Falleció el hincha de Belgrano. Como ante cada hecho de violencia en el fútbol, brota un sentido común que culpa a “la sociedad” y exige “seguridad”. ¿De dónde surge el problema de las barras?
Augusto Dorado @AugustoDorado
Martes 18 de abril de 2017
Las imágenes son crudas y elocuentes, hablan por sí mismas. Una trifulca –cuyos motivos se fueron aclarando con el correr de los días- finaliza con la caída de Emanuel Balbo, un hincha de Belgrano que estaba en la popular del Estadio Mario Kempes mirando el clásico cordobés ante Talleres. De la caída, impulsada con empujones criminales, se produce la muerte cerebral y finalmente el deceso del hincha.
El hecho aberrante quedó relacionado de inmediato con el tema de las barras bravas y de la violencia en el fútbol. Balbo había sido “acusado” –premeditada y falsamente- de ser hincha de Talleres por Oscar “Sapito” Gómez, a quien todos los medios apuntan como barra de Belgrano. Gómez había causado la muerte del hermano de Emanuel Balbo en una picada de autos y debía afrontar un juicio; el barra se sentía amenazado por los pedidos de justicia de la familia Balbo y aprovechó la impunidad que le ofrece la tribuna celeste para agredirlo.
La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) incluso anunció que podría sancionar a Belgrano de Córdoba. ¿Qué sentido tendría esa sanción? Difícil de explicar.
[COMUNICADO] La @AFA acompaña a la familia de Emanuel Balbo y repudia la agresión ocurrida en el clásico cordobés https://t.co/mTtGi8LMnT pic.twitter.com/GTcNg1aPKl
— AFA (@afa) 17 de abril de 2017
En cada debate periodístico, en las redes sociales, en charlas de café, resonaron frases de sentido común: “es un reflejo de los que somos como sociedad”, “la policía no estuvo para prevenir”, “hace falta más seguridad”, “la justicia tiene que ponerle freno a las barras”, entre muchas otras.
Una generalidad como “es lo que somos como sociedad” no explica nada. Es tan abstracto como los llamados a la “paz mundial” en una época de capitalismo imperialista y en una sociedad de clases antagónicas: esos llamados nunca serán atendidos hasta no abolir este orden social existente para construir uno nuevo.
Pero el problema barra ¿qué solución podría tener? Incluso un espacio muy progresivo como es la Coordinadora de Hinchas (de la que hemos dado cuenta en La Izquierda Diario y difundido sus actividades) consideran que debería trabajarse sobre la “seguridad y la prevención”. Este nucleamiento de hinchas plantea: “volvemos a pedirle a las autoridades nacionales, policiales y deportivas, trabajar en pos de un derecho (…) que vuelvan los visitantes”. Creemos que es un grave error y planteamos una crítica fraterna.
Las barras bravas fueron evolucionando de los años 80 en adelante hasta transformarse en gestoras de múltiples negocios: desde “espacios comerciales” como estacionamientos en los alrededores de las canchas o merchandising, hasta la “banca” a ciertos DT, comisiones directivas de los clubes o jugadores (a modo de ejemplo, hace más de 25 años el entonces DT de Independiente, Pedro Marchetta, gozaba de una llamativa férrea defensa de parte de la barra que imponía a golpes de puño contra la mayoría de la hinchada la aprobación de su trabajo como entrenador; ese rol de las barras se fue mercantilizando crecientemente); pero que incluye también “trabajos extra” como fuerza de choque para intendencias, actos de partidos tradicionales o de conducciones burocráticas de sindicatos como evidenció el asesinato de Mariano Ferreyra en la lucha ferroviaria en 2010.
Las barras fueron acumulando poder –pese a cierto margen de autonomía relativa- a medida que se fue configurando un entramado de complicidad y mutua conveniencia respecto a dirigentes de los clubes, políticos patronales (que cada vez con mayor frecuencia tienen antecedentes de dirigir clubes de fútbol, como el propio Macri), burocracia sindical o caciques de los municipios y gobernaciones. Y también de la justicia y de la policía.
No hay negocio ilegal de despliegue amplio que pueda funcionar sin colaboración directa o indirecta de las “fuerzas de seguridad”. Pero además, la “violencia barrabrava” también sirve para justificar mayor presencia policial en los estadios y el precio de los “operativos”. Es una importante fuente de ingresos para la institución policial que sin esporádicos actos de “violencia en el fútbol” podría ser puesta en cuestión. A la policía le sirven los barras, es evidente.
No hay solución inmediata, pero sí una apuesta a largo plazo: la lucha contra la impunidad y la represión (gatillo fácil, impunidad de los genocidas de la dictadura, muchos de los que aún están en funciones); contra la burocracia sindical (que en incontables casos “forma” cuadros reclutados en las barras); contra la casta de funcionarios y personal político que hace uso del “trabajo extra” de los barras; esa lucha de conjunto debilita el entramado que permite que -ante una posibilidad de venganza personal- un barrabrava pueda encontrar en una tribuna el escenario ideal para sus tropelías.