijos, las vacunas y la amenaza inminente del socialismo que pronto impondrán Joe Biden, Nancy Pelosi y Chuck Schumer. Con la excusa de que Biden fue elegido solamente por un masivo y sistemático fraude (más allá de que sus márgenes de victoria fueron de más de 7 millones de votos), una coalición de supremacistas blancos, neonazis, milicias privadas, recientemente ampliada a los activistas antivacunas y los negacionistas del coronavirus politizados en los movimientos anticuarentena y antibarbijos, intentaron forzar al país para que aceptara que Trump es el verdadero ganador de la elección presidencial. Inicialmente, este movimiento fue concebido como auxiliar de un prioritario esfuerzo legal por parte de Trump y una sucesión de equipos legales para lograr la nulidad de la elección, un medio para presionar a los funcionarios de cada uno de los estados para apoyar las denuncias de fraude. Pero como la campaña legal era crecientemente rechazada por los republicanos y la certificación de la victoria de Biden era casi segura, Trump, con el apoyo de un número significativo de políticos derechistas, convocó al ala "militar" del movimiento a Washington DC para intimidar a los miembros del Congreso y que se avinieran a investigar las ya refutadas denuncias de fraude electoral masivo. Él esperaba, a través de un aumento de las amenazas y hostigamientos, obligar a las mayorías en la Cámara y el Senado para que declarasen fraudulentos los resultados de la elección y afirmaran que de hecho él la había ganado.
No está claro aún qué es lo que las fuerzas pro-Trump habían planeado exactamente hacer cuando vencieron las defensas del Capitolio. De mínima, los más disciplinados de los grupos que participaron intentaron confrontar a los más influyentes entre los opositores a Trump. Hay evidencia tanto de comunicaciones que fueron interceptadas como de videos y fotos, de que al menos algunos de los que entraron en el edificio intentaron tomar rehenes, y algunos hablaban de "ejecutar a los traidores". Pero lo que sí está claro es que Trump o miembros de su administración, así como la policía del Capitolio, intervinieron para evitar el uso de las tropas de la Guardia Nacional en el rescate de los funcionarios que estuvieron escondidos en oficinas y habitaciones reservadas por lo menos durante dos o tres horas. A esto se suma, una cantidad de guardias que fueron observados dejando a los manifestantes dentro del edificio e incluso abriendo algunas oficinas específicas que luego fueron saqueadas.
No hay dudas de que en el corto plazo, que el espectáculo consiguiente benefició a los demócratas que ya habían logrado ganar tanto la Cámara de diputados como la de Senadores. La decisión de Trump y de aquellos que lo acompañan de utilizar tácticas sacadas del repertorio del fascismo (más allá de si definimos o no a este movimiento como fascista, neo-fascista o como otra cosa) ha fracturado al Partido Republicano, con un segmento creciente que se opone a Trump sobre la base de su derrota electoral, más que por las políticas que promovió, y por la sensación también creciente de que su inestabilidad psicológica y su exigencia de lealtad absoluta estaban causando un caos en el partido y en el gobierno más en general.
En oposición a la fracción anti-Trump, un grupo bastante grande que incluye varios de los más nuevos y jóvenes miembros del Congreso ha declarado su total alineamiento con Trump: crecieron con el Tea Party (la oposición de extrema derecha a Obama) y Trump, son más abiertamente racistas y tienden a pensar la política en términos de conspiraciones, sean las que difunde la popular red QAnon o nuevas variaciones del tema de la dominación mundial de los judíos.
Luego de que fue retomado el Capitolio, miembros de esta fracción (y quienes los apoyan en los medios de comunicación) argumentaron que la ocupación había sido llevada adelante por Antifa (grupos antifascistas, NDT) disfrazados de "patriotas". Mientras perdieron varios apoyos después de la debacle del 6 de enero, un sorprendentemente mayor número en el Congreso se mantuvo firme y siguió diciendo que la elección fue ilegítima y que Trump tenía que retener la presidencia. Entre estos dos polos hay un grupo grande, dirigido por Trump políticamente, pero no dispuesto a seguirlo por el camino del dominio autoritario, especialmente luego de que dio su apoyo cada vez más abierto a la violencia.
La división en el partido es hoy muy significativa y se volverá cada vez más profunda en el próximo período, al mismo tiempo que se inician las investigaciones sobre el asalto al Capitolio.
Este cisma beneficiaría los demócratas si tuvieran la capacidad y aún más el deseo de tomar ventaja del mismo; los primeros pocos meses de la mayoría demócrata en el Congreso serían los más propicios para pasar el Green New Deal o el Medicare para todos. Una jugada así, sin embargo, es muy improbable; es más probable que el liderazgo neoliberal del partido demócrata intente una alianza con los republicanos anti-trumpistas, dirigida tanto contra su propia ala progresista como contra los republicanos trumpistas.
¿Qué son estos movimientos de derecha y qué rol puede jugar el "trumpismo popular" en el próximo período?
El movimiento de Trump (que no es idéntico o no se limita al Partido Republicano), a pesar de las apariencias, de hecho ha logrado algo más significativo que el fracaso de su intento de frenar la certificación de la victoria electoral de Biden. Ha demostrado su habilidad para utilizar variados grados de fuerza según la situación lo demande y por lo tanto su conocimiento de las tácticas (en acciones ampliamente filmadas y reproducidas en las redes sociales). Igualmente importante es que ha mostrado el apoyo que puede lograr por parte de las fuerzas policiales incluso en la capital del país. Lejos de sentirse derrotados, los participantes, que se fueron del Capitolio cuando eligieron hacerlo, estaban exultantes después de la acción, celebrando de manera muy visible en los bares de los hoteles alrededor del D.C.: saben bien que las escenas que shockearon a los progres de mediana edad, les traerán nuevos reclutas, y que el despliegue abierto de racismo y anti-semitismo impactará sobre un número significativo de jóvenes y no tan jóvenes hombres blancos como un valiente desafío a las normas sociales "anti-blancos". El hecho de que muy pocos fueran arrestados o lesionados, en un contraste absoluto con la brutal respuesta contra quienes participaron de las manifestaciones del Black Lives Matters, quienes no habían hecho nada más que una marcha en la calle, solo puede aumentar el atractivo de este movimiento para el público al cual apunta.
Los recientes esfuerzos para exponer la supremacía blanca y oponerse a ella en la práctica, en la calle, en las escuelas y los espacios públicos, sobre todo en las manifestaciones de Black Lives Matters durante mayo y junio de 2020, por su tamaño y la diversidad de sus participantes, resultaron ser una amenaza para quienes están empeñados en "la defensa de la Raza Blanca". Black Lives Matters y Antifa, hoy los principales blancos de las organizaciones de combate blancas y nacionalistas, han sido tan calumniados regularmente en los medios de comunicación de derecha que ciudadanos de las amplias áreas rurales habitadas mayormente por gente blanca recientemente levantaron barricadas para prevenirse de una invasión de "los comunistas de Black Lives Matters".
La defensa de las formas materiales del privilegio racial no es el único objetivo de este movimiento. A pesar de autoproclamarse como revolucionario, ha actuado consistentemente de manera concertada con los objetivos del capital, especialmente durante la pandemia. Las organizaciones supremacistas blancas rápidamente organizaron manifestaciones contra la cuarentena y contra el uso de barbijos que ayudaron a "mantener andando la economía", prolongando y agravando la pandemia. Su insistencia en que la pandemia era un invento o no era peor que una gripe le quitaron validez a las demandas de los trabajadores y las trabajadoras de la primera línea; médicos, enfermeras y trabajadores de los hospitales fueron amenazados y atacados por perpetrar la "mentira" del Covid.
De manera similar, trabajadores de los negocios de comida en todo Estados Unidos, han tenido que enfrentar la violencia por pedirle a los clientes que utilicen el barbijo, mientras los servidores públicos de la Salud han recibido amenazas de muerte constantes. De hecho, la pandemia proveyó de ímpetu a la convergencia y la movilización de tendencias hasta ese entonces divergentes, como señalaba antes, en una nueva fuerza, más poderosa y más reaccionaria: la derecha de los evangélicos, anti-cambio climático y movimientos anti-vacunas, las organizaciones racistas tradicionales y las emergentes, las milicias anti-gobierno y QAnon.
Una encuesta realizada el día después del asalto al Capitolio revela que el 45% de los republicanos aprueba la acción y cree que Trump debe ser impuesto como presidente por la fuerza, mientras que un 43% se opone o al menos no apoya el uso de la violencia para lograr ese objetivo. La extrema derecha ha creado así una base de cerca de 30 millones de personas, un número creciente de los cuales explícitamente rechazan el principio de la democracia y están listos para aceptar un dominio autoritario. Tenemos suerte de que el objeto de su veneración está inhabilitado por su narcicismo y su deterioro cognitivo. Es solo una cuestión de tiempo, sin embargo, para que un nuevo Trump emerja, menos delirante y más competente; el camino de la instalación de un régimen autoritario contra la voluntad de la mayoría del electorado se encuentra hoy bien delimitado; los medios para evitar o pasar por arriba de los pocos recaudos legales en oposición a los consuetudinarios. Trump identificó todos los puntos débiles del sistema electoral que, con la ayuda de un movimiento de masas enojado y armado, pueden ser explotados para permitir que un perdedor en una elección emerja como victorioso.
Como en el caso del fascismo italiano en los años ’20 y el nacional-socialismo alemán entre 1926 y 1933, el éxito en su tentativa requiere del movimiento de masas para crear una atmósfera de miedo e intimidación para mover políticos y jueces hacia sus objetivos.
¿Qué política deberían llevar adelante la izquierda, los movimientos de lucha contra el racismo y las organizaciones obreras?
La izquierda, concentrada en la DSA (Democratic Socialists of America), donde las barreras entre discusiones estratégicas y tácticas son formidables, estaba desorientada desde antes por la pandemia y el desafío de la ofensiva de la extrema derecha contra las medidas dispuestas para parar la propagación del coronavirus. La base más obvia para ese desafío eran las luchas en curso de los trabajadores que sufren la mayor incidencia del Covid-19, desde las enfermeras hasta los docentes, pasando por trabajadores gastronómicos y de la alimentación, para asegurar formas básicas de protección en el lugar de trabajo y, en períodos en los que la infección creció, imponer un cierre general. La izquierda podría haber organizado una campaña de solidaridad a escala nacional que hubiera socavado la bizarra pero efectiva actividad de la extrema derecha.
Por el contrario, buena parte de la izquierda giró hacia el trabajo electoral con la esperanza de nominar a Bernie Sanders como el candidato demócrata y derrotar a Trump sobre la base de un amplia plataforma socialdemócrata. Cuando estaba claro que Sanders tenía menos apoyo que en 2016 y que Biden emergía como el único candidato viable, muchos continuaron el trabajo a favor del Partido Demócrata en apoyo a los candidatos progresivos o por Biden con el fundamento de que Trump era muy peligroso. Este grupo, en su respuesta a la ocupación del Capitolio, adoptó la hipérbole del mainstream del Partido Demócrata y habló de un intento de golpe de Estado por parte de Trump o incluso de una insurrección. Mientras estos términos quizás correspondían a las fantasías de Trump, el uso de la fuerza hubiera terminado con la ocupación muy rápidamente: no planteó una genuina amenaza al orden político de Estados unidos. La definición de los eventos como un golpe, permite a las fracciones rivales del Partido Demócrata (e incluso a una parte del Partido Republicano) unirse para frenar a Trump de hacer un último intento de robar la elección.
La izquierda, que fue instrumental para las victorias gemelas de los demócratas en Georgia y por ende a su mayoría en ambas Cámaras, tiene poco que mostrar por esta labor. El gabinete de Biden representa una vuelta a las políticas de Clinton que ayudaron a Trump a ganar en 2016, incluyendo un énfasis en el equilibrio presupuestario que solo puede empeorar la históricamente sin precedentes desigualdad económica actual. El peligro para una gran parte de la izquierda es transformarse en la fuerza de trabajo del Partido Demócrata sin ninguna influencia significativa sobre la política, como oposición leal que justifica su rol subordinado resaltando el supuesto mal mayor representado por el candidato republicano. El trabajo electoral se vuelve el eje en detrimento de la construcción de organizaciones de trabajadores y de la participación en los movimientos anti-racistas como Black Lives Matters o los de defensa de las personas inmigrantes. De hecho, desde la perspectiva electoral, estos movimientos, con sus demandas "no realistas" y excesivamente radicalizadas, desde Medicare para todos hasta desfinanciar a la policía, se terminan viendo inevitablemente como obstáculos para la elección del mal menor. Esta parte de la izquierda defiende la represión más draconiana de la extrema derecha y la criminalización de diversas formas de protesta y acción de masas, sin tomar en consideración de que esas leyes serán usadas con mucha mayor frecuencia y fuerza contra la izquierda.
La desmovilización que trae la dependencia de la política electoral contribuye al giro a la derecha de la política en general, mientras esperan que el Estado, a nivel federal o local, defienda a la izquierda y las comunidades de color contra la violencia de los supremacistas blancos en el mismo momento en que la colusión de las fuerzas del orden en el asalto al Capitolio ha quedado claro, sería un error muy serio.
Otra tendencia, más pequeña, rechaza la caracterización de la acción del 6 de enero como un intento de golpe o una insurrección, pero minimiza el peligro que plantean las fuerzas que lo llevaron adelante. Un reciente artículo en Jacobin, la plataforma básica de esta tendencia, argumenta que la derecha sufrió una derrota decisiva en el Capitolio, la cual, dada su debilidad e incompetencia, ha neutralizado cualquier amenaza que pudiera representar. En cualquier caso, nunca hubo ni habrá un tipo de fascismo o proto-fascismo porque el único fascismo que existió emergió de un proceso en el cual "nuevos sectores capitalistas dinámicos, especialmente fabricantes avanzados, no pudieron encontrar espacio al interior de las instituciones del Estado existente para expresar su poder político. En respuesta, se volcaron al apoyo y desarrollo de fuerzas radicales - partidos fascistas- que reestructurarían el Estado para acomodarlo a su supremacía emergente en sus economías nacionales" [1].
De acuerdo con este relato, el fascismo en Italia y Alemania se explica como el necesario resultado de la única y simple contradicción entre base y superestructura, más que por el resultado de la lucha de clases, y porque esta contradicción no existe hoy entonces no hay peligro de fascismo. La evidencia: Trump y el trumpismo han sido barridos al mismo tiempo que la clase dominante vuelve al tradicional consenso del Partido Demócrata. El movimiento de Trump es pequeño, desorganizado, una "banda descontrolada" (apoyado, como dicen los autores, por solamente el 45% del Partido Republicano, esto es, por 30 millones de personas) y se ha autodestruido junto con el propio Trump. Exagerar su poder o prestar atención a un ilusorio peligro de fascismo solamente empujaría aún más a la izquierda hacia el Partido Demócrata y a una subordinación de la política socialista a la defensa de la democracia que es en realidad una cobertura para el neoliberalismo.
¿Pero podemos estar seguros de que "solamente" 45% de los republicanos, esto es, 30 millones de personas apoyan lo que ellos mismos creyeron como un intento de forzar al Congreso para que permitiera a Trump seguir siendo presidente? Más importante, y dejando de lado el fácil economicismo que toma el lugar del análisis concreto de la situación concreta, ¿es realmente el caso de que el neoliberalismo sea de alguna forma incompatible con alguna forma cercana al fascismo y cuyo arribo sería catastrófico para la izquierda? Como señalaba más arriba, las movilizaciones de la extrema derecha, especialmente durante la pandemia, sirvieron de hecho a los objetivos del neoliberalismo forzando a retomar la actividad económica y obligando a los trabajadores a elegir entre exponerse al Covid-19 o caer en la extrema pobreza, además de barrer con las demandas de medidas de seguridad. The Wall Street Journal no podría haber conjurado medios más efectivos de lograr sus demandas inmediatas que los anti-cuarentena y anti-barbijos. Esto no significa que la extrema derecha puede ser entendida como un efecto directo del neoliberalismo, el medio que este ha creado para barrer los obstáculos para su propia expansión. Un economicismo de este tipo existe en parte hoy para volver invisibles el racismo y la resistencia contra este, reconociéndole solamente la forma negativa de "políticas de la identidad", una etiqueta que intenta quitarle legitimidad a la lucha contra el racismo. De hecho, el racismo, la islamofobia y el anti-semitismo son cualquier cosa menos invisibles en la extrema derecha: son las bases de la identidad blanca/europea que es tan importante para sus activistas. Mirando la relación de fuerzas al nivel de la calle, la extrema derecha nunca ha sido tan poderosa, nunca ha tenido la capacidad de movilizar la cantidad de gente que vimos recientemente en Washington DC, una ciudad en la que, dos años antes, no hubieran podido organizar con éxito una marcha.
Los eventos recientes han dejado una cosa muy clara: empezar a construir un movimiento anti-fascista y anti-racista amplio depende de quienes no tienen ilusiones en el Partido Demócrata o en la política electoral y de quienes no desean negar o minimizar la amenaza real del fascismo .
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