La presidenta fue recibida nuevamente por el Papa el pasado domingo. Confirmación de un giro conservador del kirchnerismo y un aval que va más allá de lo electoral.
Martes 9 de junio de 2015
Fotografía: www.raicesperonistas.com.ar
La entrevista que tuvo lugar el pasado domingo en la sede del Vaticano entre la presidenta Cristina y el Papa Francisco no puede entenderse solo a partir de la coyuntura política nacional. En la cita, que duró mucho más de lo previsto inicialmente, parecen converger una serie de razones geopolíticas que podrían ir más allá de lo estrictamente electoral.
Aunque resulta evidente que no puede dejarse de lado que el cónclave entre la presidenta y el jefe de la Iglesia Católica tiene una significación política en la escena nacional. En ese terreno se trata de un espaldarazo político. Si el Papa había dicho hace tiempo que había que “cuidar a Cristina”, esta visita a pocos meses del fin de mandato, evidencia una suerte de alianza en los hechos.
El aval no es a la presidenta en sí misma, sino al rol que cumple en la transición política en curso. Ese apoyo no puede comprenderse por fuera del giro político a la moderación que el kirchnerismo inició hace ya tiempo y que hoy se expresa en el creciente peso de Scioli dentro de la coalición oficialista.
El clásico pragmatismo peronista le permitió a CFK girar ante la elección de Francisco y enterrar tensiones pasadas. La moderación posterior se expresará en la aprobación de un Código Civil favorable a las posiciones de la Iglesia y en la negativa explícita –una vez más- a legislar siquiera sobre el derecho al aborto. Ese giro entrañó asimismo un progresivo fin de las críticas hacia el actual Papa por su pasado durante la última dictadura militar, al punto que una referente como Estela de Carlotto llegó a decir que había sido “mal informada”.
Sin estas variaciones en la tónica general del kirchnerismo, seguramente el apoyo del Papa y esta reunión –así como un posible nuevo encuentro antes de fin de año- hubiera sido imposible.
América Latina en el horizonte
Si la moderación política del kirchnerismo era la condición sine qua non para la nueva recepción en el Vaticano, los problemas de la geopolítica mundial no están ausentes entre las razones de esta reunión.
Hace pocos días, el Papa afirmó que en todo el mundo se vivía un “clima de guerra”, al que América Latina se encuentra ajena. Sin embargo, el panorama de la continuidad de la crisis internacional está lejos de permitir otear un horizonte de tranquilidad. Muy por el contrario, en distintos países y a diversos niveles, la crisis internacional golpea y se entrelaza con escenarios de crisis políticas. Venezuela y Brasil son emblemas de esta situación, aunque el desgaste de la figura de Bachelet en Chile o las tensiones expresadas en la elección realizada este domingo en México no son factores menores. En ese contexto Argentina sufre un estancamiento económico y una relativa conflictividad social se expresa en medidas como el paro que se verá en la jornada de hoy.
Poner paños fríos en la región y evitar que las crisis actuales se disparen parece estar en la agenda del Vaticano. El recibimiento a Cristina encaja dentro de este esquema. Los detalles de la visita resaltan la importancia del recibimiento. Por ejemplo el hecho de haber hablado por un período de tiempo más extenso que otras entrevistas, ciertamente emblemáticas, como la de Raúl Castro. Cristina Fernández podría entrar dentro del cálculo del Papado como una figura de peso en la política latinoamericana, capaz de jugar un rol de contención antes crisis sociales y políticas futuras en la región, en alianza con la misma Iglesia.
El origen argentino del Papa funge como un hándicap a la hora de intervenir en la política regional de América Latina. Ya lo evidenció el avance en las relaciones entre Cuba y EEUU, sobre el que hemos realizado una lectura propia desde La Izquierda Diario.
La figura del Papa podría obtener en la región la efectividad que no parecer estar logrando a escala internacional, dado que sus permanentes llamados a la paz no alejan las tensiones geopolíticas en curso, como lo evidencia el enfrentamiento cada vez mayor entre Rusia y Ucrania o los duros combates en Medio Oriente.
Hacia un giro más conservador
En América Latina, los gobiernos denominados “pos-neoliberales”-que emergieron desde fines de los 90’ y a lo largo de la década pasada-, agotaron hace tiempo sus aires progresistas y antiimperialistas. A pesar de los discursos contra las “corporaciones”, el “mercado” o las potencias “colonialistas”, en estos años creció el peso del capital extranjero sobre la región e incluso, en algunos países, se amplió.
La crisis internacional impone escenarios de ajuste que ya empezamos a ver en Brasil y Venezuela. En Argentina este martes asistimos al quinto paro nacional contra el gobierno kirchnerista. Todos sus posibles sucesores, sin hacerlo explícito, admiten la necesidad de un ajuste en la economía. Empresarios y analistas económicos lo dicen sin rodeos: es preciso imponer una mejora en la rentabilidad empresaria sobre las condiciones de vida de la clase trabajadora.
Es para afrontar esos escenarios de mayor crisis social o de lucha de clases más abierta que se prepara la Iglesia. La recepción a Cristina y el recorrido que hará Francisco en el próximo mes, por varios países de la región, buscan apuntalar ese lugar desde el cual convertirse en un factor de peso para impedir o limitar la movilización independiente de los trabajadores y el pueblo pobre.
Cristina Fernández, como buena peronista, sabe del oficio de frenar la lucha de clases en beneficio del capital. En eso comparte objetivos con la milenaria Iglesia católica.
Eduardo Castilla
Nació en Alta Gracia, Córdoba, en 1976. Veinte años después se sumó a las filas del Partido de Trabajadores Socialistas, donde sigue acumulando millas desde ese entonces. Es periodista y desde 2015 reside en la Ciudad de Buenos Aires, donde hace las veces de editor general de La Izquierda Diario.