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Red Internacional
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[Dossier]. La patronal no es la familia, ni le debemos favores

En Donnelley, antes de ser la Cooperativa Madygraf, se dieron importantes peleas por la conciencia de los trabajadores. Es gracias a esta organización lograda que cuando la patronal cerró la planta los trabajadores la pusieron a funcionar. Hoy cumplen 8 años de gestión obrera y pelean por expropiar la planta para los trabajadores.

Domingo 21 de agosto de 2022 14:39

La patronal no es la familia ni le debemos favores

Más de una vez tuve este debate. Incluso con trabajadores que estaban luchando por no ser despedidos, que me decían:

  •  Bueno, a mi me despidieron y es una cagada, pero la fábrica es del patrón y tiene derecho.
  •  El dueño se sacrificó y se esforzó para llegar a donde está. El es el que arriesga su capital.
    Es más común en las empresas chicas, donde hay una relación más directa con los dueños. Los trabajadores podemos verlos pasar, palmeando hombros y comentando sobre algún partido de fútbol. Nos venden que la única diferencia entre ellos y nosotros, es la suerte o el sacrificio. Que gracias a sus padres o abuelos que trabajaron duro para poner en pié una fábrica, ahora nos dan trabajo a nosotros. Y al terminar el día, están esperando que les des las gracias por permitirte trabajar.
    También pasa en las grandes empresas y hasta en las multinacionales… pero con otros mecanismos.

    El trabajador se siente en deuda por tener la oportunidad de tener un trabajo. O sienten que si le cumplen al patrón, el esfuerzo les será reconocido. Pero poco se cuestiona cuál es realmente el origen del capital de los dueños de las empresas. O de qué manera un pequeño taller pudo transformarse en una fábrica.

    El origen del capitalismo

    No es el objetivo de esta nota profundizar en el análisis económico e histórico de este, digámosle, mito. Pero, para simplificar, el desarrollo del capitalismo no sólo estuvo ligado a los adelantos técnicos (como la máquina de vapor) que permitió la producción a gran escala. Estuvo muy ligado también a la apropiación de grandes extensiones de tierra y a arrancar de los campos a los trabajadores que vivían de ella. Familias enteras eran despojadas de lo poco que tenían, y se veían obligadas a trabajar de sol a sol dentro de las fábricas. Incluídos los niños pequeños. En condiciones terribles y por un salario de miseria. Muchos intentaban escapar a esta situación y se dictaron duras leyes contra “el vagabundeo”, que incluía hasta mutilaciones como castigo.
    Asi, poniendo a hombres, mujeres y niños a trabajar en condiciones casi de esclavitud y vivir en condiciones deshumanas… es que los primeros talleres pudieron acumular la ganancia necesaria para ir desarrollando las grandes industrias.

    200 años después…

    Ese origen queda perdido tras herencias, inversiones, intervenciones de capital de los Bancos, acciones, transnacionales… todo cada vez más complejo. Pero cada centavo de capital que se acumula, sigue siendo la ganancia extraída a cada trabajador. Eso no ha cambiado. Con lo cual, más allá del origen, debemos tener claro que la riqueza surge de nuestro trabajo. Y las patronales viven de esa riqueza que se apropian. No son nuestra familia, ni les debemos nada.

    En Donnelley, antes de ser la Cooperativa Madygraf, se dieron importantes peleas por la conciencia de los trabajadores. La necesidad de la unidad fortaleciendo los lazos entre ellos y la confianza en sus propias fuerzas, fue de la mano de romper con esta ideología que nos hace creer que nuestro bienestar depende del bienestar de los patrones.

    Es gracias a esta organización lograda que, cuando la patronal cerró la planta mostrando que poco le importaba la suerte de las 400 familias que dependían de esa fuente laboral, los trabajadores la pusieron a funcionar. Hoy cumplen 8 años de gestión obrera y pelean por expropiar la planta para los trabajadores.

    El campeonato vacante

    Este es uno de los relatos en primera persona, del libro que estamos escribiendo con algunos trabajadores de Madygraf, sobre el proceso de organización de la fábrica Donnelley antes de la toma y puesta en producción bajo gestión de los trabajadores:

    … Un inicio de la organización de la fábrica fue pelear por la asamblea y dejar de ver a la patronal como la familia. La que nos daba el sustento, la que nos daba el trabajo. Deberle el favor a la patronal que era la que reconocía de alguna manera tu esfuerzo, tu sacrificio, y te permitía estar nominado para la próxima categoría. Que capaz que te tocaba y capaz que no. Nosotros discutíamos eso. -Esta bien, nos matamos entre todos pero el que la va a tener es uno sólo. Y ellos, mientras, les sacan el provecho a todos.

    ¿Cómo combatimos eso? Empezamos por las pequeñas cosas. Empezamos a hacer las fiestas afuera de la fábrica. A plantearnos no ir más a los campeonatos que hacía la patronal para mezclarnos a todos los trabajadores y hacer como que éramos una familia. La patronal festejaba todo, campeonatos, el día del niño. Ponía un pelotero gigante y vos jugabas con el gerente de la fábrica… y todos lo dejaban ganar obvio. Entonces empezamos a hacer fiestas paralelas. Al principio veníamos pocos, pero le poniamos toda la onda. Entonces, juntábamos guita y hacíamos rifas de electrodomésticos, hacíamos un gran asado, payaso y pelotero para los chicos. La clave era después volver el lunes y decir a todos los compañeros lo bien y lo copado que la pasamos. Así los compañeros la próxima iban a querer ir a ver qué onda eso.

    El día que en Las Clavelinas no hubo equipo perdedor

    Así llegamos a un punto en que la patronal hizo un campeonato interno entre supervisores, jefes y operarios. Como ya veían cuál era nuestra movida, decidieron ser más ofensivos.

    Era día de pago. En ese momento todavía se cobraba en mano, no estaba todo bancarizado como ahora. Así que para retirar el sueldo, había que ir personalmente a la oficina de Recursos Humanos. Ahí firmabas el recibo y te pagaban. Pero esta vez, junto con el recibo para firmar, te daban una planilla. Muy amablemente te decían, -Anotate acá para el campeonato. Claro, levantabas la cabeza de la planilla y te miraban el gerente y los otros diez que estaban en la oficina. Estaba difícil negarse.

    Cuando se corrió la noticia, los compañeros se nos acercaron para ver qué podíamos hacer. Lo debatimos y resolvimos anotarnos todos. Pero nosotros vamos a hacer un campeonato mejor el mismo día y a la misma hora en Las Clavelinas.Los compañeros lo vivían como una travesura. Una afrenta a esa patronal que se aprovechaba de ellos. Y a la vez sabían que era desafiarla y medir fuerzas.

    Llegó el día. Nos instalamos en las mesas que están junto a las canchas y empezamos a hacer el fuego. Estábamos nerviosos y ansiosos. Imagino a los gerentes y supervisores mirando el reloj también. Transpirando sin haber jugado un solo partido todavía. Contando a cada compañero que llegaba.

    Y así fuimos dando la bienvenida a cada compañero que se acercaba a las mesas con los ojos brillantes de estar dando una pequeña batalla. Un pequeño gesto de rebeldía. Cada botín que pisaba el césped era una patada a la patronal. Cada gol se gritaba con más fuerza. Cada bocado de carne sabía mejor que nunca. Ese día, el 80% de los compañeros fuimos a Las Clavelinas, y el campeonato de la patronal quedó vacío. En Las Clavelinas no hubo equipo perdedor.

    Esa fue una demostración de fuerzas contra la patronal.
    El lunes la patronal estaba rabiosa. Se veía en todo.

    Todos ponían excusas diversas… se me enfermó el hijo, que se yo… pero todos sabíamos que habíamos estado en el otro campeonato. Cada uno la dibujaba como podía. Veíamos pasar a los supervisores y gerentes con el ceño fruncido. Nosotros nos guiñábamos el ojo. Todos como si nada hubiera pasado, saboreando una victoria. Ellos estaban rabiosos porque habían gastado un montón de dinero para hacer una gran fiesta con los obreros, pero los obreros faltaron.

    Nadie amasa una fortuna, sin hacer harina a los demás

    Conmemoramos el 1ro de mayo por el asesinato de quienes peleaban por la jornada de 8 hs. El dia de la mujer se conmemora el asesinato de decenas de trabajadoras prendidas fuego dentro de una fábrica.
    Hoy, las multinacionales están dirigidas por fondos de inversión multimillonarios. Que buscan extraer la máxima ganancia sin importar cómo y dónde. Que especulan a nivel mundial en cualquier mercado. El mismo fondo que hoy invierte en una fábrica, mañana se retira a especular en la bolsa de granos porque da más ganancia. Sin importar que esa especulación hace subir los precios de, por ejemplo el trigo, que es la base de la alimentación de millones en el mundo.

    Esos capitales, no tienen corazón

    “Me pagas la fuerza de trabajo de un día, pero consumes la de tres. Esto contraviene nuestro acuerdo y la ley del intercambio mercantil. Exijo, pues, una jornada laboral de duración normal, y la exijo sin apelar a tu corazón, ya que en asuntos de dinero la benevolencia está totalmente de más. Bien puedes ser un ciudadano modelo, miembro tal vez de la Sociedad Protectora de los Animales y por añadidura vivir en olor de santidad, pero a la cosa que ante mi representas no le late un corazón en el pecho. Lo que parece palpitar en ella no es más que los latidos de mi propio corazón. Exijo la jornada normal de trabajo porque exijo el valor de mi mercancía, como cualquier otro vendedor”

    Romper esta idealización tiene el potencial para el trabajador, de reconocerse como parte de una clase, los desposeídos Y junto con eso, reconocer al patrón como parte de una clase expoliadora de los recursos naturales, humanos, sociales, por su interés de riqueza individual. Dos clases sociales antagónicas, irreconciliables.

    Acompañar esta experiencia con la perspectiva de un cambio revolucionario de la sociedad, que ordene la economía y la producción, el comercio exterior… con fines sociales y no individuales. Por un sistema que contemple el corazón, el pan y las rosas. Es la tarea que todos podemos encarar, desde hoy mismo. Cada día queda más claro que las ganancias del capitalismo las cobra el patrón, y las pérdidas en las crisis las paga el trabajador. Es urgente ponerle fin a este sistema.
    Como decía un cartel pegado en una máquina el primer día de la toma de Donnelley,
    “lo imposible solo tarda un poco más”