[Primera Parte] Habrá habido unas 180 personas entre amigos, parientes e invitados que supieron de la presentación ese mismo día. No habíamos hecho publicidad por miedo a que si se sabía de la presentación algo hicieran para impedirlo.
Martes 16 de agosto de 2016
Creo que fue el 7 u 8 de Septiembre del 2006 que presentamos una versión a medio terminar de Asecho en salón del Club Defensores del Norte donde funcionaba el comedor Universitario de Catamarca.
Habrá habido unas 180 personas entre amigos, parientes e invitados que supieron de la presentación ese mismo día. No habíamos hecho publicidad por miedo a que si se sabía de la presentación algo hicieran para impedirlo. El miedo nos rondaba porque hacía meses que la policía de investigaciones seguían nuestros pasos con suficiente exhibición como para que fuéramos conscientes de su presencia. Tuvimos por mucho tiempo un personal sin uniforme acompañándonos en la esquina de la productora.
De nada habían servido las presiones en el pasado y de nada había servido el encuentro al que había sido “invitado” en la YPF de Amengual con el entonces director de Minería, el ingeniero Jorge Eremchuk. Porque invitar a un realizador en plena edición de un documental que acusaba a ese mismo personaje no me tranquilizaba asistí a la misma con un amigo, Alfredo Carrizo, en ese momento autoridad del Partido Justicialista, en la oposición en la provincia.
Eremchuk fue primero sutil para preguntar pero después fue al grano, me preguntó cuanto estaba costando la producción. Un poco por nervios y otro poco para provocar respondí que 50 mil dólares, un dinero de superproducción para Catamarca. Eso no le hizo ni pestañear y me respondió con una sugerencia, que tal si en lugar de hablar de temas que son para la polémica no hacer otros más positivos. El, dijo, estaba dispuesto a colaborar con 100 mil dólares para que se hiciera otro documental y se dejara este. No tuve fuerza para decir nada más y fue por eso que Alfredo tomó la palabra, él, un viejo lobo político, sabía que cada gesto y palabra cuenta en esas circunstancias así que le pidió que nos explicara más sobre lo que nos proponía.
Básicamente nos ofrecía un cheque por que le diéramos los crudos y un compromiso de abandonar el tema. Quedamos en que lo pensaríamos y nunca más volvimos a vernos para hablar de ese u otra cosa. La propuesta y la desfachatez me causaron miedo. Por lo que esa gente era capaz de hacer y por lo que esas cantidades de dinero sucio pueden hacer en un hombre a pie. Cuanto se puede comprar en una provincia con tantos pobres como Catamarca, pensé.
Con ese antecedente hice dos cosas, primero, decirle a mi equipo, mis dos amigos, Diego Jimenez , editor y Sergio De la Colina, guionista, que si un día pasaba que yo desistía de hacer el documental, me consideraran un traidor y un vendido. Lo otro fue apurar el paso para presentar el documental como fuera en pocos días. Y así fue.
La noche misma de la presentación regalamos diez copias y eso fue para mí un acto liberador, ya nadie, ni yo mismo podría detener su marcha ya.
Al documental lo había comenzado a pensar tres años antes, cuando circunstancialmente por distintas fuentes comencé a oír historias de la mina de Bajo La Alumbrera.