Ante la presión que el movimiento de mujeres ha impuesto, algunas figuras de la escena política buscan dar “respuestas” para proyectarse como autoridades “sensibles” y que trabajan en pro de las mujeres y sus derechos. ¿Es así?
Jueves 11 de marzo de 2021
En el marco del pasado 25 de noviembre, una de las medidas que presentó Claudia Sheinbaum fue la reforma a la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia de la CDMX, según la cual se obligará a los agresores a dejar el hogar.
Una iniciativa similar se empieza a esbozar en el Estado de México. En ambos casos lo que se argumenta es que, sacar a las mujeres de sus hogares cuando viven violencia en ellos, es revictimizante. Sin embargo, nos surgen algunas consideraciones y cuestionamientos que queremos compartir con ustedes:
1. Cada caso es distinto
En cada caso habrá múltiples factores a considerar para determinar qué opción es más conveniente para la mujer que vive violencia en el hogar. Pero es indiscutible que la salida de las mujeres de los hogares en muchos casos responde a una necesidad de supervivencia para alejarse de sus agresores y evitar mantenerse en una situación de riesgo.
En estos casos, el poder salir de casa y contar con refugios, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Aunque no hay que dejar de decir, que más allá de quién sale de casa en el momento en que se vive violencia, las mujeres que han vivido esta experiencia -y todas las mujeres en realidad- tendríamos que tener garantizado plenamente el derecho humano a una vivienda digna.
2. No quitemos el dedo del renglón, es urgente la construcción masiva de refugios
Con iniciativas como éstas, el Estado busca deslindarse de una gran responsabilidad: la construcción de refugios dignos en cada municipio del país, que garanticen la vida de las mujeres que corren riesgo al vivir con sus agresores o en cualquier otra situación.
Cuando los agresores viven en o conocen el domicilio de la mujer que vive violencia, indudablemente su integridad y su vida están en riesgo. Por ello la medida de los refugios es clave, para poner a las mujeres fuera del radar de los agresores.
Sumado a factores como la dependencia económica, espacios en los que se garantice el derecho a la alimentación de las mujeres y sus hijos, son necesarios.
Pero no sólo son necesarios más refugios, es urgente que estos espacios sean dignos y tengan planes que garanticen el acceso a otros derechos que se pudieran estar negando como la salud, el trabajo y, claro, la vivienda.
3. Ni un gramito de confianza en el Estado patriarcal y su justicia
Bueno, ¿y quién garantizaría que los agresores salgan y permanezcan lejos? ¿Serán los jueces y sus interminables procesos?, ¿será la policía, una institución profundamente machista y experta en violentar mujeres?
La ley para las mujeres es letra muerta en un país en el que la justicia patriarcal demuestra una y otra vez, a través de todo el aparato judicial, que la vida, la seguridad y la integridad de las mujeres no es prioridad. No podemos confiar en que una reforma legal por sí misma implica un cambio real para las mujeres, particularmente para las mujeres trabajadoras, pobres o indígenas.
Si la historia nos ha mostrado algo es que los derechos y su efectiva aplicación se conquistan con lucha independiente y en las calles, uno de los ejemplos más recientes, es la conquista del aborto legal en Argentina, arrebatado por la lucha de las mujeres de aquel país.
Y no es una situación fortuita, el sistema capitalista no es capaz de sostenerse sin la opresión hacia las mujeres y toda la estructura patriarcal que busca acallar y anular a la mitad de la clase trabajadora. Por ello, para los Estados es clave sostener sistemas judiciales que manden dos mensajes, primero: “si vives violencia la solución es denunciar” para después toparse de narices con el segundo: “uy, el sistema está ‘saturado’ o ‘fracturado’, no hay nada por hacer, toca aguantarse e intentar seguir”.
4. En sus políticas nuestro único papel es el de víctimas impotentes
Las respuestas que el Estado intenta dar, en medio de la fuerte presión que imponen las mujeres luchando, tienen dos aristas principales: la punitividad y la victimización. Con una manda el mensaje de que la única salida está en manos del propio Estado y su sistema penal y penitenciario; la segunda nos asigna un rol clave para ellos, el de víctima impotente viendo nuestros problemas como temas individuales que deben resolverse así, de manera individual y bajo la tutela del Estado.
Y claro, la amenaza de que las mujeres se reconozcan más allá del papel de víctima es enorme. Cuando las mujeres nos damos cuenta de que nuestros problemas son iguales o muy similares a los de la mujer que tengo al lado pasan dos cosas tremendamente peligrosas para el capital: Primero, descubrimos que mi precarización, mi violación, el machismo en mi casa, la escuela o el trabajo o la desaparición de alguna de las nuestras no son casos aislados, ¡es un problema estructural! Segundo, que, si lo vivimos todas, ¡lo podemos transformar todas!
El riesgo que no están dispuestos a correr, es que pasemos de víctimas a sujetas, mujeres que se propongan tomar partido para transformar su realidad y la de las otras.
5. No nos basta sobrevivir, queremos vivir plena y dignamente
Las mujeres de Pan y Rosas nos organizamos en varias partes del mundo para luchar y conquistar nuestros derechos. Creemos que es urgente seguir avanzando y conquistar medidas que nos permitan no sólo sobrevivir, sino disfrutar la vida plenamente.
Para frenar los feminicidios, además de luchar por refugios dignos y suficientes, necesitamos luchar por el desmantelamiento de las redes de trata, que en nuestro país convierten nuestras vidas y nuestros cuerpos en una mercancía que genera millonarias ganancias para el crimen organizado y sus cómplices dentro del mismo Estado.
Sumado a la exigencia a los patrones por transportes seguros que garanticen nuestra vuelta a casa todos los días que salimos a laborar, salarios y derechos laborales. Somos las mujeres trabajadoras y las jóvenes pobres las más expuestas a la violencia feminicida.
No venimos al mundo a trabajar, trabajar y trabajar. Para no estar encerradas en nuestras casas garantizando todo el trabajo de reproducción que hacemos de manera gratuita, estamos convencidas de luchar por guarderías, lavanderías y comedores públicos que logren romper las cadenas que nos atan a nuestros hogares.
6. ¡Vamos por todo, erradiquemos todas las violencias!
Las medidas del Estado pueden ser en algunos casos hasta progresivas y significar avances importantes para las mujeres y nuestra lucha. Sin embargo, hay que tener presente que sin patriarcado el capital no puede sostenerse.
No sólo le permite tener a la mitad de la gente explotada pasiva y callada por la fuerte opresión que imprime el patriarcado; le genera además cuantiosas ganancias a través del trabajo precario en el que reclutan principalmente mujeres; le ahorra una inmensa fortuna con el trabajo de reproducción (cuidado de lxs niñxs, aseo de la casa, lavado de ropa, preparación de alimentos y un interminable etcétera) que le garantiza la presencia de todas y todos los trabajadores aseados, alimentados y listos para ser explotados jornada tras jornada.
Bajo esta concepción, es que afirmamos, si queremos un mundo distinto para nosotras y nuestros compañeros, no alcanza con cambios en las leyes. Lo que hace falta verdaderamente es un cambio de sistema. Puede sonar tremendamente complejo, y lo será, pero es necesario para que ninguna niña repita las brutales historias por las que hemos pasado la mayoría de las mujeres.
A nuestro favor tenemos que nosotras y nuestros compañeros somos una enorme fuerza que todos los días echamos a andar el mundo. Sin nosotras no existe fábrica, oficina, transporte, maquila o escuela que pueda funcionar.
Te invitamos a seguir conociéndonos y sumarte a esta perspectiva del feminismo anticapitalista, socialista y revolucionario.
Conoce nuestra agrupación Pan y Rosas México.