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Red Internacional
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Tribuna Abierta. Las primeras huelgas en Argentina

"Sin huelgas y lucha constante, la clase obrera sería una masa descorazonada, débil de espíritu, desgastada, entregada". Carlos Marx

Domingo 24 de junio de 2018

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Sólo con la lucha, los paros, las movilizaciones los trabajadores conquistaron y defienden sus derechos.

Varios presidentes/as, políticos, ministros, empresarios, periodistas, han dicho y dicen que las huelgas no sirven para nada. Qué error: la historia de la clase obrera mundial y la de Argentina demuestran todo lo contrario.

Les recuerdo a todos ellos, que en sus constantes enfrentamientos con los patrones, los obreros apelaron desde su origen a una forma novedosa de lucha: la huelga. Esta pasó a ser la acción más apropiada para luchar contra los dueños de las fábricas y los gobiernos.

Es un medio de presión directa, que disminuye las ganancias de los empresarios y permite discutir mejores condiciones de trabajo, aumento de salarios, reducción de la jornada laboral, suspensión de las multas, contra la tendencia de los capitalistas a incrementar sus ganancias mediante la reducción de los salarios, el incremento de las horas o la intensidad del trabajo, o sea la superexplotación.

Con los años el movimiento huelguístico fue adquiriendo fuerza. La gran amplitud y duración fueron rasgos distintivos de muchas huelgas en las décadas finales del siglo XIX, que a menudo se prolongaban semanas e incluso meses.

Las huelgas se constituyeron en escuela de la solidaridad obrera. Las más importantes tenían una amplia repercusión, incluso fuera de los límites del propio país.

“¿Por qué la gran producción fabril conduce siempre a las huelgas? Porque el capitalismo lleva necesariamente a la lucha de los obreros contra los patronos, y cuando la producción se realiza en gran escala, esa lucha se convierte necesariamente en lucha huelguística. (…) entre patronos y obreros existe una lucha constante por el salario: el patrono tiene libertad para contratar al obrero que le venga en gana, por lo cual busca el más barato. El obrero tiene libertad para alquilarse al patrono que quiera, y busca el más caro, el que pague más. Trabaje en el campo o en la ciudad, alquile sus brazos a un terrateniente, a un campesino rico, a un contratista o a un fabricante, el obrero siempre regatea con el patrono, lucha contra él por el salario”.

“La huelga enseña a los obreros a comprender cuál es la fuerza de los patronos y cual la de los obreros: enseña a pensar, no sólo en su patrono ni en sus camaradas más próximos, sino en todos los patronos, en toda la clase capitalista y en toda la clase obrera. Cuando un patrono que ha amasado millones a costa del trabajo de varias generaciones de obreros, no accede al más modesto aumento del salario e inclusive intenta reducirlo todavía más si los obreros ofrecen resistencia, arroja a la calle a miles de familias hambrientas, entonces resulta claro para los obreros que toda la clase capitalista es enemiga de toda la clase obrera, y que los obreros pueden confiar sólo en sí mismos y en su acción unida. Ocurre muy a menudo que un patrono trata de engañar a todo trance a los obreros, de presentarse ante ellos como un bienhechor, de encubrir la explotación de sus obreros con una dádiva cualquiera, con cualquier promesa falaz. Cada huelga destruye siempre de golpe este engaño, mostrando a los obreros que su “bienhechor” es un lobo con piel de cordero. Pero la huelga, además, abre los ojos a los obreros, no sólo en lo que se refiere a los capitalistas, sino también en lo que respecta al gobierno y a las leyes”.

“Así, pues, las huelgas enseñan a los obreros a unirse, les hacen ver que sólo unidos pueden sostener la lucha contra los capitalistas, les enseñan a pensar en la lucha de toda la clase obrera contra toda la clase patronal. Por eso, los socialistas llaman a las huelgas “escuela de guerra”, escuela en la que los obreros aprenden a librar la guerra contra sus enemigos por la emancipación de todo el pueblo, de todos los trabajadores, del yugo de los funcionarios y del yugo del capital”.

La unión tipográfica fue al paro

Es extensa la lista desde aquellas primeras huelgas en las últimas décadas del Siglo XIX.

En 1879, la Unión Tipográfica declaró la primera huelga contra la reducción de salarios. La huelga logro que se acepte lo exigido: que se aumenten los salarios, se redujeran las jornadas a 12 horas y se excluyera a los niños menores de doce años.

La Sociedad de Dependientes de Comercio, en 1880, origen del que sería el Sindicato de Empleados de Comercio, logro que la Municipalidad de Buenos Aires ponga en vigencia una vieja Ordenanza de 1857, que ordenaba cerrar los comercios en días domingo. Inmediatamente los comerciantes e industriales, unidos en el Club Industrial logran, con el apoyo de la prensa, frenar la medida y suspender su puesta en práctica.

Por la crisis económica de 1890, se dio una avalancha de huelgas, por la caída del salario debido a la devaluación de la moneda, y algunas organizaciones obreras exigieron el pago de sus salarios en oro.

A fines de 1881, al organizarse la Unión de Oficiales Albañiles, solicitaron a la Municipalidad de Capital Federal se reglamenten las horas de trabajo. Pidieron 11 horas de trabajo en verano y 9 en invierno. Luego vendría el histórico 1° de mayo de 1890, con los actos y manifestaciones en Buenos Aires, Rosario, Chivilcoy y Bahía Blanca, reclamando las 8 horas de trabajo.

Las huelgas en Rosario

Los registros de las primeras actividades gremiales de los asalariados rosarinos fue una huelga de aguateros, de 1876. Antes de 1890, se produjeron pedidos de mejoras salariales de los conductores de coches y tipógrafos, mientras que al conformarse el gremio de los trabajadores panaderos, este puso en circulación el periódico “El Obrero Panadero”, dirigido por el anarquista Francisco Berri, colaborando activamente Virginia Bolten.

Mientras que en 1887 los ferroviarios crearon “La Fraternidad”, y al año siguiente se produjo la primer huelga del gremio, a principio de enero por la detención del maquinista Smith, que era acusado de atropellar a una persona en el trayecto a Buenos Aires. Exigieron la libertad y el traslado hasta Rosario del obrero arrestado; posteriormente la empresa se hizo eco del pedido, fletando un tren especial para trasladarlo. La segunda huelga, tuvo lugar el 8 de febrero de 1888, a un mes de la anterior, y esta vez el reclamo fue por 8 hs de trabajo y aumento de salarios.

Ferroviarios de Tolosa, Buenos Aires

Mientras tanto otros gremios, se sumaron a los reclamos, y a los pocos días, el 14 de febrero al fundarse el Sindicato de Obreros y Mozos de Confiterías y Establecimientos de Diversión de Rosario, sus miembros declararon la huelga por aumentos de los salarios.

Otro conflicto que conmovió a la ciudad, se produjo en 1889, cuando los empleados de la Empresa Tranwy Anglo Argentina, perteneciente a Mister Ross, el 12 de septiembre declararon el paro, y se sumaron al conflicto en una huelga solidaria los obreros de las empresas de los muelles y depósitos de gas. Hacia fin del año, fueron las costureras las que se declararon en paro, integrando la comisión de huelga Blanca Stella, Bonoria Dipitilli y Matilde Magard

La lucha continuó

Las luchas obreras se desarrollaron limitadas al campo económico-social, por una parte en 1895 fueron a la huelga más de 20 gremios, parando alrededor de 25.000 obreros, una cifra considerable para la época; mientras que en 1896 se dio la huelga que tuvo mayor impacto en la economía y en el gobierno, y fue la protagonizada por los ferroviarios que a mediados de ese año paralizaron los talleres de Buenos Aires, Córdoba, Rosario, Campana, Junín, reclamando se implementara la jornada de 8 horas sin reducción en el jornal. El paro se mantuvo durante 120 días, y el gobierno nacional puso a disposición de la empresa ferroviaria, tanto policías, como bomberos y soldados.

La huelga en refinería

Los obreros de la Refinería Argentina del Azúcar, en Rosario, luego de una reunión-asamblea en el bar “El Atrevido”, decidieron reclamar por el doble jornal por un día feriado trabajado, reducción de la jornada de trabajo -ya que se trabajaba más de 10 horas-, y aumento de salarios, al tiempo que resolvieron conformar el Sindicato de Obreros de la Refinería.

La solicitud fue rechazada por la patronal y a continuación los obreros declararon la huelga el 18 de octubre de 1901.

El periodista y dramaturgo Florencio Sánchez, quien apoyaba los reclamos y había concurrido a las reuniones obreras, redactó la siguiente proclama: “¡A los huelguistas obreros y obreros de la Refinería!: El trabajo rudo y penoso al cual estamos sometidos, los dolores, las miserias y las prepotencias de los patrones nos han obligado a cruzar los brazos. Cansados de vernos engañados y mistificados por unos cuantos holgazanes de levita que en un día de farra gastan el producto que todos los obreros hacemos en varios meses, debemos mostrarnos dignos de ser hombres, defendiendo con energía nuestros derechos hasta que tengamos completa satisfacción de lo que pedimos”.

“¡Obreras y obreros! En todas partes del mundo nuestros compañeros luchan por su bienestar en contra de los usureros de todos los países, demostrando que los explotados no están dispuestos a ceder. La época de los carneros que se dejaban esquilar ha desaparecido. Los patrones tienen esbirros que guardan las riquezas por nosotros producidas; tienen todo lo necesario para resistir: nosotros tenemos nuestros brazos y nuestra voluntad inquebrantable para defendernos y triunfar. Y cuando crean aplastarnos por el hambre, acordemos que el pan y la libertad no se piden, se toman.

¡Soldados! Acordaos que sois hijos del pueblo, que tenéis un machete para castigar a los obreros en huelga, mañana, cuando os echen de los cuarteles y tengáis que recurrir a las fábricas para ganar un miserable mendrugo, vuestros hijos vestirán el uniforme de esclavos y harán con vosotros lo que hoy hacéis con nosotros. Todos somos explotados y por consiguiente debemos unirnos para combatir el capital. ¡Viva la solidaridad obrera! ¡Viva la huelga!”.

El domingo 20 de octubre, cientos de trabajadores se congregaron para protestar frente a la fábrica. La policía resguardaba las instalaciones y el jefe político Grandoli reconoció entre los trabajadores a líderes anarquistas como Rómulo Ovidi y ordenó su detención, desatándose la represión policial, cargando la caballería con sablazos. “En el desbande, Cosme Budislavich corrió hacia lo que hoy es Bulevar Avellaneda, saltando el alambrado de las vías, cruzando una quinta cercana. Luego se escuchó un disparo y Cosme cayó con la nuca perforada por el pesado revolver de un policía, cerca del conventillo conocido como El Atrevido”.

Nunca se esclareció judicialmente el hecho, pero testigos presenciales señalaron como autores de los disparos a dos personas: a Octavio Grandoli, y un policía de apellido Mazza. La policía declaró que Budislavich era el vicepresidente de la “Casa de Pueblo” de Rosario, hecho desmentido por los anarquistas.
El asesinato de Budislavich, de 34 años, fue la primera víctima del movimiento obrero en la Argentina en una represión.

La policía retuvo el cadáver en la morgue y se prohibió toda manifestación pública, para evitar que su sepelio se convirtiese en un acto de protesta o repudio al gobierno.

Los gremios declararon la huelga general para el 23 de octubre, tras una asamblea en la Plaza López, contando con la adhesión solidaria de los obreros de los Talleres Ferrocarril Central Argentino, de Tráfico y Carga del Ferrocarril Buenos Aires, Luz y Fuerza, Agua y Energía, Sociedad de Albañiles, y los obreros yeseros, de molienda, fideeros.

Mientras tanto, la policía procedió a la clausura de la Casa del Pueblo, en Pellegrini y Buenos Aires, donde se velaba al obrero asesinado. La policía reprimió el cortejo fúnebre. Luego, se organizó un acto de repudio, organizado conjuntamente por anarquistas y socialistas. A este último acto asistieron 8.000 personas, entre ellas figuras socialistas y anarquistas como Juan B. Justo, Enrique Dickman, Adrián Patroni y Virginia Bolten. Años más tarde, el pintor Antonio Berni retrataría ese acontecimiento en su obra “Manifestación”.

Cosme Budislavich fue un obrero yugoslavo, que había emigrado a la Argentina en 1899 y se instaló en la ciudad de Rosario. Allí se desempeñó como elevadorista en la empresa Refinería Argentina de Azúcar. Hoy, en Rosario, una plaza lleva su nombre, en Vélez Sárfield y Monteagudo.

Sobre fin de ese año, el 9 de diciembre, se declararon en huelga los estibadores de Rosario. Reclamando “por las condiciones que imponen los contratistas del puerto, por la jornada de 8hs, y contra la reducción del jornal”. Hubo intentos de negociaciones, mediaciones de distintos sectores empresariales, mientras las organizaciones anarquistas declararon la huelga general, por su parte los socialistas no se sumaron a la protesta. Al producirse un acto solidario el 1 de enero de 1902, la represión policial produjo la muerte de los obreros Otto Benetto y Marcos Fernández. “La medida fue languideciendo por un conjunto de circunstancias, choques de la policía con los huelguistas, el hambre que se hacía sentir en éstos, todo contribuyo a sosegar los ánimos y se transo, los huelguistas quedaron con la jornada de nueve horas, se les aumento el jornal 50 centavos y aceptaron quedar con la bolsa de 100 kilos por el año, para que no se perdiera la existencia y no se perjudicara el comercio”.

1902: un año de luchas y protestas

Coincidiendo con la nueva oleada de prosperidad que avanzaba por el país, y una economía que continuaba beneficiando a las clases dominantes, el proletariado inicio una etapa de luchas, aumentando sus reclamos contra la miseria, la desocupación, por el reconocimiento de sus organizaciones sindicales, y la sanción de leyes protegiendo al trabajo. Se multiplicaron los conflictos tanto en Capital Federal, como en Rosario, y en otras ciudades del área pampeana.

Se organizaron las primeras federaciones de oficio, que unían a las sociedades de varias localidades, los portuarios dieron el ejemplo, seguidos por albañiles y cocheros.

Los sindicatos portuarios, de Ramallo, San Nicolás, Villa Constitución, San Pedro, Bahía Blanca, Blanca, La Plata, Avellaneda, Campana, Zarate, etc., realizaron un congreso los días 3 al 7 de abril, y constituyen la Federación Nacional de Obreros Portuarios.

En la ciudad de Buenos Aires, los conflictos los protagonizaron en los primeros meses los marineros, fogoneros, caldereros, mecánicos, peluqueros, fundidores del establecimiento Vasena, cocheros, cambistas y guincheros ferroviarios.

Durante una huelga de obreros panaderos que tuvo lugar en julio y agosto, con el posterior boicot de la Sociedad de Resistencia de la panadería “La Princesa”, se produjo la muerte de dos rompehuelgas, y posteriormente la incursión –por orden de un juez- de la policía causaron destrozos en el local sindical, se procesó al secretario del gremio y varios activistas.

Como repudio a la represión se organizó una concentración que contó con la asistencia de 20.000 personas, siendo los oradores dirigentes socialistas y anarquistas. El acto se realizó en la Plaza Constitución, e hicieron uso de la palabra los dirigentes socialistas Adrían Patroni, Nicolás Repetto y Alfredo Palacios y los anarquistas Dante Garfagnini y Pascual Gualglianono.

Durante noviembre se vivió un clima de gran agitación, cuando el gremio de panaderos llamó a paro bajo el reclamo de una mejora salarial, la disminución de las largas horas de trabajo y mejores condiciones laborales. La respuesta del gobierno fue bastante clara: una brutal represión. Acto seguido y a modo de solidaridad los obreros portuarios porteños paralizaron sus actividades, originando el cese de las operaciones en el puerto de Buenos Aires, el más importante del país y el motor generador de la mayoría de las ganancias del Estado.

Además, los estibadores del puerto de Buenos Aires se negaban a cargar bolsas de más de 100 kilos, exigiendo que su peso no sea superior a los 65/70 kilos.

La Federación Nacional de Estibadores extendió la lucha a otros puertos (Campana, San Nicolás, Bahía Blanca, Zárate, Rosario). Tras una violenta represión en Zárate, con la Prefectura Marítima ametrallando a los obreros, la huelga se extendió a los obreros de la carne y los papeleros.

Si vio la importancia de los trabajadores vinculados a las tareas portuarias, pues la huelga estalló en época de cosecha, con los terratenientes, empresas exportadoras y burgueses intermediarios apurados por despachar los embarques.

Además, los 5.000 obreros del Mercado Central de Frutos de Barracas al sur se sumaron a la huelga el 17 de noviembre, reclamando la abolición del trabajo a destajo, jornadas de nueve horas, entre otros puntos. Las patronales se endurecieron y rechazaron las exigencias, buscando rompehuelgas en las barriadas, y en el interior del país.

Se incorporaron a la lucha los conductores de carros. El puerto de Buenos Aires se paralizó totalmente. Se contaban 5.500 vagones sin descargar.

Ante esa situación, la FOA, con hegemonía anarquista lanzó la convocatoria a la huelga general el 20 de noviembre. Mientras los sindicatos anarquistas empujaban la lucha con decisión, la dirección del Partido Socialista reveló su esencia reformista planteando que la huelga general era “un acto descabellado y absurdo”.

Los sectores dominantes reaccionaron con represión permanente. El clima entre el gobierno y la clase obrera era cada vez más tenso. El gobierno declaraba el estado de sitio, clausuraba los locales sindicales y detenía a los dirigentes obreros.

Fue en esas circunstancias, cuando el Congreso aprobó la primera ley especial para reprimir al movimiento obrero: la Ley de Residencia (ley 4144), que autorizaba a expulsar del país a cualquier “extranjero cuya conducta comprometa la seguridad nacional o perturbe el orden público”.

Las luchas del movimiento obrero, a pesar de las leyes represivas y del estado de sitio, se extendieron por distintas ciudades, se paralizaban los talleres, las fábricas, los negocios, y en varias ocasiones se declaró la huelga general. El proletariado encontró como respuesta de los sectores dominantes durante la mayor parte de este periodo la represión, que cada vez se hizo más dura y permanente.

Las luchas como los reclamos continuaron y fue así que se consiguió que se sancionaran algunas leyes sociales como la Ley 4661, sobre el Descanso Dominical, aprobada el 31 de agosto de 1905, y la Ley 5291 por la cual se reglamentaba el Trabajo de Mujeres y Menores, el 30 de septiembre de 1907.

Más conflictos y más paros

Hacía noviembre de 1904, la Unión Dependientes de Comercio se declararon en conflicto y lograron la solidaridad de la Federación Obrera de Rosario, reclamándose el reconocimiento de la organización de los mercantiles, descanso dominical, jornada de 8 horas, y anulación de las multas. El Partido Socialista se adhirió realizando un importante acto en solidaridad. Al declararse la huelga, fue asesinado por la policía el obrero panadero Jesús Pereira, de 19 años. Inmediatamente la Federación Obrera Rosarina decreto un paro de 48 horas. Durante el entierro del joven operario, se produjo una inusitada represión con muertos y heridos. Por ese motivo la Federación Obrera Regional Argentina, convoco a la Huelga General para el 1 y 2 de diciembre, siendo uno de los ejes de la protesta además el pedido de derogación de la Ley de Residencia.

La huelga general en solidaridad con los carreros y cocheros, con la participación de 25 sindicatos, fue nuevamente decretada en 1907. La falta de transporte fue total, la represión fue en aumento, y se militarizo la ciudad. Los sectores empresariales se movilizaron, y de un informe de la delegación de la Bolsa de Comercio de Rosario que entrevisto al gobernador Echague, se puede verificar el clima social reinante “Otra originalidad de esta huelga es la de que ante la insuficiencia de fuerzas, el público y las empresas se ven obligados a reconocer la autoridad del comité de aquella. Tan es así, que los que tienen que conducir los restos de algún deudo al cementerio, para no ser atajado en el camino solicitan autorización previa al Comité de huelga o a la Federación Obrera. Para que los tranvías de tracción a sangre que van a Alberdi circulan sin novedad fue necesario también el consentimiento de los huelguistas. Algunos particulares para poder transitar con sus vehículos pidieron la venía a los huelguistas, siendo unos atendidos y recibiendo otros un “No ha lugar”. De hecho están los huelguistas erigidos en poder público”.

La huelga de las escobas

Un gran conflicto fue el de los inquilinos, en 1907, que comenzó en Buenos Aires, y tuvo gran repercusión en otras ciudades.

La reacción devino frente a los reiterados e inconsultos aumentos en los alquileres, cuyos antecedentes se habían dado en la última década del siglo XIX, cuando se intentó formar una Liga de Inquilinos contra los propietarios, para lograr una rebaja efectiva en los mismos.

En agosto de 1907, la Municipalidad de Buenos Aires decreto un incremento en los impuestos para 1908. Los propietarios de las casas de inquilinato subieron los alquileres para anticiparse a los hechos y cubrir los nuevos desembolsos. Frente a esta decisión los inquilinos de un conventillo, rehúsan pagar el alquiler. Pronto, otros conventillos imitan la actitud y presentan a los encargados pliegos de condiciones en los que solicitan rebaja de los alquileres y mejoras en las condiciones de la vivienda.

Los inquilinos que propiciaron la huelga formaron un comité central, buscando nuevas adhesiones. Se impulsa desde allí la propaganda a favor de la medida y la conexión con los comités que se forman en los diferentes barrios de la ciudad. El movimiento fue creciendo, y pronto casi 500 conventillos se sumaron a la medida de fuerza y después de octubre de 1907 se forman comités en zonas del Gran Buenos Aires como Lomas de Zamora y Avellaneda. El movimiento se extendió a Rosario, Bahía Blanca, Mar del Plata, Mendoza y La Plata.

Por las calles porteñas se sucedieron marchas de niños con escobas al hombro "para barrer a los caseros", y recorrían las barriadas de un baluarte de la inmigración como era la Boca y otras zonas, en busca de adhesiones al movimiento huelguístico, que se extendió hasta fines de 1907.

En Rosario, a fines de septiembre del mismo año la "Liga Pro Rebaja de Alquileres", que concentraría el descontento de miles de hombres y mujeres condenados "a la más inicua de las explotaciones, la del alquiler desmedido", como consignara el diario anarquista "La Protesta". El apoyo de un sector del periodismo rosarino, en especial de "El Municipio", pareció otorgar posibilidades de éxito al movimiento, que tenía como protagonistas "a los explotados que dan la sangre por el progreso nacional y el enriquecimiento particular y a quienes ni siquiera se les da el pan y el techo que necesitan", afirmaba el diario dirigido por el radical Deolindo Muñoz.

La prensa anarquista, como "La Protesta" y otros diarios como "El Tiempo", reflejarían de modo permanente la adhesión que la huelga conseguiría en Rosario. El 3 de octubre de 1907, este último señalaba que "están bien encaminados los trabajos para promover en esta ciudad una huelga de inquilinos; hoy ha sido presentado a los propietarios y encargados de conventillos un pliego de condiciones".

Las demandas se sintetizaban en una rebaja del 30 por ciento sobre los alquileres vigentes; higienización de las habitaciones de los conventillos a cargo del propietario; eliminación de los pagos por adelantado y de las garantías, y seguridad de que no habría desalojo de ningún inquilino por el hecho de haber participado de la huelga. Los inquilinos amenazaban con no pagar los alquileres hasta que sus pedidos no fuesen aceptados.

Entre el 7 y el 10 de octubre, "La Protesta" anunciaba que la huelga de inquilinos iba adquiriendo mayor dimensión. El 7 se leía: "Pasan de 30 los conventillos en huelga en la ciudad de Rosario y puede calcularse en más de un millar el número de inquilinos que toma parte en el movimiento. Son varios los propietarios que han entablado demanda de desalojo contra sus inquilinos por falta de pago". Tres días después se informaba que "Se han adherido a la huelga los moradores de unas 130 casas de inquilinato. El movimiento es muy compacto en los barrios rosarinos de La República, Sunchales, Talleres y adyacentes. La primera ciudad importante que respondió al movimiento fue Rosario. Desde entonces hasta ahora se han venido celebrando frecuentes asambleas, todas ellas concurridísimas".

El diario consignaba sin embargo algo que no era de extrañar: "Pero si bien el Rosario se distingue por sus movimientos conscientes, también se distingue la policía, dispuesta a intervenir en contra de los obreros. El domingo, el Comité Pro Rebaja de alquileres invitó al pueblo a una gran conferencia; cuando los oradores no habían concluido de hablar, hizo irrupción la policía disolviendo la pacífica reunión a sablazos...".

Mientras en "La Protesta" se podía leer: "¿Desalojos? ¡Agua hirviendo! Todas las armas son buenas en épocas de guerra; y nadie puede decir que no estamos en plena guerra contra la explotación y la usura. ¡A defenderse, pues!".

La huelga de inquilinos de 1907 fue una de las protestas más importantes en los inicios del siglo XX, ya que participaron unos 2.000 conventillos de la ciudad de Buenos Aires; a los que se sumaron unos 300 de Rosario y un número no determinado en Bahía Blanca y otros ciudades bonaerenses. Conforme a las estadísticas del Departamento Nacional de Trabajo es posible saber que del movimiento, llegan a participar unas 140.000 personas en todo el país y en Buenos Aires unas 120.000 personas, es decir, alrededor de un 10% de la población de la ciudad.

La huelga se convirtió en un movimiento de ribetes populares que alcanzo repercusión en los ámbitos políticos y en todos los sectores sociales. Las mujeres, tuvieron una participación decisiva. La solidaridad entre los inquilinos fue notable y se reflejó en el hecho de que casi el 80 % de los conventillos de la ciudad se suman al movimiento. Con respecto a la acción desplegada por las autoridades tanto nacionales como municipales es interesante destacar su actitud dual. Por un lado reconocen la legitimidad de los reclamos, pero por otra, aplican la ley con todo rigor para mantener el orden y defender los derechos de los propietarios y arrendatarios de las casas de inquilinato.

Una nueva huelga general fue decreta, en enero de 1909, contra el aumento de los impuestos, de la cual participaron más de 30 sindicatos. Y en 1912, fue muy importante el paro ferroviario, mientras que en 1913 una nueva huelga general se dio en solidaridad con los tranviarios, de los cuales habían sido cesanteados 103 empleados, que se reincorporaron al triunfar la huelga, pero previamente la policía reprimió a los obreros, con el saldo de un muerto, Alejandro Felipe Raimundo, heridos y detenidos. El conflicto comenzó luego que los tranviarios reclamaron 8hs de trabajo, la empresa acepto en principio, pero luego al programar los horarios de invierno, surgieron los despidos.

Las huelgas que mayor preocupación produjeron fueron las de estibadores y ferroviarios, fundamentalmente en las épocas de cosechas y embarques. Desde las clases dominantes se aplicó la política de al comienzo indiferencia y desprecio, acusándolos “de desagradecidos hacia el país que les había dado hospitalidad”, pero dicha actitud se transformaba inmediatamente en fuerte represión, como única respuesta ante cada reclamo y cada huelga.

Conclusión

El capitalista se ha ganado en el mundo una buena fama como hombre excéntricamente apasionado de lo que llama la libertad de trabajo. Es tan fervoroso partidario de dar a sus obreros, sin distinción de edad o sexo, la libertad de trabajar para él todas horas del día, que ha rechazado siempre con la mayor indignación toda ley fabril que pueda coartar la libertad. La sola idea de que un sencillo trabajador pueda ser tan infame como para proponerse un fin más alto que el de enriquecer a su patrono y Sr., a su superior natural, le produce escalofríos. No quiere solamente que sus obreros sigan siendo míseros siervos, sobrecargados de trabajo y mal pagados, sino que quiere además, como todo esclavista, que sus trabajadores sean siervos que se arrastren a sus pies, sumisos, moralmente avasallados, religiosamente humildes y de alma contrita. De ahí la furia verdaderamente demencial que en él provocan las huelgas. Una huelga es para él una verdadera blasfemia, una revuelta de esclavos, la señal del diluvio universal social en castigo de sus pecados”, escribió Carlos Marx