El muchacho de la florería no entendió cuando los allegados a Leo no le permitieron que ingresara la corona patronal. Fue Mónica, delegada y compañera de Leo, quien tomó aquella corona de flores rebalsada de cinismo y la revoleó a la calle.
Domingo 15 de marzo de 2015 13:27
Porque la clase obrera no solo vive de conquistas parciales. A la vera de las reivindicaciones de clase subyace una pelea superior por sustituir la cultura dominante. Porque el patrón domina con la disciplina punitiva, pero lleva consigo la ventaja de su propio sentido común. Aquel que naturaliza este mundo de explotados y explotadores; el que predica que todo tiene un precio, todo vale. Su moral y la nuestra, pero la de ellos domina.
De todas las gestas que Leo encaró en la histórica Pepsico, quizás la pelea por el asueto y el derecho al duelo que sus compañeros emprendieron de manera espontánea fue la que unió en un mismo punto el plano reivindicativo con el plano moral. Asueto, nos corresponde ese derecho, pero más irreverente aún fue la decisión de que no importase el descuento avaro del patrón. Ese día las obreras y los obreros no le pusieron precio a sus lágrimas. Ese día la moral dominante de los patrones sucumbió y afloró la moral colectiva de obreras y obreros que no permitieron que aquel día fuera un día más. Leo ya no estaba. No era un día más. Pero la actitud patronal persistió. En su propia moral estaba inscrito, como cosa natural, mandar su corona de flores. Pensaron, quizás, que aquel gesto descontaría un tanto la torpeza de haber intentado que la plusvalía siguiera su curso en medio del duelo.
La peregrinación obrera de compañeras y compañeros de Leo no cesaba, el último adiós a Leo por la esquina de una humilde casa velatoria iba en aumento. El muchacho de la florería no entendió cuando los allegados a Leo no le permitieron que ingresara la corona patronal. Fue Mónica, delegada y compañera de Leo, quien tomó aquella corona de flores rebalsada de cinismo y la revoleó a la calle. El aplauso de la muchedumbre era más que una aprobación, era un gesto de lucha. Porque, incluso en el terreno de los símbolos, las obreras y los obreros debemos dar batalla. No queremos tus flores, porque Leo, que ya no está, hubiese escupido sobre ellas. Y así fue la historia de lucha de nuestro camarada. Escupir las flores marchitas, artificiales, esas del yuyo feo que los patrones entregan a los obreros en formato salarial a cambio de que estos entreguen su tiempo y sus músculos. A cambio de sus propias vidas.
Grandes no son los hombres, sino las ideas que llevan consigo. Y, allí en Pepsico, Leo engendró una batalla dificilísima por aquella idea que brega por la igualdad de clase. No está bien y no es normal que haya contratados. Embriagado de voluntad y al filo de las relaciones de fuerza impidió el despido de una camada de contratados. Leo, que no hacía mero sindicalismo, sabía que aquel triunfo valía más para la moral atemorizada de los efectivos que para los propios damnificados de contratos basura. Consciente, claro, de que los triunfos parciales engrosarían la veta poco nítida (invisible por momentos) de la moral obrera.
Leo, que no hacía mero sindicalismo, formó parte de los Espartaco del neoliberalismo. Tan esencial fue aquel puñado de obreros partidarios para que en la oscura noche de la restauración neoliberal brillara la luz que iluminase el camino de nuevas camadas, que apoyadas en nuevas situaciones y coyunturas pudieran dar el salto a la notoriedad. Leo, que no hacía mero sindicalismo, sabía de comunismo. No había anhelo de venganza en su estrategia. Tenía claro que un mundo sin clases era posible. Que las flores no son un lugar reservado para las coronas de obituario, que la opresión y las angustias se transformarían en bronca organizada. No había anhelo de venganza en su estrategia, él quería la plenitud de la vida para las grandes mayorías.
Y sí, las preguntas seguirán rebotando. Cómo tanta ansiedad vital choca con el hoy y el ahora que nos proponen los capitalistas y que nos produce tanto dolor; cómo sobreponerse. Las preguntas seguirán rebotando. Pero prefiero quedarme con las certezas de su legado. Porque Leo, que no hacía mero sindicalismo, era un revolucionario. Nos dejó un camino rebalsado de flores vitales y hermosas para que sigamos andando.
Y las flores de Leo no son las del patrón.