Hungría se ha sumado al horror y el patetismo de Rusia al prohibir el musical ‘Billy Elliot’ porque incita a los pequeños “a ser gays”.
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Eduardo Nabal @eduardonabal
Miércoles 27 de junio de 2018
Billy Elliot de Stephen Daldry
Cuando uno oye que determinado producto (en este caso cultural) incita a los niños a ser gays le viene una amarga sonrisa por la cantidad de poderosos e invisibilizados dispositivos que siguen incitando a los niños y las niñas a abrazar la heterosexualidad obligatoria en todos los ámbitos.
En efecto, la Ópera de Budapest ha suspendido las funciones ‘Billy Elliot’ después de que el periódico ’Magyar Idök’ publicara un artículo en contra del musical.
La historia de Billy Elliot es la historia de un adolescente heterosexual que por su afición al ballet debe enfrentarse a los prejuicios cavernícolas de algunas de las gentes que les rodean. Su empuje y el apoyo de otros lograrán que Billy Elliot a pesar del provincianismo mental que flota en su entorno se convierta en un gran bailarín.
La historia toca de refilón la vivencia de la homofobia y el machismo cuando determinadas actividades o profesiones son consideradas propias de un sexo u otro. Todo acompañado de números de baile en que vemos el espectacular progreso del joven protagonista.
Las autoridades o quién sea en Hungría que ha llegado a la feroz posición censora nos hace temer el avance de la extrema derecha y sus manifestaciones sociopatológicas por parte de gobiernos de algunos países del norte de Europa, en este caso Hungría. Una sombra de racismo, sexismo y homofobia que recorre la Europa de los poderosos y que se extiende hasta la homófoba Rusia de Putin con sus ridículas leyes contra la propaganda homosexual y su policía del odio que ha convertido la zona en un lugar nada seguro para el colectivo LGTB llamado al silencio, el miedo y la invisibilidad.
La excusa de la infancia ha servido desde tiempo inmemorial como trampolín de salida para la homofobia institucional y la violencia real o simbólica. No debe quedar rastro de nostalgia a la hora de condenar la homofobia en Rusia, los asesinatos selectivos, la dictadura silenciada, porque eso es servir en bandeja el poder coercitivo a países de extrema derecha.
Durante mucho tiempo el movimiento LGTB ha hecho suya la frase de Emma Goldman “Si no puedo bailar, esta no es mi revolución” para llamar la atención de un sector de la izquierda algo cegata a los males del fetichismo revolucionario construido como impermeable y masculinista.
Todo esto va cambiando y las luchas van de la mano de forma interseccional como han mostrado filmes como “Pride” de Andrew Marcus sobre la unión de los mineros y los activistas LGTB contra el thatcherismo y sus miserias.
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Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.