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Red Internacional
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Historia. Golpe del ‘55: el peronismo acorralado

El 16 de septiembre de 1955, un golpe de Estado derroca a Perón, quien abandona el poder después de más de una década. Discusiones en torno a “hacerle el juego a la derecha”.

Viernes 15 de septiembre de 2023 00:06

Los hechos que comentamos en esta nota buscan hacer un breve análisis de la caída de Juan Domingo Perón como presidente de la república en 1955. Una de las nociones que queremos destacar tiene que ver con las discusiones en torno a “hacerle el juego a la derecha”, justamente es una frase utilizada de manera textual en ese último período del primer peronismo. Si bien nos referimos a esa discusión buscamos aportar algunos elementos para un análisis más integral.

El golpe de estado que derrocó al General Perón empezó el día 16 de septiembre de 1955 y se coronó el 23 del mismo mes con la asunción del General Lonardi como presidente provisional de la República Argentina, dando inicio a la autodenominada Revolución Libertadora que trascendería luego como “La Fusiladora”. Esos son los hechos que cortan con la legalidad del régimen peronista, pero los elementos que se concatenan para este resultado son varios.

La iglesia y los aviones

No se puede explicar el golpe sin mencionar como hecho más cercano y brutal el bombardeo a Plaza de Mayo solo tres meses antes. El saldo fue de más de 300 muertos y 700 heridos. Cómo respuesta a este hecho cobarde, sectores de masas identificados con el gobierno quemaron iglesias expresando una ira que el General Perón y la CGT se ocuparon de pasivizar. La central sindical llamó a un paro “para estar en la propia casa, venerando la memoria de quienes ofrendaron sus vidas para defender la doctrina de Perón” y el mismo Perón pidió “no tomar medidas aconsejadas por la pasión” señalando que “la lucha debe ser entre soldados”.

Bombardeo a Plaza de Mayo, junio de 1955.

Graficando el entrelazamiento con la Iglesia los aviones de los bombardeos de junio portaban la frase “Cristo vence” inscripta en sus costados. Los capellanes del Ejército habían sido correas de transmisión claves en el desarrollo de la conspiración. A esta altura, la Iglesia Católica había pasado del apoyo abierto a Perón en el ’46 contra la Unión Democrática a una oposición declarada lanzándose, mediante la Acción Católica, a la organización de la juventud en competencia con el gobierno y formando además el Partido Demócrata Cristiano que aportaría un nutrido número de comandos civiles armados, apoyo clave del golpe que se ensañarían contra los obreros.
La Iglesia Católica y las Fuerzas Armadas son solo un muestra de un espectro golpista que desde las elecciones del ’51 y las legislativas del ´54 se habían convencido de que no podían esperar derrotar al peronismo en las urnas.

Movimientos de clase

Si bien todos los elementos son claves a la hora de entender el golpe del ´55, hay que ir al conflicto de clases que se movía, cómo placa tectónica, debajo de estos movimientos políticos y militares. La irrupción obrera que había marcado el surgimiento del peronismo en el ´45 le había dado a éste el poder de realizar las reformas que no gozaban de la simpatía patronal pero le permitían gozar del liderazgo sobre la clase obrera. Desde un primer momento, Perón se postuló explícitamente como garante de que la clase obrera no abandonase la membresía a la república burguesa bajo rumbos clasistas y revolucionarios. Pero esa inclusión ciudadana ya no era funcional a las necesidades patronales y la clase trabajadora debía ser degradada, salir del pacto de poder nuevamente. El experimento bonapartista que acumulaba poder y repartía rentas perdía razón de ser.

La emergencia con más fuerza del imperialismo norteamericano, su Plan Marshall que abastecía a Europa para lograr su reconstrucción capitalista iba cercando una economía que todavía se jugaba demasiado en la exportación a Gran Bretaña. Los ingleses, al no permitir la reconversión de su moneda, la libra, no permitían la compra de bienes de capital norteamericanos. El esquema peronista como decíamos empieza a ser disfuncional y en 1952 tiene que buscar un Plan de Estabilización pero, aunque surgen iniciativas al interior del gobierno como la de recurrir a FMI, el esquema resultante de los debates no implica ningún cambio radical, hay algún redireccionamiento hacia las arcas del agro y alguna política de nueva sustitución de importaciones que produce una mejora solo momentánea. Ante la falta de modernización se busca ajustar las tuercas del movimiento obrero y surge el “problema de la productividad del trabajo”.

Es así que el empresariado industrial, agrupado en la nueva central patronal CGE, empieza a disputar la fábrica donde ven demasiado poder en manos de los obreros. Perón había tenido una política de garantizar conducciones de la CGT dóciles pero su control no llega a abarcar el interior de las fábricas donde las comisiones internas son un factor fundamental. En palabras de la propia CGE, las comisiones internas:

“…en forma arrogante se han apropiado arbitrariamente del derecho a aceptar o rechazar las propuestas que hacen las gerencias de las empresas con relación al cambio de métodos, al incremento de la velocidad de las máquinas, a la eliminación de las tareas innecesarias. Rechazan la validez de la sugerencias que se hacen para reducir el personal, incrementar la productividad, introducir un mayor control sobre las tareas, etc.”

Prohibido luchar

Ya consignamos que Perón reacciona con una política de pacificación ante los bombardeos. Pocos meses antes, Perón haciéndose eco de las demandas empresarias había convocado “Congreso de la Productividad” donde la CGE plantearía muchos de los puntos que antes mencionamos pero que terminaría, como era esperable, en una declaración general que no conformaba a nadie expresando un virtual empate. La conducción de la CGT en ese momento, si bien sostuvo una línea en general de no luchar, tampoco podía autoliquidarse como conducción aceptando tamaño retroceso de los derechos de sus afiliados. Por esto el Congreso de la Productividad no podía avanzar, expresaba un equilibrio inestable, indefinido, algo que el bloque de poder de las clases dominantes no estaba dispuesto a aceptar. Sin embargo, la línea de la CGT, alentada por el discurso del mismo Perón, era la de no luchar bajo la lógica de que luchar era ir en contra del gobierno que pedía pacificación y era hacerle el juego a la derecha. Los trabajadores buscaron la forma de continuar la lucha a pesar de no contar con el apoyo de la CGT o de las conducciones nacionales, el trabajo a reglamento o a desgano ya había afectado la producción en el ´54. En la misma época sufrieron duras represiones trabajadores de UOM, del caucho y del tabaco por mencionar algunos.

Congreso de la Productividad de marzo 1955.

Luego de los bombardeos y ante una oposición a la ofensiva, Perón levanta el estado de guerra interna, vigente desde el golpe frustrado del Gral. Menéndez del ´51, y hace otras concesiones exigidas por la oposición, habla del “fin de la revolución” (justicialista). Incluso convoca a la oposición a dar su punto de vista y se choca con el discurso del radical Arturo Frondizi que rechaza la pacificación dejando cada vez con menos sustento al gobierno y alentando, de hecho, el golpe. Perón da un último golpe de timón y el 31 de agosto del mismo ’55 ante una plaza copada por la CGT que cantaba “La Argentina sin Perón, es un barco sin timón” y donde pronuncia aquel célebre discurso del 5 por 1, “ante uno de los nuestros que caiga, caerán 5 de ellos”.

Pero esa amenaza de Perón no es acompañada por una sola acción. Sobrevuela el fantasma de las milicias obreras para enfrentar el golpe, la CGT ante la demanda del activismo obrero le pide armas al ejército mismo que se rehúsa. El bloque golpista, que a esta altura se compone casi por todos los actores patronales, partidos políticos, la Iglesia, las mismas Fuerzas Armadas, sí aprovecha este amague de Perón del 5 por 1 para terminar de convencerse de la necesidad del golpe y galvanizar su frente.

Esta línea de no luchar significó dejar al golpismo avanzar, llevar a cabo su agenda, donde el incremento de la productividad del trabajo basada en una superexplotación obrera, el creciente alineamiento con los EEUU (firma del Tratado de Tegucigalpa), en el mismo sentido el acuerdo con Standard Oil o la Ley de Radicación de Capitales Extranjeros son solo algunos casos para tratar de convencer al bloque de clases dominantes de que se puede adaptar el régimen a las nuevas necesidades del mercado. A esto había que sumarle el freno al reclamo obrero, ese “no hacerle el juego a la derecha”.

Lonardi y Rojas encabezaron el golpe de 1955 que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón.

Las clases dominantes no confiaban en que Perón podría llevar las reformas adelante enfrentándose a su propia base social. Esa base social era la que estaba dispuesta a defender esos derechos que tanto habían costado pero Perón ante todo era un general del Ejército, no estaba dispuesto a dislocar el orden social burgués, hasta aquí había llegado. El régimen a esta altura estaba concentrado firmemente en su figura, a pesar de las combativas comisiones internas, la cooptación de los gremios dejaban una burocracia sindical sabia en evitar la lucha.