La juventud está pagando con enorme dureza las consecuencias de la crisis de 2008 en el Estado español. Solo la lucha de clases podrá evitar que acaben viviendo peor que sus padres.
Juan Carlos Arias @as_juancarlos
Sábado 16 de marzo de 2019 00:00
Las cifras son demoledoras y demuestran que difícilmente podrá evitarse la degradación material y personal de casi toda una generación. La emigración y/o el desempleo y una precarización sin precedentes históricos desde el período del llamado “Estado del bienestar” son los puntos de destino a los que parecen estar abocados una gran parte de los jóvenes “millennials”.
Las y los jóvenes no encuentran empleo y, cuando lo encuentran, son en muchos casos auténticos empleos basura, de enorme precariedad en sectores de bajo nivel tecnológico, sobre todo concentrados en el sector de la hostelería, el turismo y el comercio.
Así, mientras la reducción del desempleo global desde 2014 ha supuesto disminuir la tasa de desempleo en el Estado español hasta dejarla entorno al 15%, entre los jóvenes continúa en el 33,5% en 2018. Tasas por encima del doble de desempleo que para el resto de la población.
Esto seguramente se agravará en el próximo período. En el capitalismo español predomina como una cierta singularidad, respecto a otros países de la Unión Europea, el elevado desempleo incluso en fases no depresivas del ciclo económico, más cuando ahora se avecinan nubarrones económicos por la ralentización del crecimiento. A esto se añade la constante y enorme precariedad en el mercado laboral debido a la gran desproporción de contratos de duración determinada sobre los fijos (el 90% de los contratos que se realizan son temporales). Muchos de ellos, además, son contratos a tiempo parcial, muy abundantes entre las y los jóvenes. Todos estos datos de precariedad llegan a duplicar las cifras de otros países europeos.
Esta realidad se complementa con las escasas retribuciones que reciben los jóvenes por su trabajo, que se han reducido durante la crisis en mayor proporción que para el resto de la población trabajadora, con recortes salariales superiores al 30%. Los sueldos medios anuales para los jóvenes se han quedado reducidos a una horquilla que se sitúa entre los 8.000 euros, y en los mejores casos, los 16.000.
Consecuencia de ello es que los jóvenes del Estado español ocupen las últimas posiciones europeas respecto a la emancipación. Según datos de la UE, entre los 20 y los 24 años tan solo un 8% de los jóvenes se van de la casa familiar, mientras que la media del resto de países de la UE es el 30%. Pero incluso en edades de 25 a 29 años, el Estado español tan solo alcanza un nivel de emancipación del 39%, cuando la media europea para estos tramos de edad es del 59%.
Otro dato de enorme trascendencia es que entre los 6,5 millones de jóvenes que hay, un 40% de ellos, es decir 2,6 millones, se encuentran en riesgo de pobreza. Este es el peso de tener un 37% de jóvenes con contratos temporales, de entre los cuales un 19% son, además, a tiempo parcial. Los contratos precarios son los peor retribuidos y abocan ineludiblemente a la pobreza. Hay que tener en cuenta, además, que la tasa de temporalidad entre los jóvenes alcanzó para los menores de 25 años, en el tercer trimestre de 2018, el 72,8%.
Reforma laboral tras reforma laboral
La extensión de la precariedad laboral como método para organizar las relaciones laborales en la legislación española, con la excusa de luchar contra las sucesivas crisis que disparaban las tasas de desempleo de manera prácticamente automática, ha sido una constante del Régimen del 78. En 1984 con Gobierno de Felipe González y con la excusa de la crisis económica, se produjo el primer acuerdo -con UGT en este caso- para introducir flexibilidad laboral en la contratación. Por esa reforma, se implantaron los contratos de formación y en prácticas y la legalización del contrato a tiempo parcial. Todas ellas modalidades de contratos pensados fundamentalmente para jóvenes, para que supuestamente accedieran al mercado laboral por primera vez. Desde esa fecha y pasando por la legalización de las ETT (Empresas de Trabajo Temporal) en 1994, también durante el Gobierno del PSOE, se fueron sucediendo reforma laboral tras reforma laboral, hasta un total de 12 con las últimas de Zapatero y Rajoy, todas ellas empeorando y degradando cada vez más las condiciones laborales, sobre todo de los jóvenes trabajadores que accedían a su primer puesto de trabajo.
Sin distinción, fuesen Gobiernos del PSOE o del PP, el Régimen del 78 fue arrebatando derechos a la clase trabajadora, y especialmente a la juventud trabajadora, para asegurar la ganancia de los empresarios y favorecer a los más ricos. Los socialistas, no podemos olvidarlo, jugaron un papel muy importante por su capacidad para adormecer y al movimiento obrero por su relación con las burocracias sindicales, sobre todo con la de UGT, aunque también contaron con el apoyo decidido de la burocracia de CCOO.
Las cúpulas sindicales de CCOO y UGT fueron y son cómplices de todo el proceso de precarización y pérdida de derechos porque, o bien pusieron su firma directamente en los acuerdos, o no plantearon movilizaciones unitarias y contundentes para paralizar estos procesos de precarización. Así es que, las últimas reformas laborales de Zapatero y Rajoy -que supusieron además una enorme devaluación salarial, sobre todo para los jóvenes-, pasaron sin pena ni gloria. La contracara de esta situación es que los empresarios han aumentado día tras día sus beneficios. De hecho, ya recuperaron los índices de ganancias de antes de la crisis.
Apenas dos huelgas generales convocadas por CCOO y UGT contra la reforma laboral de Rajoy, a las que fueron prácticamente obligados y sin ninguna convicción, han sido todas las luchas planteadas frente a estos graves ataques a los derechos laborales. Para pasar enseguida a negociar acuerdos de restricción salarial con la patronal y firmando con el Gobierno de Rajoy cualquier limosna de beneficio social para darle el aire necesario para sostener al Gobierno del PP y desmovilizar las luchas, en momentos en que parecía que la bronca social se extendía con la movilización de las mareas, las marchas de la dignidad, etc.
Turismo y Comercio como ejes productivos esenciales de la precarización
Este proceso ha ido acompañado por la sucesiva especialización económica del capitalismo español en sectores productivos del sector servicios vinculados al turismo y la hostelería. Son los más básicos tecnológicamente hablando, junto a la construcción. De hecho, el peso de la industria en el Estado español en todo este período, sobre todo a partir de la entrada en la UE, se ha ido reduciendo progresivamente pasando desde casi el 40% de los años 70 al entorno del 15% actual.
La división internacional del trabajo impuesta por la dominación del imperialismo alemán y francés en Europa en el seno de la UE, ha sido la causa principal de que, desde la entrada en la UE, con la mayor internacionalización de la economía española, ésta se fuera especializando en gran medida en el sector turístico y la construcción.
Son empleos cuyo valor añadido se basa en la posibilidad que tiene el empresario capitalista de explotar mano de obra poco calificada, sujeta a salarios muy reducidos y amplios horarios de trabajo. Esto se ha enlazado con las sucesivas reformas laborales desreguladoras implantadas sobre la base de los acuerdos con la patronal, los diferentes Gobiernos y la pasivización generada por las burocracias sindicales. Por lo tanto, se ha logrado el principal objetivo empresarial, basado en la posibilidad de incrementar los índices de plusvalía sobre la base de aumentar las jornadas de trabajo y la reducción salarial.
Ante esta situación para el próximo período se plantea como más necesario que nunca impulsar la autoorganización y la lucha en las calles y los centros de trabajo de la juventud en la defensa de sus principales demandas. Empezando con la lucha contra la precariedad laboral y por tirar abajo todas las reformas laborales, así como por imponer medidas como el fomento de la inversión pública con la creación masiva de puestos de trabajos para las y los jóvenes, junto a la nacionalización de los sectores productivos básicos esenciales bajo control obrero, y el reparto de las horas de trabajo sin disminución salarial para poder acabar realmente con la lacra del desempleo y la precariedad juvenil. Una lucha debería impulsarse también desde las universidades, los centros de enseñanza de Formación Profesional e institutos, en coordinación con el conjunto de los trabajadores superando las trabas de las burocracias sindicales.
Sólo desarrollando a lucha de clases con un programa de este tipo será posible modificar la relación de fuerzas en favor de los trabajadores y pasar a la ofensiva para lograr como objetivo esencial que la crisis la paguen los capitalistas.
Juan Carlos Arias
Nació en Madrid en 1960. Es trabajador público desde hace más de 30 años y delegado sindical por UGT de la Consejería de Políticas Sociales y Familia de la Comunidad de Madrid. Es columnista habitual de Izquierda Diario en las secciones de Política y Economía. milita en la Corriente Revolucionaria de Trabajadores y Trabajadoras (CRT) del Estado Español.