Un cumpleaños de niñes de ocho años puede causar temores de madre. Pero también puede ayudarte a confirmar tus certezas y afianzar tu lucha.
Lunes 17 de diciembre de 2018 21:15
Imagen Amaranta Colores
Domingo, caluroso domingo. Mi hija, ocho años, fue invitada a un cumpleaños. Qué lindo, ¿no? Un cumple con otres niñes de su edad. ¿Pero por qué tengo semejante nudo en la garganta?
La noche del sábado, cuando la mamá de quien cumple años me preguntó si mi hija iría a la fiestita (pregunta tan simple de responder), di mil vueltas. Al final le dije que seguramente iría.
Domingo, temprano, le pregunto a mi hija si quiere ir. Obviamente me dice que sí. Y nos pusimos a armar su mochilita de unicornio con toalla, protector solar… y una muda de ropa de repuesto.
En un momento de la mañana me escribe una vecina del barrio, que iba a ir al cumpleaños y como tiene auto pensaba pedirle si podía llevar a mi hija. Me dice que irían con la mamá de otra de las nenas y que ella se ocupaba más tarde de ir a buscarlas a todas. Perfecto.
¿Pero por qué sigo con este nudo en la garganta? ¿Que más lindo que un domingo de pileta y cumple para ella?
Le escribo a mi vecina. Le digo que tengo un poco de temor. Que por favor si ella iba a ir más temprano estuviera atenta. Que estoy podrida de que ella tenga que ser mirada, “explicada” (en el mejor de los casos) y que ya había habido situaciones de bullying. Que no tiene por qué pasar por eso. Y que entendía también que no puedo estar presente en todo momento y lugar, que ella tiene herramientas, es una niña fuerte y que sabe defenderse.
Esta mamá, mujer, trabajadora, vecina, es una aliada. Y pienso, cuando termina la conversación, qué importante son estos vínculos de confianza. Porque es así, aunque quiera, no voy a estar siempre para protegerla. Y casualmente (o no tanto) somos las mujeres con mayor frecuencia las que construimos estos lazos.
Sigo. Toalla, ropa y charla con mi hija. “Mamá, mejor me llevo la malla puesta, porque allá capaz con el tema del baño…”, me dice. Le respondo que bueno, “como te sientas más cómoda hija”.
Y llegó el momento de verla ponerse su malla. Y pienso cómo, a su corta edad, por culpa de este sistema binario y excluyente, la realidad es que ella, como niña transgénero, tiene que pensar en qué va a contestar si alguien le hace algún comentario. Esos comentarios que reproducen una lógica machista, patriarcal, en donde no hay lugar a que el género autopercibido sea vivido con libertad y respeto.
“Mami ¿vos vas a venir?”, me pregunta. “No hija, me quedo. Pero si llegara a pasar algo, si te sentís incómoda, les decís que me llamen”, respondo. Se queda mirándome. Y me dice, con esa enorme fuerza que la caracteriza, “yo quiero ir, y si me dicen algo, si empiezan las miradas, les voy a decir ‘¿para qué me invitan? ¿para jugar o para discriminarme?’”.
Una vez más, pese a mis temores y mi bronca porque a sus ocho años tenga que enfrentar situaciones así, siento un orgullo enorme. Porque ha elegido, porque lleva su identidad con entereza, con alegría, con coraje. Porque es en lucha permanente contra todo un sistema. Un sistema al que muchas mujeres, trabajadoras y madres decidimos también enfrentar.
Organizándonos, comprendiendo que no alcanza con conquistar derechos, que la vida merece ser vivida de otro modo. Que el patriarcado y el capitalismo son enormes aliados entre sí pero que nosotras construimos nuestras propias alianzas, especialmente con nuestras compañeras y nuestros compañeros de clase, con quienes compartimos además de nuestra necesidad de trabajar para subsistir la capacidad de, juntas y juntos, ser la fuerza que puede transformarlo todo.
No podemos depositar confianza en otras “alianzas”, según las cuales en las urnas de 2019 se podrán resolver el hambre, la miseria, la explotación y la opresión de millones de personas.
No podemos confiar en quienes, además, nos dicen que no nos enojemos con la Iglesia, esa institución que nos trata de nazis cuando luchamos por dejar de morir por abortos clandestinos, que a las disidencias sexuales las patologiza (recrudeciendo la estigmatización) y que encubre a miles de violadores en sus propias filas.
Muchos de quienes nos proponen esas “alianzas” son responsables de que, junto a cada gobierno de turno, no se apliquen las leyes de Educación Sexual Integral y de Identidad de Género. Y, por si fuera poco, también nos mandan a reprimir cuando defendemos nuestro derecho al pan y al trabajo.
Estamos hartas de que nos digan, desde los centros del poder, que tenemos que conformarnos con la miseria de lo posible. Y porque estamos hartas, y por nuestras y nuestros niñes, damos la pelea y nos preparamos para vencer.