Mafalda nunca fue una historieta más.
Jueves 1ro de octubre de 2020 14:14
Muchas de ellas nos hicieron divertir, y muchas más además nos hablaban de cultura y creencias, que nos identificaban. Pero Mafalda fue mucho más que eso.
Con la frescura de una niña y sus maravillosos personajes amigos puso al desnudo la lucha de los imperios mundiales por repartirse el mundo, el dolor de los pueblos en guerra, la opresión laboral, la condena de la mujer en casa. Ya desde allí trascendió, pero además siguió siendo mucho más que ese mensaje, que esa denuncia.
Mafalda, con sus interrogantes y reflexiones, interpelaba a esa niñez que fuimos. Su cotidianeidad, era quizás la misma que muchas de las nuestras: el barrio, la escuela, los amigos en la plaza, el hermanito, la playa en verano a costas de esfuerzo, la “lucha” de mama en el mercado.
Desde ese escenario, tan común y conocido, ella iba más allá. Cada uno de los personajes atrás traía consigo un mundo entero, ese que Mafalda quería curar.
Mafalda, desde su infancia, no solo desnudaba y penetraba en las conciencias de una manera asombrosa, sino que al preguntarse nos preguntaba y nos interpelaba.
Fue tan innovadora para la época, pero a la vez tan incensurable, que significó una forma asombrosa de conocer también nuestros interrogantes y nuestros ideales.
Mi memoria selectiva todavía recuerda el día que mi viejo apareció con el primer librito, que conservo y he releído decenas de veces a lo largo de estos años.
Mafalda me marco, sin dudas, y conmigo a miles más, porque básicamente nos dejó un mensaje simple pero difícil de tomar entre tantos mandatos impuestos. Podemos Y DEBEMOS cuestionar. Y además, apurémonos, porque si no lo cambiamos, corremos el riesgo de que el mundo nos cambie a nosotros.
El germen de todos nuestros ideales, el deseo de luchar contra la injusticia y la opresión, estuvo y está en sus mensajes.
Esa es la Mafalda que Quino nos dejó. Esa es la Mafalda que quedo, para muchas generaciones pasadas, y muchas que vendrán.